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miércoles, 21 de diciembre de 2022

Visión Espírita Año 13 | n. 54 | Invierno

En estas Navidades...


Compartimos la última edición de nuestra revista digital Visión Espírita 2022.
El amor fue palabra de orden para este año, por lo que seguimos vibrando en y por él, a cada instante, hoy y siempre.


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El Libro de los Espíritus: La Creación

 Flavia Roggerio

  

El Libro de los Espíritus

Capítulo III - La Creación


¡Hola compañeros de viaje... de aprendizaje!

Seguimos con las preguntas y respuestas recopiladas en “El Libro de los Espíritus” por Allan Kardec. En esta edición veremos el capitulo III del libro, donde el profesor cuestionó a los Espíritus respecto a la “Creación”. Se les preguntó sobre el Universo que  comprende la infinidad de los mundos que vemos y que no vemos; los seres animados e inanimados; los astros que se mueven en el espacio, así como los fluidos que lo llenan.

El texto colocado entre comillas a continuación de cada pregunta es la respuesta que dieron los Espíritus. Debido a la complejidad de algunas respuestas, se han diferenciado con otro tipo de letra las notas y explicaciones añadidas por el autor en los casos en que existía la posibilidad de confundirlas con el texto de las respuestas. Cuando forman capítulos enteros no hay lugar a confusión, de modo que se ha conservado el tipo de letra ordinario. ¡Vamos allá!

 

Formación de los mundos 

37.         El universo, ¿ha sido creado o es eterno como Dios?

“Sin duda no ha podido hacerse solo. Además, si fuese eterno como Dios no podría ser obra de Él.” La razón nos dice que el universo no ha podido hacerse a sí mismo y, dado que no puede ser obra del acaso, debe ser obra de Dios.

 

38. ¿Cómo creó Dios el universo?

“Para servirme de una expresión común: por medio de su Voluntad. Nada describe mejor esa voluntad todopoderosa que las bellas palabras del Génesis: ‘Dijo Dios: Sea la luz, y fue la luz’.”

 

39. ¿Podemos saber de qué modo se produce la formación de los mundos?

“Todo lo que se puede decir y que vosotros podéis comprender, es que los mundos se forman por la condensación de la materia diseminada en el espacio.”

 

40. Los cometas, ¿serían, como se piensa hoy en día, un principio de condensación de la materia y mundos en vías de formación?

“Eso es exacto. Lo absurdo es creer en su influencia. Me refiero a esa influencia que se les atribuye vulgarmente, pues todos los cuerpos celestes influyen en parte sobre ciertos fenómenos físicos.”

 

41. Un mundo completamente formado, ¿puede desaparecer y la materia que lo compone diseminarse de nuevo en el espacio?

“Sí, Dios renueva los mundos así como renueva los seres vivos.”

 

42. ¿Podemos saber cuánto dura la formación de los mundos: de la Tierra, por ejemplo?

“No puedo decírtelo, pues sólo el Creador lo sabe. Además, estaría loco el que pretendiese saberlo o conocer el número de siglos que dura esa formación.”

 

 

Formación de los seres vivos

43. ¿Cuándo comenzó a poblarse la Tierra?

“Al principio todo era caos; los elementos estaban mezclados. Poco a poco cada cosa tomó su lugar. Entonces aparecieron los seres vivos adecuados al estado del globo.”

 

44. ¿De dónde vinieron los seres vivos a la Tierra?

“La Tierra contenía los gérmenes que aguardaban el momento favorable para desarrollarse. Los principios orgánicos se congregaron tan pronto como cesó la fuerza que los mantenía separados, y formaron los gérmenes de todos los seres vivos. Esos gérmenes permanecieron en estado latente e inerte, como la crisálida y las semillas de las plantas, hasta el momento propicio para la eclosión de cada especie. Entonces los seres de cada especie se congregaron y se multiplicaron.”

 

45. ¿Dónde estaban los elementos orgánicos antes de la formación de la Tierra?

“Se encontraban, por decirlo así, en estado de fluido en el espacio, en medio de los Espíritus, o en otros planetas, en espera de la creación de la Tierra para comenzar una nueva existencia en un nuevo mundo.”


La química nos muestra que las moléculas de los cuerpos inorgánicos se unen para formar cristales de una regularidad constante, según cada especie, tan pronto como se encuentran en las condiciones requeridas. La menor perturbación en esas condiciones basta para impedir la reunión de los elementos o, por lo menos, la disposición regular que constituye el cristal. ¿Por qué no habría de suceder lo mismo con los elementos orgánicos? Conservamos durante años simientes de plantas y de animales que sólo se desarrollan a una temperatura determinada y en un medio propicio. Se ha visto germinar granos de trigo después de muchos siglos. Hay, pues, en esas simientes, un principio latente de vitalidad, que sólo espera una circunstancia favorable para desarrollarse. Lo que sucede a diario ante nuestros ojos, ¿no habría podido existir desde el origen del globo? Esa formación de los seres vivos, que salen del caos por la fuerza misma de la naturaleza, ¿le resta algo a la grandeza de Dios? Lejos de eso, responde mejor a la idea que nos hacemos de su poder, el cual se ejerce en los mundos infinitos por medio de leyes eternas. Es cierto que esta teoría no resuelve la cuestión del origen de los elementos vitales. Con todo, Dios tiene sus misterios y ha puesto límites a nuestras investigaciones.

 

46. ¿Hay todavía seres que nacen de modo espontáneo?

“Sí, pero el germen primitivo ya existía en estado latente. Todos los días sois testigos de ese fenómeno. ¿Acaso los tejidos del hombre y de los animales no contienen los gérmenes de una cantidad de gusanos que esperan, para nacer, la fermentación pútrida necesaria para su existencia? Es un pequeño mundo que dormita y que se crea.”

 

47. La especie humana, ¿se encontraba entre los elementos orgánicos contenidos en el globo terrestre?

“Sí, y llegó a su tiempo. Por eso se ha dicho que el hombre se formó del lodo de la tierra.”

 

48. ¿Podemos saber en qué época aparecieron el hombre y los demás seres vivos en la Tierra?

“No. Todos vuestros cálculos son quimeras.”

 

49. Si el germen de la especie humana se encontraba entre los elementos orgánicos del globo, ¿por qué no se forman hombres de modo espontáneo, como en su origen?

“El principio de las cosas forma parte de los secretos de Dios. Sin embargo, se puede decir que los hombres, una vez esparcidos en la Tierra, absorbieron en sí los elementos necesarios para su formación, a fin de transmitirlos según las leyes de la reproducción. Lo mismo ocurrió con las diferentes especies de seres vivos.”

 

Poblamiento de la tierra. Adán.

50. La especie humana, ¿comenzó con un solo hombre?

“No. Aquel a quien llamáis Adán no fue el primero ni el único que pobló la Tierra.”

 

51. ¿Podemos saber en qué época vivió Adán?

“Más o menos en la época que le asignáis: alrededor de 4000 años antes de Cristo.”


El hombre a quien la tradición ha conservado con el nombre de Adán fue uno de los que sobrevivieron, en una región, a algunos de los grandes cataclismos que en diversas épocas trastornaron la superficie del globo, y llegó a ser el tronco de una de las razas que hoy lo pueblan. Las leyes de la naturaleza no admiten que los progresos de la humanidad, comprobados mucho tiempo antes de Cristo, hayan podido realizarse en unos pocos siglos, como habría sucedido si el hombre sólo hubiese estado en la Tierra desde la época asignada a la existencia de Adán. Algunos consideran, con más razón, que Adán es un mito o una alegoría que personifica a las primeras edades del mundo.

