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domingo, 3 de octubre de 2021
Higiene mental
“… la vida moral se impone como una obligación rigurosa para todos aquellos a quienes preocupe algo de su destino; de aquí la necesidad de una higiene del alma que se aplique a todos nuestros actos, ahora que nuestras fuerzas espirituales se hallan en estado de equilibrio y armonía. Si conviene someter el cuerpo, envoltura mortal, instrumento perecedero, a las prescripciones de la ley física que asegura su mantenimiento y su funcionamiento, importa mucho más aún velar por el perfeccionamiento del alma, que es nuestro imperecedero yo, y a la cual está unida nuestra suerte en el porvenir. El Espiritismo nos ha proporcionado los elementos de esta higiene del alma.”
Léon Denis, Después de la muerte, cap. 42
Se podría definir la mente como el conjunto de interacciones psíquicas del Espíritu con el medio en que se encuentre, ya sea en el mundo material a través del cerebro, ya sea en el mundo espiritual donde actúa directamente por sí mismo. Contenido psicológico o psíquico podrían ser sinónimos de contenido mental.
El contenido mental está repleto de pensamientos, sentimientos, emociones, buenos o malos, adecuados o indignos, constructivos o destructivos, empáticos o egoístas, humildes o soberbios, modestos u orgullosos… Es decir, de todo género y tendencias.
Para mantener orden y conseguir implantar una correcta higiene mental en ese amplio conjunto de potenciales contenidos, deben considerarse algunos aspectos imprescindibles:
¿Quién “coloca” esos contenidos en nuestra mente?
¿Podemos ejercer algún control sobre la entrada de esos contenidos?
¿Tenemos alguna posibilidad de expulsar los contenidos molestos y perniciosos para nuestro equilibrio espiritual?
Finalmente ¿es, pues, posible una higiene mental?
¿Quién “coloca” los contenidos mentales en nuestra mente?
Básicamente nosotros mismos somos los responsables por todo lo que, bueno o malo, va entrando en ese lugar propio, íntimo, personal. A veces podemos tener la sensación de que son otros quienes nos insuflan sus pensamientos, ideas y opiniones; y así sucede en múltiples oportunidades. Sin embargo, muchas de las veces que ello ocurre, esos contenidos han sido atraídos inconscientemente por nosotros mismos.
¿Cómo ocurre ello? Con nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras opiniones, nuestra manera de proceder, nuestros deseos, nuestros comportamientos…, estamos atrayendo fatalmente pensamientos, sentimientos, opiniones… de la misma índole. La ley de las Atracciones, de las Afinidades, funciona de una manera ineludible. Igual que vivimos en un ambiente repleto de ondas electromagnéticas, eléctricas… también estamos sumergidos en un océano de pensamientos ajenos. Pensamientos que serán atraídos inevitablemente por sus homólogos que están formando parte de nuestro propio contexto psíquico.
Hay otro tipo de situaciones en que se pueden sufrir influencias exteriores que pueden llegar a ser muy duras. En Espiritismo las denominamos “procesos obsesivos”. Estos procesos pueden variar desde actuaciones mentales en las que se nos envían pensamientos negativos, que pretenden confundirnos, crearnos desasosiego, distraer nuestra atención de lo que realmente nos importa, hasta procesos en los que la influencia es tan intensa que pueden dar lugar a un dominio completo por parte de algún/nos Espíritu/s sobre la voluntad de algunas personas. Los procesos obsesivos, sea cual fuere la intensidad que presenten, siempre tienen una razón de ser. Pueden estar propiciados por la atracción que nuestro comportamiento inadecuado puede ejercer en algunos Espíritus con tendencias similares a las nuestras. También pueden ser procesos de venganza, de deseos de tomarse la justicia por su mano, por parte de Espíritus que tienen cuentas pendientes del pasado con ciertas personas. De ninguna de las maneras podemos aceptar la idea de que, en estas últimas situaciones, puedan llegar a producirse lo que mal se llaman “posesiones”. Por intensa que sea la influencia externa nunca nadie puede expulsar al Espíritu que vive vinculado a ese cuerpo. Hay dominación, nunca una expulsión.
¿Podemos ejercer algún control sobre la entrada de esos contenidos en nuestra mente?
