Por Andrea Campos
El Espiritismo es una doctrina de
consecuencias morales, su finalidad es encontrar la felicidad y llegar a la perfección.
Recordemos que Dios, es la
Inteligencia Suprema, causa primera de todas las cosas. Él es el Creador. No es
hombre ni mujer, no es alto ni bajo, no tiene nacionalidad ni religión. Él es amor y
nosotros como sus “hijos” e “hijas”, somos co-creadores de ese amor, y de
nuestros destinos.
Cuando usamos nuestro libre albedrío
en armonía con las leyes divinas, naturales, perfectas e inmutables nos vamos
acercando a nuestro destino. Lo contrario, nos hace alejarnos más de esa, tan
soñada, felicidad. El ritmo de ese recorrido lo marcamos nosotros mismos, sea
más rápido o más lento, no tenemos que preocuparnos del tiempo que transcurra
para conseguirlo. Pero sí que tenemos
que ser constante para mejorarnos, pues es el bagaje que nos llevaremos.
En la pregunta 629 de El Libro de los
Espíritus nos contestan los amigos invisibles que la “moral es la regla para
proceder bien, es decir, saber distinguir entre el bien y el mal. Está fundada
en la observación de la ley de Dios. El hombre procede correctamente cuando actúa
haciendo el bien a los demás; así cumple con la ley de Dios”.
Pero, ¿Cómo distinguir el bien del
mal? Nos contestan los mismos amigos, en la pregunta 630, “El bien es todo lo
que está conforme con la ley de Dios y el mal todo lo que de ella se separa.
Así, pues, hacer el bien es actuar de acuerdo con las leyes de Dios, hacer el mal es infringirla”
Nuestro mayor ejemplo de amor es
Jesús. Para los espiritistas, es el guía y modelo a seguir, más perfecto que ha
estado entre los hombres encarnados. Después de su reencarnación la Tierra nunca
más fue la misma. Es considerado un profeta por muchas religiones y filosofías
conocidas, es estudiado por psicólogos, psiquiatras, líderes, ejecutivos…
No es una figura alegórica. Sus
enseñanzas han quedado marcadas profundamente en nuestras almas y éstas, aun
hoy, siguen vigentes. Una vez conozcamos a Jesús, su amor y perfección, jamás seremos los
mismos. La cuestión es entender a Jesús en su esencia, sin alegorías, sin ritos
o prohibiciones, sin fantasías ni rituales.
Podemos unirnos a la mesa para una
cena de Navidad, pero no olvidemos lo más importante: Que es el aniversario del
Ejemplo de la Humanidad.
Busquemos en el pesebre, la
simplicidad del amor, la perfección, recordemos nuestra pequeñez ante el
Creador. Elevemos el pensamiento por los caídos, por los que sufren, por los
que no tienen nada ni a nadie.
La Navidad no debería ser sólo una fecha
en los 365 días de un año. A cada día deberíamos regalarnos amor, esforzarnos
en mejorar, cuidar de los demás,
agradecer lo que tenemos, buscar ser mejores personas, tanto intelectual como moralmente.
Recordemos que vigilar nuestros
pensamientos y palabras son los primeros pasos, en el camino evolutivo hacia la
libertad. Esas palabras, habladas o pensadas, correctamente, atraen a los
Buenos Espíritus que nos dan fuerzas para soportar las piedras que surgen en el
camino. Se amplían cuando las dirigimos hacia los demás, hacia los que todavía
tienen el velo de la niñez evolutiva y se expanden hacia el infinito cuando las
ponemos en práctica extendiendo la mano, acariciando rostros enfermos o
simplemente regalando un abrazo fraterno en momentos de dolor y desespero.
Seamos Jesús todos los días. Empecemos
en este día de Navidad para que todos los días de nuestra existencia sean
verdaderos nacimientos.
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