 

Diversidad de las razas humanas

52. ¿De dónde provienen las diferencias físicas y morales que distinguen a las diversas razas de hombres en la Tierra?

“Del clima, la vida y las costumbres. Lo mismo ocurre con dos hijos de una misma madre, quienes, educados lejos uno del otro y de modo diferente, no se parecerán en nada en el aspecto moral.”

 

53. El hombre, ¿surgió en varios puntos del globo?

“Sí, y en diversas épocas. Esa es una de las causas de la diversidad de razas. Más tarde, al dispersarse en diferentes regiones y unirse con otras razas, los hombres han formado nuevos tipos.”

53a. Esas diferencias, ¿constituyen especies distintas?

“No, por cierto. Todas son de la misma familia. ¿Acaso las diferentes variedades de un mismo fruto impiden que este pertenezca a la misma especie?”

 

54. Si la especie humana no procede de un solo hombre, ¿deben por eso los hombres dejar de mirarse como hermanos?

“Todos los hombres son hermanos en Dios, porque están animados por el espíritu y tienden al mismo objetivo. Vosotros siempre queréis tomar las palabras al pie de la letra.”

 

Pluralidad de los mundos

55. Los mundos que circulan en el espacio, ¿están habitados?

“Sí. El hombre de la Tierra está lejos de ser, como cree, el primero en inteligencia, bondad y perfección. Sin embargo, hay hombres que se consideran muy importantes y se imaginan que sólo este pequeño mundo tiene el privilegio de contar con seres racionales. ¡Orgullo y vanidad! Creen que Dios ha creado el universo para ellos solos.”

Dios ha poblado los mundos con seres vivos, todos los cuales confluyen en el objetivo final de la Providencia. Creer que los seres vivos se encuentran limitados al único punto que nosotros habitamos en el universo sería poner en duda la sabiduría de Dios, que no ha hecho nada inútil. Él debió asignar a esos mundos un objetivo más serio que el de recrear nuestra vista. Nada, por otra parte, ni en la posición, ni en el volumen, ni en la constitución física de la Tierra, puede razonablemente hacer suponer que sólo ella tiene el privilegio de estar habitada, con exclusión de tantos millares de mundos semejantes.

 

56. Los diferentes mundos, ¿poseen la misma constitución física?

“No. No se parecen en modo alguno.”

 

57. Dado que la constitución física de los mundos no es la misma en todos ellos, ¿se puede concluir que los seres que habitan en ellos poseen una organización diferente?

“Sin duda, como entre vosotros los peces están hechos para vivir en el agua y las aves en el aire.”

 

58. Los mundos que están más alejados del Sol, ¿se encuentran privados de luz y calor, dado que el Sol sólo se presenta a ellos con la apariencia de una estrella?

“¿Creéis, pues, que no hay otras fuentes de luz y de calor más que el Sol? ¿No contáis para nada con la electricidad, que en algunos mundos desempeña un papel que no conocéis, y mucho más importante que en la Tierra? Por otra parte, no hemos dicho que todos los seres vean de la misma manera que vosotros y con órganos conformados como los vuestros.”

Las condiciones de existencia de los seres que habitan en los diferentes mundos deben ser apropiadas al medio donde son llamados a vivir. Si nunca hubiésemos visto peces, no comprenderíamos que algunos seres pueden vivir en el agua. Lo mismo ocurre en los otros mundos, que contienen sin duda elementos que no conocemos. ¿Acaso no vemos en la Tierra las largas noches polares iluminadas por la electricidad de las auroras boreales? ¿Acaso es imposible que en algunos mundos la electricidad sea más abundante que en la Tierra y desempeñe un papel general cuyos efectos no podemos comprender? Esos mundos pueden, pues, contener en sí mismos las fuentes de calor y de luz necesarias para sus habitantes.

 

Consideraciones y concordancias bíblicas referentes a la creación

59. Los pueblos se han formado ideas muy divergentes acerca de la creación, según el grado de sus luces. La razón, apoyada en la ciencia, ha reconocido la inverosimilitud de algunas de esas teorías. La que ofrecen los Espíritus, en cambio, confirma la opinión que los hombres más instruidos admiten desde hace mucho tiempo. La objeción que se puede hacer a esta teoría es que contradice el texto de los libros sagrados. 

Sin embargo, un examen serio permite reconocer que esa contradicción es más aparente que real, y resulta de la interpretación dada a lo que a menudo tiene un sentido alegórico. La cuestión del primer hombre en la persona de Adán, como único tronco de la humanidad, no es la única sobre la cual las creencias religiosas han tenido que modificarse. El movimiento de la Tierra pareció, en cierta época, tan opuesto al texto sagrado, que no hubo un solo tipo de persecuciones a las que esa teoría no haya servido de pretexto. No obstante, a pesar de los anatemas, la Tierra gira, y hoy nadie podría refutarlo sin agraviar a su propia razón.

 La Biblia afirma también que el mundo fue creado en seis días, y fija la época de su creación alrededor del año 4000 antes de la Era cristiana. Con anterioridad a esa época la Tierra no existía, pues fue extraída de la nada: el texto es preciso. Pero sucede que la ciencia positiva, la ciencia inexorable, viene a probar lo contrario. La formación del globo está escrita con caracteres inalterables en el mundo fósil, y está probado que los seis días de la creación son otros tantos períodos, cada uno de los cuales abarcó tal vez varios cientos de miles de años. No se trata de un sistema, una doctrina o una opinión aislada, sino de un hecho tan constante como el del movimiento de la Tierra, y que la teología no puede rehusarse a admitir, pues constituye la prueba evidente del error en el que se puede caer si se toman al pie de la letra las expresiones de un lenguaje que suele ser figurado.

¿Es necesario concluir de ahí que la Biblia está en un error? No. Los hombres se han equivocado al interpretarla. Al explorar los archivos de la Tierra, la ciencia descubrió el orden en que los diferentes seres vivos aparecieron en su superficie, y ese orden concuerda con el indicado en el Génesis, con la diferencia de que en vez de haber salido milagrosamente de las manos de Dios en algunas horas, esta obra se realizó siempre por su voluntad pero de acuerdo con la ley de las fuerzas de la naturaleza, en algunos millones de años. ¿Es Dios menos grande y poderoso por ello? ¿Su obra es menos sublime porque le falta el prestigio de la instantaneidad? Es evidente que no. Sería preciso formarse una idea muy mezquina de la Divinidad para no reconocer su omnipotencia en las leyes eternas que ha establecido para regir los mundos. 

Lejos de menoscabar la obra divina, la ciencia nos la muestra con un aspecto más grandioso y más conforme a las nociones que tenemos del poder y la majestad de Dios, incluso porque se ha realizado sin derogar las leyes de la naturaleza. La ciencia, de acuerdo en esto con Moisés, ubica al hombre en último término en el orden de la creación de los seres vivos. No obstante, Moisés fija el diluvio universal en el año 1654 de la creación del mundo, mientras que la geología nos demuestra que el gran cataclismo se produjo antes de la aparición del hombre, puesto que hasta el día de hoy no se ha encontrado en las capas primitivas ningún rastro de su presencia, ni de la de los animales de su misma categoría desde el punto de vista físico. Sin embargo, nada prueba que esa presencia sea imposible. Muchos descubrimientos ya han planteado algunas dudas al respecto. Puede ser, pues, que de un momento a otro se adquiera la certeza material de que la raza humana es anterior al gran cataclismo, y entonces se reconocerá que en este punto, como en otros, el texto bíblico es figurado. La cuestión es saber si el cataclismo geológico es el mismo que el de Noé. 

