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sábado, 19 de diciembre de 2020

Visión Espírita. Año 11 | nº 46 | Invierno

¡Nuestra revista digital de invierno!








Obsesión y el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC)

Por Jordi Santandreu Lorite

En el Espiritismo hablamos de obsesión para referirnos a la influencia persistente y perturbadora de unos individuos sobre otros, encarnados o desencarnados. Es cierto que de la que más se habla habitualmente es de la obsesión de un espíritu desencarnado hacia un encarnado, sin embargo, las combinaciones pueden ser diferentes: entre dos desencarnados, entre dos encarnados, de un encarnado hacia un desencarnado, e incluso existe la obsesión recíproca y la auto-obsesión.

Como consecuencia de este influjo malsano, el obsediado puede sufrir ciertos inconvenientes físicos -si dispone de un cuerpo- y psíquicos o espirituales -en todos los casos- de diferente intensidad, que pueden acompañar, provocar o agravar enfermedades o trastornos que ya padezca previamente.

En psicología utilizamos el término “obsesión” cuando hablamos de pensamientos repetitivos e intrusos, de contenido desagradable para la persona que los sufre y que no puede controlar, es decir, no puede hacer nada para evitar que irrumpan en su mente continuamente, aunque sea consciente, en mayor o menor medida, de que se trata de ideas absurdas y exageradas. 

Tal y como nos explica Amparo Belloch, una psicóloga española de referencia en esta materia, en su libro TOC, obsesiones y compulsiones, la frecuente irrupción de estos pensamientos puede tener graves consecuencias en el estado de ánimo y en el funcionamiento diario de la persona que lo padece.

Los contenidos más habituales de los pensamientos obsesivos son, sobre los que añadimos algunos ejemplos: de duda (si he cerrado bien el gas, si he enviado bien el email, si he lavado bien la ropa, si he contado bien el dinero); de daño o agresividad (asfixiar a mi bebé o imágenes de autólisis); de contaminación (si me contaminaré por no lavarme bien las manos, si se contagiará un familiar por mi culpa, por usar ropa contaminada, si me contaminaré al acerarme a un determinado objeto del suelo en la calle); sexuales (imágenes de relaciones sexuales contrarias a sus preferencias o aberrantes); o religiosos (blasfemias).

Producto del malestar que provocan tales obsesiones, los individuos hacen todo lo que pueden por eliminarlas de su mente. Para conseguirlo, realizan diversos procedimientos que pueden ser tanto internos, es decir, mentales, como externos, o conductas que se pueden observar. 

Los más habituales son: comprobaciones repetitivas (comprobar varias veces una cuenta, regresar para ver si he atropellado a alguien o no; lavarse durante largo tiempo y de forma intensa; limpiar una y otra vez las mismas cosas u objetos, la ropa, los zapatos, el móvil); evitar conductas habituales para no contaminarse (dejar las bolsas del mercado en la repisa de la cocina o saludar dando la mano); pensar en la imagen contraria ante pensamientos agresivos o rezar durante cierto tiempo, aunque no sea muy creyente; evitar situaciones y guardar objetos potencialmente dañinos (esconder cuchillos, evitar estar en sitios altos); evitar el contacto afectivo normal ante obsesiones sexuales; llevar a cabo rituales repetitivos de cualquier tipo (dar un determinado número de toques a los muebles para prevenir algún mal, dar la vuelta tres veces a cada prenda al vestirse y desvestirse); o seguir determinadas secuencias y orden en tareas cotidianas, como asearse, tener que alinear y ordenar los objetos de determinada forma (la cubertería, vasos y tazas en los armarios).

Lo que busca la persona que realiza estas u otras conductas compulsivas es, naturalmente, reducir ese terrible malestar y librarse de esos pensamientos y de sus consecuencias tan temidas. El problema es que, sin saberlo, estas conductas en realidad refuerzan las obsesiones.

El rescate momentáneo no les exime, en modo alguno, de la posibilidad de que vuelvan a aparecer tales pensamientos, es más, la mente entra en una especie de círculo vicioso del que no sabe cómo salir. 


Los casos de Poncio Pilatos y Lady Macbeth

En el libro titulado Triunfo Personal, de Joanna de Ângelis y psicografiado por Divaldo Pereira Franco, la noble mentora nos recuerda el caso de Poncio Pilatos quien, después de dejar asesinar a Jesús, aun reconociendo su inocencia, manifestó un cuadro obsesivo compulsivo que pasó a la historia y que consistía, como sabemos, en lavarse las manos compulsivamente, pensando que seguían manchadas de la sangre del Inocente. Joanna nos cuenta que la desdicha de Pilatos tan sólo acabó en el momento de su muerte, provocada voluntariamente al tirarse al cráter de un volcán extinto en Suiza.

Otro caso conocido es el de Lady Macbeth, personaje ficticio de William Shakespeare. Tras asesinar al rey, incitada por su malvado marido, el noble escocés Lord Macbeth, sufrió un conflicto similar al de Pilatos, pues sus manos le parecían siempre sucias de la sangre de su víctima. 

Joanna traza reflexiones interesantísimas en el breve capítulo que dedica al TOC en Triunfo Personal. Subraya que, las personas portadoras de estos pensamientos obsesivos, se caracterizan por la rigidez de su conducta, por las exigencias hacia los demás y hacia ellos mismos. Explica la mentora: “son portadores, en general, de sentimientos nobles, confiados y dedicados al trabajo, que ejercen hasta en exceso. No obstante -continua-, fueron víctimas de un ambiente emocional duramente severo, tras el parto y especialmente en la infancia, cuando sufrieron imposiciones exageradas y tuvieron que obedecer sin pensar, única manera de verse libres de los castigos de los adultos. Sintiéndose obligados a reprimir las emociones y los sentimientos, se volvieron ambivalentes y evitativos”.

