Por David Santamaría
Así tituló
Allan Kardec el primer capítulo de la primera parte de El Libro de los Médiums. Este título nos servirá de punto de
partida (y de conclusión) para esta
digresión filosófica en torno a una cuestión de tanto interés como son las
investigaciones científicas con embriones congelados. Tema que enfocamos,
evidentísimamente, con grandes cuidados y limitaciones (filosóficas y sin duda
científicas).
El principal
punto de preocupación, desde la órbita espiritista, sería precisamente el de
responder categóricamente a esa pregunta inicial: ¿Hay Espíritus – puede haber espíritus
– ligados a esos embriones congelados? Si la respuesta fuese afirmativa, las
connotaciones morales a la hora de su utilización por parte de la Ciencia
serían evidentes.
Ciertamente se
han vertido algunas opiniones que presentan vínculos preocupantes. Se han visto
planteamientos alejados del pensamiento de Kardec[1],
para defender la posición favorable a esa investigación haciendo hincapié en la
no presencia de espíritus en esos embriones congelados. Somos plenamente del
parecer de que, probablemente[2],
en ningún caso habría espíritus prisioneros de esos embriones. Sin embargo, no
compartimos algunos de los argumentos que se esgrimen para apoyar esa probable
realidad de la no presencia de almas en esas células: dicen algunos que el lazo
real entre periespíritu y cuerpo se da, no en el momento de la fecundación,
sino en el momento del alumbramiento. O sea, no habría una ligazón directa
entre Espíritu y cuerpo, sino que lo que habría es una unión del Espíritu
reencarnante con la mente de la madre. Por ello, en ningún caso podría darse la
presencia de un Espíritu en las células embrionarias.
Pensamos que se
trata de opiniones extrañas en un contexto espiritista kardecista. Y pensamos,
también, que apoyándonos en dos autores de tanto peso como Allan Kardec y Gabriel
Delanne, podemos encuadrar correctamente el problema y llegar a planteamientos
más sencillos.
No es
únicamente en El Libro de los Espíritus[3]
que Allan Kardec defiende que la unión espíritu- cuerpo (a través del
periespíritu) se inicia en el
momento de la
fecundación del óvulo femenino. Insiste[4]
nuevamente Kardec en este tema en el capítulo III de ¿Qué es el Espiritismo? (“El
hombre durante la vida terrestre”, ítem 116):
“¿Cómo y en qué momento se opera la unión del
alma con el cuerpo?
“Desde la concepción el Espíritu, aunque
errante, se halla ligado por un lazo fluídico al cuerpo al que debe unirse.
Este vínculo se
estrecha cada vez más a medida que el cuerpo se va
desarrollando. A partir de ese instante el Espíritu es presa de una turbación
que sin cesar aumenta. Cuando el
nacimiento está cerca su turbación es completa, el Espíritu pierde la
conciencia de sí y sólo gradualmente irá recobrando sus ideas[5], desde el momento en
que el niño comienza a respirar. Sólo entonces es completa y definitiva[6] la unión.”
Además,
si la unión Espíritu (periespíritu) - cuerpo no se diera hasta el momento del
nacimiento, nos preguntaríamos cuál sería el papel del periespíritu durante el
proceso de desarrollo fetal. Para Gabriel Delanne el periespíritu constituye la
“idea directriz” sobre la cual se estructura el cuerpo físico. Así, en La Evolución Anímica (Cap. 1º), en el
apartado “¿Por qué se muere?” podemos
leer:
“La fuerza vital no puede por sí sola explicar
la forma, que es la característica
de todos los individuos vivos, ni puede tampoco hacer comprender la jerarquía sistematizada de todos los
órganos ni su sinergia para el esfuerzo común, puesto que a la vez son
autónomos y solidarios; para esto es de absoluta necesidad que intervenga el
periespíritu, es decir, un órgano que posea las leyes organogénicas que
mantiene la fijeza del organismo en medio de las incesantes mutaciones de las
moléculas materiales.” (Todos los resaltados provienen del original).
“Mediante las experiencias espiritistas hemos
podido comprobar que los espíritus tienen la forma humana, y que esta forma no
es meramente aparente, sino que el periespíritu es todo un organismo[7] fluidico sobre el cual
se modela la materia que se organiza para confeccionar el cuerpo físico.” (Cap. 1º,
apartado “Utilidad fisiológica del
periespíritu”).
“La célula primitiva es absolutamente la misma en todos los vertebrados;
nada en ella indica que dará nacimiento a tal individuo mejor que a tal otro,
puesto que su composición es idéntica para todos. Es preciso, pues, admitir la
intervención de un nuevo factor que determine en qué condiciones ha de ser
construido el edificio vital, y este factor no puede ser otro que el
periespíritu, que es quien contiene en sí el propósito determinado, la ley
todopoderosa que servirá de regla inflexible al nuevo organismo y le señalará,
según el grado de su evolución, el lugar que debe ocupar en la escala de las
formas. Esta acción directriz tiene lugar en el embrión.