Ahora bien, el tiempo necesario para la formación de las capas fósiles impide que estas se confundan. Por eso, cuando se encuentren rastros de la existencia del hombre antes de la gran catástrofe, quedará probado que Adán no fue el primer hombre, o que su creación se pierde en la noche de los tiempos. Contra la evidencia no hay razonamiento posible. Será necesario aceptar este hecho, así como fueron aceptados el movimiento de la Tierra y los seis períodos de la creación. Por cierto, la existencia del hombre antes del diluvio geológico es aún hipotética, pero aquí hay algo que lo es menos. Si se admite que el hombre surgió por primera vez en la Tierra 4000 años antes de Cristo, y si 1650 años más tarde toda la raza humana fue destruida, con excepción de una sola familia, resulta de ahí que el poblamiento de la Tierra comenzó recién en la época de Noé, es decir, 2350 años antes de nuestra era. 

Ahora bien, cuando los hebreos emigraron a Egipto, en el siglo dieciocho antes de Cristo, encontraron ese país muy poblado y bastante adelantado en civilización. La historia prueba que en esa época la India y otras regiones también eran florecientes, incluso sin tener en cuenta la cronología de otros pueblos, que se remonta a una época mucho más lejana. Habría sido preciso, pues, que desde el siglo veinticuatro hasta el dieciocho, es decir, en un espacio de seiscientos años, no sólo la posteridad de un único hombre hubiera poblado las inmensas regiones entonces conocidas suponiendo que las otras no lo estuvieran, sino que en ese corto intervalo la especie humana se hubiera elevado desde la ignorancia absoluta del estado primitivo hasta el más alto grado de desarrollo intelectual, lo que contradice todas las leyes antropológicas. 

La diversidad de razas viene también en apoyo de esta opinión. El clima y los hábitos producen, sin duda, modificaciones en el carácter físico, pero se sabe hasta dónde puede llegar la influencia de esas causas, y el examen fisiológico prueba que entre algunas razas hay diferencias constitutivas más profundas que las que puede producir el clima. El cruzamiento de las razas produce los tipos intermedios; tiende a borrar los caracteres extremos, pero no los produce; sólo crea variedades. Ahora bien, para que tuviese lugar un cruzamiento de razas, habría sido preciso que hubiese razas distintas. En ese caso, ¿cómo se explica su existencia si se les asigna un tronco común y, sobre todo, tan cercano? ¿Es posible admitir que en unos pocos siglos algunos descendientes de Noé hayan podido transformarse hasta el punto de producir la raza etíope, por ejemplo? Semejante metamorfosis no es más admisible que la hipótesis de un tronco común para el lobo y la oveja, el elefante y el pulgón, el ave y el pez. Una vez más, nada puede prevalecer contra la evidencia de los hechos. 

Todo se explica, por el contrario, si se admite la existencia del hombre antes de la época que vulgarmente se le asigna; que existe una diversidad de troncos; que Adán vivió hace 6000 años y fue el poblador de una región aún deshabitada; que el diluvio de Noé fue una catástrofe parcial que se confundió con el cataclismo geológico. Por último, es necesario tener en cuenta la forma alegórica particular del estilo oriental, que se encuentra en los libros sagrados de todos los pueblos. Por eso es prudente no pronunciarse con demasiada ligereza en contra de doctrinas que tarde o temprano pueden, como tantas otras, desmentir a quienes las combaten. Por su parte, las ideas religiosas, lejos de perder, se realzan al marchar con la ciencia. Esa es la única manera de no mostrar al escepticismo un lado vulnerable.

Dios y la ciencia. El creador ofreciendo las respuestas a través de herramientas que puedan demostrar aquello que para muchos no es comprensible. Vuelve a leer, ¡razona!

¿Verdad que es todo muy interesante? 

En la próxima edición presentaremos las preguntas sobre el “Principio Vital”. 

Os invitamos a acompañar las publicaciones, siempre con la misión de reflexionar e interiorizar las enseñanzas de los espíritus, además de observar como estas informaciones influyen en tu manera de ver y vivir esta vida.

Antiguos y modernos sistemas del mundo

Vera Lucia Dalessio


La Génesis según el Espiritismo

Capítulo V: Antiguos y modernos sistemas del mundo

 

La primera noción que los hombres se formaron de la Tierra, del movimiento de los astros y de la constitución del universo debió basarse, en su origen, exclusivamente en el testimonio de los sentidos. Puesto que ignoraban las leyes más elementales de la física y de las fuerzas de la naturaleza, y al no disponer más que de una visión limitada como medio de observación, sólo podían juzgar por las apariencias.


Al observar la salida del Sol por la mañana, de un lado del horizonte, y la puesta por la tarde, del lado contrario, concluyeron naturalmente que este giraba alrededor de la Tierra, mientras esta permanecía inmóvil. Si en ese entonces alguien les hubiera dicho que sucede exactamente lo contrario, habrían respondido que eso era imposible, afirmando: “vemos que el Sol cambia de lugar, y no sentimos que la Tierra se mueva”.

La breve extensión de los viajes, que en aquella época raramente superaba los límites de la tribu o del valle en que vivían, no hacía posible que se comprobase la esfericidad de la Tierra. ¿Cómo, además, habrían de suponer que la Tierra fuese una esfera? En ese caso, los hombres sólo podrían mantenerse en los puntos más elevados, y en el supuesto de que estuviese habitada en toda su superficie, ¿Cómo podrían vivir en el hemisferio opuesto, con la cabeza hacia abajo y los pies hacia arriba? El hecho les parecía menos viable aún con el movimiento de rotación. Cuando, incluso en estos días, en que se conoce la ley de gravitación, vemos personas relativamente ilustradas que no comprenden ese fenómeno, ¿Cómo hemos de sorprendernos de que los hombres de las primeras edades no lo hayan siquiera sospechado?

Por consiguiente, la Tierra era para ellos una superficie plana y circular, como la piedra de un molino, que se extendía en dirección horizontal hasta donde llegaba la vista. De ahí la expresión que todavía está en uso: ir al fin del mundo. Se ignoraban sus límites, su grosor, su composición interna, su cara inferior, y todo lo que había debajo de ella.

Dado que se mostraba con forma cóncava, el cielo, según la creencia vulgar, era considerado como una verdadera bóveda, cuyos bordes inferiores descansaban sobre la Tierra y determinaban sus confines; una inmensa cúpula cuya capacidad estaba por completo ocupada por aire. Sin ninguna noción del espacio infinito, incapaces incluso de concebirlo, los hombres imaginaban que esa bóveda estaba constituida de una materia sólida; de ahí la denominación de firmamento que se le dio, que ha sobrevivido a la creencia, y que significa: firme, resistente (del latín firmamentum, derivado de firmus, y del griego herma, hermatos, firme, sostén, soporte, punto de apoyo).

Las estrellas, cuya naturaleza no sospechaban, eran simples puntos luminosos, de mayor o menor volumen, fijas en la bóveda como lámparas suspendidas, dispuestas sobre una única superficie y, por consiguiente, todas a la misma distancia de la Tierra, así como las que se ven en el interior de ciertas cúpulas, pintadas de azul, en las que se imita la bóveda celeste. Si bien hoy las ideas son otras, se conserva el uso de las expresiones antiguas. Se dice aún, por comparación: la bóveda estrellada, bajo la cúpula del cielo.