El vínculo del trastorno con equivocaciones pretéritas, de vidas anteriores, es un factor a tener en cuenta en la interpretación espírita de las causas. Tales deudas inscritas en la contabilidad del espíritu son reclamadas por entidades que no consiguieron superar el resentimiento, como aclara Joana: “porque permanece impresa en los paneles del inconsciente personal, en los pliegues del periespíritu, la deuda moral, los pacientes asimilan las ondas mentales de sus antiguas víctimas, que son convertidas en sensaciones penosas, en forma de conciencia de culpa -lavarse las manos, desinfectarse en demasía, sentir su cuerpo siempre sucio-, tanto como la detección de olores pútridos -activación de la pituitaria por el psiquismo que siente la necesidad de reparación-, que son exteriorizados por los cobradores espirituales que padecieron exulceraciones profundas, pudriéndose en vida antes que la muerte viniera a liberarlos de la pungente situación”.


Comprender mejor el TOC

Todos, absolutamente todos, tenemos de vez en cuando pensamientos intrusos de contenido más o menos molesto, que no tienen por qué transformarse en obsesiones. La gran diferencia, la clave, está cómo se interpretan tales ideas y en lo repetitivas que lleguen a convertirse. 

En este sentido, Amparo Belloch resalta que en el origen de este trastorno encontramos fenómenos psicológicos comunes, cotidianos, que se transforman en obsesiones a través de un proceso complejo que no comienza de un día para otro.

En este proceso, desempeñan un papel fundamental las interpretaciones y las valoraciones que se hacen de los pensamientos, así como las estrategias que se utilizan para neutralizarlos. Sobre todo, darles demasiada importancia, creérselos, rechazarlos con miedo o angustia, y hacer algo diferente, repetidamente, para aliviar esas sensaciones perturbadoras.


Epidemiología y evolución

Como decíamos, prácticamente todos tenemos pensamientos, imágenes o impulsos con los mismos contenidos que las obsesiones y sólo en un porcentaje muy pequeño de personas, aproximadamente un 2% de la población, se convierten en obsesiones. Se estima que unas 450.000 personas lo padecen en España.

El TOC, al implicar ese círculo vicioso entre el pensamiento y la compulsión, se puede cronificar con el tiempo. En muchos casos, interfiere gravemente en el día a día de las personas, convirtiéndose en algo muy incapacitante y generando conflictos familiares importantes antes de lograr acudir a un profesional.

Las personas que lo padecen pueden darse cuenta enseguida de que tienen un problema, aun así, muchas se sienten tan avergonzadas por el contenido de sus obsesiones, que lo ocultan, incluso le quitan importancia y piensan que con su fuerza de voluntad conseguirán superarlo. 

En otras ocasiones, el problema se instala poco a poco, empezando por manías o comportamientos para nada extremos, pero que llegan a ser problemáticos a medio y largo plazo, por la cantidad de horas que hacen perder a quienes lo sufren.


El tratamiento

Felizmente, existen tratamientos psicológicos y farmacológicos muy bien definidos para el TOC. 

Desde la terapia cognitivo-conductual tratamos de modificar los dos elementos que alimentan el problema: por un lado, las valoraciones y las interpretaciones distorsionadas de los pensamientos intrusos; por otro, las estrategias fallidas que emplea el afectado para aliviarse. Requerirá trabajo y esfuerzo, cambiar ciertos hábitos mentales y comportamentales muy arraigados. Pero puede lograrse. 

Si se cuenta con la ayuda del Centro Espírita, mejor. En el libro Triunfo Personal, la noble mentora aconseja la terapia bioenergética, por incidir en profundidad sobre los registros periespituales, con el fin de cortar los lazos vibratorios innecesarios y paralelamente, tratar a las entidades cobradoras.


Algunos consejos finales

Una paciente muy querida, que superó sus problemas con dedicación y paciencia, me escribió una carta al finalizar la terapia con algunos consejos que os comparto aquí:

1. Infórmate. Aunque suene contradictorio, es frecuente intentar no pensar en lo que está sucediendo, pero para empezar a trabajar las obsesiones es necesario leer, informarse, pedir ayuda. Debemos saber cuál es la explicación psicológica del trastorno y buscar información sobre el tratamiento. Recomiendo la lectura del libro de Amparo Belloch al que me he referido anteriormente, basado en datos científicos y en una amplia experiencia terapéutica. 

2. No lo escondas, cuéntalo. Tómate la libertad de contarle tu problema a las personas más allegadas a ti. Ellos no te van a juzgar y te darás cuenta de que te quieren y te valoran por quién eres y no por el problema que padeces.

3. Acéptate incondicionalmente. Como apunta Windy Dryden en su libro Acéptate a ti mismo, como seres humanos, en nuestra esencia está el errar. Somos imperfectos, únicos y cambiantes y tan complejos que no podemos calificarnos de manera global. Es decir, no podemos afirmar que somos personas inferiores por padecer este trastorno porque no estaríamos en lo cierto. 

4. Oración y meditación. A menudo, somos nuestros peores jueces. Trátate como le tratarías a tu mejor amiga o amigo. Cuida tu mente y tu cuerpo. Esto te ayudará a estar mejor contigo mismo y a quererte más y mejor. Estas prácticas te ayudarán a mantener un estado de consciencia plena en diferentes situaciones y a disfrutar del momento, sin que tengamos el foco puesto en nosotros mismos y en nuestro problema. Además, reducirá tu ansiedad. 

5. Ver las mejoras, porque las hay. Sabemos que no es un camino fácil. Durante el tiempo en el que estemos trabajando el TOC o cualquier otro trastorno, gozaremos de avances, pero también sufriremos retrocesos. Recomiendo escribir diariamente un avance que hayamos tenido durante el día. Por muy insignificante que parezca, nos ayuda a ver que poco a poco progresamos y esto nos da ánimos para seguir con fuerza.

Si estás leyendo este artículo y reconoces alguno de estos patrones en tu vida, contacta con un especialista para evaluar tu situación. Si lo deseas, puedes escribirnos a la redacción de Visión Espírita y te ayudaremos a encontrarlo.


