Hola
familia! El próximo sábado seguimos con el Estudio Sistematizado de la Doctrina Espírita. Estamos estudiando las leyes naturales o divinas, y esta semana el estudio nos llevará a a la reflexión sobre los flagelos destructores: por qué los permite Dios?
Para los más aplicados, os dejo el texto de estudio. ¡Buena lectura!
Cariños de la hermana menor
FLAGELOS DESTRUCTORES: GUERRAS
«Todo lo que vive en este mundo: naturaleza, animal, hombre, sufre y sin
embargo, el amor es la ley del Universo y fue por amor que Dios formó a los
seres. Esta contradicción aparentemente horrible, este problema angustioso
perturbó a tantos pensadores y los condujo a la duda y al pesimismo.
El animal está sometido a la lucha ardiente por la vida. Entre las hierbas
del prado, las hojas y ramajes de los bosques, en el aire, en el seno de las
aguas, por todas partes se desarrollan dramas ignorados. En cuanto a la
Humanidad, su historia no es más que un largo martirologio. A través de los
tiempos, por sobre los siglos, rueda la triste melopea de los sufrimientos humanos
(...). El dolor sigue todos nuestros pasos; nos acecha en todas las curvas del
camino. Y frente a esta esfinge que lo observa con su mirada extraña, el hombre
se plantea la eterna pregunta: por qué existe el dolor?
Fundamentalmente considerado, el dolor es una ley de equilibrio y
educación. En este sentido, los flagelos destructores son permitidos por Dios
para que la Humanidad pueda «progresar más de prisa». Además, la palabra
flagelo generalmente es interpretada como algo perjudicial cuando, en realidad,
representa el medio por el cual las transformaciones necesarias al progreso
humano se realizan más rápidamente. Es muy cierto que existen otros procesos,
menos rigurosos, para hacer que los hombres progresen y Dios «(...) los emplea
todos los días, pues dio a cada uno los medios de progresar por el conocimiento
del bien y del mal. El hombre, no obstante, no aprovecha esos medios. Por lo
tanto, se hace necesario que sea castigado en su orgullo y que se le haga
sentir su debilidad. (...)» Y con el abatimiento del orgullo, «(...) la
Humanidad se trasforma, como ya se transformó en otras épocas, y cada
transformación queda señalada con una crisis que es, para el género humano, lo
que son para los individuos las crisis de crecimiento. Aquellas resultan muchas
veces penosas, dolorosas, arrebatan consigo a las generaciones y las instituciones,
pero son siempre seguidas de una fase de progreso material y moral. (...) Cuando
los flagelos naturales, tales como cataclismos, inundaciones, hambre, epidemias
de enfermedades y de plagas de plantaciones, la sequía, los terremotos y maremotos,
las erupciones volcánicas, los ciclones, etc., se abaten sobre la Humanidad, muchos
se rebelan contra Dios y pierden valiosas oportunidades de comprender el significado
de tales acontecimientos. «La Ley del Karma o de Causa y Efecto ejerce su
ineludible influencia no sólo sobre los hombres, en forma individual, sino
también sobre los grupos sociales.
Así, por ejemplo, cuando una familia, una nación o una raza busca algo que
le traiga mayores satisfacciones, se esfuerza por mejorar sus condiciones de
vida o adopta medidas tendientes a acelerar su desenvolvimiento: sin perjudicar
o hacer mal a otro está contribuyendo, de alguna forma, a la evolución de la
Humanidad, y esto es bueno.
Recibirá entonces nuevas y más amplias oportunidades de trabajo y progreso,
conduciendo a los elementos que la componen a niveles cada vez más elevados. No
obstante, si procede al contrario, «(...) tarde o temprano sufrirá la pérdida
de todo aquello que adquirió injustamente, en circunstancias más o menos
trágicas y aflictivas, según el grado de malicia y crueldad que haya caracterizado
sus acciones. (...)» Es así que más tarde, en otras existencias planetarias,
son convocados a expiaciones colectivas o individuales, que aparecen bajo la
forma de flagelos destructores. Sin embargo, sucede que «(...) muchos flagelos
son el resultado de la imprevisión del hombre. A medida que adquiere
conocimiento y experiencia puede ir conjurándolos, es decir, previniéndolos, si
sabe investigar sus causas. A pesar de eso, entre los males que afligen la
Humanidad hay algunos de carácter general que están en los decretos de la Providencia
y de los cuales cada individuo recibe, en mayor o menor medida, el contragolpe.
A esos el hombre nada puede oponer sino la sumisión a la voluntad de Dios. Esos
mismos males, sin embargo, él los agrava, muchas veces, por su negligencia.
En la primera fila de los flagelos destructores, naturales e independientes
del hombre, deben ser colocados la peste, el hambre, las inundaciones, las
tempestades fatales para las producciones de la tierra. (...)» Al enfrentar
esos flagelos, el hombre es impulsado por la fuerza de la necesidad a buscar
soluciones para liberarse del mal que lo ataca. Es por eso que el dolor se
transforma en un proceso o un medio de equilibrio y educación, como ya hemos
señalado. Asimismo, las guerras, que no representan más que el «(...)
predominio de la naturaleza animal sobre «la naturaleza espiritual y el
desborde de pasiones», generan «la libertad y el progreso» de la Humanidad. Dios
permite que exista la guerra y todas sus funestas consecuencias para que el hombre,
al contacto con el dolor, se libere: por un lado de su pasado de errores, y
pula, por otro, las malas tendencias que todavía lo hacen mantenerse en atraso
moral.
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