La formación de las nubes por efecto de la evaporación de las aguas de la Tierra tampoco se conocía. Nadie podía imaginar que la lluvia, que cae del cielo, tuviese su origen en la Tierra, dado que nadie la veía ascender. De ahí la creencia en que existían aguas superiores y aguas inferiores, fuentes celestes y fuentes terrestres, depósitos ubicados en regiones altas, pues esa suposición concordaba perfectamente con la idea de una bóveda sólida, capaz de sostenerlos. Las aguas superiores se escapaban por las grietas de la bóveda, caían en forma de lluvia, y conforme las grietas fuesen de mayor o menor amplitud, la lluvia era escasa, torrencial o con características de diluvio.


Evolución del conocimiento

La ignorancia total del conjunto del universo y de las leyes que lo rigen, de la naturaleza, la constitución y el destino de los astros, que por otra parte parecían tan pequeños en comparación con la Tierra, llevó inevitablemente a que esta fuese considerada como el elemento principal, el objetivo único de la Creación, y a los astros como accesorios creados sólo en honor de sus habitantes. Ese prejuicio se perpetuó hasta nuestros días, a pesar de los descubrimientos de la ciencia, que modificaron para el hombre el aspecto del mundo. ¡Cuántas personas creen aún que las estrellas son adornos del cielo, destinados a recrear la vista de los habitantes de la Tierra!

El hombre no tardó en percibir el movimiento aparente de las estrellas, que se trasladan en masa de oriente a occidente, que surgen al anochecer y se ocultan por la mañana, conservando sus respectivas posiciones. Con todo, esta observación no tuvo, durante largo tiempo, otra consecuencia que no fuese la de confirmar la idea de una bóveda sólida, que arrastraba con ella a las estrellas en su movimiento de rotación.

Esas ingenuas ideas primitivas han constituido, durante largos períodos seculares, el fondo de las creencias religiosas, y sirvieron de base a todas las cosmogonías antiguas. 

Más tarde, por la dirección del movimiento de las estrellas y a causa de su regreso periódico en el mismo orden, se comprendió que la bóveda celeste no podía ser simplemente una semiesfera colocada sobre la Tierra, sino una esfera completa, hueca, en cuyo centro se encontraba la Tierra, siempre chata, o a lo sumo convexa, habitada sólo en la superficie superior. Eso ya era un progreso.

Pero ¿en qué se apoyaba la Tierra? Sería inútil enunciar todas las suposiciones ridículas, generadas por la imaginación, desde aquella de los hindúes, que la consideraban sostenida por cuatro elefantes blancos, apoyados sobre las alas de un inmenso buitre. Los más sabios confesaban que nada sabían al respecto.

No obstante, una opinión ampliamente difundida entre las teogonías paganas ubicaba en los lugares bajos o, dicho de otro modo, en las profundidades de la Tierra, o debajo de esta, la morada de los réprobos, llamada infiernos, es decir, lugares inferiores, y en los lugares altos, más allá de la región de las estrellas, la morada de los bienaventurados. La palabra infierno se ha conservado hasta nuestros días, si bien ha perdido su significado etimológico desde que la geología sacó de las entrañas de la Tierra el lugar de los suplicios eternos, y la astronomía demostró que no hay arriba ni abajo en el infinito.

Bajo el cielo puro de Caldea, de la India y de Egipto, cunas de las más antiguas civilizaciones, el movimiento de los astros se observó con tanta precisión como lo permitía la carencia de instrumentos especiales. Se notó en principio que ciertas estrellas tenían un movimiento propio, independiente de la masa, lo que alejó la suposición de que estaban inmóviles en la bóveda celeste. Se las denominó estrellas errantes o planetas, para distinguirlas de las estrellas fijas. Se calcularon sus movimientos y los retornos periódicos.

En el movimiento diario de la esfera estrellada se notó la inmovilidad de la Estrella Polar, alrededor de la cual las otras describían, en veinticuatro horas, círculos oblicuos paralelos, unos mayores, otros menores, según a qué distancia se encontraban de la estrella central. Ese fue el primer paso hacia el conocimiento de la oblicuidad del eje del mundo. Viajes más extensos permitieron que se observara la diferencia de los aspectos del cielo, según las latitudes y las estaciones. El hecho de que la elevación de la Estrella Polar por encima del horizonte variara según la latitud, abrió camino para la percepción de la redondez de la Tierra. Así, poco a poco, se tuvo una idea más exacta del sistema del mundo. Hacia el año 600 a. C., Tales de Mileto (Asia Menor), descubrió la esfericidad de la Tierra, la oblicuidad de la eclíptica y la causa de los eclipses.


A la comprobación científica

Un siglo después, Pitágoras de Samos descubre el movimiento diurno de la Tierra sobre su propio eje, su movimiento anual alrededor del Sol, e incorpora los planetas y los cometas al sistema solar.

Hiparco de Alejandría (Egipto), 160 a. C., inventa el astrolabio, calcula y predice los eclipses, observa las manchas del Sol, determina el año trópico y la duración de las revoluciones de la Luna. Sin embargo, por más valiosos que fuesen estos descubrimientos para el progreso de la ciencia, debieron transcurrir cerca de dos mil años para que se popularizaran. Como no se disponía por entonces más que de algunos raros manuscritos para que se propagasen, las nuevas ideas permanecían como patrimonio de unos pocos filósofos, que las enseñaban a sus discípulos privilegiados. Las masas, a las que nadie se proponía ilustrar, no extraían ningún provecho de ellas y continuaban nutriéndose de las antiguas creencias.

Hacia el año 140 de la Era Cristiana, Ptolomeo, uno de los hombres más ilustres de la Escuela de Alejandría, mediante la combinación de sus propias ideas con las creencias vulgares y con algunos de los más recientes descubrimientos astronómicos, compuso un sistema que se puede calificar de mixto, que lleva su nombre y que, durante aproximadamente quince siglos, fue el único adoptado por el mundo civilizado.

Según el sistema de Ptolomeo, la Tierra es una esfera ubicada en el centro del universo y compuesta por cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Esa era la primera región, llamada elemental. La segunda región, llamada etérea, comprendía once cielos o esferas concéntricas que giraban alrededor de la Tierra, a saber: el cielo de la Luna, los de Mercurio, de Venus, del Sol, de Marte, de Júpiter, de Saturno, de las estrellas fijas, del primer cristalino, esfera sólida transparente; del segundo cristalino y, finalmente, del primer móvil, que imprimía movimiento a todos los cielos inferiores y los obligaba a dar una vuelta cada veinticuatro horas. Más allá de los once cielos estaba el Empíreo, mansión de los bienaventurados, denominación extraída del griego pyr o pur, que significa fuego, porque se creía que esa región resplandecía de luz, como el fuego.

La creencia en muchos cielos superpuestos prevaleció durante mucho tiempo, aunque su número variase. El séptimo era generalmente considerado como el más elevado, y de ahí la expresión: ser llevado al séptimo cielo.

Independientemente del movimiento común, los astros, según Ptolomeo, tenían movimientos propios, más o menos considerables, de acuerdo con la distancia a que se encontraban del centro. Las estrellas fijas completaban una revolución cada 25.816 años, evaluación esta que nos indica el conocimiento de la precesión de los equinoccios, que efectivamente se cumple en 25.868 años.

A comienzos del siglo XVI, Copérnico, célebre astrónomo nacido en Thorn (Prusia) en el año 1472, y muerto en 1543, retomó las ideas de Pitágoras y concibió un sistema que, confirmado a diario por las nuevas observaciones, tuvo una favorable acogida y no tardó en suplantar al de Ptolomeo. Según el sistema de Copérnico, el Sol está en el centro, y alrededor suyo los planetas describen órbitas circulares, mientras que la Luna es un satélite de la Tierra.


