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lunes, 29 de marzo de 2021

La depresión

Jordi Santandreu



Según datos recientes del Ministerio de Sanidad, cerca de tres millones de personas se encuentran bajo el yugo de la depresión en nuestro país. Un número que podría ser significativamente mayor si consideramos a todas aquellas que no acuden a los centros de salud para tratarse y que no son contabilizadas en los registros oficiales. Se trata de una pandemia silenciosa, que se instala en nuestras mentes a pesar de todos los avances tecnológicos y de todas las comodidades que disponemos en la actualidad.


Afecta dos veces más a las mujeres que a los hombres y por edades, la última encuesta nacional de salud estimó que fueron las personas entre los 75 y 84 años el grupo de edad con mayor prevalencia, siendo a partir de los 55 años cuando los casos aumentan con mayor celeridad. Hay que tener presente que la depresión se asocia a un mayor riesgo de ideación y comportamientos suicidas, abuso de sustancias y otras enfermedades psiquiátricas y médicas.


Estar triste no es tener depresión

Diariamente, todos nosotros sufrimos desengaños, contrariedades y fracasos que tienen cierto impacto en nuestro estado de ánimo. Es natural sentirnos tristes ante este tipo de circunstancias, que en general no nos impiden continuar con nuestra cotidianeidad: comemos y dormimos habitualmente, la capacidad de concentración se mantiene y cumplimos, en definitiva, con las actividades que realizamos normalmente. 

La duración de esta tristeza suele ser de unas horas o de unos pocos días, pero no se extiende mucho más en el tiempo. Y a pesar de que es una emoción displacentera, forma parte de nuestro repertorio de respuestas adaptativas: nos conduce a la quietud, a la reflexión y al sosiego. Por lo tanto, la tristeza es una emoción sana que hemos de permitirnos, sin alarmarnos y dar tiempo a que nuestro organismo la procese. En la depresión, en cambio, los síntomas son más intensos, variados y se prolongan en el tiempo. Veremos a continuación algunos de los más frecuentes.


Síntomas de la depresión

  1. La queja principal en aproximadamente la mitad de las personas deprimidas es esa sensación de abatimiento, pesadumbre, infelicidad e irritabilidad, aunque en los casos más graves la persona es incapaz de tener cualquier tipo de sentimiento.

  2. La anhedonia o la incapacidad de disfrute, junto con el estado de ánimo depresivo, es el principal síntoma de la depresión. Tareas cotidianas como levantarse de la cama o asearse, pueden resultar extremadamente difíciles para la persona.

  3. Por otro lado, las personas con depresión presentan características cognitivas o modos de pensar como la autodepreciación, culpabilización y pérdida de la autoestima

  4. Es normal que se produzcan cambios físicos, como el insomnio, pérdida de apetito y de deseo sexual, además de diversas molestias físicas como dolores de cabeza, náuseas, vómitos, etc. 

  5. Las relaciones interpersonales pueden verse afectadas, desde el momento en que la persona se aísla de los demás, facilitando que los demás puedan a su vez alejarse de la persona.


Tipos de trastornos depresivos

Tradicionalmente, se han diferenciado varios tipos de depresión, por ejemplo, si se tiene en cuenta el origen del trastorno, si es fundamentalmente neuroquímico o psicológico, o bien en función de la intensidad y la duración de los síntomas, entre otros aspectos. De forma sintética, podemos diferenciar entre depresión mayor, más intensa pero más breve en el tiempo, en ocasiones cíclica, y la depresión menor, menos intensa, pero más prolongada en el tiempo, incluso crónica. No es la terminología estrictamente científica, pero llamarlo así nos servirá para entenderlo. 

El abuso de sustancias también puede conducir a la depresión, aunque el camino también puede ser el inverso, que la depresión lleve al abuso de sustancias. También se suele hablar de la depresión premenstrual (que técnicamente se llama Trastorno Disfórico Premenstrual y puede ser un poco más complejo que un estado depresivo) o la depresión posparto o periparto, asociadas ambas a cambios hormonales, pero también personales y situacionales. 