Ciertamente que sí, de lo contrario estaríamos completamente supeditados a las influencias externas y seríamos unas marionetas. Sin embargo hay que resaltar que esto último puede ocurrir si nosotros no ponemos impedimentos proactivos para que ello no suceda. La actitud proactiva más básica consiste en prestar atención a nuestras ideas, a nuestros pensamientos. Aquellos que nos sorprendan, que nos “choquen” por ser inadecuados, negativos, egoístas… hay que impedirles el paso a nuestro contenido mental. No hay que enfrentarse a ellos sino todo lo contrario, no hay que hacerles caso, dejar que pasen, sustituirlos de inmediato por pensamientos tranquilos, amables, optimistas… Es un ejercicio muy efectivo. Otra actitud también esencial es esforzarse, con todo nuestro empeño, en ir modulando nuestras actitudes. Hay que dar preferencia a pensamientos y sentimientos propios tendentes a contenidos empáticos, pacientes, generosos, benévolos, alegres. No es algo que se resuelva de hoy para mañana, puede llevarnos incluso varias vidas conseguirlo; pero, si no empezamos hoy, ni mañana ni pasado mañana (ni en esta vida ni en las siguientes) no lo lograremos. El primer paso es el que siempre cuesta más.
¿Tenemos alguna posibilidad de expulsar los contenidos molestos y perniciosos de nuestra mente?
Ello es posible; pero, como en todas las cosas importantes de la vida -y esta lo es realmente-, implica comprensión y atención. Comprensión de por qué se producen esas situaciones, como ya comentamos anteriormente, y atención con el fin de conseguir que no vuelva a ocurrir o por lo menos que nos podamos dar cuenta bien pronto que ello nos está pasando de nuevo y seamos capaces de intentar poner remedio lo antes posible. En principio, el método es lógico: “sacar” lo malo y permitir sólo la entrada de lo bueno. Evidentemente eso no es tan fácil.
Necesitamos realizar algunas acciones para conseguir que eso suceda, como, por ejemplo:
1. No ceder a la tentación de permitir que pensamientos inadecuados puedan instalarse en nuestra mente. Hay que “pasar” de ellos como señalábamos antes.
2. Cada vez que detectemos una tendencia o dependencia poco adecuada (como esas que nos disgustan en los demás, por ejemplo) en nuestros pensamientos y emociones más personales, hemos de esforzarnos en realizar un análisis de la situación para llegar a comprender el por qué de nuestra vinculación a esas ideas negativas. Al mismo tiempo, en paralelo, hay que esforzarse en manifestar actitudes adecuadas aunque sean forzadas, por algo se empieza y ya acabarán siendo espontáneas con el tiempo y la dedicación.
3. Hay que tener cuidado con lo que se desea de corazón porque la mente lo crea, y creamos, creamos conflictos y situaciones sólo con el pensamiento. El pensamiento es una herramienta formidable, más poderosa (en bien o en mal) de lo que suponemos. Por eso, ¡cuidado con lo que deseamos!
4. Tampoco hay que estar siempre a la espera de que nos ayuden los otros. La gente pide, pide y pide…, y esto ha hecho que en muchas oportunidades no sepamos hacer las cosas por nosotros mismos; siempre esperando de los demás la solución. Y la solución está casi siempre en nosotros pero encontrarla y ponerla en práctica en muchas ocasiones nos cuesta muchísimo. Sin embargo este es el camino adecuado; el inadecuado sería buscar videntes y clarividentes para que resuelvan las dudas y problemas cuya solución nos compete personalmente.
5. Hay que poner constancia en el esfuerzo a realizar pues sólo cuando se hace hay resultado. Esta última frase es casi una obviedad pero es así mismo, sin acciones no hay resultados.
¿Es, pues, posible una higiene mental? La respuesta a esta última pregunta es, después de lo expuesto hasta el momento, rotundamente afirmativa pero con matices. Ya hemos ido viendo que su eficacia dependerá siempre de nuestro grado de implicación positiva en la resolución de los diferentes conflictos mentales que cada uno tenga. El contenido mental no deja de ser una expresión, un reflejo de nosotros mismos como Espíritus. Por ello nunca hay que perder de vista que nuestro contenido mental es eso: “nuestro”. De ahí, pues, el interés personal en mantenerlo bajo control, lo más limpio posible, lo más útil que seamos capaces.
¿Qué podemos hacer para conseguir esa tan deseada higiene mental? Algunas sugerencias:
● Pensar bien. O sea, esforzarse en tener buenos pensamientos.
