Hola familia,
el sábado hablaremos de un tema complicado según como se mire: la Justicia Divina. ¿Se puede confiar en ella cuando vemos tanta injusticia en el mundo? La Doctrina Espírita nos dice que sí. La injusticia es siempre humana e incluso ésta tiene una función en la Justicia Divina. ¿A que no es fácil de entender? Por esto nos reunimos, para entre todos apoyarnos unos a otros, ofreciendo algo de lo que sabemos, aprendiendo de lo que los compañeros nos pueden ofrecer.
Os dejamos un texto de preparación para la clase y os esperamos con mucho amor.
Cariños,
Marcello & Janaina
JUSTICIA
DIVINA
Con
el advenimiento de la Doctrina Espírita el concepto de cielo e infierno sufrió gran
transformación. Ya no se representan como regiones circunscriptas de beatífica
felicidad o de sufrimientos atroces y eternos, respectivamente. «(…) Sin
embargo, de existencia en existencia, hoy aprendemos que la vida se expande triunfal,
en todos los dominios universales sin fin; que la materia asume diferentes
estados de fluidez y condensación; que los mundos se multiplican infinitamente
en el cosmos; que cada espíritu permanece en determinado momento evolutivo y
que, por eso, el cielo es, en esencia, un estado del alma que varía conforme la
visión interior de cada uno. (…)» «(…) El Infierno puede simbolizarse en una
vida de pruebas extremadamente dolorosas, sin la certeza de que haya otra
mejor. (…)» Por lo tanto, la felicidad o la desdicha después de abandonar el
envoltorio corporal es inherente al grado de perfeccionamiento moral de cada
Espíritu y, también, a la categoría del mundo que habita. Las penas o
sufrimientos que cada uno experimenta son dolores morales y están en relación
con los actos practicados. No existe, pues, una recompensa ni un sufrimiento
que sean gratuitos, obtenidos sin mérito, sino manifestaciones de la Ley de Causa
y Efecto.
«(…)
El alma o Espíritu sufre en la vida espiritual las consecuencias de todas las imperfecciones
que no consiguió corregir en la vida corporal. Y su estado, feliz o
desgraciado, es inherente a su grado de pureza o impureza. (…) La completa felicidad
está vinculada con la perfección, es decir, con la purificación completa del
Espíritu. Toda imperfección es, a su vez, causa de sufrimiento y de privación de
gozo, del mismo modo que toda perfección adquirida es fuente de gozo y
atenuante de sufrimientos. (…) No hay imperfección del alma que no acarree
funestas e inevitables consecuencias, como no hay ni una sola buena calidad que
no sea fuente de gozo. La suma de las penas es, de tal manera, proporcional a
la suma de las imperfecciones, como la de los gozos a la suma de las calidades.
(…) (…) En virtud de la ley del progreso que da a toda alma la posibilidad de
adquirir el bien que le falta, como la de despojarse de lo que tiene de malo,
conforme con el esfuerzo y la voluntad propios, resulta que el futuro está
abierto a todas las criaturas. Dios no rechaza a ninguno de sus hijos, sino que
los recibe en su seno a medida que alcanzan la perfección, dejando a cada cual
el mérito de sus obras. (…) (…) El Infierno está en todas partes donde haya
almas sufrientes y el cielo, igualmente, donde hubiere almas felices. (…)»
A
cada Espíritu, Dios facilita los medios para mejorar y le ofrece en cada
reencarnación un planeamiento coherente, con amor y justicia, donde cada uno
tendrá posibilidades de progresar y de expiar las faltas cometidas en
existencias anteriores. «(…) La expiación varía según la naturaleza y gravedad
de la falta, por lo tanto, la misma falta puede determinar diferentes
expiaciones, conforme con las circunstancias, atenuantes o agravantes, en que
fue cometida. (…) El arrepentimiento, si bien es el primer paso para la
regeneración, no basta por sí solo; son necesarias la expiación y la
reparación.
