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viernes, 23 de octubre de 2015

Declaración - Entrevista con una suicida

Declaración - Entrevista con una suicida

Aquí está, amigo mío, la rápida entrevista con una suicida común que solicitaste al viejo periodista desencarnado. Sabrás tanto como yo, que no existen casos absolutamente iguales. Cada uno de nosotros es un mundo. Para nuestro esclarecimiento, sin embargo, debo decirte que se trata de una joven señora que, desde hace precisamente catorce años, dejó el cuerpo físico, por deliberación propia, ingiriendo insecticida.

Algunas aportaciones más, puesto que no podemos transformar el doloroso asunto en novela de gran porte: ella se envenenó en Río de Janeiro, a los treinta y dos años de edad, dejando al esposo y a un hijo pequeño en casa; no era una persona de cultura excepcional, desde el punto de vista intelectual, pero se caracterizaba, en la Tierra, por nobles calidades morales, joven tímida, honesta, laboriosa, de instrucción regular y extremadamente dedicada a los deberes de esposa y madre.

Pasemos, por lo tanto, a sus once preguntas y veamos las respuestas que nos dio ella y las que transcribo, integralmente:

¿Poseía la hermana alguna fe religiosa, que le diera convicción en la vida después de la muerte?

Seguía la fe religiosa, como sucede a mucha gente que acompaña a los demás en la manera de creer, en la misma situación con que se atiende a los caprichos de la moda. Para ser sincera, no admitía que fuese encontrar la vida aquí, como la veo, tan llena de problemas o, quizás, más llena de problemas que mi existencia en el mundo.
 
Cuando sobrevino la muerte del cuerpo, ¿estuvo inconsciente o consciente?

No podía siquiera mover un dedo, pero, por motivos que todavía no sé explicar, permanecí completamente lúcida y por mucho tiempo.

Imagen: cortesía de fotographic1980 en freedigitalphotos.net

¿Cuáles fueron sus primeras impresiones cuando verificó que estaba  desencarnada?

Juntamente a terribles sufrimientos, me dominó un remordimiento indefinible. Oía las lamentaciones de mi marido y de mi hijo pequeñito, en vano, gritando también, suplicando ayuda. Cuando el vehículo se llevó mi cuerpo inmóvil, intenté quedarme en casa pero no pude. Tenía la impresión de que yacía atada a mi propio cadáver por los nudos de una cuerda gruesa. Sentía en mí, en un fenómeno que no puedo definir, la repercusión de todos los golpes del cuerpo al vehículo en movimiento; arrojada con él a un compartimiento de la morgue, lloraba a punto de enloquecer. Después de algunas horas, noté que alguien me llevaba a la mesa de autopsias. Me vi desnuda súbitamente y temblé de vergüenza, pero la vergüenza se fundió en el horror que pasé a experimentar al notar que dos hombres jóvenes me abrían el vientre con gran naturalidad, aunque en un respetuoso silencio con el que se dedicaban a la pavorosa tarea. No sé qué me dolía más, si la dignidad femenina destrozada debajo de mis ojos, o si el indescriptible dolor que me recorría la forma, en mi nuevo estado de ser, cuando los golpes del instrumento cortante me desgarraban la carne, pero, el martirio no se detuvo en ese punto, porque yo, que horas antes me encontraba en la comodidad de mi lecho doméstico, tuve de aguantar duchas de agua fría en las vísceras expuestas, como si yo fuera un animal de los que había visto morir, cuando era niña, en la finca de mi padre... Entonces, clamé aún más por ayuda, pero nadie me escuchaba, ni me veía...

¿Recorrió usted a la plegaria en el sufrimiento?

Sí, pero oraba como los locos desesperados, sin ninguna noción de Dios... Me encontraba en franco delirio de angustia, atormentada por dolores físicos y mentales... Además, para salvar el cuerpo que yo misma había destruido, la oración era un recurso que utilizaba demasiado tarde.

¿Encontró usted amigos o familiares desencarnados, en sus primeras horas en el plano espiritual?

Hoy sé que muchos de ellos intentaban asistirme, pero inútilmente, porque mi condición de suicida me ponía en plenitud de fuerzas físicas. Las energías del cuerpo abandonado como que me eran devueltas por él y me encontraba tan materializada en mi forma espiritual como en la forma terrestre. Me sentía completamente sola, desamparada...

