Por David Santamaría
En
agosto de 1863 Allan Kardec publica, en la sección “Entrevistas familiares
desde más allá de la tumba”, de la Revue Spirite, el relato de los últimos
momentos de vida y también posterior a su muerte, del Espíritu de un médico
llamado Cardon, fallecido en septiembre de 1862. Posteriormente, incorporó este
relato en el capítulo III de la segunda parte de su obra El Cielo y el Infierno (1865).
Lo
primero que nos llama la atención, es que entre la desencarnación y la
manifestación consciente de este Espíritu, no pasaron más de 11 meses, lo cual,
por otra parte, no es nada excepcional en las comunicaciones obtenidas en la
Sociedad de Paris, tal y como podemos ver en numerosos casos reunidos en la
obra citada. En otra oportunidad nos referiremos in extenso a esta circunstancia.
Veamos
el relato que hace Allan Kardec, en el referido texto de El Cielo y el Infierno, de las circunstancias que concurren en este
caso (todos los subrayados son nuestros).
El señor Cardon
había pasado una gran parte de su vida en la marina mercante, como médico de un
buque ballenero, y en ese ambiente había adquirido ideas un tanto
materialistas. Al retirarse se instaló en la aldea de J…, donde ejercía la
modesta profesión de médico rural. Hacía algún tiempo que tenía la certeza de
que padecía una hipertrofia cardíaca y como sabía que esa enfermedad era
incurable, la idea de la muerte lo introducía en una oscura melancolía
de la que nada podía distraerlo. Con aproximadamente dos meses de anticipación,
predijo el día exacto de su muerte. Cuando se vio cerca del fin, reunió
a su familia para darle el último adiós. Su esposa, su madre, sus tres hijos y
otros parientes estaban alrededor de su lecho. En el momento en que su esposa
trató de incorporarlo, cayó abatido, su rostro se cubrió de un color azul
violáceo, sus ojos se cerraron, y lo dieron por muerto.
Así, pues, las ideas más bien materialistas del Sr. Cardon se
concretaban en un sentimiento de incertidumbre ante la hora de su muerte, hora
que pudo predecir con total exactitud[1].
En ese momento su cuerpo presentaba todos los síntomas de la muerte física.
Tanto es así, que su esposa se colocó entre el cadáver y sus hijos con el fin
de evitar que éstos lo vieran. Sin embargo, su marido no estaba muerto, sino
que, como constataremos a continuación, había pasado por una Experiencia
Cercana a la Muerte (ECM):
Al cabo de algunos
minutos volvió a abrir los ojos; su rostro, que parecía iluminado, adquirió una
expresión de radiante beatitud, y entonces exclamó: “¡Oh, hijos míos, qué
belleza! ¡Qué sublimidad! ¡Oh, la muerte! ¡Qué bendición, qué cosa tan
delicada! Estuve muerto y he sentido que mi alma se elevaba muy alto;
pero Dios me ha permitido regresar para deciros que no temáis, que la muerte
es la liberación… ¡No os puedo describir la magnificencia de lo que he visto,
ni las impresiones que he experimentado! No las comprenderíais… ¡Oh,
hijos míos! Conducid siempre de modo que merezcáis esta inefable felicidad, reservada
a los hombres de bien.
En primer lugar no es de extrañar que el Sr. Cardon considerara en
ese momento que la muerte era casi un éxtasis de felicidad; ello es algo que
ocurre muchas veces en las ECM[2].
Seguidamente, este Espíritu expone que sintió que su alma se elevaba y se encontraba
en presencia de una realidad sublime, que es incapaz de describir en palabras
terrenas. Las impresiones vividas y sentidas en esos momentos, escapan a una
analogía con aspectos de nuestra vida física por lo que son de muy difícil
expresarlas. Acto seguido, Cardon dirige unas palabras de ánimo a su esposa y
exhorta a sus hijos a que se comporten con dignidad. Y, entonces, desencarnó…
Después, pidió a
sus hijos que se acercaran a él, extendió sus manos hacia ellos y añadió:
“Hijos míos, os bendigo”. Esta vez, sus ojos se cerraron definitivamente, en
tanto que su rostro conservaba una expresión tan imponente que hasta el momento
en que se realizó el entierro, una importante muchedumbre fue a contemplarlo
admirada.
Un
amigo de la familia transmitió estas peculiares circunstancias a Allan Kardec,
que enseguida se dio cuenta del interés que podría tener la evocación de este
Espíritu. Estas son algunas de las respuestas que ofreció a las preguntas que
se le formularon:
1. Evocación.
Respuesta: Estoy
a vuestro lado.
