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lunes, 13 de abril de 2020

Una Experiencia Cercana a la Muerte (ECM) comentada por Kardec



Por David Santamaría


En agosto de 1863 Allan Kardec publica, en la sección “Entrevistas familiares desde más allá de la tumba”, de la Revue Spirite, el relato de los últimos momentos de vida y también posterior a su muerte, del Espíritu de un médico llamado Cardon, fallecido en septiembre de 1862. Posteriormente, incorporó este relato en el capítulo III de la segunda parte de su obra El Cielo y el Infierno (1865).

Lo primero que nos llama la atención, es que entre la desencarnación y la manifestación consciente de este Espíritu, no pasaron más de 11 meses, lo cual, por otra parte, no es nada excepcional en las comunicaciones obtenidas en la Sociedad de Paris, tal y como podemos ver en numerosos casos reunidos en la obra citada. En otra oportunidad nos referiremos in extenso a esta circunstancia.

Veamos el relato que hace Allan Kardec, en el referido texto de El Cielo y el Infierno, de las circunstancias que concurren en este caso (todos los subrayados son nuestros).

El señor Cardon había pasado una gran parte de su vida en la marina mercante, como médico de un buque ballenero, y en ese ambiente había adquirido ideas un tanto materialistas. Al retirarse se instaló en la aldea de J…, donde ejercía la modesta profesión de médico rural. Hacía algún tiempo que tenía la certeza de que padecía una hipertrofia cardíaca y como sabía que esa enfermedad era incurable, la idea de la muerte lo introducía en una oscura melancolía de la que nada podía distraerlo. Con aproximadamente dos meses de anticipación, predijo el día exacto de su muerte. Cuando se vio cerca del fin, reunió a su familia para darle el último adiós. Su esposa, su madre, sus tres hijos y otros parientes estaban alrededor de su lecho. En el momento en que su esposa trató de incorporarlo, cayó abatido, su rostro se cubrió de un color azul violáceo, sus ojos se cerraron, y lo dieron por muerto.

Así, pues, las ideas más bien materialistas del Sr. Cardon se concretaban en un sentimiento de incertidumbre ante la hora de su muerte, hora que pudo predecir con total exactitud[1]. En ese momento su cuerpo presentaba todos los síntomas de la muerte física. Tanto es así, que su esposa se colocó entre el cadáver y sus hijos con el fin de evitar que éstos lo vieran. Sin embargo, su marido no estaba muerto, sino que, como constataremos a continuación, había pasado por una Experiencia Cercana a la Muerte (ECM):

Al cabo de algunos minutos volvió a abrir los ojos; su rostro, que parecía iluminado, adquirió una expresión de radiante beatitud, y entonces exclamó: “¡Oh, hijos míos, qué belleza! ¡Qué sublimidad! ¡Oh, la muerte! ¡Qué bendición, qué cosa tan delicada! Estuve muerto y he sentido que mi alma se elevaba muy alto; pero Dios me ha permitido regresar para deciros que no temáis, que la muerte es la liberación… ¡No os puedo describir la magnificencia de lo que he visto, ni las impresiones que he experimentado! No las comprenderíais… ¡Oh, hijos míos! Conducid siempre de modo que merezcáis esta inefable felicidad, reservada a los hombres de bien.

En primer lugar no es de extrañar que el Sr. Cardon considerara en ese momento que la muerte era casi un éxtasis de felicidad; ello es algo que ocurre muchas veces en las ECM[2]. Seguidamente, este Espíritu expone que sintió que su alma se elevaba y se encontraba en presencia de una realidad sublime, que es incapaz de describir en palabras terrenas. Las impresiones vividas y sentidas en esos momentos, escapan a una analogía con aspectos de nuestra vida física por lo que son de muy difícil expresarlas. Acto seguido, Cardon dirige unas palabras de ánimo a su esposa y exhorta a sus hijos a que se comporten con dignidad. Y, entonces, desencarnó…

Después, pidió a sus hijos que se acercaran a él, extendió sus manos hacia ellos y añadió: “Hijos míos, os bendigo”. Esta vez, sus ojos se cerraron definitivamente, en tanto que su rostro conservaba una expresión tan imponente que hasta el momento en que se realizó el entierro, una importante muchedumbre fue a contemplarlo admirada.