Hace algunos años era más habitual distinguir entre lo que se llamaba depresión endógena y depresión exógena y se decía que, en la primera, las causas se hallaban fundamentalmente en el déficit de algunos neurotransmisores, como la dopamina o la serotonina; y en la segunda, se produciría por cambios en las circunstancias personales o del entorno más cercano. Sin embargo, hoy en día esta distinción ha caído en desuso ya que es muy difícil separar ambos fenómenos, internos y externos pues suelen ir siempre juntos.

Hay algunas depresiones en las que aparecen algunos síntomas psicóticos, como delirios y alucinaciones. Se da en situaciones que suponen una ruptura muy drástica en la vida de una persona, como una separación, el fallecimiento de un ser querido o un despido traumático.

Finalmente, tal vez ya sabéis que existe la llamada depresión unipolar, únicamente con síntomas depresivos y la bipolar, en la que la persona recorre las etapas de lo que se llama manía o hipomanía, que consiste en estados de ánimo excesivamente elevados o un alto grado de actividad, alternado con períodos depresivos.


¿Por qué nos deprimimos?

Un filósofo británico del siglo XVII popularizó la expresión latina tábula rasa, que seguramente todos habremos oído alguna vez. Con ella John Locke se refería a que, cuando nacemos, el individuo llega como una hoja en blanco, inmaculada y lista para ser escrita por primera vez. Todo lo que vaya aprendiendo a partir de entonces, irá rellenando esa página y las siguientes, conformando el carácter de la persona. Esta expresión, que ya era utilizada de alguna manera por Aristóteles, contrasta con otra corriente filosófica llamada innatismo, según la cual al menos algunos conocimientos son innatos, es decir, que ya venimos con algunas ideas escritas en esa página en blanco de la que hablamos arriba. Platón, al revés de Aristóteles, era partidario de esta teoría.

¿De qué lado dirían que estamos los Espiritistas?

Efectivamente, del lado de los innatistas, sin menospreciar naturalmente la influencia del aprendizaje en la vida presente. Sería una postura intermedia, propia de filósofos como Kant. 

Nosotros sabemos que en nuestra memoria espiritual traemos un cúmulo de experiencias de vidas anteriores que se expresan en mayor o menor medida en la vida presente, también en nuestras predisposiciones psicológicas. Desde este punto de vista, es fácil entender que, aunque no seamos del todo conscientes, puede haber elementos de nuestro pasado espiritual que activen ciertos trastornos mentales, como por ejemplo la depresión. 

Como dice Joanna de Ángelis en Victoria sobre la Depresión, psicografiado por Divaldo Franco, “debido a las herencias ancestrales, el Espíritu mantiene vínculos con las tendencias perturbadoras que, con más facilidad, brotan en su mundo interior, inspirándole conductas agresivas y enfermizas, distintas de aquellas que serían las ideales para su comportamiento”. Más allá de las influencias propias, inscritas en los pliegues del periespíritu, “gracias al proceso de afinidad -continúa la noble mentora-, los individuos de carácter semejante se aproximan más fácilmente, manteniendo un intercambio continuo, influenciándose recíprocamente”. Tanto encarnados como desencarnados establecen lazos de proximidad con aquellos con quienes están en sintonía, a veces por afinidad de pensamientos y estado de ánimo, otras veces por deudas que desean ser saldadas sañudamente.

De todas formas, sin embargo, la última responsabilidad radica en el propio individuo, en el momento presente, que es el único sobre el que podemos ejercer alguna influencia. El pasado no podemos cambiarlo y la influencia espiritual será más o menos impactante en la medida en la que cada uno se maneje en cada momento.


La tríada cognitiva

Los pensamientos e inclinaciones a los que se refiere Joana, tienen que ver con lo que en psicología cognitiva llamamos la tríada cognitiva.

La tríada cognitiva consiste en tres procesos cognitivos que nos inducen a considerarnos a nosotros mismos, al futuro y a las experiencias de manera negativa en cierto modo. Lo veremos con algo más de detalle a continuación:


1. Consideraciones negativas sobre uno mismo

El primer componente de la tríada se centra en la visión negativa del individuo sobre sí mismo. La persona deprimida se siente desgraciada, torpe, enferma y con poca valentía. Tiende a atribuir sus experiencias desagradables a un defecto propio, de tipo psíquico, moral o físico, albergando pensamientos tales como “soy tonto”, “no valgo para nada”, “nada me sale bien”.