2. Nos han hecho el relato de vuestros últimos
instantes, lo que nos ha llenado de admiración. ¿Tendríais la bondad de
describir, lo mejor posible, lo que visteis en el intervalo entre lo que se
podría denominar vuestras dos muertes?
R. ¿Acaso podríais comprender lo que he visto? No
lo sé, pues no encontraría expresiones capaces de hacer comprensible lo que he
visto durante los escasos instantes en que me fue posible abandonar mis
restos mortales.
3. ¿Sabéis en qué lugar habéis estado? ¿Es
lejos de la Tierra, en otro planeta o en el espacio?
R. El Espíritu no sabe determinar las distancias,
tal como vosotros las consideráis. Conducido por no sé qué agente maravilloso,
he visto el esplendor de un cielo como sólo nuestros sueños podrían
mostrárnoslo. Esa excursión a través de lo infinito se hizo tan rápidamente
que me resulta imposible precisar los instantes empleados por mi Espíritu.
Es
normal que Kardec emplee la expresión “dos muertes” ya que, en aquel momento,
no solía haber constancia de esos procesos[3]
que hoy denominamos como ECM. Evidentemente, sólo se produjo una muerte, ya que
la primera fue una de esas especiales y específicas emancipaciones del alma que
tan profusamente[4] se
documentan en las últimas décadas.
Kardec
indaga a dónde le han conducido en esa excursión por el mundo espiritual (o por
otras realidades materiales). Incluso teniendo un buen estado de consciencia post mortem, este Espíritu es incapaz de
detallar qué lugares visitó. Le faltan palabras para describir esas intensas
sensaciones.
4. ¿Disfrutáis en la actualidad esa dicha que
habéis vislumbrado?
R. No; mucho desearía poder disfrutarla, pero
Dios no me puede recompensar de ese modo. Muy a menudo, me he rebelado
contra los benditos pensamientos que me dictaba el corazón y la muerte me
parecía una injusticia. Fui un médico incrédulo y a través del arte de curar,
había tomado aversión hacia la segunda naturaleza, es decir, hacia nuestro
impulso inteligente, divino. La inmortalidad del alma era para mí una ficción
apta para seducir a las naturalezas poco elevadas.
5. En ocasión de vuestra verdadera muerte, ¿os
reconocisteis de inmediato?
R. No; me reconocí durante la transición que hizo
mi Espíritu para recorrer los lugares etéreos. Pero después de la muerte real,
no; fueron necesarios algunos días para que pudiera despertarme.
Es decir, durante la ECM disfrutó de unas sensaciones y
percepciones excelentes que no se correspondieron con las que tuvo después de
su muerte real. Sin duda esta circunstancia, tan bien acotada por Kardec, es de
suma importancia. Realmente, como decíamos antes, las ECM no son más que
emancipaciones del alma, eso sí, en unas circunstancias que las hacen especiales.
Esas experiencias proporcionan a quienes las viven una gran tranquilidad de
espíritu porque ven, claramente, que la vida sigue después de la muerte del
cuerpo. Sin embargo, probablemente en bastantes ocasiones, se confunden esas
sensaciones que han tenido mientras su cuerpo aún vive, con las que tendrán
después de la muerte. A través del caso del médico Cardon, se puede ver con
total nitidez la diferencia entre ambas situaciones.
Mientras que en la ECM hay un desprendimiento del alma acompañado
de ciertas percepciones, muchas veces agradables, en la muerte se presenta el
fenómeno de la turbación, que conlleva, en muchas oportunidades, situaciones
desagradables y complicadas. No obstante esta última apreciación, el papel de
esas experiencias para demostrar la inmortalidad del alma es de altísima
relevancia.
Cardon le explica a Allan Kardec el porqué, según su pensamiento,
se le concedieron esas felices sensaciones:
Dios me había concedido una gracia, cuya razón
habré de explicaros:
Mi incredulidad
inicial ya no existía. Antes de mi muerte, ya había empezado a creer, puesto
que después de haber sondeado científicamente la materia pesada que me hacía padecer
sólo había encontrado en ello, a falta de razones terrenales, una razón divina.
Esta me había inspirado y consolado, y mi valor era más fuerte que el dolor.
Bendecía lo que antes había maldecido; el final me parecía la liberación.
O sea, el Sr. Cardon, al final de su vida, ya no compartía las
ideas materialistas que tenía cuando estaba enrolado en un ballenero. ¿Hemos de
pensar que esa ECM fue una especie de premio por su cambio de actitud? Es poco
probable que esa situación se diera por su renovación positiva de ideas. Sin
duda, pudieron incidir en algo; pero, tal vez, pudo vivenciar esa experiencia
para poder dar un buen ejemplo a sus hijos y convencerles de la continuación de
la vida tras la muerte del cuerpo físico. Además, y no es menos importante, con
el relato de su vivencia, Kardec pudo presentar un interesante caso de estudio,
bien analizado por el fundador del espiritismo.