Las revoluciones del planeta

Por  Alvaro Vélez Pareja 


En el libro La Génesis, Los Milagros y Las Predicciones según el Espiritismo, Capítulo IX, Allan Kardec nos presenta una visión científica y explicativa sobre las revoluciones periódicas, parciales y generales que ha sufrido la Tierra a través de las Eras y de su desarrollo geológico, así como los cataclismos futuros que podrían acontecer, descritos según los conocimientos, investigaciones y conceptos propios de la ciencia de mediados del siglo XIX. Indudablemente, si fuesen abordados y redactados en los tiempos modernos, tendrían una terminología y un enfoque acorde con lo que hoy se sabe sobre el origen, la formación y el estado de nuestro planeta. Sin embargo, es de admirar como, en términos generales, su descripción es bastante aproximada y, en varios aspectos, cobra vigencia ante los acontecimientos actuales que estamos viviendo, no solo en el sentido geológico, sino ecológico, social, político y moral, en que se ve más claramente la interacción e interdependencia de todos estos factores que ya nunca más podrían ser abordados independientemente, a riesgo de llegar a conclusiones parciales.


A la luz de Doctrina Espírita, transmitida mediúmnicamente por Espíritus superiores y los hallazgos de la ciencia actual, vamos comprendiendo más claramente todos los procesos evolutivos que ha experimentado nuestro planeta desde su formación primera. No obstante, ya no podrían ser vistos ni analizados separados de los factores biológicos, sociales y espirituales concomitantes, lo cual es absolutamente necesario para tener una visión integral y direccional en la que vemos la Tierra como un valioso mundo temporal y transitorio, como morada de un inmenso número de Espíritus en evolución, de una gran diversidad de niveles, encaminados gradualmente hacia estados cada vez más elevados de perfeccionamiento y trascendencia. 


Nuestro planeta, desde sus iniciales momentos de conformación atómica y molecular, ha pasado por innumerables cambios graduales; algunos súbitos y violentos, otros regulares y periódicos, hasta la Era actual en donde hasta cierto punto, la Tierra se ha mantenido en un relativo período de estabilidad, como expresa Allan Kardec: “Los períodos geológicos marcan las fases del aspecto general del globo, como consecuencia de sus transformaciones. Pero, con excepción del período diluviano, que lleva impreso los caracteres de un cambio súbito, todos los restantes se cumplieron con lentitud y sin transiciones bruscas. Durante todo el tiempo que los elementos constitutivos del globo tardaron en encontrar su lugar definitivo, los cambios deben haber sido generales. Una vez consolidada la base, sólo debieron producirse modificaciones parciales en la superficie… Físicamente, la Tierra ha pasado por las convulsiones de la infancia. Desde ese momento en adelante entró en un período de relativa estabilidad: el del progreso normal, que se cumple por el acontecer regular de los mismos fenómenos físicos y el concurso inteligente del hombre”. (La Génesis, Cap. XIX, nºs. 1 y 14). 


Indiscutiblemente, en virtud del instinto de conservación y por reacción natural y racional, el hombre, los pueblos y la humanidad en general siempre sintieron el rigor y los efectos destructivos y dolorosos de tales revoluciones y catástrofes, ya fueran súbitas o regulares, causándoles vicisitudes materiales, sociales y morales que los afectaron profundamente. Al respecto, la mentora espiritual Juana de Ángelis, en su libro Después de la Tempestad, capítulo 1, expresó: “Con frecuencia regular, la Tierra se ve visitada por catástrofes diversas que dejan rastros de sangre, luto y dolor, en vehemente invitación a la meditación de los hombres. Consecuencia natural de la Ley de destrucción que enseña que la renovación de las formas faculta la evolución de los seres y siempre consigue producir impactos, gracias a la fuerza devastadora de que se revisten.  Cataclismos sísmicos y revoluciones geológicas que irrumpen voluptuosas en forma de terremotos, maremotos y erupciones volcánicas obedecen al impositivo de las adaptaciones, acomodaciones y estructuración de las diversas camadas de la Tierra, en su tránsito de “mundo expiatorio” hacia “mundo regenerador”.


Como es natural, el ser humano recibe y asume las convulsiones geológicas como eventos destructivos y dolorosos, por la devastación que ocasionan y por eso solemos preguntarnos: ¿es necesaria la destrucción y por qué? Recordemos lo que Kardec preguntó a los Espíritus sabios y lo que ellos le respondieron en El Libro de los Espíritus, en la pregunta 728: “¿La destrucción es una ley de la Naturaleza?

Es preciso que todo se destruya para que renazca y sea regenerado, porque lo que llamáis destrucción no es más que una transformación, cuyo objeto es la renovación y mejoramiento de los seres vivientes”.


Esto es comprensible, haciendo alusión a nuestro planeta Tierra como mundo de expiación y prueba, pero ¿será necesario en los mundos superiores?. La respuesta a la pregunta 732, ¿La necesidad de destrucción es la misma en todos los mundos?, es la siguiente:

“Es proporcional al estado más o menos material de los mundos, y cesa en un estado físico y moral más depurado. En los mundos más adelantados que el vuestro, las condiciones de existencia son otras”.


Y si acaso muchos vieron o siguen viendo estas convulsiones de la naturaleza como “castigo” de Dios por la conducta del hombre, Kardec quiso despejar las dudas, con la pregunta 737, en el mismo sentido:  “¿Con qué objeto castiga Dios a la humanidad con calamidades destructoras?           

«Para hacerla adelantar con más rapidez. ¿No hemos dicho que la destrucción es necesaria para la regeneración moral de los espíritus, que adquieren en cada nueva existencia un nuevo grado de perfección? Es preciso ver el fin para apreciar los resultados. Vosotros no los juzgáis más que desde vuestro punto de vista personal, y los llamáis calamidades a consecuencia del perjuicio que os ocasionan; pero estos trastornos son necesarios a veces para hacer que se establezca más prontamente un orden de cosas mejor y en algunos años lo que hubiese exigido muchos siglos».


