Desde mi revolución interior, entre maremotos de lágrimas y terremotos
emocionales, siento que agonizo en la más triste soledad.
Me hablo, converso conmigo mismo y lo que sería un monólogo se
convierte en un diálogo entre dos: la persona que creo que soy y la que
posiblemente sea pero que no conozco.
Dos personas en una: yo misma con diferente sonido y lenguaje (eso
creo, así lo entiendo).
¿Será por qué no me he prestado nunca la suficiente atención?
Todo se complica más, cuando interviene una voz en ocasiones discontinua
y en otros momentos, permanente. Se instala sin avisar y sin presentarse, como
si se tratara de un huésped de confianza que viniera a visitarme cuando le
apeteciera y le hubiera dado la llave de mi casa.
Esa voz sólo participa para decirme lo mal que se ha portado la vida
conmigo siendo yo una magnífica persona. Me insta a que no luche para estar
bien, porque no tengo salida y mi destino es morir joven y sola. Me habla de la
negatividad, de la desesperación, de la furia, de la injusticia y de la
rebeldía como armas defensivas.
Mis momentos grises los pinta de negro y los sombrea hasta que quedo
ciega ante la mismísima oscuridad. Mi único deseo y mi única voluntad es
desparecer, quitarme la vida.
Me planteo si esa tercera voz no será mía y si no lo es ¿de dónde
proviene, cuál es su origen y su finalidad? ¡Sigo sin entender!
Cuestiono hasta el aire que respiro y la desconfianza me arrebata
cualquier rayo de luz o de color.
Me enfrento a las cuatro paredes de mi habitación, pero no consigo
nada. Ellas han escuchado y vivido innumerables experiencias, pero no hablarán
ni cerrarán jamás mis interrogantes abiertos. ¡Qué absurdo pensamiento!
Simplemente son paredes a las
que no puedo hacer responsables por no saber destruir mis propios muros.
Estoy al borde de una “locura”. Maldigo a ese llamado Dios, censuro a mi madre por haber permitido que naciera, rechazo
a mi familia, condeno a la vida, y me ¡aborrezco
a mí misma…!
Lo peor y lo más grave, es que me recreo en ello.
Mi rigidez me parte por la mitad. ¿Por qué yo, por qué a mí? ¡Yo no he
hecho nada malo para merecer este infierno!
Mi mirada está ida y temblorosa como tantas veces que me dirijo en este desorden caótico.
Intento tranquilizarme…complicado… pero sé que puedo conseguirlo,
respirando lentamente, intentando poco a poco, salir de lo que puede ser sólo
una trampa y una fantasía de mi imaginación.
¡No lo sé!
Me asusto de mí misma y cuando entro en este estado de más “lucidez”,
me temo más porque una de esas voces de mi interior me abre el camino hacia la
salida y eso me produce una gran inquietud y una enorme ansiedad cuando
escucho: “¿Por qué te provocas situaciones tan límites?, ¿por qué no te
respetas?, ¿por qué te regocijas en tu propio sufrimiento?”
Abro la puerta de par en par para que entre un rayo de sol tímidamente
en mi corazón, en esa sensibilidad sepultada, en ese amor frustrado hacia la
vida, hacia mi existencia.
Siempre fui una idealista, compañera fiel e inseparable de la utopía,
creyendo que era la única manera de crecer y vencer.
Me voy reponiendo y reajustando poco a poco las piezas y engranajes de mí
ser. Pero, como siempre, hay alguna de esas piezas que una vez desmontadas, no
me encaja.
Siempre sobra o falta… y yo buscando un equilibrio entre la abundancia
de negaciones y desilusiones y la carencia de confianza y de amor.
Esa polaridad de la que hago mención, se convierte en mi rincón de
reflexión.
Escuchando las noticias en la radio, me imagino por un momento,
hablando con una de esas víctimas inocentes del terrorismo o desolados por accidentes naturales. Ahí,
contándoles en primera persona mis penas, mis pesares, mis depresiones (algunos
las etiquetan de locura).
Si, a cada uno le duele lo suyo; justo es lo que pensaba hasta este
preciso momento en que un gran suspiro salido de lo más hondo, me sirve de
vehículo para transportarme a una realidad mucho más dura y cruda que la mía.
Mi visión ahora es de superviviente de mi propia historia, sacando esas
fuerzas de flaqueza que eso implica.
Miro y observo mi cuerpo íntegro. Físicamente lo tengo todo.
Intelectualmente, soy una persona creativa, con ideas innovadoras y con una
mente abierta. ¿Entonces qué falla?
Mi conciencia se sienta a mi lado y se coloca justo en frente mío. Este
momento es un regalo sanador de heridas y rectificaciones de actitudes y de
pensamientos. Así lo creo y así lo vivo!
Dios mío, es la conciencia de mi alma, que ha estado presa entre los
barrotes de la ceguera de mis ojos y la sordera de mis oídos no físicos, como consecuencia
de la ignorancia disfrazada de dolor y
orgullo, durante tanto, tantísimo tiempo.
Cansada de sufrir, me ofrece sus manos amigas, llenas de ese gran
regalo de un valor incalculable que no se paga con dinero, pero con un precio
moral alto de aprendizaje y compromiso por mi parte.
Siento como si abriera mi corazón cerrado herméticamente por el
endurecimiento y la amargura y lo hace con la llave maestra de la
reconciliación, la única que puede abrirlo.
Deposita en mí una caja sin envoltorio, repleta y rebosante de caridad,
serenidad, calma, auxilio, paz y amor.
¡El papel de regalo lo pongo yo como protección, responsabilidad y
agradecimiento, ahora y siempre!
Correspondo a esta gran dádiva con el corazón abierto de par en par,
porque realmente esa conciencia soy yo misma.
Ahora sí que distingo realmente la verdadera voz que me guiará y me
encaminará: la misma que durante largos años me ha dicho y me está diciendo en
este momento presente: “Los ruidos interiores nos ensordecen y nos ciegan, por eso
tenemos que aprender a escuchar el silencio, que es el que nos conducirá a
nuestro verdadero YO, a esa verdadera
vocecita que nos ofrecerá un aplauso de ánimo y motivación para continuar en
nuestras conquistas!
¡Ahora entiendo y comprendo, conectando con la Vida y con lo más Alto
que siempre ha sido una única y sola voz y las demás eran un eco de mis
imperfecciones!
¡Ssshhh… escuchemos al silencio que está hablando!
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