Las estrellas

Un siglo más tarde, en 1609, Galileo, natural de Florencia, inventa el telescopio; en 1610 descubre los cuatro satélites de Júpiter y calcula sus revoluciones; reconoce que los planetas no tienen luz propia como las estrellas, sino que están iluminados por el Sol, y que son esferas semejantes a la Tierra; observa sus fases y determina el tiempo que duran las rotaciones alrededor de sus ejes. De ese modo, mediante pruebas materiales, ofrece una sanción definitiva al sistema de Copérnico. Desde entonces se desplomó el sistema de los cielos superpuesto; se reconoció que los planetas son mundos semejantes a la Tierra y, sin duda, también habitados; que las estrellas son innumerables soles, probables centros de otros tantos sistemas planetarios; se reconoció al Sol como una estrella, como el centro de un torbellino de planetas sujetos a él.

Las estrellas dejaron de estar confinadas en una zona de la esfera celeste, para hallarse irregularmente diseminadas en el espacio ilimitado; las que parecieran tocarse se encuentran a distancias inconmensurables unas de otras; las aparentemente menores son las más alejadas de nosotros, y las mayores son las que están más próximas, pese a que se hallan a cientos de miles de millones de leguas.

Los grupos que recibieron el nombre de constelaciones no son más que conjuntos aparentes, producto de la distancia; sus figuras sólo son efectos de perspectiva, como las que forman las luces minadas en una vasta planicie, o los árboles de un bosque, a los ojos de quien los observa ubicado en un punto fijo. En realidad, esos conjuntos no existen. Si pudiéramos trasladarnos a la zona de alguna de esas constelaciones, a medida que nos aproximáramos, su forma desaparecería y nuevos grupos se formarían ante nuestra vista.

Ahora bien, puesto que esos grupos sólo existen en apariencia, la significación que les atribuye una creencia supersticiosa es ilusoria, y su influencia sólo puede existir en nuestra imaginación.

Para distinguir las constelaciones, se les asignaron nombres como los siguientes: Leo, Tauro, Géminis, Virgo, Libra, Capricornio, Cáncer, Orión, Hércules, Osa Mayor o Carro de David, Osa Menor, Lira, etc., y se las representó con las formas que esos nombres sugieren, fantasiosas en su mayor parte, y que en ningún caso guardan relación alguna con la forma aparente de esos grupos de estrellas. Entonces, sería inútil buscar esas formas en el cielo.

La creencia en la influencia de las constelaciones, sobre todo de las que constituyen los doce signos del zodíaco, provino de la idea vinculada a sus nombres. Si a la constelación denominada león le hubiesen dado el nombre de asno o de oveja, por cierto le habrían atribuido otra influencia.


Hacía al infinito

A partir de Copérnico y Galileo las antiguas cosmogonías desaparecieron definitivamente. La astronomía sólo podía avanzar, nunca retroceder. La Historia nos relata las luchas que debieron mantener esos hombres de genio contra los prejuicios y, sobre todo, contra el espíritu sectario, interesado en conservar los errores a partir de los cuales se habían fundado algunas creencias, supuestamente afirmadas sobre bases inconmovibles. Bastó con la invención de un instrumento de óptica para derrumbar una construcción de muchos miles de años. Sin embargo, nada podría prevalecer contra una verdad reconocida como tal. Gracias a la imprenta, el público, iniciado en las nuevas ideas, comenzó a no dejarse engañar más con fantasías y tomó parte en la lucha. Ya no Antiguos y modernos sistemas del mundo era contra algunos individuos que se debía combatir, sino contra la opinión general, que defendía la causa de la verdad.

¡Cuánto más grande es el universo comparado con las mezquinas proporciones que le asignaban nuestros padres! ¡Qué sublime es la obra de Dios cuando vemos que se desarrolla en concordancia con las eternas leyes de la naturaleza! ¡Además, cuánto tiempo, cuántos esfuerzos del talento, cuántos sacrificios fueron necesarios para abrir los ojos del hombre y arrancarle la venda de la ignorancia!

A partir de entonces, quedó abierto el camino que seguirían numerosos científicos ilustres para completar la obra iniciada. En Alemania, Kepler descubre las célebres leyes que llevan su nombre, por medio de las cuales se reconoce que las órbitas que describen los planetas no son circulares, sino elípticas, en uno de cuyos focos se encuentra el Sol. Newton, en Inglaterra, descubre la ley de la gravitación universal. Laplace, en Francia, crea la mecánica celeste. Finalmente, la astronomía deja de ser un sistema basado en conjeturas o probabilidades, y pasa a ser una ciencia sustentada en las más rigurosas bases del cálculo y la geometría. Queda de ese modo instalado uno de los hitos fundamentales de la génesis, aproximadamente 3.300 años después de Moisés.

¿Cómo mueven objetos los Espíritus?

David Santamaria




Teoría de las manifestaciones físicas - El Libro de los Médiums, segunda parte, cap. IV




Este es un tema que presenta algunos aspectos complejos. Veamos el planteamiento inicial de Kardec (todos los resaltados, de este y del resto de textos comentados, son nuestros):


Desde el momento en que se conoció la naturaleza de los Espíritus, su forma humana, las propiedades semimateriales del periespíritu, la acción mecánica que este puede ejercer sobre la materia, y desde que en casos de aparición se han visto manos fluídicas e incluso tangibles que tomaban objetos y los trasladaban, se creyó, como era natural, que el Espíritu se servía muy simplemente de sus propias manos para hacer que la mesa girara, y de la fuerza de sus brazos para que ella se levantara en el aire. No obstante, en ese caso, ¿para qué se necesitaba un médium? ¿No podía el Espíritu actuar por sí mismo? (ítem 73)


Dejando al margen algunas de las afirmaciones vertidas en este párrafo (realmente no sabemos cuál sea la naturaleza concreta de los espíritus, y siempre nos sorprende la afirmación de esa presunta semimaterialidad del periespíritu), es totalmente comprensible el razonamiento de Kardec al haber constatado la presencia de esas manos tangibles moviendo cosas y, también, la aportación de médiums videntes percibiendo a espíritus en la actitud de estar supuestamente desplazando con su cuerpo espiritual algunos objetos físicos.


¿De qué modo puede un Espíritu operar el movimiento de un cuerpo sólido?

“Combina una parte del fluido universal con el fluido que se desprende del médium apropiado para producir ese efecto.” (ítem 74.8)


¿Qué son esos dos fluidos?


  1. El fluido universal, vemos en este capítulo y en capítulos siguientes, es el elemento universal, el principio elemental de todas las cosas, el elemento básico de toda la materia, la materia cósmica universal, la materia elemental única… 

Así pues, hemos de considerar al fluido universal como la materia en su más simple expresión. 


  1. En cuanto al fluido que se desprende del médium habría que considerar que deben ser algunos componentes de su propio periespíritu. 


Continuemos con el proceso de este fenómeno de mover objetos. 


Si comprendimos bien lo que habéis dicho, el principio vital reside en el fluido universal. El Espíritu extrae de ese fluido la envoltura semimaterial que constituye su periespíritu, y por medio de ese fluido actúa sobre la materia inerte. ¿Es así?