Es oportuno recordar que la Doctrina Espírita nos trajo un nuevo paradigma en nuestra forma de pensar y de ver las cosas, incluyendo en el concepto de Dios, ya no más como un ser castigador sino como la inteligencia suprema, causa primera de todo lo existente, infinito en perfecciones, infinitamente justo, sabio y misericordioso, el Dios de Amor. En este sentido, es justo ver que muchos desequilibrios que actualmente vemos en los diversos reinos de la naturaleza han sido provocados por la acción desconsiderada, inconsecuente e irresponsable del ser humano y que es natural que se originen consecuencias violentas, desastrosas y dolorosas hacia el propio hombre, en el marco de la ley de causa y efecto.


Está más que claro, que la necesidad de la destrucción está en proporción al estado físico, moral y espiritual de los mundos y sus respectivos habitantes, pero cesa en los mundos claramente superiores. En consecuencia, Kardec pregunto a los Espíritus superiores si esa necesidad de destrucción existiría siempre en nuestro mundo, a lo que ellos respondieron en la pregunta 733:  “La necesidad de destrucción se debilita en el hombre a medida que el Espíritu se sobrepone a la materia, y por esto veis como al horror a la destrucción sigue el desarrollo intelectual y moral”.


Es oportuno concluir que, estando la Tierra y la humanidad en pleno proceso de transición de un mundo de expiación y prueba hacia un mundo de regeneración, es consecuente que sigan ocurriendo catástrofes, calamidades y convulsiones geológicas y ecológicas. No obstante, como lo señaló Kardec en diversas oportunidades, las convulsiones “serán morales y sociales antes que físicas”. Por eso, si queremos estar acordes con el estado del mundo de regeneración al cual nos encaminamos gradualmente, es necesario que sigamos elaborando y construyendo internamente nuestra propia regeneración moral y espiritual. 

Las causas de la obsesión

Por Flávia Roggerio


En la edición anterior explicamos cómo los Espíritus pueden influenciar de diferentes maneras en nuestras vidas y comentamos los medios eficaces de prevenir y curar las obsesiones. 

Ahora vamos a tratar de entender las diferentes causas de la obsesión.

Recordemos que la obsesión es el dominio que algunos Espíritus logran adquirir sobre ciertas personas y, que siempre es practicada por Espíritus ignorantes. Presenta condiciones diversas, que es necesario distinguir y que resultan del grado del constreñimiento y de la naturaleza de los efectos que produce. 

En  general, la obsesión tiene cuatro causas: 

a) Las causas morales provocadas por la mala conducta del individuo en la vida cotidiana. 

Al andar mal por la vida y con las personas, estaremos sintonizando nuestro pensamiento con los Espíritus inferiores y los atraeremos hacia nosotros. De ese intercambio de influencias puede nacer una obsesión. Vicios mundanos: como el cigarrillo, la bebida en exceso, el orgullo, el egoísmo, la maledicencia, la violencia, la avaricia, la sensualidad enfermiza y la lujuria pueden unirnos a entidades espirituales infelices.

b) Las causas relativas al pasado, provenientes del proceso de evolución a que todos los Espíritus están sujetos. 

En sus experiencias reencarnatorias, por ignorancia o libre albedrío, un ser puede cometer fallos graves en perjuicio del prójimo. Si la desavenencia entre ellos genera rabia, el desentendimiento puede perdurar durante varias encarnaciones llegando al odio, a peleas, a deseos descontrolados de venganza y persecución. Casos así pueden dar origen a procesos obsesivos tenaces. Verdugos y víctimas continúan alimentando los sentimientos de rencor el  uno al otro. 

c) Las contaminaciones espirituales que suceden cuando una persona frecuenta o simplemente visita ambientes donde predomina la influencia de Espíritus inferiores. 

Los lugares donde se practica la hechicería son propensos a contaminaciones obsesivas, si hay afinidad moral con el ambiente. Espíritus atrasados, vinculados al lugar donde la persona fue, se envuelven en su vida mental, perjudicándola. 

d) La causa anímica o auto-obsesión causadas por una influencia mórbida residente en la mente del propio paciente. 

A causa de vicios de comportamiento se cultivan padrones enfermizos de pensamientos que causan desequilibrio en las áreas emocionales. Muchas tendencias auto-obsesivas, proceden de experiencias desdichadas relacionadas a vidas pasadas del enfermo. Angustias, depresiones, manías de persecución o carencias inexplicables pueden ser parte del proceso auto-obsesivo.

En resumen. La obsesión es considerada factor primario cuando una persona sufre acción directa de un perseguidor espiritual. Como factor secundario, están las imperfecciones morales y vicios de cualquier naturaleza, una vez que el individuo se complace en mantener sintonía mental con entidades que presentan las mismas tendencias/inclinaciones y gustos. Entretanto, de una forma u otra la obsesión conduce a la persona a decadencias morales ya que sus estructuras mentales y su pensamiento son continuadamente sometidos a influencias perniciosas, propias o ajenas, que producen en consecuencia aturdimiento de raciocinio, de ideas, de emociones y de sentidos. Los sentidos perdidos conducen fatalmente a la confusión y al desvarío. 

Cualquier persona está sujeta a la obsesión, pero, según Allan Kardec, el codificador del Espiritismo, la obsesión es una de las mayores dificultades que la práctica espirita puede presentar, pues los trabajadores mediúmnicos están sujetos a la constante intervención de los Espíritus. 

Existen 9 señales muy evidentes de un proceso obsesivo, aplicados tanto al médium, propiamente dicho, es decir, aquel que es el portador de mediumnidad de efectos patentes (psicofonía, psicografía, videncia, etc. – ver ediciones anteriores) como a cualquier otro trabajador de una reunión mediúmnica:

Persistencia de un Espíritu en comunicarse, quiera o no el médium, por la escritura, audición, tiptología, etc., oponiéndose a que otros Espíritus lo hagan;

Ilusión que, no obstante la inteligencia del médium, le impide reconocer la falsedad y el ridículo de las comunicaciones que recibe;

Creencia en la fiabilidad e identidad absoluta de los Espíritus que se comunican y que, bajo nombres respetables y venerables, dicen cosas falsas y absurdas;

Confianza del médium en los cumplidos que le hacen los Espíritus que por él se comunican;

Disposición para alejarse de las personas que pueden darle consejos útiles;

Mala reacción a las críticas de las comunicaciones que recibe;

Necesidad incesante e inoportuna de escribir o manifestarse por otro tipo de mediumnidad;

Cualquier retraimiento físico que domine la voluntad del médium y lo obligue a hablar o actuar en contra de su voluntad;

Ruidos y perturbaciones continuadas a su alrededor, de las cuales él es la causa u objeto. 