● Sentirse bien con uno mismo a pesar de nuestros defectos.
● Cultivar la reflexión de los pasos dados en esta presente experiencia vital.
● Agradecer a la Inteligencia Suprema, al Poder Infinito, a la Inteligencia Cósmica la oportunidad de un nuevo día para aprender.
● Estar atentos a las indicaciones constructivas de nuestro Espíritu protector (de los incorrectamente nombrados como “ángeles de la guarda”) que nos llegan en forma de pensamientos positivos, de ideas correctas a las que muchas veces no hacemos caso.
● Ser pacientes, respetuosos, empáticos con aquellos con quienes nos relacionemos, si realmente deseamos que ellos también nos respeten y tengan paciencia con nuestras equivocaciones.
Estas recomendaciones son o intentan ser actitudes prácticas ante las diversas circunstancias de la vida. No representan ningún ritual, no tienen nada de sobrenatural, no piden ningún favoritismo… Solamente implican un trabajo activo, muchas veces arduo, en ocasiones sacrificado, de nuestra mente, de nuestra conciencia, de nuestro Yo, de nosotros mismos como almas. Cuando nos damos cuenta de que todo progreso y toda mejoría en nuestra situación vital depende mayoritariamente de nosotros y de nuestras actitudes, resoluciones y actuaciones, es cuando podemos entender la importancia de la higiene mental.
La doctrina de la vida
Alvaro Velez Pareja
Hay una doctrina que no ha sido escrita y que no figura en gruesos volúmenes que envejecen en las bibliotecas. No tuvo un autor que un día se sentó a escribirla; no ha tenido promulgadores, divulgadores, defensores; no ha necesitado exégetas ni apologistas. Tampoco tuvo un codificador que le diera orden, forma pedagógica y estructuración lógica.
Esa doctrina no dio lugar a la formación de escuelas del pensamiento, ni sectas ni religiones; por ella nadie fue perseguido, condenado, ejecutado. Esa doctrina nunca fue enseñada en templos, academias, universidades.
Sin embargo, es una doctrina profunda, amplia, sólida, inmutable, imperecedera. Sin signos, sin palabras, sin libros; te enseña, te orienta, te conduce firmemente y sin vacilaciones por el camino recto y verdadero de la vida.
En cuanto la conoces, no dudas de sus principios y enseñanzas y no sometes a discusiones ni debates sus postulados no escritos. Cuando la comprendes, la aceptas y aplicas invariablemente en tus pasos y acciones, en tus pensamientos y sentimientos, en tu vida.
Esa doctrina tan particular, especial e intangible es la Doctrina de la Vida. Nunca la podrás ignorar, evadir, negar, manipular o tergiversar, porque está indeleblemente escrita en la naturaleza, en las leyes universales y en tu conciencia.
Cuando la encuentres y la conozcas, la aceptarás sin discusiones, jamás olvidarás sus sabias lecciones y te conducirá inexorablemente por lo nobles caminos de la Verdad, de la Belleza, del Bien y del Amor.
Experiencia cercana a la muerte (ECM), nuevos hallazgos.
El suicidio en tiempos de Covid-19
Jordi Santandreu
Cuáles son los datos más recientes sobre el suicidio
En términos porcentuales esto se traduce en que en España la tasa de suicidios se acerca a 8 de cada 100.000 habitantes, menor que la media de suicidios a nivel mundial, que es de 9,4.
De los 3.671 suicidios registrados en 2019, 2.771 fueron suicidios de hombres y 900 de mujeres. Los hombres triplican a las mujeres. En intentos es al revés: hay tres veces más mujeres que lo intentan con respecto a los hombres. La diferencia entre la tasa de suicidios masculina y la femenina es bastante grande, lo que es habitual en la mayor parte de países.
De todos quienes lo han intentado una vez, la mitad lo vuelve a intentar en el año siguiente, y el 10 % lo consume en los siguientes diez años.
Gráfico 2. Porcentaje de suicidios por 100.000 habitantes, en España, de 2005 a 2019. Fuente: Instituto Nacional de Estadística. |
Sin duda el suicidio es una causa de muerte muy importante en el mundo (800.000 muertes al año, una a cada 40 segundos), pero aunque fuese mucho menor, no dejaría de ser tan importante, porque son muertes evitables.