“Así es. Es decir que el Espíritu anima a la materia con una especie de vida artificial. La materia es animada con vida animal. La mesa que se mueve bajo vuestras manos vive como el animal; obedece por sí misma al ser inteligente. El Espíritu no la impulsa como hace el hombre con un fardo. Cuando la mesa se eleva, el Espíritu no la levanta con la fuerza de sus brazos, sino que la mesa misma, animada, obedece al impulso que el Espíritu le confiere.” (ítem 74.13)


Es este un apartado a considerar con cuidado, pues se vierten algunos conceptos que pueden ser dificultosos:


  1. Se afirma que el principio vital reside en el fluido universal. O sea, es una modificación de esa materia elemental. Hay que resaltar que el principio vital es «la fuerza motriz de los cuerpos orgánicos».  Posteriormente se comprenderá mejor la conveniencia de este apartado.
  2. Por medio de ese fluido universal el espíritu actúa en la materia; sin embargo, además de utilizar esa materia elemental (que está en todas partes) también, probablemente, debe aportar recursos energéticos (periespirituales) propios. Volveremos a ello un poco más adelante.
  3. ¿El espíritu puede animar a la materia con vida artificial? Pensamos que no es eso lo que quieren transmitirnos Kardec y sus colaboradores desencarnados, sino que, de alguna manera se la dota momentáneamente de un elemento (¿el principio vital del médium y/o el que se obtiene de una transformación del fluido espiritual, tal vez?) que facilita el dominio mental del espíritu sobre esa realidad material, sea una mesa, una silla o una cestita.
  4. Realmente la mesa no obedece por sí misma al ser inteligente, o sea al espíritu. Es el espíritu quien decide el movimiento que quiere imprimir al objeto, sin que este pueda favorecerlo o impedirlo.

Veamos ahora para qué se necesita la presencia de un médium de efectos físicos para conseguir que se pueda mover la mesa o cualquier otro objeto:


¿Cuál es el papel del médium en ese fenómeno? 


“Ya he dicho que el fluido propio del médium se combina con el fluido universal que acumula el Espíritu. Se requiere la unión de esos dos fluidos, es decir, del fluido animalizado y del fluido universal, para dar vida a la mesa. No obstante, notad bien que esa vida es sólo momentánea: se extingue con la acción, y a menudo antes de que esta haya concluido, tan pronto como la cantidad de fluido deja de ser suficiente para animarla.” (ítem 74.14)


En este párrafo conviene resaltar que:


  1. Ese fluido propio del médium ha de ser, claramente proveniente de su periespíritu, de esa realidad energética que envuelve al alma y le permite interactuar sobre la materia densa.
  2. No debemos confundirnos ante la expresión fluido animalizado. No es que esa energía aportada por el médium adquiera propiedades orgánicas, sino que, posiblemente por la presencia del principio vital como motor orgánico, presenta unas características especiales y diferentes a las de la estructura periespiritual de los espíritus desencarnados.
  3. También es lógico el comentario final de este párrafo: el fenómeno terminará cuando se haya consumido esa aportación energética, esa mezcla de los fluidos; O sea, no es un recurso permanente, sino que se gasta, se agota.

Veamos un completo resumen de todo lo expuesto:


Estas explicaciones son claras, categóricas y sin ambigüedad. Resalta de ellas, como punto esencial, que el fluido universal, donde reside el principio de la vida, es el agente principal de las manifestaciones, y que ese agente recibe el impulso del Espíritu, ya se halle encarnado o errante. Ese fluido condensado constituye el periespíritu, o envoltura semimaterial del Espíritu. En el estado de encarnación, el periespíritu está unido a la materia del cuerpo; en el de erraticidad, está libre. Cuando el Espíritu se encuentra encarnado, la sustancia del periespíritu está más o menos ligada, más o menos adherida, si así podemos decirlo. En algunas personas, como consecuencia de sus organizaciones, hay una especie de emanación de ese fluido, y eso es, hablando con propiedad, lo que constituye los médiums de influencias físicas. La emisión del fluido animalizado puede ser más o menos abundante, y más o menos fácil su combinación, de donde resultan médiums con mayor o menor poder. Esa emisión no es permanente, lo que explica la intermitencia del poder mediúmnico. (ítem 75)


La explicación es clara, solamente es necesario “traducir” algunos de los conceptos como el de fluido animalizado, por ejemplo.


Veamos gráficamente como acaba actuando el espíritu sobre el objeto para moverlo:




Es decir, el espíritu aporta la cantidad necesaria de fluido universal; tampoco sería nada extraordinario que también añadiera algún componente de su propio fluido periespiritual. El médium contribuye con su “emanación” periespiritual (el fluido animalizado que menciona Kardec). Esa mezcla impregna el objeto. Entonces el Espíritu puede establecer un contacto fluídico entre él y el objeto y moverlo solamente por el influjo de su voluntad; por ello indicábamos que algún elemento de su propio periespíritu pueda estar también presente en esa combinación de fluidos, para facilitar esa conexión y acción a distancia.


Un ejemplo material tal vez pueda ayudarnos a entenderlo mejor, aunque ya sabemos que los ejemplos nunca son exactos. Los electroimanes son imanes no naturales: a una masa de hierro se le arrollan diversas capas de cable eléctrico, luego, al pasar corriente eléctrica el bloque metálico se transforma en un poderoso imán capaz de levantar pesos metálicos pesados. En este ejemplo, el papel del espíritu lo representaría el operario que mueve el objeto a distancia; el fluido del médium sería la corriente eléctrica aportada, la masa metálica representaría el acumulado de fluido universal y, finalmente, la conexión espíritu-objeto sería el mecanismo que acciona el operario para mover la máquina que a su vez mueve el objeto “atrapado” por el electroimán.


Veamos finalmente dos cuestiones adicionales que también tienen mucho interés.


¿Puede el Espíritu actuar sin el concurso de un médium?


“Puede actuar sin que el médium lo sepa. Esto significa que muchas personas sirven de auxiliares a los Espíritus, para la producción de ciertos fenómenos, sin que lo sospechen. El Espíritu extrae de ellas, como de una fuente, el fluido animalizado que necesita. A eso se debe que el concurso de un médium, tal como vosotros lo entendéis, no siempre sea necesario, lo que ocurre sobre todo en los fenómenos espontáneos.” (ítem 74.15)


Así, pues, ello significa que esa combinación entre los dos tipos de fluido, entre esas dos realidades diferentes de materia, será siempre imprescindible para la producción del fenómeno. Probablemente tampoco podamos descartar que algún espíritu que intenta desplazar un objeto esté atrayendo, de forma inconsciente, esa emanación periespiritual de algún médium que pueda estar en su cercanía, sin sospechar nada ninguno de los dos. En esta última situación, es posible que el espíritu pueda tener la ilusión de que es él por sí mismo, sin ayuda de nadie, quien está moviendo ese objeto. ¿Podría pasar eso mismo en sentido inverso? Es decir, un médium ¿podría atraer inconscientemente esos recursos de un espíritu desencarnado para realizar ese movimiento creyendo, entonces, que es él solo quien lo realiza? No lo descartaría totalmente, aunque no conozco literatura a ese respecto. 


Dices que el Espíritu no se sirve de sus manos para mover la mesa. Sin embargo, en ciertas manifestaciones visuales se han visto aparecer manos que recorrían el teclado de un piano, oprimían las teclas y producían sonidos. El movimiento de las teclas, en ese caso, ¿no se debe, como parece, a la presión de los dedos? Esa presión, ¿no es tan directa y real como la que sentimos en nosotros mismos cuando las manos que la ejercen dejan marcas en la piel? 

