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martes, 30 de junio de 2020

La verdadera propiedad



Por Janaina Minelli De Oliveira


En el capítulo XVI de “El Evangelio según el Espiritismo”, el amigo espiritual que se identifica como Pascual nos hace reflexionar sobre lo que realmente poseemos. Pascual nos dice de forma tajante, que sólo es verdaderamente nuestro aquello que podemos llevar de este mundo. Lo que el hombre encuentra a su nacimiento, al igual que lo que deja cuando vuelve a la patria espiritual, lo disfruta mientras permanece en la Tierra. Profundizar en esta advertencia debería hacernos replantear el orden de prioridades que damos a muchas cosas. Antes o después, todos abandonaremos el cuerpo físico, llevando exclusivamente lo que nos pertenece. ¿Qué es? El amigo Pascual nos lo aclara: “Nada de lo que es para uso del cuerpo; todo lo que es para uso del alma: la inteligencia, los conocimientos, las cualidades morales. Eso es lo que trae y lo que se lleva consigo, lo que nadie puede arrebatarle, lo que le será de mayor utilidad en el otro mundo que en este. De él depende que sea más rico al partir que al llegar, porque de todo lo bueno que haya conquistado depende su posición futura.”


Ser más rico al partir que al llegar, en el sentido que nos propone Pascual, es el objetivo de todos los que hemos abrazado las ideas espíritas. Cada día que pasamos a este lado de la vida es una oportunidad de crecimiento moral e intelectual. El cultivo y desarrollo de valores éticos y morales, el autoconocimiento y la mejor gestión de las emociones son un programa que todo espírita sincero debe emprender. Momentos como los que vivimos actualmente ponen a prueba todas estas propuestas: la solidaridad, el respeto y la responsabilidad son valores que nos hacen reflexionar a cada día sobre quiénes somos en la relación con los otros y con nosotros mismos; las reacciones que exteriorizamos ante el desconocido, desagradable o indeseable nos ofrecen información sobre aspectos de nosotros que no suelen salir a la luz en tiempos de prosperidad, seguridad y confort; el miedo, la ansiedad y la rabia, si no se “ponen a raya”, pueden dificultar visualizar caminos de superación de las dificultades.


Pascual nos propone una metáfora. Imaginemos que nos preparáramos para viajar a un país lejano. ¿No prepararíamos el equipaje según lo que fuéramos a necesitar ahí? Antes del viaje, nos tendríamos que informar sobre qué temperatura hace en este país para seleccionar la ropa más adecuada. Según el objetivo del viaje, también tendríamos que tomar decisiones. No es lo mismo un viaje de ocio que un viaje profesional. Ahora, pensemos que estamos de camino a la patria espiritual. De retorno, mejor dicho. En el equipaje sólo podremos llevar lo que hayamos aprendido, el bien que hayamos hecho, las lágrimas que hayamos consolado, la madurez emocional que hayamos conquistado. Es posible que, contemplando nuestro equipaje, nos entre una necesidad enorme de posponer el viaje un poco más. ¿Estaría preparado para partir esta noche?


Al otro lado de la vida, no se nos preguntará si fuimos príncipes o artesanos. De hecho, no se nos preguntará nada. La conciencia de uno mismo ya se encarga de establecer las condiciones que nos esperan. Por esta razón, es tan importante, mientras todavía estamos de camino, llamar la conciencia al hecho de que estamos temporalmente encarnados. La lucha por la posesión de bienes materiales, el culto al cuerpo y el placer, a menudo nos tienen despistados de lo que debe tener una papel prioritario en nuestras vidas. Sin una visión clara de prioridades, uno se deja arrastrar por valores que siquiera diría compartir, pero acaban por caracterizarlo por el hecho de vivir en una sociedad materialista, consumista y narcisista.

Los espíritas estamos convocados a vivir con una conciencia despierta. Nuestra aceptación de las situaciones desafiadoras se basa en el conocimiento de que las leyes cósmicas son perfectas. Todo cuanto sucede es lo que nos merecemos y necesitamos, individual y colectivamente, para seguir en la senda incesante del progreso. Con esperanza vivimos estos días y entregamos, cada uno en su propia esfera de influencia, el amor que ya somos capaces de sentir. No buscamos la angelitud; simplemente trabajamos con entrega al proyecto de ser mejores seres humanos a nuestra partida que a nuestra llegada a este mundo.

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