Gráfico 1. Datos generales sobre el suicidio en España durante el año 2019. Fuente: Observatorio del Suicidio. |
Si analizamos la tendencia de los últimos 15 años, vemos que el número de suicidios por cien mil habitantes se ha mantenido relativamente estable, con un periodo de crecimiento de 2011 a 2014, seguido de un ligero descenso hasta los datos más recientes.
Los factores de riesgo de suicidio son aquellas características personales que hacen que el individuo tenga mayores probabilidades de cometer el acto. Existen numerosos factores y para cada grupo de edad varían en cierta medida. Cuantos más factores de riesgo acumule, mayor el riesgo.
Citamos a continuación algunos de los más importantes:
1 - Sufrir depresión o algún otro trastorno psicológico o psiquiátrico moderado o grave como, por ejemplo, esquizofrenia, adicciones a tóxicos, incluido el alcohol, trastornos de la personalidad o los que padecen trastornos del impulso.
A veces estos trastornos no son fáciles de detectar. En ocasiones, quien los sufre lo oculta por numerosos motivos, a veces por no hacer daño o perjudicar a su entorno.
Puede que piense que con ello la vida de su familia será más fácil. Por ejemplo, esto es lo que pensaba el Sr. Travis, marido de Lori Prichard, cuando se suicidó (el año pasado) el día del cumpleaños de su mujer. Llevaban casados quince años y él le ocultaba una profunda depresión de la que ella sólo fue consciente tras su muerte. Podéis ver su testimonio en YouTube. Vale la pena.
2 - Haberlo intentado antes, incluso en otras vidas pasadas.
3 - Ser un sobreviviente de un suicidio de alguien querido y cercano, como en el caso de Lori Prichard que veíamos antes, y
4 - Padecer enfermedades físicas terminales, malignas, dolorosas, incapacitantes y degenerativas, como el caso de Ramón Sanpedr
5 - Minorías étnicas, sexuales, inmigrantes, desplazados, torturados, víctimas de violencia.
6 - Soledad, aislamiento, falta de habilidades sociales, de asertividad.
7 - En la infancia particularmente: un ambiente doméstico violento o humillante, separación familiar complicada, abusos, muerte de un ser querido de referencia.
8 - En la adolescencia: además de los anteriores, amores tóxicos, embarazo no deseado, estrés académico, bullying.
9 - En la adultez: entre otros podemos referirnos al desempleo, escándalos sexuales en personalidades públicas, quiebras financieras.
10 - En la vejez: la institucionalización, viudez, malos tratos, insomnio crónico, deterioro mental, pérdida de autonomía física y económica.
El suicidio y la pandemia de Covid-19
La pandemia es un factor de riesgo más en esta ecuación irresoluble que se medita en el silencio de una noche que parece eterna. Provoca o alimenta factores como el desempleo, la presión emocional intrafamiliar, la muerte de seres queridos, la ansiedad asociada al riesgo de contagiarse o al confinamiento, la sobreinformación y la desinformación, etc.
Un evento de tamaña envergadura constituye un reto extraordinario, enorme, especialmente para las personas más vulnerables económica, social y, sobre todo, psicológicamente, es decir, las que más factores de riesgo reúnen.
En mayo de este año, la prestigiosa revista británica The Lancet publicó el primer estudio internacional sobre el impacto de la pandemia en el suicidio. Recogieron datos de países tan dispares como España, Brasil, Estados Unidos, Corea del Sur, Japón o Nueva Zelanda.
Y compararon el número de suicidios del año anterior a la pandemia con los datos obtenidos en los primeros cinco meses de confinamiento, es decir, del 1 de marzo de 2020 al 31 de julio de ese mismo año.
Este estudio internacional arrojó un dato claro: el número de suicidios observado hasta ese momento no fue significativamente mayor que el número de suicidios esperado en ningún país ni en ninguna de las áreas estudiadas (incluyendo España). Por el contrario, sí recoge evidencia estadística de una disminución de los casos de suicidio en comparación con el número esperado, en doce de los países incluidos en el estudio. ¡Son buenas noticias!
Gráfico 3. Resultados del estudio publicado en The Lancet, donde podemos apreciar un descenso significativo en el número de suicidios, en relación al periodo anterior. |
Estos datos están en sintonía con los que presentaba la OMS en junio de 2021: entre los años 2000 y 2019 la tasa mundial de suicidios se redujo en un 36 %. Excepto en las estimaciones para el continente americano, que reflejaban un aumento de 17 %, en el resto del mundo los índices son esperanzadores.