En la obra “La Génesis”, Kardec dice: “Así como  las molestias resultan de imperfecciones físicas que tornan el cuerpo accesible a las influencias perniciosas externas, la obsesión sucede siempre de una imperfección moral, que da paso a un mal Espíritu. A una causa física, se opone una fuerza física; a una causa moral se contrapone una fuerza moral. Para preservarlo de las enfermedades es preciso fortificarlo; para garantizar el alma contra la obsesión es necesario fortalecerla. De esto surge la necesidad del obsesado trabajar por su propia mejora, lo que en casi todos los casos, es suficiente para librarlo del obsesor, sin el socorro de terceros. Esta ayuda se torna necesaria cuando la obsesión degenera en subyugación y en posesión (entendida aquí como una subyugación grave), porque en estos casos el paciente pierde la voluntad y el libre albedrío.” 

André Luiz, mentor espiritual del médium brasileño Chico Xavier, aclara.... “Tal vez te veas en cualquier estado de introducción al desequilibrio espiritual, a punto de caer bajo cadenas obsesivas....Pero, si realmente deseas librarte, debes comprender, ante todo, que precisas de aclaración y amparo. Entretanto, para que obtengas luz y auxilio, es indispensable que tomes dos actitudes imprescindibles: Estudiar y razonar, con el fin de instruir.”

domingo, 27 de septiembre de 2020

Visión Espírita. Año 11 | nº 45 | Otoño

 ¡Extra, extra!

Os entregamos una nueva edición de nuestra revista digital Visión Espírita.
... nuevos aires, ¡nueva cara!



VISIÓN ESPÍRITA

AÑO 11  | Nº 45  |  OTOÑO




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COVID-19: ¿Una oportunidad perdida?

Humberto Werdine 


Estoy escribiendo este texto en los primeros días de septiembre de 2020, en el auge del inicio de la segunda ola del virus COVID 19, aquí en Europa. Mi familia fue alcanzada, mi esposa y una de mis hijas. Mi hija está prácticamente recuperada y mi esposa se recupera poco a poco. Ninguna de ellas necesitó ingreso hospitalario. Agradezco a Dios todos los días por su recuperación. Tengo amigos que han sufrido mucho con este virus. Unos tuvieron que ser entubados y se recuperaron después de muchas semanas de angustia y dolor. Otros, no tuvieron la misma suerte y fallecieron. Todos los que partieron eran de una edad parecida a la mía, entrados ya los 60 años. Esta misma semana, una querida amiga me envió un mensaje a mi whatsapp privado, calificando a esta enfermedad de maldita. He recibido varios comentarios parecidos de muchas y diversas personas que usan un adjetivo similar para esta enfermedad y, algunos, cuestionando por qué Dios habría mandado una enfermedad tan perniciosa. Vi muchas publicaciones en Internet que hacían referencia al capítulo Flagelos destructores del Libro de los Espíritus, específicamente en las respuestas a las preguntas 737 a 741. En este punto me gustaría dejar un espacio para la reflexión de quién quiera leer este artículo. 


Esta pandemia actual del COVID-19, hasta ahora, está muy lejos de ser un flagelo destructor. Para las familias que perdieron sus seres queridos, casi 900 mil en todo el mundo, hasta hoy, esta dolencia es muy devastadora, esto es innegable. Somos también conocedores, por los mensajes de los espíritus nobles, que todas estas personas están siendo amparadas en las diversas colonias espirituales que circundan nuestro planeta y estos es, para nosotros espíritas, un gran consuelo. Pero, como estaba diciendo, este virus hasta ahora está lejos de ser considerado un flagelo destructor y tampoco es una dolencia maldita o un castigo de Dios, como también escuché a algunas personas relacionadas a las religiones cristianas más fundamentalistas. 


Cien años atrás, sí hubo un flagelo bastante destructor que fue la gripe española, que infectó a 500 millones de personas, un poco más de un cuarto de la población mundial en aquel momento, y mató a más de 50 millones de personas. Es interesante informar que el sobrenombre de española se debió a una censura impuesta a la divulgación de esta enfermedad por los países recién salidos de la primera guerra mundial, que por sí misma había causado más de 17 millones de víctimas. Cuando la gripe Influenza llegó, causada por el virus N1H1, con una incidencia enorme, estas autoridades decidieron silenciar su ferocidad para no agravar aún más los dolores de aquellos pueblos que perdieron a millones de sus hijos e hijas en aquella guerra. Y las noticias llegaban solamente de España, que había permanecido neutral en la guerra y, por tanto, de ahí el nombre de gripe española. Si extrapolamos, para comprender estas cifras, considerando que el COVID hubiese tenido la misma incidencia y ferocidad del N1H1 de la gripe española, el mundo habría tenido, en esta pandemia, casi 2 billones de personas contagiadas y cerca de 200 millones de fallecidos, ¡un Brasil entero! 


¡Esto, sí habría sido un flagelo universal y una catástrofe mundial! Cada familia del planeta hubiese tenido, muy probablemente, una persona alcanzada por el virus y, la economía mundial entraría en colapso total. Tal vez, el hambre habría alcanzado a los países más ricos y este flagelo podría ser el divisor de aguas para el desarrollo de la solidaridad universal y un nuevo orden social. Los Espíritus nobles, al contestar a las preguntas que expusimos más arriba de Kardec, respondieron que la gran razón de ser de estos flagelos es un avance más rápido del progreso moral y material de la humanidad, como oportunidades para la solidaridad y para el avance de la ciencia en el descubrimiento de remedios y vacunas. En otras palabras, el mundo daría un salto en la dirección de una mayor solidaridad y de avances en la medicina para la cura de enfermedades después de estos flagelos. Ahora, la Espiritualidad Superior, con pena y gran amor por nosotros, nos ofrece un flagelo destructivo menor, para que aprovechemos las lecciones del gran sufrimiento derivado y ataque mundial de este virus, que no respeta fronteras, pero es pequeño en su voracidad. 


