Aunque no hicimos nuestro diario de bordo el mes de agosto no significa que no hemos estudiado y aprendido mucho. Agosto fue un mes de mucha energía en CEADS.
Tuvimos el Estudio del Evangelio sobre los lazos de familia, evangelio en el centro y una conferencia especial, muy especial, "Una visión espiritual de la discapacidad", presentada por nuestro querido educador de niños especiales, poeta, cantautor espírita, payaso y amigo Pedro Cabrera.
Podéis asistir a la conferencia en nuestro canal youtube.
Pero ya es septiembre, así que volvemos a las actividades normales de CEADS.
Los primeros lunes de mes tenemos ESDE, a las 20.30 horas; todos los Jueves tenemos el GELE, a las 20.30 horas; y los sábados volvemos con ESE, ESDE, Conferencias y Educación Espírita Infanto-Juvenil a las 17:30 horas.
Más información en la Agenda de nuestra web.
Para empezar el mes, este sábado, 2 de septiembre, estudiaremos los items del 1 al 5, del Capítulo V - Bienaventurados los afligidos, de El Evangelio según el Espiritismo.
Os dejo el texto para previa lectura y os esperamos en CEADS para un nuevo año de mucho estudio, aprendizaje, convivencia y paz.
Justicia de las aflicciones
1. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. -
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán
hartos. - Bienaventurados los que padecen persecuciones por la justicia, porque
de ellos es el reino de los cielos. (San Mateo, cap. V, v. 5, 6 y 10).
2. Y El, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados los
pobres, porque vuestro es el reino de Dios. - Bienaventurados los que ahora
tenéis hambre, porque hartos seréis. - Bienaventurados los que ahora lloráis,
porque reiréis (San Lucas, cap. VI, v. 20 y 21). Mas ¡ay de vosotros los ricos,
porque tenéis vuestro consuelo! - ¡Ay de vosotros los que éstáis hartos, porque
tendréis hambre! - ¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y
lloraréis! (San Lucas, cap. VI, v. 24 y 25).
3. La compensación que Jesús
promete a los afligidos de la tierra, no puede tener lugar sino en la vida
futura; sin la seguridad del porvenir, esas máximas no tendrían sentido, o
serían, mejor dicho, un enganño. Aun con esta certeza difícilmente se comprende
la utilidad de sufrir para ser feliz. Se dice que se hace para tener más
mérito; pero entonces se pregunta uno: ¿por qué los unos sufren más que los
otros?, ¿por qué los unos nacen en la miseria y los otros en la opulencia, sin
haber hecho nada para justificar esta posesión?, ¿por qué a los unos nada les
sabe bien, mientras a los otros todo parece sonreirles? Pero lo que aún se
comprende menos es el ver los bienes y los males tan desigualmente distribuídos
entre el vicio y la virtud, y ver a los hombres virtuosos sufrir al lado de los
malos que prosperan. La fe en el porvenir puede consolar y hacer que se tenga
paciencia; pero no explica esas anomalías que parecen desmentir la justicia de
Dios. Sin embargo, desde que se admite a Dios no se le pue de concebir sin que
sea infinito en perfecciones; debe ser todo poder, todo justicia, todo bondad,
sin lo cual no seria Dios. Si Dios es soberanamente bueno y justo, no puede
obrar por capricho ni con parcialidad. "Las vicisitudes de la vida tienen,
pues, una causa, y puesto que Dios es justo, esta causa debe ser justa".
Todos deben penetrarse de esto. Dios ha puesto a los hombres en el camino que
conduce a esta causa por medio de la enseñanza de Jesús, y juzgándoles hoy en
buena disposición para comprenderla, se la revela completa por medio del
Espiritismo, es decir, por la "voz de los espíritus". Causas actuales
de las aflicciones
4. Las vicisitudes de la vida son
de dos clases, o si se quiere, tienen dos origenes muy diferentes que conviene
distinguir: las unas tienen la causa en la vida presente, y las otras fuera de
esta vida.