Un amigo de la familia transmitió estas peculiares circunstancias a Allan Kardec, que enseguida se dio cuenta del interés que podría tener la evocación de este Espíritu. Estas son algunas de las respuestas que ofreció a las preguntas que se le formularon:

1. Evocación.
Respuesta: Estoy a vuestro lado.

2. Nos han hecho el relato de vuestros últimos instantes, lo que nos ha llenado de admiración. ¿Tendríais la bondad de describir, lo mejor posible, lo que visteis en el intervalo entre lo que se podría denominar vuestras dos muertes?
R. ¿Acaso podríais comprender lo que he visto? No lo sé, pues no encontraría expresiones capaces de hacer comprensible lo que he visto durante los escasos instantes en que me fue posible abandonar mis restos mortales.

3. ¿Sabéis en qué lugar habéis estado? ¿Es lejos de la Tierra, en otro planeta o en el espacio?
R. El Espíritu no sabe determinar las distancias, tal como vosotros las consideráis. Conducido por no sé qué agente maravilloso, he visto el esplendor de un cielo como sólo nuestros sueños podrían mostrárnoslo. Esa excursión a través de lo infinito se hizo tan rápidamente que me resulta imposible precisar los instantes empleados por mi Espíritu.

Es normal que Kardec emplee la expresión “dos muertes” ya que, en aquel momento, no solía haber constancia de esos procesos[3] que hoy denominamos como ECM. Evidentemente, sólo se produjo una muerte, ya que la primera fue una de esas especiales y específicas emancipaciones del alma que tan profusamente[4] se documentan en las últimas décadas.

Kardec indaga a dónde le han conducido en esa excursión por el mundo espiritual (o por otras realidades materiales). Incluso teniendo un buen estado de consciencia post mortem, este Espíritu es incapaz de detallar qué lugares visitó. Le faltan palabras para describir esas intensas sensaciones.

4. ¿Disfrutáis en la actualidad esa dicha que habéis vislumbrado?
R. No; mucho desearía poder disfrutarla, pero Dios no me puede recompensar de ese modo. Muy a menudo, me he rebelado contra los benditos pensamientos que me dictaba el corazón y la muerte me parecía una injusticia. Fui un médico incrédulo y a través del arte de curar, había tomado aversión hacia la segunda naturaleza, es decir, hacia nuestro impulso inteligente, divino. La inmortalidad del alma era para mí una ficción apta para seducir a las naturalezas poco elevadas.

5. En ocasión de vuestra verdadera muerte, ¿os reconocisteis de inmediato?
R. No; me reconocí durante la transición que hizo mi Espíritu para recorrer los lugares etéreos. Pero después de la muerte real, no; fueron necesarios algunos días para que pudiera despertarme.

Es decir, durante la ECM disfrutó de unas sensaciones y percepciones excelentes que no se correspondieron con las que tuvo después de su muerte real. Sin duda esta circunstancia, tan bien acotada por Kardec, es de suma importancia. Realmente, como decíamos antes, las ECM no son más que emancipaciones del alma, eso sí, en unas circunstancias que las hacen especiales. Esas experiencias proporcionan a quienes las viven una gran tranquilidad de espíritu porque ven, claramente, que la vida sigue después de la muerte del cuerpo. Sin embargo, probablemente en bastantes ocasiones, se confunden esas sensaciones que han tenido mientras su cuerpo aún vive, con las que tendrán después de la muerte. A través del caso del médico Cardon, se puede ver con total nitidez la diferencia entre ambas situaciones.

Mientras que en la ECM hay un desprendimiento del alma acompañado de ciertas percepciones, muchas veces agradables, en la muerte se presenta el fenómeno de la turbación, que conlleva, en muchas oportunidades, situaciones desagradables y complicadas. No obstante esta última apreciación, el papel de esas experiencias para demostrar la inmortalidad del alma es de altísima relevancia.

Cardon le explica a Allan Kardec el porqué, según su pensamiento, se le concedieron esas felices sensaciones:

      Dios me había concedido una gracia, cuya razón habré de explicaros:
Mi incredulidad inicial ya no existía. Antes de mi muerte, ya había empezado a creer, puesto que después de haber sondeado científicamente la materia pesada que me hacía padecer sólo había encontrado en ello, a falta de razones terrenales, una razón divina. Esta me había inspirado y consolado, y mi valor era más fuerte que el dolor. Bendecía lo que antes había maldecido; el final me parecía la liberación.

O sea, el Sr. Cardon, al final de su vida, ya no compartía las ideas materialistas que tenía cuando estaba enrolado en un ballenero. ¿Hemos de pensar que esa ECM fue una especie de premio por su cambio de actitud? Es poco probable que esa situación se diera por su renovación positiva de ideas. Sin duda, pudieron incidir en algo; pero, tal vez, pudo vivenciar esa experiencia para poder dar un buen ejemplo a sus hijos y convencerles de la continuación de la vida tras la muerte del cuerpo físico. Además, y no es menos importante, con el relato de su vivencia, Kardec pudo presentar un interesante caso de estudio, bien analizado por el fundador del espiritismo.