Gráfico 4. Evolución de la tasa de mortalidad por suicidio mundial entre 2000 y 2018. Fuente: OMS. |
Veamos las explicaciones que nos dan los expertos para esta deceleración, de manera sintética:
1. En primer lugar, aunque es cierto que los niveles de ansiedad, depresión y otros trastornos mentales han aumentado, esto no se ha traducido en un aumento correlativo en el número de suicidios. Tal correlación no existe. Una cosa no siempre lleva a la otra.
2. Es evidente, por otro lado, que en pleno confinamiento el acceso a medios de autolisis es más complicado: no se podía salir a la calle, no se podía acceder a puentes, comprar materiales para provocar el suicidio, como cuerdas o venenos. En este sentido, el confinamiento ha podido ser un factor de protección.
3. Otro motivo que esgrimen los investigadores es el mayor acceso telemático a los servicios de salud mental especializados en situaciones de crisis, que ha aumentado realmente de manera muy remarcable.
4. Otro factor es la renovada sensación de identidad colectiva ante la adversidad, junto con la permanencia de largos periodos de tiempo acompañados en el hogar, reduciendo así la sensación de aislamiento y soledad. Recordad cuando salíamos a aplaudir en los balcones a los profesionales de sanidad, nos saludábamos animados y compartíamos la esperanza de acabar con todo esto juntos.
Es probable que en otros casos haya sido un factor de estrés importantísimo pero, en términos generales, que es lo que el estudio tiene en cuenta, parece que ha protegido más que perjudicado.
6. Finalmente, los investigadores afirman que el esfuerzo de los gobiernos junto con las iniciativas privadas por apoyar a las economías domésticas y las empresas a través de ayudas, aunque limitadas, ha contribuido también a reducir los factores de riesgo relacionados con los recursos económicos.
El citado estudio concluye, en fin, que la pandemia es un factor más en el conjunto de factores de riesgo que hacen aumentar la probabilidad de cometer el acto suicida: la conducta suicida está mediada por el contexto biográfico del individuo, en el que participan multitud de elementos, más que por factores globales.
Aumento de la tentativa de suicidio en jóvenes y adolescentes
Otra fotografía diferente, no tan buena, es la que nos muestran los datos sobre las tentativas de suicidio en jóvenes y adolescentes. Si en adultos se han disparado los casos de depresión, ansiedad y estrés postraumático (como mínimo, un aumento del 20 %), en adolescentes han aumentado las autolesiones y las tentativas de suicidio.
El Código Riesgo Suicidio de Cataluña, el protocolo catalán que monitoriza las tentativas y suicidios consumados, reportó el pasado mes de febrero un aumento de las tentativas en menores del 81% con respecto al año anterior. Los datos que nos ofrece este servicio indican que el aislamiento social fruto del confinamiento ha tenido peores consecuencias en ellos que en los adultos, sobre todo, a partir de la segunda ola.
Durante mucho tiempo no ha habido ocio por causa de las fuertes restricciones horarias, y las relaciones sociales, en general, se veían reducidas a la mínima expresión o a la virtualidad. Muchos han sufrido duelos complicados de familiares de primer y segundo grado, de los que no se han podido despedir. No había válvula de escape, excepto Internet. Fueron muchas horas encerrados en casa, a veces en ambientes domésticos empobrecidos o incluso hostiles. Sumemos el miedo al contagio y los contagios entre los jóvenes, que se han dado más tardíamente.
En un informe publicado en julio de este año, la Fundación Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo (ANAR), que gestiona líneas de ayuda telefónica y un chat para menores que sufren violencia o problemas psicológicos, destaca que se alcanzaron niveles récord de ansiedad y depresión. Atendieron 412 casos de ideación o intento de suicidio, un 145% más que en 2019, y a 205 personas por autolesiones, un 180% de aumento.
¿Qué ha protegido a los adultos ante el estrés emocional que ha provocado la pandemia?
La madurez propia del desarrollo evolutivo normal; estrategias de sobrevivencia emocional aprendidas de anteriores crisis; mayor conciencia de la temporalidad de crisis; más recursos de afrontamiento, mayores responsabilidades, entre ellas el cuidado de los hijos, entre otros factores. Los jóvenes no han tenido esta barrera, se han expuesto al gran desafío de nuestra época sin madurez, sin recursos de afrontamiento, sin responsabilidades.