Pero, infelizmente, lo que vemos a diario en los medios de comunicación, son gobiernos en todo el mundo usando políticamente las dañinas consecuencias de esta pandemia. Vemos laboratorios de todo el mundo compitiendo entre sí, gastando fortunas, centenas de millones de dólares, para conseguir comercializar primero sus vacunas y, con esto, recuperar sus pérdidas, obteniendo ganancias astronómicas a costa de la pandemia. Estas aglomeraciones empresariales y estos gobiernos que las promueven están usando lamentablemente esta pandemia como una oportunidad de ganancia electoral y de preeminencia científica y económica.


Según mi visión de esta pandemia actual – un flagelo menor, es la de que la Espiritualidad amiga nos está dando una oportunidad única para que –sin la llegada de un virus destructor como el de la gripe española- un flagelo mayor, nosotros nos solidarizásemos más, nos uniésemos más; que comprendamos que todos somos iguales, ricos o pobres y de cualquier color de piel, y el virus nos ataca de igual manera. Es claro que, los más adinerados pueden tener un hospital mejor, pero el ataque del virus es igual, independientemente de la clase social. Esto debería haber servido para acaparar la atención de todos nosotros. Debiéramos haber aprovechado esta oportunidad para vivir más en familia, haber sentido más la importancia de un abrazo, estar junto a nuestros hijos junto a nuestros padres y abuelos, aprovechar más el tiempo juntos para rehacer planes, repensar nuestra vida y nuestros valores. 


Los gobernantes deberían haber visto la oportunidad que les ha sido dada para que los diferentes gobiernos se uniesen contra un enemigo común y promoviesen una lucha integrada para el desarrollo de una vacuna universal, aplicable a todos los ciudadanos del mundo. Ciertamente, el coste financiero y de recursos humanos hubieran sido mucho menores y la eficacia y rapidez de su desarrollo habrían sido mayores. 


El Presidente Carlos Alvarado de Costa Rica fue uno de los pocos jefes de estado que en un momento de lucidez y comprensión, nos dijo: “La pandemia COVID-19 mostrará un antes y un después en la historia de la humanidad, no solo en términos de nuestros sistemas de salud, sino también para trabajar juntos y para las relaciones entre las personas, porque a pesar de la crisis que enfrentamos, tenemos la oportunidad de tomar decisiones conjuntas que cambiarán para siempre el futuro de la población mundial a corto y medio plazo.” 


Y la escritora india Arundhati Roy fue muy clara cuando expresó: “Históricamente, las pandemias forzaron a los humanos a romper con el pasado y a imaginar un mundo nuevo. Esta no es diferente. Es un portal, es un pasaje entre un mundo y el otro. Podemos escoger caminar por él, arrastrando los cadáveres de nuestros preconceptos y odio, nuestra avaricia, nuestros bancos de datos e ideas muertas, nuestros ríos muertos y cielos contaminados, marcha atrás, o podemos caminar con levedad, con poco equipaje, listos para imaginar otro mundo. Y listos para luchar por eso.” 


Pero no está ocurriendo así. Hubo mucha solidaridad, sí, pero fue puntual y no institucional. Los gobiernos y los gobernantes del mundo y los grandes laboratorios no se unieron; no hubo la solidaridad esperada por la espiritualidad, y el egoísmo y la búsqueda de ganancias que una posible vacuna irá a proporcionar, fueron el leit-motiv que están por detrás de las acciones que vemos en los periódicos. El Papa Francisco, mostrando su frustración y decepción nos dijo recientemente: “Sería muy triste si la prioridad de la vacuna COVID-19, fuese ofrecida a los más ricos. Sería triste si esa vacuna se tornase propiedad de esta nación o de aquella otra, en lugar de ser universal y para todos. La pandemia reveló la difícil situación de los pobres y la gran desigualdad que reina en el mundo”. 


Nosotros, espíritas, aprovechamos esta pandemia para hablar de las señales de un planeta de regeneración que están en gestación. Pero surgen preguntas: ¿será que nosotros estamos aprovechando esta oportunidad para realmente repensar nuestras acciones y siendo así, poder salir de esta crisis más livianos, propensos a perdonar más, a tolerar más? ¿Será que la lección dejada por Jesús de caminar una milla más, de hacer siempre un poco más, está siendo aprovechada o será aprovechada después de la pandemia? ¿O tendremos que esperar una segunda, tercera, cuarta ola cada vez más dañina de esta pandemia, u otra más grave, para que finalmente nos acordemos? Si los gobernantes quieren su reelección a cualquier precio, si los laboratorios buscan sus lucros abusivos, todo esto es problema de ellos. Ahora, si nosotros no hacemos nuestra parte, aprovechando este tiempo para salir mejores seres humanos, esto en realidad, es problema única y exclusivamente nuestro. ¡Es el momento de una gran reflexión! Creo que es momento de recordar las palabras del Espíritu de Verdad, en el Evangelio según el Espiritismo:

 

“Trabajemos juntos y unamos nuestros esfuerzos, a fin de que el Señor, al llegar, encuentre acabada la Obra”, por cuanto el Señor les dirá: “¡Venid a mí, vosotros que sois buenos servidores, vosotros que supisteis imponer el silencio a vuestros celos y vuestras discordias, a fin de que la Obra no fuera dañada!” Pero, ¡Ay de aquellos que, a causa de sus disensiones, hubieran retardado la hora de la cosecha, pues la tempestad vendrá y ellos serán arrastrados por el torbellino!” 