Veamos las preguntas finales de Kardec:

6. ¿Se podría decir que a partir de la primera vez ya estabais muerto?
R. Sí y no. Como el Espíritu abandonaba al cuerpo, naturalmente la carne se destruía; pero al tomar otra vez posesión de mi morada terrenal, la vida volvió al cuerpo, que había sufrido una transición, un sueño.

7. En ese momento, ¿sentíais los lazos que os retenían en el cuerpo?
R. Sin duda. El Espíritu está sujeto por un lazo difícil de desatar, y necesita un último estremecimiento de la carne para que pueda retornar a su vida natural.

8. ¿Cómo se explica que, durante vuestra muerte aparente y en el transcurso de algunos minutos, vuestro Espíritu haya podido desprenderse instantáneamente y sin turbación, mientras que a la muerte real le siguió una turbación de varios días? En el primer caso, como los lazos entre el alma y el cuerpo subsistían más que en el segundo, nos parece que el desprendimiento debería haber sido más lento, pero ocurrió todo lo contrario.
R. En más de una oportunidad habéis evocado a un Espíritu encarnado y recibisteis respuestas auténticas. Yo me encontraba en la situación de esos Espíritus.

Evidentemente, la primera vez (durante la ECM), el Sr. Cardon no estaba muerto. Como muy bien se desprende de su respuesta a la siguiente pregunta, algo lógico y que ya sabemos, la conexión periespíritu-cerebro es recia y debe ser la última en romperse[5] y además, el proceso puede ser largo.

Es muy adecuada la analogía que Cardon presenta a Kardec, entre la situación que vivió y la manifestación mediúmnica de Espíritus encarnados: en ambos casos se trata de una emancipación del alma, aunque especial, solamente es una emancipación. Por ello, está claro que una emancipación siempre será más sencilla de efectuar que una desencarnación. En el primer caso, no hay rotura de los lazos alma-cuerpo; en el segundo, sí.

Veamos algunas de las últimas preguntas y respuestas de esta interesante experiencia:

9. ¿De dónde provenían las hermosas y sensatas palabras que dirigisteis a vuestra familia, en ocasión de vuestro retorno a la vida?
R. Eran el reflejo de lo que había visto y oído. Los Espíritus buenos inspiraban mi voz y le daban vida a mi rostro.

10. ¿Qué impresión consideráis que ha producido vuestra revelación entre los presentes y, de modo especial, en vuestros hijos?
R. Extraordinaria, profunda. La muerte no engaña; y los hijos, por ingratos que puedan ser, se inclinan ante la encarnación que se extingue. Si fuera posible escrutar el corazón de esos hijos ante la tumba entreabierta, sólo se escucharía el latido de los sentimientos sinceros, (…). La muerte es la reparación, la justicia de Dios; y os aseguro que, a pesar de los incrédulos, mis amigos y mi familia creerán en las palabras que mi boca pronunció antes de morir. Yo era el intérprete de otro mundo.

Como algunos (cada día más) de los que han vivido una ECM, Cardon refleja lo percibido en esa emancipación, no a través de los órganos materiales, sino directamente, por su propio ser. No obstante, por lo que explica, también pudo producirse en su caso particular, algún tipo de fenómeno mediúmnico: algunos Espíritus benévolos aprovecharon la circunstancia para transmitir un mensaje moralizante y de ánimo para los circunstantes. Por otra parte, se constata una vez más la importancia y la gran impresión causada por el relato de estas vivencias; no en balde son descripciones directas (sin intermediarios) de la realidad de la vida espiritual. En este sentido, las ECM son una poderosa herramienta de divulgación de la realidad de la supervivencia humana a la muerte física.




[1] En cuanto a este tema de la predicción de la propia muerte, se pueden consultar los ítems 411 y 857 de El Libro de los Espíritus.
[2] Sin embargo, también las hay en que las sensaciones y percepciones son desagradables, turbadoras, tenebrosas,… De estas ECM se habla menos, probablemente porque a los mismos protagonistas les cause un cierto embarazo y desasosiego el comentarlas.
[3] Haberlos los ha habido siempre tal y como se refleja en relatos antiguos.
[4] Afortunadamente cada día se comentan con más libertad estos casos. Sin duda son investigaciones que refuerzan las tesis espiritas.
[5] Al respecto puede consultarse el cap. V de la obra  psicografiada por F.C. Xavier Volví, del hermano Jacobo. Ahí se describe el proceso de desligamiento de ese Espíritu.

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