Conclusiones
Con todo esto, cabe la posibilidad de que en la post-pandemia las tentativas de suicidio aumenten entre los jóvenes especialmente. Todo indica, de acuerdo con la tendencia de la última década, sobre todo de los últimos cuatro años, que los indicadores globales seguirán estables o incluso reduciéndose, pero hay que estar muy atentos a los sectores que más han sufrido durante este periodo. No sólo los jóvenes, sino también los mayores, cuyos datos, estructuralmente, desde hace años, son dramáticos.
Gráfico 6. Podemos observar las tasas escandalosas de suicidio entre la población más envejecida, una tendencia estructural |
¿Qué nos puede proteger de caer en la trampa del suicidio?
1. Creer en Dios y conocer la vida espiritual.
2. Practicar regularmente la oración, la meditación y la caridad.
3. Practicar ocio, deporte, actividades sanas, gratificantes y estimulantes
4. No consumir drogas, incluido el alcohol.
5. Poseer habilidades sociales (pedir ayuda, expresar pensamientos y emociones, autocontrol).
6. Confiar en uno mismo, tener una autoestima y un autoconcepto sanos.
7. Tener un espíritu crítico, ser una persona asertiva.
8. Tener una red social amplia, de amigos y familiares cercanos y presentes, y si esa red comparte creencias espirituales, mejor.
9. En la infancia: una educación familiar y escolar de calidad, que enseña la forma adecuada de enfrentarse a los problemas, a las frustraciones, a los errores y las críticas.
Una familia receptiva a la discusión de los problemas de los hijos, atenta a sus intereses académicos, que estimule la autoestima, la interayuda en momentos difíciles.
Una familia y un entorno que valida, que apoya, no que censura y menosprecia.
10. En la vejez: saber preparar el cambio antes de que ocurra. Mantener el sentido de la vida, proyectos a corto y medio plazo.
11. El apoyo de ONG’s y de los servicios gubernamentales de solidaridad.
¿Qué hacer si tenemos un familiar, un amigo o un conocido del que sospechamos que está muy deprimido o desorientado y reúne peligrosamente varios factores de riesgo de los que hemos visto al principio?
1. Hablar abiertamente con él sobre lo que le preocupa, y sobre el suicidio en particular. Sin juzgar, sin sermonear, tan sólo mostrando interés, escucha activa y apoyo incondicional. Con tacto, especialmente si hablamos con los sobrevivientes.
Cuántas veces se le dice a la persona que habla de suicidio, o de otros trastornos emocionales, como la ansiedad o la depresión: “eso son tonterías, lo que tienes que hacer es salir más…”, entre otros disparates.
2. Hablar con su entorno para que le ofrezcan cariño, atención, distracciones, estímulos.
Si la persona es un superviviente tendremos un tacto especial, pero hablarlo también.
3. En casos más graves, no dejar sola a la persona en cuestión, activar a todo el entorno para que siempre tenga un ojo encima.
4. Encaminarlo para los servicios de psiquiatría y psicología, para iniciar tratamiento. Si es necesario, llevarlo a Urgencias antes de que realice algún atentado contra su vida.
5. Supervisar medicamentos peligrosos, como antidepresivos, ansiolíticos. Alcohol y drogas. Son medidas de protección necesarias.
6. Tener a mano el teléfono de urgencias médicas, del psicólogo y del psiquiatra para informar inmediatamente ante cualquier amenaza. Por pequeña que sea, hay que tomarla en serio, siempre.
7. Estar vigilantes a señales como: cartas de despedida, regalos valiosos inesperados a personas cercanas o a desconocidos, mejoras repentinas, compras o acumulación de pastillas u otros mecanismos de posible autolisis.
8. Colocarlos en las libretas de oración e irradiar paz y amor hacia ellos en las oraciones de los trabajos del centro espírita.
9. Llamar al teléfono de prevención del suicidio de tu comunidad.
Bibliografía
Fundación Española para la Prevención del Suicidio (Observatorio del suicidio): https://www.fsme.es/
Instituto Nacional de Estadística: www.ine.es
Suicide trends in the early months of the COVID-19 pandemic: an interrupted time-series analysis of preliminary data from 21 countries. Prof Jane Pirkis et al. En The Lancet, volumen 8, issue 7, páginas 579-588, 1 de julio de 2021
Organización Mundial de la Salud (OMS), www.who.int
Fundación Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo, www.anar.org