(…) Pues bien, cuando el Espíritu pone los dedos sobre las teclas, los pone realmente, y hasta los mueve. Con todo, no ejerce una presión por medio de una fuerza muscular, sino que anima las teclas, de la misma manera que lo hace con la mesa, y entonces las teclas, que obedecen a su voluntad, se mueven y hacen vibrar las cuerdas. (Ítem 74.24)


La respuesta de los espíritus es totalmente congruente con todo lo expuesto en esta teoría del movimiento de objetos. No obstante, en este caso concreto, tampoco estaría fuera de lugar pensar que podría darse una materialización de esas manos fluidicas y, entonces, sí que podría ser que tocaran directamente sobre las teclas del piano. Evidentemente, con esta apreciación no se puede obviar la imprescindible aportación de un médium de efectos físicos.




Las experiencias cercanas a la muerte (ECM)

Jordi Santandreu


El pasado mes de noviembre, en el Grupo de Estudios Espíritas Allan Kardec (Geeak) de Barcelona ofrecimos un ciclo de conferencias muy especial. Quisimos acercar la ciencia a la espiritualidad a través de las experiencias cercanas a la muerte (ECM), que a día de hoy constituyen una de las evidencias más claras de la existencia de la vida más allá de la muerte.

Para ello invitamos a tres de los mayores investigadores de nuestro país. En primer lugar, tuvimos la fortuna de contar con la Dra. Luján Comas, licenciada en Medicina y Cirugía, especialista en Anestesiología y Reanimación, médico adjunto en el Hospital Vall d’Hebron durante 32 años. De ellos 18 como anestesista en cirugía cardiaca. Es coautora del libro ¿Existe la muerte? Ciencia, vida y trascendencia (Plataforma Ed. 2004).



La Dra. Comas estuvo acompañada por Xavier Melo, doctor en Ciencias Económicas, máster en Responsabilidad Social Corporativa y posgraduado en Finanzas y Marketing por la Universidad Politécnica de Catalunya. Él propio vivió una ECM. Ambos dirigen la Fundación ICLOBY, dedicada a la divulgación del conocimiento científico en torno a la espiritualidad.

En tercer lugar, el día 26 de noviembre recibimos en nuestra sede a Alejandro Agudo. Formado en Ciencias Físicas, se ha dedicado a la informática en el seno de una gran compañía multinacional. Es un gran investigador (el mayor tal vez) de las ECM en territorio español. Creó un canal de YouTube en el que encontramos numerosas entrevistas realizadas por él mismo a personas que comparten generosamente sus extraordinarias experiencias. Forma parte del equipo de la Fundación ICLOBY que está trabajando en la primera gran investigación de las ECM en idioma español. 


¿Cuál es el interés en estudiar las ECM? 

David Santamaría, del Centre Barcelonés de Cultura Espírita (CBCE), lo explicó muy bien en la conferencia que ofreció en su centro el pasado 26 de noviembre, titulada “la importancia de las ECM”: estas experiencias revelan de una manera rotunda y empíricamente fácil de demostrar, la existencia del más allá tal y como el Espiritismo viene divulgando desde la publicación de El Libro de los Espíritus, el 18 de abril de 1857. 

Ciencia y espiritualidad jamás habían estado tan cerca, y desarrollar vínculos a partir del estudio de este fenómeno puede beneficiarnos enormemente a todos. ¿Llegará el momento en el que se enseñará esta materia en las facultades? Sin ninguna duda. Y los espíritas estaremos al lado de la ciencia siempre. De hecho, compartimos método, tal y como comenta Kardec en La Génesis (capítulo 1, ítem 14): “Como medio de elaboración, el Espiritismo procede exactamente de la misma manera que las ciencias positivas, es decir, aplica el método experimental. Cuando se presentan hechos nuevos que no se pueden explicar a través de las leyes conocidas, él los observa, los compara y analiza, y remontándose de los efectos a las causas, llega a la ley que los rige; después deduce sus consecuencias y busca las aplicaciones útiles“.

El Espiritismo ha abierto el camino. Ahora le toca a la ciencia recorrer los pasos que Allan Kardec recorrió en su momento, a partir de nuevas investigaciones y con métodos modernos. Nosotros celebramos el empeño de estos grandes científicos, médicos en su mayoría, por penetrar en este nuevo paradigma. Las evidencias están multiplicándose y, tarde o temprano, la comunidad científica en su conjunto no tendrá más remedio que aceptarlo. Se alcanzará  entonces un hito que marcará un antes y un después en la historia de la humanidad con total seguridad.


¿En qué consiste una ECM? 

Nos dice la Dra. Luján Comas en su libro ¿Existe la muerte? (página 23): “una ECM es un estado de conciencia que experimentan algunas personas durante un paro cardiorrespiratorio. Suelen ocurrir en muertes clínicas por enfermedad, suicidio o accidente, con sensaciones no captadas por los sentidos físicos. Puede darse a cualquier edad, en cualquier cultura, religión y sexo. Los sucesos que experimentan las personas cuando están clínicamente muertas o cercanas a la muerte se llaman ECM y fueron presentados en 1975 en el libro La vida después de la vida, de Raymond Moody”.

Estas experiencias no son para nada nuevas. Ya Platón narra, en su obra La República, escrita en el año 380 a.C., una ECM vivida por un soldado llamado Er. Podemos citar también la de Carl Gustav Jung, que sufrió un infarto en 1944 gracias al cual pasó por una ECM. Y es bastante conocida la historia del neurocirujano Eben Alexander, descrita en su best seller La prueba del cielo. Podríamos citar varias decenas más de obras que recogen miles de casos perfectamente documentados, antiguos y modernos, como por ejemplo Evidencias del Más Allá, de Jeffrey Long (2011), El Yo no muere, fenómenos paranormales verificados durante experiencias cercanas a la muerte (2019), traducido del inglés por Alejandro Agudo, Vida después de la vida, de Raymond A. Moody Jr. (2017), Consciencia más allá de la vida, de Pim van Lommel (2020) o Después de la muerte, de Bruce Greyson (2021). 

Veámoslo con un ejemplo real que nos ofrece el Dr. Manel Sans, quien fue jefe del Servicio de Cirugía General y de Cirugía Digestiva del Hospital Universitario de Bellvitge, además de profesor de cirugía para la Universidad de Barcelona. Autor de 92 publicaciones médicas y un libro sobre el cáncer de páncreas, el Dr. Sans ha participado en más de un centenar de congresos y seminarios en todo el mundo, y en internet disponemos de numerosas conferencias y entrevistas grabadas, de las que extraemos el siguiente caso:

Cierta noche, tiene lugar un aparatoso accidente de tráfico en una avenida principal de la ciudad. Está oscuro, las farolas apenas iluminan las calle y la copiosa lluvia hace del asfalto una pista de patinaje. La visibilidad es muy deficiente e, infelizmente, se produce al fatal desenlace. Ella iba sola en el coche. Un vecino que escucha el enorme golpetazo llama desde casa al 112. Una ambulancia acude con apremio y en pocos minutos la trasladan al servicio de urgencias del hospital en el que ella misma trabaja. Es médico. La meten directamente en la sala de reanimación pero no ofrece señales de vida. Está en parada cardíaca, respiratoria, sin reflejos y en coma, sin actividad cerebral. 

Rápidamente, un nutrido y experto equipo médico se esmera en aplicar las medidas de reanimación de acuerdo con el protocolo: el anestesista la intuba y comienzan la respiración artificial suministrando oxígeno al 100%, se le practica masaje cardíaco, le sigue una punción intracardiaca de adrenalina para estimular la contractibilidad, se le suministra bicarbonato sódico hidrogenado para compensar la acidosis metabólica cuando, finalmente, descargan en su pecho toda la potencia eléctrica del desfibrilador. 

El terrible accidente le ha causado una gran hemorragia interna. La pérdida sin control de sangre, demostrada por una paracentesis en la cavidad abdominal, es la que ha desembocado en la parada cardíaca. Se le administran sangre y líquidos. 

