Por Flavia Roggerio
La mayoría de las personas, de diferentes religiones, están
de acuerdo en que el alma existe, que es la esencia de la vida y que, sin ella,
nosotros seriamos solamente un cuerpo, un ser inanimado, sin vida, sin
inteligencia y sin sentidos.
Pues bien, el alma nada más es que el espíritu que
ocupa un cuerpo y hace de él lo que es una persona. Parece complicado,
pero pensemos con lógica: si el alma es el espíritu que ocupa el cuerpo y
le da la vida, entonces el alma cuándo no hay cuerpo, ¿qué es?
Es el espíritu, lo que llamamos de espíritu
desencarnado.
Si paramos a pensar un momento sobre este tema,
observaremos que las experiencias espirituales son muy comunes en la vida de
las personas. Cuando fallece alguien cercano, es normal que, aunque no le
veamos, sintamos que la “persona” está cerca.
Algunos afirman sentir su olor o escuchar su voz y, por
tratarse de una persona conocida, se sienten felices y reconfortados en vez de
sentir miedo.
En efecto, la presencia de los espíritus en nuestras
vidas es más común de lo que nos podemos imaginar. Ellos conservan los
mismos sentimientos e impresiones que tenían cuando estaban encarnados
como personas.
En la película Ghost,
se aprecia como el amor que une a la pareja traspasa las barreras de la
“muerte”. Otra película que podemos ilustrar es El Sexto Sentido que nos
enseña las comunicaciones mediúmnicas a través de las manifestaciones de
espíritus desencarnados con plena consciencia de su última existencia corpórea.
Ya en la película Los Otros, se ve
como los propios espíritus no son conscientes de su realidad, que la
incredulidad de la sobrevivencia del alma perdura hasta después de la muerte. Como
punto de reflexión, podríamos decir que para aquellos que no admiten la
existencia del alma o Espíritu (aquí con mayúscula para designarlos como seres
extracorpóreos) del hombre, no pueden admitirla fuera de él, negando la causa,
se negaría el efecto.
Si pudiéramos observar de manera seria e imparcial a
estos fenómenos, la conclusión a que llegaríamos es que sería imposible
responder a ellos en un primer momento, pero el Espiritismo viene a ofrecernos estas
y otras respuestas.
Los Espíritus son el principio inteligente del
Universo y las sucesivas vidas de un Espíritu en un cuerpo como alma, tienen
por objetivo el perfeccionamiento del mismo. El Espíritu pasa por experiencias
de aprendizaje solo posibles en un cuerpo. Está considerado como un ser real
por los espiritistas, que le definen como un ser individual que se va depurando
gradualmente hasta llegar a ser puro en la escala espiritual.
Allan Kardec clasifica, de manera simplemente pedagógica,
tres órdenes de Espíritus, según su nivel de perfeccionamiento: Espíritus Impuros,
Espíritus Buenos y Espíritus Puros.
“Para llegar al bien, los Espíritus no necesitan pasar
por la serie del mal, sino por la de la ignorancia.” Eso significa que la
clasificación de los Espíritus está basada en su grado de progreso según su
libre albedrío. No existiría libertad si el Espíritu no tuviera su propia
voluntad. Conforme se van perfeccionando, los Espíritus pasan de un grado inferior
a uno superior. Todos han sido creados iguales, del mismo modo y a medida que
pasan las experiencias de las encarnaciones, van aprendiendo y comprendiendo lo
que les aleja de la perfección.
Por lo tanto, terminada la prueba o existencia, poseerán
unos conocimientos que no olvidarán y así, sucesivamente. Si Dios hubiese
creado los Espíritus perfectos, no tendrían méritos para gozar de los
beneficios de esta perfección: sin lucha, ¿dónde estaría el merecimiento?
A cada existencia, una gran aventura, un nuevo
comienzo, la gran oportunidad para hacer más y mejor. ¿Cómo vas a aprovecharla?
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