Muy buenas a todos,
Este
sábado tenemos un encuentro para contestar la pregunta más antigua, más difícil
y más importante de nuestra existencia: ¿Dios existe?
Os
dejo el texto del estudio para que podáis adelantar la lectura.
Pruebas de la existencia de Dios
Allan Kardec colocó al principio de
«El Libro de los Espíritus» un capítulo que trata exclusivamente de Dios. Con
eso pretendió expresar que el Espiritismo se basa, en primer lugar, en la idea
de un Ser Supremo.
Los Espíritus definieron a Dios
como “La Inteligencia Suprema, causa primera de todas las cosas”.
La prueba de
la existencia de Dios, como dicen los Espíritus, puede ser hallada en un axioma que aplicamos a nuestras
ciencias: ”No existe efecto sin causa. Buscad la causa de todo lo que no sea
obra del hombre y vuestra razón os responderá”.
Racionalmente, no es posible
admitir un efecto sin causa. Vemos constantemente una inmensidad de efectos
cuya causa no está en la humanidad, porque la humanidad es impotente para producirlos
y ni siquiera puede explicarlos.
Contemplando el Universo inmenso,
con todos los mecanismos que evidencian
combinaciones y designios determinados, la extensión infinita del espacio, el
orden y la armonía a los que obedece la marcha de los innumerables mundos;
contemplando además todos los seres de la naturaleza, desde de los grandes
mamíferos hasta los más pequeños insectos, pasando por las distintas especies
de aves, hasta los minerales con sus admirables formas cristalinas y el reino
vegetal con una variedad de plantas casi infinitas, y sondeando, también, el
mundo microscópico con incontables formas unicelulares, sin olvidar el cuerpo humano con todas las funciones que se
ejercen independientes de nuestra voluntad con un ritmo perfecto, nos damos
cuenta de que toda esta inmensidad, profusión y belleza está infinitamente por
encima de la capacidad del hombre y solo puede ser atribuido a la omnipotencia
creadora de un ser soberanamente inteligente y sabio, que es ineludiblemente el
Creador de todo cuanto existe.
Todo es testimonio de una idea
rectora, una combinación, una previsión, una solicitud que supera las
concepciones humanas. La causa es, pues, soberanamente inteligente. Desde el
momento en que el hombre no puede ser el creador de todo ello, se reconoce,
ineludiblemente, que es el producto de una inteligencia superior a la
humanidad, a la que llamamos Dios.
Constituye un principio elemental
que por los efectos se deduzca una causa, aunque ésta continúe oculta. No
siempre es necesario que veamos algo para saber que existe. En todos los casos
mediante la observación de los efectos se llega al conocimiento de las causas.
Otro principio también elemental,
que por verdadero se ha convertido en axioma, es que todo efecto inteligente
debe tener su origen en una causa inteligente. Si nos preguntasen quién es el
constructor de cierto mecanismo ingenioso, ¿qué pensaríamos de aquél que nos
respondiera que se hizo a sí mismo?. Cuando se contempla una obra maestra del
arte o de la industria se afirma que debe haberla producido un hombre de genio,
porque solamente una gran inteligencia podría concebirla. Entre tanto, se
reconoce que esa obra es de un hombre porque se comprueba que no está por
encima de la capacidad humana; pero a nadie se le ocurriría pensar que surgió
del cerebro de un idiota o de un ignorante, ni muchos menos que constituye el
trabajo de un animal o producto del azar.
También por el sentimiento, quizás más
que por el razonamiento, el hombre puede comprender la existencia de Dios. Los
pueblos salvajes creen instintivamente en la existencia de un poder
sobrehumano. Ellos ven cosas que están por encima de las posibilidades del
hombre y deducen que esas cosas provienen de un ente superior a la humanidad.
¿No demuestran razonar con más lógica que los que pretenden que tales cosas se
hicieron a sí mismas?.
Existe en el hombre, desde el más
primitivo hasta el más civilizado, la idea innata de la existencia de Dios. De
manera que por sobre el razonamiento lógico, nos da prueba de la existencia de
Dios la intuición que tenemos de Él.
La historia de la idea de Dios nos
muestra que ésta siempre estuvo en relación con el grado de intelectualidad de
los pueblos y de sus legisladores, correspondiendo a los movimientos civilizadores,
a las razas, al florecimiento de los diferentes pueblos; en fin, a los
progresos espirituales de la Humanidad.
Sin embargo, a pesar de todo, Dios
no puede ser percibido por el hombre en su divina esencia. Aún después de
liberarse de los lazos corporales, disponiendo de facultades perceptivas menos
materiales, el Espíritu imperfecto no puede tampoco percibir totalmente la
naturaleza divina.
En realidad, aún poco sabemos
acerca de esa naturaleza divina. No obstante, en el estado evolutivo en el que
nos encontramos podemos sentir que Dios no es una abstracción metafísica, un
ideal que no existe. Dios nos esclarecerá con su luz, nos infundirá animo con
su amor, expandirá sobre nosotros su alma inmensa, su alma rica de todas las perfecciones;
por Él y solamente en Él nos sentiremos felices y verdaderamente hermanos, fuera
de Él solo encontraremos oscuridad, incertidumbre, decepción, dolor y miseria
moral.
Tal es el concepto que nuestra
inteligencia, en la fase evolutiva en que se encuentra, puede formarse acerca
de Dios.
Por lo tanto, el Espiritismo tiene
en la existencia de Dios el más grande de sus principios, ubicado en la base
misma de la Doctrina. Sin pretender dar al hombre el conocimiento de la
naturaleza íntima de Dios, se permite argumentar que prueba su existencia la realidad
palpitante y viva del Universo. Si éste existe, ha de tener un divino autor.
Al ser humano aún le falta el
sentido para comprender la naturaleza íntima de Dios, pero a medida que
desarrollemos el sentido moral y nos vayamos perfeccionando comprenderemos
mejor a Dios, toda su obra y sus perfectas Leyes.
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