Veamos las preguntas finales de Kardec:
6. ¿Se podría decir que a partir de la primera
vez ya estabais muerto?
R. Sí y no. Como el Espíritu abandonaba al cuerpo,
naturalmente la carne se destruía; pero al tomar otra vez posesión de mi morada
terrenal, la vida volvió al cuerpo, que había sufrido una transición, un sueño.
7. En ese momento, ¿sentíais los lazos que os
retenían en el cuerpo?
R. Sin duda. El Espíritu está sujeto por un lazo
difícil de desatar, y necesita un último estremecimiento de la carne para
que pueda retornar a su vida natural.
8. ¿Cómo se explica que, durante vuestra muerte
aparente y en el transcurso de algunos minutos, vuestro Espíritu haya podido
desprenderse instantáneamente y sin turbación, mientras que a la muerte real le
siguió una turbación de varios días? En el primer caso, como los lazos entre el
alma y el cuerpo subsistían más que en el segundo, nos parece que el
desprendimiento debería haber sido más lento, pero ocurrió todo lo contrario.
R. En más de una oportunidad habéis evocado a un
Espíritu encarnado y recibisteis respuestas auténticas. Yo me encontraba en
la situación de esos Espíritus.
Evidentemente, la primera vez (durante la ECM), el Sr. Cardon no
estaba muerto. Como muy bien se desprende de su respuesta a la siguiente
pregunta, algo lógico y que ya sabemos, la conexión periespíritu-cerebro es
recia y debe ser la última en romperse[5]
y además, el proceso puede ser largo.
Es muy adecuada la analogía que Cardon presenta a Kardec, entre la
situación que vivió y la manifestación mediúmnica de Espíritus encarnados: en
ambos casos se trata de una emancipación del alma, aunque especial, solamente es
una emancipación. Por ello, está claro que una emancipación siempre será más
sencilla de efectuar que una desencarnación. En el primer caso, no hay rotura
de los lazos alma-cuerpo; en el segundo, sí.
Veamos
algunas de las últimas preguntas y respuestas de esta interesante experiencia:
9. ¿De dónde provenían las hermosas y sensatas
palabras que dirigisteis a vuestra familia, en ocasión de vuestro retorno a la
vida?
R. Eran el reflejo de lo que había visto y oído.
Los Espíritus buenos inspiraban mi voz y le daban vida a mi rostro.
10. ¿Qué impresión consideráis que ha producido
vuestra revelación entre los presentes y, de modo especial, en vuestros
hijos?
R. Extraordinaria, profunda. La muerte no engaña; y
los hijos, por ingratos que puedan ser, se inclinan ante la encarnación que se
extingue. Si fuera posible escrutar el corazón de esos hijos ante la tumba
entreabierta, sólo se escucharía el latido de los sentimientos sinceros, (…).
La muerte es la reparación, la justicia de Dios; y os aseguro que, a pesar de
los incrédulos, mis amigos y mi familia creerán en las palabras que mi boca
pronunció antes de morir. Yo era el intérprete de otro mundo.
Como
algunos (cada día más) de los que han vivido una ECM, Cardon refleja lo
percibido en esa emancipación, no a través de los órganos materiales, sino
directamente, por su propio ser. No obstante, por lo que explica, también pudo
producirse en su caso particular, algún tipo de fenómeno mediúmnico: algunos
Espíritus benévolos aprovecharon la circunstancia para transmitir un mensaje moralizante
y de ánimo para los circunstantes. Por otra parte, se constata una vez más la importancia
y la gran impresión causada por el relato de estas vivencias; no en balde son
descripciones directas (sin intermediarios) de la realidad de la vida
espiritual. En este sentido, las ECM son una poderosa herramienta de
divulgación de la realidad de la supervivencia humana a la muerte física.
[1] En cuanto a este tema de la predicción de la propia muerte, se pueden
consultar los ítems 411 y 857 de El Libro
de los Espíritus.
[2] Sin embargo, también las hay en que las sensaciones y percepciones son
desagradables, turbadoras, tenebrosas,… De estas ECM se habla menos,
probablemente porque a los mismos protagonistas les cause un cierto embarazo y
desasosiego el comentarlas.
[3] Haberlos los ha habido siempre tal y como se refleja en relatos
antiguos.
[4] Afortunadamente cada día se comentan con más libertad estos casos. Sin
duda son investigaciones que refuerzan las tesis espiritas.
[5] Al respecto puede consultarse el cap. V de la obra psicografiada por F.C. Xavier Volví, del hermano Jacobo. Ahí se
describe el proceso de desligamiento de ese Espíritu.
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