Arrepentimiento,
expiación y reparación constituyen, en consecuencia, las tres condiciones
necesarias para eliminar las señales de una falta y sus consecuencias. El arrepentimiento
suaviza las impresiones amargas de la expiación y abre, con la esperanza, el
camino de la rehabilitación; sin embargo, solamente la reparación puede anular
su efecto, al destruir la causa. De lo contrario, el perdón sería una gracia,
no una anulación. El arrepentimiento puede producirse en cualquier lugar o
momento, no obstante, si fuera tardío, el culpable sufre por más tiempo. (…) (…)
La reparación consiste en hacer el bien a aquellos a quienes se había hecho
mal. Quien no repara sus errores en una existencia, por debilidad o mala
voluntad, en una existencia posterior se encontrará en contacto con las mismas
personas con las que se hubiera disgustado y en condiciones elegidas
voluntariamente, de modo de demostrarles reconocimiento y de hacerles tanto
bien como mal les haya causado.»
Al
comprender, de esta manera, el significado de penas y recompensas, debemos esforzarnos
para reparar las faltas cometidas en vidas anteriores y aprovechar al máximo la
experiencia en la carne, buscando incesantemente el progreso moral. «(…) Toda
conquista en la evolución es fruto natural del trabajo, porque todo progreso tiene
su precio precio; sin embargo, el problema crucial que el tiempo te impone es
una deuda del pasado, que la Ley te presenta para su cobro. Rectifiquemos
nuestra ruta, corrigiéndonos. Rescatemos nuestras deudas, ayudando y sirviendo
sin distinción. La tarea que posponemos equivale a mayor lucha futura y toda
actitud negativa de hoy, en relación con el mal, será como un interés prorrogado
en el mal de mañana.»
En
conclusión, «pese a la diversidad de clases y grados de sufrimientos de los
Espíritus imperfectos, el código penal de la vida futura (elaborado por Allan
Kardec tomando como base las enseñanzas de los Espíritus Superiores) puede
resumirse en estos tres principios:
1º. - El sufrimiento es inherente a la imperfección2º. - Toda imperfección, así como toda falta derivada de ella, trae consigo el propio castigo en las consecuencias naturales e inevitables: así, una dolencia castiga los excesos y de la ociosidad nace el tedio, sin que sea necesaria una condena especial para cada falta o individuo.3º. - Como todo hombre puede liberarse de las imperfecciones por efecto de la voluntad, igualmente puede anular los males consecuentes y asegurar la futura felicidad.
A
cada uno según sus obras, tanto en el cielo como en la Tierra: - tal es la Ley
de la Justicia Divina.» En materia de premio y castigo, definidos como cielo e
infierno, supongámonos frente a un padre amoroso pero justo, que divide su
propiedad entre sus hijos, a los que se asocia abnegadamente para que todos
ganen prestigio y crezcan, de manera que lleguen a disfrutar la totalidad de
sus bienes. El progenitor, compasivo y recto, concede a los hijos,
gratuitamente, todos los recursos de la hacienda Divina:
la
vestimenta del cuerpo;
la
energía vital;
la
tierra fecunda;
el
aire que nutre;
el
monte, como defensa;
el
valle, como refugio;
las
aguas que circulan;
los
embalses naturales;
la
sumisión de los diferentes reinos de la naturaleza;
la
organización familiar;
los
fundamentos del hogar;
la
protección de las leyes;
los
tesoros de la escuela;
la
luz del razonamiento;
las
riquezas del sentimiento;
los
prodigios del afecto;
los
valores de la experiencia;
la
posibilidad de servir…
Los
hijos reciben todo eso automáticamente, sin que les reclame ningún esfuerzo y
el padre sólo les pide que se perfeccionen, cumpliendo con nobleza sus deberes
y que se consagren al bien de todos, mediante el trabajo que habrá de valorizar
su tiempo y sus vidas. En esa imagen, a pesar de que sea simple, encontramos
alguna información de la magnanimidad del Creador para con nosotros, sus
criaturas. Así resulta fácil percibir que con tantos favores, concesiones y
dádivas, facilidades y ventajas, entremezclados con bendiciones, beneficios
suplementarios, auxilios, préstamos y moratorias, el cielo comenzará siempre en
nosotros mismos y el infierno tiene el tamaño de la rebeldía de cada uno.
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