Remontándonos al origen de los
males terrestres, se reconocerá que muchos son consecuencia natural del
carácter y de la conducta de aquellos que los sufren. ¡Cuántos hombres caen por
su propia falta! - Cuántos son victimas de su imprevisión, de su orgullo y de
su ambición! - ¡Cuántas personas arruinadas por falta de orden, de
perseverancia, por no tener conducta o por no haber sabido limitar sus deseos!
- ¡Cuántas uniones desgraciadas, porque sólo son cálculo del interés o de la
vanidad, y en las que para nada entra el corazón! - ¡Cuántas disenciones y
querellas funestas se hubieran podido evitar con más moderación y menos susceptibilidad!
- ¡Cuántas enfermedades y dolencias son consecuencia de la intemperancia y de
los excesos de todas clases! - ¡Cuántos padres son desgraciados por sus hijos
porque no combatieron las malas tendencias de éstos en su principio! Por
debilidad o indiferencia han dejado desarrollar en ellos los gérmenes del
orgullo, del egoísmo y de la torpe vanidad que secan el corazón, y más tarde,
recogiendo lo que sembraron, se admiran y se afligen de su falta de deferencia
y de su ingratitud. Pregunten fríamente a conciencia todos aquéllos que tienen
herido el corazón por las vicisitudes y desengaños de la vida; remóntense paso
a paso al origen de los males que les afligen, y verán si casi siempre podrán
decirse: "Si yo hubiese o no hubiese hecho tal cosa, no me encontraría en
tal posición". ¿A quién debe, pues, culparse de todas estas aflicciones,
sino a sí mismo? Así es como el hombre, en un gran número de casos, es hacedor
de sus propios infortunios, pero en vez de reconocerlo, encuentra más sencillo
y menos humillante para su vanidad, acusar a la suerte, a la Providencia, al
mal éxito, a su mala estrella, siendo así que su mala estrella es su incuria o
su ambición. Los males de esta clase seguramente forman un contingente muy
notable en las vicisitudes de la vida; pero el hombre los evitará cuando
trabaje para su mejora miento moral tanto como para su mejoramiento
intelectual.
5. La ley humana alcanza a ciertas
faltas y las castiga; el condenado puede, pues, decir que sufre la consecuencia
de lo que ha hecho; pero la ley no alcanza ni puede alcanzar a todas las
faltas; castiga más especialmente aquellas que causan perjuicio a la sociedad y
no aquellas que dañan a los que las cometen. Sin embargo, Dios quiere el
progreso de todas las criaturas; por esto no deja impune ningún desvío del
camino recto; no hay una sola falta, por ligera que sea, una sola infracción a
su ley, que no tenga consecuencias forzosas e inevitables, más o menos
desagradables; de donde se sigue que, tanto en las cosas pequeñas como en las
grandes, el hombre es siempre castigado por donde ha pecado. Los sufrimientos,
que son su consecuencia, le advierten de que ha obrado mal, le sirven de
experiencia, le hacen sentir la diferencia del bien y del mal y la necesidad de
mejorarse para evitar en lo sucesivo lo que ha sido para él origen de pesares;
sin esto no hubiera tenido ningún motivo de corregirse; confiando en la
impunidad, retardaría su adelanto, y por consiguiente su felicidad futura. Pero
la experiencia viene algunas veces un poco tarde, cuando la vida está gastada y
turbada, cuando las fuerzas están debilitadas y cuando el mal no tiene remedio.
Exclama el hombre: Si al principio de la vida hubiese sabido lo que sé ahora,
¡cuántos pasos falsos hubiera evitado! ¡"Si tuviera que empezar ahora",
me conduciría de muy distinto modo, pero ya no es tiempo! Así como el operario
perezoso dice: He perdido mi jornal, él también dice: He perdido mi vida; pero
así como para el jornalero el sol sale al día siguiente y empieza un nuevo día
que le permite reparar el tiempo perdido, también para él, después de la noche
de la tumba, resplandecerá el sol de una nueva vida en la que podrá valerle la
experiencia del pasado y sus buenas resoluciones para el porvenir.
Un abrazo fraterno,
Comunicación CEADS
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