Por Janaina de Oliveira
Dicen que no es difícil reunir personas, que lo difícil es unirlas. Es cierto. Impulsados por
diferentes razones, podemos buscar el centro espírita en sus reuniones habituales. Algunos
buscamos consuelo, afligidos por los dolores al alma; otros, respuestas, pues
estamos llenos de inquietudes sobre la vida y la muerte; todos deseamos paz.
Llegamos sedientos, escuchamos las conferencias, participamos en las clases de
estudio, entrevemos las posibilidades de progreso que una postura moralmente más elevada podría suponer, a la vez que valoramos nuestra
propia forma de vida, como que sopesando cuánto costaría alcanzar la transformación moral de cuya necesidad tomamos
conciencia poco a poco. Mientras bebemos de la doctrina, empezamos a convivir
con otras personas con quienes la vida ha querido que compartiéramos camino. ¿Casualidad? No. Sintonía, atracción mutua, magnetismo, convergencia.
Tal vez reconozcamos en estas personas la afinidad espiritual de las
almas que se aman y se buscan en carne, así como en la espiritualidad. También puede ser que experimentemos la antipatía que señala los encuentros que necesitan rescate,
propio de las almas que no supieron amar en el pasado, y reciben una nueva
oportunidad en el presente. O simplemente nos encontramos porque nuestra
trayectoria pasada, así como las posibilidades que ofrece el centro espírita en el presente, nos hacen coincidir
aquí y ahora. ¿Y luego qué?
A este gran encuentro, todos venimos con la mochila completa. En el
equipaje, no traemos sólo nuestras buenas intenciones y cualidades. También traemos nuestros miedos, traumas e imperfecciones.
Nuestro centro espírita quiere ser
un espacio para el aprendizaje del amor y de la Doctrina Espírita. Para ello, no vale sólo con “estudiar” la Doctrina, aunque esta sí es una parte esencial; no vale sólo con “venir al centro”, aunque es preciso para recorrer el camino
juntos; no vale sólo con “trabajar”, si no se hace desde la humildad y por
amor.
Por todo ello, pensamos que crear espacios de convivencia, como el que
hicimos los días 25 a 27 de
mayo, son importantes. En las rutinas del centro, no hay mucho tiempo para
conversar, conocer al otro, abrirse uno mismo. Dormir y despertar bajo el mismo
techo, compartir la mesa de la comida, tener momentos de ocio juntos puede
acercar corazones, uniendo los que ya habitualmente nos reunimos en el Centro
Espírita. Este fin
de semana de mayo, en una casa rural que no podría ser más acogedora y bella, a la vez que
sencilla y organizada, disfrutamos de ser familia, con todo lo que ello
implica. Nos acogimos unos a otros, al completo, con las mochilas bien
cargadas. Nos vimos, nos reconocimos y marchamos renovados por la experiencia
de dar y recibir. Nos sentimos unidos por el ideal espírita, aunque ese fin de semana, no “estudiamos” el Espiritismo.
Ya dejamos Can Julià reservado para mayo de 2019.
¡Ojalá seamos muchos más el año que viene!
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