Tras ocho minutos frenéticos el equipo consigue recuperar el latido del corazón. Los cirujanos de inmediato intervienen el devastador hemoperitoneo, el daño letal causado en el bazo y el hígado gravemente lesionado. Controlados los focos hemorrágicos la enferma se estabiliza y pasa a cuidados intensivos. 

Pasó varios días más en estado crítico hasta que finalmente la paciente despertó. Se extuba y comprueban que no sufre secuelas neurológicas a consecuencia del paro. Todavía ha de pasar por dos intervenciones más debido a otras tantas fracturas óseas. Dos semanas más tarde, la trasladan a la sala de cirugía del Dr. Sans para reparar el aparato digestivo. 

Atento a este tipo de casos, el Dr. Sans no duda en preguntar a la paciente, ya plenamente consciente, si ha vivido alguna experiencia extraña durante la parada.

- No quiero hablar de este tema -le responde ella.

- ¿Por qué no quiere hablar? -insiste con delicadeza el Dr. Sans.

- No me creerá si se lo cuento -responde mirando hacia otro lado-. Y si se lo cuento, pensará que soy una psicópata y me llevarán a psiquiatría.


Tras unos instantes compartiendo un silencio incómodo, el Dr. Sans tranquiliza a la señora. Le explica que son preguntas rutinarias y que es bastante común pasar por experiencias fuera de lo normal. 

- No ha de temer -le asegura-, lo que usted me explique será tratado con total respeto. Me gustaría saber si ha tenido alguna vivencia especial durante los momentos más críticos, pues investigo estos fenómenos con interés científico y mucha seriedad. Usted conoce a todos los profesionales que la han atendido, ya que hemos coincidido en numerosas guardias. Puede confiar en mí y en el equipo.


La paciente acabó por convencerse y empezó a relatar al Dr. Sans muchos detalles que recordaba perfectamente, sucedidos durante los breves minutos de muerte cerebral. Eran escenas y sensaciones absolutamente comunes a los millares de casos documentados a los largo de las últimas décadas por investigadores de todo el mundo.

- Doctor, me vi fuera del cuerpo. Lo vi ahí, tendido en la camilla. Yo permanecía flotando cerca del techo del box. Me atendieron los doctores tal y cual (dando los nombres y la tarea que ejercieron cada uno de ellos). Estaba la doctora tal de hematología, que me puso sangre; y los traumatólogos tal y pascual me inmovilizaron las fracturas. Intenté comunicarme con vosotros pero no me escuchabais, incluso me acerqué a usted y le toqué, traspasando su cuerpo con mis manos. De hecho, pude no-sé-cómo traspasar las paredes que separan la sala de reanimación de la sala de operaciones. Incluso entré en un quirófano todavía más alejado, en el que estaban operando una fractura de cuello de fémur a una anciana. 


El Dr. Sans pudo comprobar posteriormente que esa información era absolutamente exacta.

- Contacté con unos seres de luz que me dieron algunas orientaciones -continuó la paciente, con entusiasmo creciente- y pude ver también a mi madre, que hacía un año había fallecido. Me sentí envuelta de una gran luz que transmitía una paz y sobre todo un amor que no puedo explicar, indescriptiblemente hermoso y que supera todo lo que he experimentado alguna vez. 

Vi, como en una especie de pantalla, la historia de mi vida: el pasado, el presente y también el futuro. En un momento determinado, los seres de luz me dicen que es mi hora de regresar al cuerpo para terminar mi ciclo vital. ¡Yo no quería doctor! Prefería quedarme en ese mundo maravilloso. Pero no tuve opción y me abalancé automáticamente en el cuerpo, de manera casi violenta, brusca.


Características comunes de las ECM

Alejandro Agudo ha estudiado, hasta día de hoy, una decena casos de personas de nuestro país que han pasado por una ECM, testimonios de primera mano que podéis ver en su canal de Youtube. Los videos, además, están editados de un modo cuidadoso y bellísimo. Todos ellos reportan un grado de lucidez tal, que solo con eso ya se podría descartar que fueran simples alucinaciones. La sensación de hiperrealidad es abrumadora: lo que viven les parece más real que nuestra realidad material. El recuerdo de la experiencia es realmente completo y vívido aunque pasen décadas. Y la recuperación médica que sigue al suceso es generalmente muy buena, mejor de lo normal.

En todos los casos parece existir un mandato expreso o tácito para revelar lo ocurrido y transmitirlo al mayor número de personas. El impacto es tal en la vida de quien lo sufre, que para la mayoría es un momento de inflexión, ya nada es lo mismo, y dan mucho más énfasis al amor y a la espiritualidad. 

En la obra antes citada, la  Dra. Luján Comas resume otras características de las ECM de la siguiente manera:

  • Los pacientes tienen conciencia de estar muertos y percibir el propio cuerpo fuera de él.
  • Perciben el cuerpo completo, entero, sin limitaciones
  • El cuerpo se vuelve sutil y puede atravesar paredes y puertas
  • Ven seres encarnados pero no pueden comunicarse con ellos
  • Los sordos oyen y repiten lo que se ha dicho
  • Sensaciones de paz. Ausencia de dolor
  • Percepción de un túnel, puente, riachuelo, lugar de transición
  • Se encuentran con personas fallecidas, conocidas previamente o no
  • Visión de un intensa luz que los envuelve y comunicación telepática con esta
  • Sensación de amor y de aceptación incondicional
  • Revisión de la propia vida como actor y como espectador, a veces bajo la tutela de un ser de luz
  • En muchos casos se observa un aumento de las capacidades paranormales al regresar

Todas las experiencias son muy lúcidas y se recuerdan perfectamente y exactamente igual que cuando ocurrieron, aunque hayan pasado años.

Las ECM son tan potentes que dan lugar a cambios de vida y de actitudes que se mantienen en el tiempo.

En conclusión, el estudio científico de las ECM viene a corroborar lo que Allan Kardec codificó hace más de siglo y medio. Lo aplaudimos y estamos al lado de todos los valientes profesionales de la salud que se aventuran, cada vez con la voz más alta, al afirmar que la vida no se detiene cuando el corazón deja de latir. Esto es tan solo en principio. Se harán públicos muchos más testimonios y se conocerán de primera mano detalles sobre el mundo espiritual que no más se podrán ocultar. 

Os animamos a investigar, lectores de Visión Espírita, las obras de los investigadores que en este breve artículo han salido, y que podamos tener una visión fraterna y abierta, que podamos dialogar con la ciencia amablemente, sin prejuicios de ningún tipo, siguiendo los consejos del Codificador. El mundo de regeneración está cerca, y la ciencia jugará un papel decisivo en la transformación de la humanidad.

Os dejo con un pequeño trecho del libro de la psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross, La rueda de la vida (Ed. Penguin Random House, 1997, página 239):

“La conclusión básica que saqué de todo esto, y que no ha cambiado, es que todos los seres humanos, al margen de nuestra nacionalidad, riqueza o pobreza, tenemos necesidades, deseos y preocupaciones similares. En realidad, nunca he conocido a nadie cuya mayor necesidad no sea el amor. El verdadero amor incondicional. Éste se puede encontrar en el matrimonio o en un simple acto de amabilidad hacia alguien que necesita ayuda. No hay forma de confundir el amor, se siente en el corazón; es la fibra común de la vida, la llama que nos caliente el alma, que da energía a nuestro espíritu y da pasión a nuestra vida. Es nuestra conexión con Dios y con los demás”.