Esta pandemia nos está dando oportunidades inmensas para que podamos repensar nuestras acciones y, por tanto, podamos desarrollar el silencio a nuestros celos y a nuestras discordias. ¿Por qué no detenemos nuestros egoísmos y preconceptos? ¿Por qué no aprovechamos este tiempo? ¡Jesús tiene prisa!


El dormir y los sueños

Jordi Santandreu Lorite



Allan Kardec interrogó a los Espíritus acerca del dormir y de los sueños, como no podía ser de otra manera, ya que desde tiempos inmemoriales el Ser Humano ha asociado el dormir con traspasar una puerta velada por el oscuro manto de la materia. Lo que se supone que hay detrás de ese umbral se ha interpretado de maneras diferentes según la época y el lugar.

Los sueños han estado asociados, en general, a la dimensión espiritual de la vida, al más allá. En todas las tradiciones antiguas, desde la Grecia de Platón y Sócrates, a la India de los Upanishads, pasando por el Egipto de los faraones, el mundo de los sueños era aquél en el que dioses y humanos podían reencontrarse.

En el Antiguo Testamento hay numerosas referencias a sueños proféticos, como el de Abraham o el de Jacob, que soñó con “una escalera apoyada en tierra, que en su extremo llegaba al cielo. Ángeles subían y bajaban por ella. Jehová, que estaba en lo alto, dijo: Yo soy Jehová, el Dios de Abraham y el de Isaac: la tierra en la que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia”.

En el Nuevo Testamento no hay tantas referencias, únicamente en Mateo. En una de ellas (1:20) podemos leer: “He aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor, diciendo: José, hijo de David, no temas recibir a María como esposa, porque lo que se ha engendrado en ella es del Espíritu Santo. Y dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús”. 

Como en muchos otros casos, los Espíritus vienen a recordarnos y a ampliar lo que hasta el momento la tradición judeo-cristiana conocía sobre los sueños. Pero primero, veamos qué nos dice la ciencia.


El dormir y el sueño según la ciencia

La ciencia, como podemos suponer, se encarga mayormente del sueño como fenómeno fisiológico, cuya misión es la de favorecer el descanso y el reequilibrio de numerosos procesos físicos y psicológicos. 

El ensueño, en particular, es ese proceso mediante el cual, mientras los órganos de los sentidos y otras funciones fisiológicas permanecen en un estado temporal de suspensión, el cerebro produce ciertas imágenes, sonidos e incluso sensaciones. 

Según el neurobiólogo y catedrático de la Universidad de Salamanca, José Alonso, necesitamos en torno a ocho horas de sueño para que éste nos resulte suficientemente reparador. Dormir menos horas o de forma interrumpida puede acarrear consecuencias negativas incluso a corto plazo.

Según Alonso, la fase del sueño conocida como REM (rapid eye movement, movimientos rápidos de los ojos) interviene en nuestra capacidad para superar los sentimientos negativos, leer adecuadamente las emociones de otras personas y resolver problemas cotidianos.

Nos asegura el catedrático que “si nuestro sueño se interrumpe no tenemos tiempo suficiente para realizar las actividades restauradoras de la noche y podemos sufrir alteraciones en nuestros procesos cognitivos y emocionales. Un sueño discontinuo rebaja sensiblemente nuestro estado de ánimo”. 

La falta de sueño afecta además al sistema inmunológico, reduciendo su capacidad, contribuyendo a la obesidad, la diabetes, el cáncer e incluso provocando muertes prematuras, con una probabilidad mayor de sufrir infartos e ictus. Curiosamente, también se ha calculado el impacto del insomnio en la economía: dormir mal provoca una caída del 2 % del PIB.


La producción de imágenes durante el sueño

Una de las hipótesis neurocientíficas más aceptada sugiere que las percepciones que se producen durante el sueño se deben a la activación de una zona determinada de la base cerebro llamada pontino, situada entre el bulbo raquídeo y el cerebro medio. Se ha comprobado que, cuando una persona sueña, las células nerviosas de esta región se activan hasta cuarenta veces más que durante la vigilia. 

Las creaciones mentales se alimentarían del contenido de nuestra memoria y de las propias sensaciones corporales durante el dormir, que el cuerpo trata de interpretar, como la humedad, el calor, los ruidos, el contacto con la ropa de cama, etc. 

La producción de imágenes por parte las células pontinas no sigue un patrón coherente, es decir, son producto de una especie de selección arbitraria, al menos en lo que respecta al significado. La mente, cuando esto se produce, trata de dar coherencia al conjunto de esas imágenes, inventando una trama para rellenar los huecos. 

La parálisis del sueño, un fenómeno fugaz y transitorio que se da por lo menos una vez en la vida en más de la mitad de la población, recibe una explicación que se ajusta a este paradigma neurofisiológico: durante los breves pero angustiosos segundos en los que notamos que estamos despiertos pero sin poder mover del cuerpo, las áreas motoras del cerebro se activan con un ligero retraso en relación a la conciencia de vigilia. No existe peligro alguno para la vida, pues los procesos autónomos como la respiración o los latidos del corazón no se interrumpen, aunque es natural sobresaltarse.


La interpretación del significado de los sueños

Decía Freud en su gran obra La interpretación de los sueños, de 1899: “en tiempos que podríamos llamar precientíficos, la explicación de los sueños era para los hombres cosa corriente. Lo que de ellos recordaban al despertar era interpretado como una manifestación benigna u hostil de poderes supraterrenos, demoníacos o divinos. Con el florecimiento de la ciencia, toda esta significativa mitología se ha transformado en psicología, y actualmente son muy pocos, entre los hombres cultos, los que dudan aún de que los sueños son una propia función psíquica (psico-fisiológica) del durmiente”.

Sigmund Freud fue un reconocido neurólogo y psiquiatra austríaco, que vivió entre 1856 y 1939. Es una figura muy importante en la psicología contemporánea, creador de la escuela Psicoanalítica, que hoy en día sigue teniendo un lugar destacado en la práctica de la psicoterapia.