“(…) La idea directriz la hallamos
tangiblemente realizada en la envoltura fluídica del alma; ella es quien
incorpora la materia, la que vela por la sustitución de las partes usadas y
destruidas, la que preside a las funciones generales y la que mantiene el orden
y la armonía en medio de este torrente de materia que sin cesar se renueva.” (Cap. 1º,
apartado “La idea directriz”).
Así, pues, el concurso del periespíritu es imprescindible
para el correcto desarrollo fetal. El periespíritu es el archivo biológico de
las experiencias orgánicas milenarias del ser humano. El periespíritu es la
idea directriz que comanda el desarrollo del cuerpo desde el primer instante.
Si no hubiera unión del espíritu con su cuerpo desde el momento mismo de la
concepción, ¿cómo podría el periespíritu ejercer
esa función de
idea directriz? Se podría argumentar que la mente materna
podría suplir, inconscientemente, esa función; o sea, que la mente o el
periespíritu materno ejercerían de idea directriz. Si eso fuera así, esa nueva
forma humana seguramente tendría siempre un notable parecido con la forma
materna; sin embargo, sabemos que ello no ocurre así en muchísimos casos.
Pensamos que no es necesario aceptar
esas ideas extrañas para justificar que los embriones congelados no poseerían
un alma ligada a ellos.
Estamos
convencidos de que, muy probablemente, no hay ningún espíritu “atado” a esos
óvulos fecundados, aunque ciertamente el andamiaje genético ya existente en los
mismos, será determinante a la hora de asignarlo a tal o a cual espíritu para
su encarnación en ese cuerpo (en el caso de que durante la posible implantación
uterina, ésta tenga éxito).
Sin embargo, no nos atreveríamos a negar de forma
rotunda la posibilidad de que, por necesidades imperiosas provenientes del
pasado, algún espíritu no pueda ser forzado a permanecer vinculado a alguno de
esos embriones, con la consecuente angustia de su ignorancia acerca de la
resolución de su situación.
A pesar de lo afirmado en el párrafo
anterior, no creo que ello debiera ser un obstáculo para la utilización de
cualquier embrión congelado desechado, aunque en alguno existiera la
posibilidad de la presencia de un espíritu. Seguramente que para ese hipotético
acompañante de alguno de esos embriones congelados la utilización -nunca con
desarrollo fetal- de esa célula, que acabará comportando la destrucción de la
misma, resultaría ser una liberación para esa
alma.
Por lo tanto a la pregunta de si hay, o
puede haber, espíritus ligados a esos embriones, responderíamos que
probablemente no; pero, que si los hubiere -y debido a las especiales
connotaciones causales que seguramente acompañarían a esos espíritus- ello no
sería óbice para su utilización experimental.
[1] Lo que por sí mismo no implicaría nada, ya que se puede disentir de
alguna opinión de Kardec -siempre con argumentos racionales encima de la mesa-
sin que ello implique un desacuerdo con los planteamientos generales del
Fundador del Espiritismo.
[2] Como ya ampliamos más adelante, nunca podremos ser absolutamente
taxativos en este tema.
[3] “El Libro de los Espíritus”,
ítems 344 y 345
[4] Esa misma insistencia demuestra que se trata de un tema perfectamente
meditado por Kardec, y no de una opinión poco trabajada.
[5] Ideas que, como mucho en el común de los espíritus encarnados, se
traduce en tendencias, reminiscencias, algunas ideas innatas; pero, casi nunca
en percepciones nítidas procedentes del pasado.
[6] Veamos también en “El Libro de los Espíritus”, ítem 353 (el resaltado es nuestro): “Dado que la unión del Espíritu al cuerpo sólo se lleva a cabo en forma
completa y definitiva después del nacimiento, ¿se puede considerar que el feto
tiene un alma?
“El Espíritu que debe animarlo existe,
en cierto modo, fuera de él. Por consiguiente, para hablar con propiedad, el feto no tiene un alma, puesto que la
encarnación está sólo en vías de operarse. No obstante, se encuentra ligado
a la que habrá de tener.”
A pesar de esta exposición pensamos que esa
unión, aunque no esté completamente plasmada, sí que constituye un lazo real,
único y totalmente vinculante. Por lo tanto, podemos afirmar que el alma sí que
está ya ligada a su cuerpo en ese estado fetal.
[7] Somos más bien reacios a aceptar esta noción de “organismo” referida
al periespíritu. No parece necesario que el periespírtu deba poseer las
características de un organismo, sino que, más bien, podemos suponer que esa
envoltura del alma integre una especie de software en el cual estaría siempre a
punto la última versión de las conquistas orgánicas del individuo humano. Así,
pues, esa envoltura no tendría ni corazón, ni cerebro, ni riñones, y menos aún corriente
sanguínea, como hemos oído afirmar en alguna ocasión…; la información de esas y
de todas las estructuras orgánicas estaría almacenada (de forma conveniente,
aunque no sepamos explicitarla) hasta que sea necesario su concurso en la siguiente
encarnación del Espíritu y, también, en el mantenimiento celular y orgánico en
la presente encarnación.
Muy interesante y una sencilla explicación , gracias
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