¿Asistió usted a su propio entierro?

Con el terror que usted, amigo mío, es capaz de imaginar.

¿No había Espíritus benefactores en el cementerio?

Sí, pero no podía verles. Estaba mentalmente ciega de dolor. Me sentí bajo la tierra, siempre ligada al cuerpo, como alguien a debatirse en un cuarto sofocante, fangoso y oscuro...

¿Qué pasó después?

Hasta ahora, no puedo saber cuánto tiempo estuve en la celda del sepulcro, siguiendo, hora a hora, la descomposición de mis despojos... Hubo, sin embargo, un momento en que cedió  la cuerda magnética y me vi liberada. Me puse de pie sobre la fosa. Me sentía débil, hambrienta, sedienta, desgarrada... No había aún entrado en razón, cuando me vi rodeada por una pandilla de hombres que, más tarde, supe que eran crueles obsesores. Pronunciaron mi prisión. Fui notificada por uno de ellos que el suicidio consistía en grave falta, que yo sería juzgada en corte de justicia y que no me quedaba otra alternativa, sino acompañarles al Tribunal. Obedecí y luego fui encarcelada en una tenebrosa gruta, donde pude oír el llanto de muchas otras víctimas. Esos malhechores me mantuvieron en cautiverio y abusaban de mi condición de mujer, sin cualquier noción de respeto o misericordia... Solamente después de mucho tiempo de oración y remordimiento, obtuve la ayuda de Espíritus misioneros, que me retiraron de la cárcel, después de grandes dificultades, para ingresarme en un campo de tratamiento.

¿Por qué razón decidió matarse?

Celos de mi esposo, que había pasado a simpatizar con otra mujer.

¿Juzga que su actitud le trajo algún beneficio?

Solamente complicaciones. Después de seis años de ausencia, herida por terribles añoranzas, obtuve un permiso para ir a visitar la residencia que yo juzgaba como siendo mi casa en Rio de Janeiro. ¡Tremenda sorpresa!... De nada había servido el suplicio. Mi esposo, aun joven, necesitaba compañía y había elegido la rival que yo abominaba para segunda esposa... Mi hijo y él estaban bajo los cuidados de la mujer que suscitaba odio e indignación... Mucho sufrí a causa de mi abatido orgullo. Me desesperé. Auxiliada pacientemente, entonces, por instructores caritativos, adquirí nuevos principios de comprensión y conducta... Estoy aprendiendo ahora a convertir aversión en amor. Comencé procediendo de esa manera por devoción a mi hijo, a quien ansiaba extender las manos, y solo poseía, en el hogar, las manos de ella, habilitadas a prestarme semejante favor... Poco a poco, le noté las nobles calidades de carácter y corazón y hoy le quiero, de veras, por hermana de alma... Como puede usted constatar, el suicidio me intensificó la reforma íntima y me impuso, de inmediato, duras obligaciones.

¿Qué aguarda usted para el futuro?

Siento la necesidad de olvido y de paz. Trabajo de buena voluntad en mi propio perfeccionamiento y cualquiera que sea la prueba que me espere, en las correcciones que me merezco, ruego a la Compasión Divina me permita nacer en la Tierra, otra vez, cuando entonces  pretendo retomar el punto de evolución en que me estacioné, para reparar las terribles consecuencias del error que cometí.(...)

Al tratar el tema del suicidio, es menester acordarnos de una frase muy conocida entre los espiritistas al referirse al suicida: “sale del sufrimiento para entrar en el tormento. El suicida, al despertar en el Más Allá, adiciona los dolores del acto criminal a las aflicciones de las que deseaba evadirse. Allan Kardec aclara que esos dolores están esculpidos en el periespíritu, que conserva todos los sucesos registrados, transfiriéndolos más tarde, al nuevo cuerpo físico, en el cual se presentan en cobranza inaplazable, en el sublime proceso de reparación. Por lo tanto, es muy justo que sea cosechado el fruto amargo de la rebeldía, de la desesperación. Nadie es autor de la vida, por esa razón, no tiene derecho de interrumpirla.

Cuento “Depoimento” (título en portugués) extraído del libro “Estante da Vida” del espíritu Hermano X (pseudónimo de Humberto de Campos, escritor brasileño; 1886 - 1934) y psicografiado por Francisco Cândido Xavier. (N. de la T.)  Traducción al castellano de Rosiani Gonçalves.





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