Muy probablemente, Freud debió conocer el Espiritismo de primera mano. Kardec publicó El Libro de los Espíritus cuando Freud tenía tan sólo un año, y en su madurez, durante la primera década de 1900, hay constancia del interés del padre del Psicoanálisis por los fenómenos mediúnicos: él mismo participó en sesiones de mesas girantes, probablemente más por curiosidad científica que por simpatía por la doctrina.

Con todo, Freud pronto se distanció de cualquier interpretación de los sueños alejada del paradigma materialista. No creía en la religión, más que como una neurosis colectiva, pero sí creía en fenómenos anímicos como la telepatía, tema sobre el que disertó en numerosas ocasiones e incluso sobre el que publicó dos volúmenes: Psicoanálisis y telepatía (1921), y Sueño y telepatía (1922).

Para Freud, los sueños son proyecciones de la mente subconsciente, deseos reprimidos que se mezclan con recuerdos de experiencias remotas y recientes. Los mensajes que nos anuncian se pueden interpretar en relación a esa misma realidad, que la mente consciente no acepta o no es capaz de gestionar. Pensar en los sueños como revelaciones de otra dimensión existencial tan sólo representa, para el médico vienés, un regreso a la superstición de los pueblos primitivos.

Para Carl Gustav Jung, discípulo de Freud y fundador de la Psicología Analítica, sin embargo, reducir el contenido de los sueños a deseos sexuales reprimidos es demasiado simplista, incompleto en todo caso, e incluso ingenuo. Jung incorpora tonalidades más amplias, profundas y complejas, reflejos del inconsciente individual y del colectivo, sede de los arquetipos. Los sueños tienen la finalidad de restaurar el equilibrio psicológico del soñador, incluso preparándolo para futuros acontecimientos que ya amanecen en el horizonte.


¿Qué nos dicen los Espíritus sobre los sueños?

En el capítulo octavo de El Libro de los Espíritus, nos explican que durante el sueño, el alma se separa del cuerpo, liberándose temporalmente de las cadenas que la mantienen presa. El cuerpo permanece reposando, pero el Espíritu “jamás permanece inactivo”, afirman, y haciendo uso de sus facultades restablecidas parcialmente, entra en comunicación con otros Espíritus, sean de este mundo o incluso de otros.

En la pregunta 401 aseveran: los sueños son “casi siempre un recuerdo de los lugares y de las cosas que viste o que verás en otra ocasión”, según tus tendencias naturales, podemos añadir sin miedo a equivocarnos. Nos encontraremos con Espíritus superiores y realizaremos tareas de instrucción o caridad; o bien, procuraremos placeres aún más bajos de los poseemos aquí en la materia. Permaneceremos con amigos nobles, de esta o de otras vidas, disfrutando de momentos de paz y de alegría; o bien con compañeros de aventuras perversas, en lugares hediondos, como podemos leer en el libro Sexo y Obsesión, del Espíritu Manoel Philomeno de Miranda, a través de la psicografía de Divaldo Pereira Franco.

Naturalmente, también hay bellas regiones, lugares en los que nos instruimos o recibimos la orientación de benefactores espirituales, sea en el seno de centros espíritas en el plano material, o en puestos de socorro o colonias del mundo espiritual. Y regiones intermedias, donde por afinidad nos reunimos con espíritus amigos y familiares para conversar amistosamente, o bien con espíritus con los que nos unen lazos de odio y rencor.

Para las almas más evolucionadas, el sueño es como el recreo después de una jornada de trabajo, momento en el que recuperan fuerzas y restablecen lazos con mentores y guías de una naturaleza superior.


¿Por qué en ocasiones no nos acordamos de lo que soñamos? Los Espíritus responden señalando que puede ser porque no estamos en un momento propicio, debido a carencias o dificultades psicológicas o espirituales, o bien por las propias limitaciones de la materia, ya que el cuerpo no siempre tiene la facilidad de retener las impresiones que recibe del periespíritu en sus viajes por el mundo astral. “Frecuentemente, no os resta más que un vago recuerdo de la perturbación que acompaña la partida y el regreso, junto al recuerdo de todo aquello que os preocupa durante la vigilia”. 

En síntesis: existen dos tipos de sueños, afirman los Espíritus: aquellos en los que frecuentamos lugares y personas de acuerdo con la afinidad que nos une a ellos, y en cuyo recuerdo al despertar se mezclan a menudo imágenes relacionadas con preocupaciones y deseos de la vida cotidiana, e incluso imágenes de mundos desconocidos o flashes de vidas pasadas; y, en segundo lugar, los sueños proféticos, reveladores, que se distinguen claramente de los anteriores por su intensidad, su claridad, por las sensaciones agradables y por los símbolos oníricos, que despiertan nuestra más profunda curiosidad.

A modo de conclusión, sintetiza el Codificador en El Evangelio según el Espiritismo:

“El sueño es el descanso del cuerpo, pero el espíritu no tiene necesidad de este descanso. Mientras que los sentidos se adormecen, el alma se desprende en parte de la materia, y goza de las facultades de espíritu. El sueño se le ha dado al hombre para reparar las fuerzas orgánicas y las fuerzas morales. 

Mientras el cuerpo recobra los elementos que ha perdido por la actividad de la vigilia, el espíritu va a fortalecerse entre los otros espíritus: con lo que ve, con lo que oye, y con los consejos que se le dan, adquiere ideas, que vuelve a encontrar al despertar en estado de intuición; es el regreso temporal del desterrado a su verdadera patria; es como el preso a quien se pone en libertad momentáneamente.
Pero suele suceder, como con el preso, que el espíritu no siempre saca provecho de este momento de libertad para su adelantamiento; si tiene malos instintos, en vez de buscar la compañía de los buenos espíritus busca la de sus semejantes, y va a los lugares en donde puede dar curso a sus inclinaciones.
El que esté penetrado de esta verdad, que eleve su pensamiento en el momento que quiera dormirse; que recurra a los consejos de los buenos espíritus y de aquellos cuya memoria le es grata, a fin de que vengan a reunirse a él en el corto intervalo que se le concede, y al despertarse se encontrará más fuerte contra el mal y tendrá más valor contra la adversidad”.