Debido a este modo de ver las cosas, la persona cree que, a causa de estos defectos o errores, es un inútil, que carece de valor. Tiende a subestimarse, a criticarse a sí mismo en base a sus defectos. 

Piensa que carece de los atributos que considera esenciales para lograr la alegría y la felicidad. 


2. Consideraciones negativas sobre el mundo

El segundo componente de la tríada se centra en la tendencia a interpretar las experiencias de manera negativa. Le parece que el mundo le solicita demandas exageradas y/o le presenta obstáculos insuperables para alcanzar sus objetivos. Interpreta su interacción con el entorno en términos de derrota o frustración, albergando pensamientos tales como “el mundo es un lugar horrible”, “mi familia es un completo desastre” o “lo que sucede es terrible”.


3. Consideraciones sobre el futuro

El tercer componente se centra en la visión negativa sobre el futuro, sea inmediato (las horas que al día le quedan por delante) o más lejano (la Navidad, cuando estemos en abril). 

Cuando la persona con depresión realiza proyectos de gran alcance, está anticipando que sus dificultades o sufrimientos actuales continuarán indefinidamente. Espera penas, frustraciones y privaciones interminables. Cuando piensa en hacerse cargo de una determinada tarea en un futuro inmediato, inevitablemente sus expectativas son de fracaso, albergando pensamiento como “nada cambiará”, “las cosas van a peor” y “lo pasaremos terriblemente mal”.


Esquemas depresógenos

Estos patrones de pensamiento se van forjando a lo largo de la vida, sobre todo durante la infancia y la adolescencia. Son los cristales tras los cuales interpretamos lo que nos ocurre. Para una persona deprimida sentiría que esas gafas no están bien graduadas, incluso en contra de la evidencia objetiva de que existan factores positivos en su vida; pero no es capaz de verlo. Tiene tan enraizado este modo de ver la realidad, que es necesario un ejercicio consciente y entregado para poder corregir esta visión distorsionada.

En las depresiones más leves, el individuo generalmente es capaz de darse cuenta de sus pensamientos negativos con cierta claridad. A medida que la depresión se agrava, su pensamiento está cada vez más dominado por ideas negativas, aunque pueda no existir conexión lógica entre las situaciones reales y sus interpretaciones. 

En los estados depresivos más graves, el pensamiento del paciente puede llegar a estar completamente dominado por los esquemas depresógenos: está totalmente absorto en pensamientos negativos, repetitivos, perseverantes y puede resultar extremadamente difícil concentrarse en estímulos externos (como leer o responder preguntas) o emprender actividades mentales voluntarias (como la solución de problemas, de recuerdos). Probablemente es en ese momento cuando la obsesión se puede acomodar en el campo vibratorio del individuo depresivo.

Las personas depresivas tienden a estructurar sus experiencias de un modo bastante irracional. Tienden a asumir juicios globales, extremos, con respecto a los acontecimientos que afectan su vida, albergando pensamiento como “nada funcionará”, “todo es un desastre” y sostienen un conjunto de falsas necesidades o exigencias, como “necesito que me ame” o “fallar es horrible”.

Por contra, el pensamiento racional que se basa en datos objetivos y realistas analiza cuidadosamente las conclusiones de su razonamiento, sin precipitarse. Toma cierta distancia con relación a la veracidad del pensamiento que surge, distancia que le ayuda a valorar de forma relativa y prudente sus necesidades, sin emitir juicios negativos e irracionales de forma apresurada, como “me gustaría, pero sé que en realidad puedo vivir sin ella” o “fallar es desagradable, pero lo puedo soportar”.


Modelos conductuales

Además de cómo pensamos debemos tener en cuenta la influencia en lo que hacemos, ya sea en el origen, aunque principalmente, con el prolongamiento de la depresión. El individuo deprimido tiende a aislarse, a dejar de practicar actividades gratificantes o a evitar situaciones incómodas. Esta dinámica retroalimenta las interpretaciones negativas sobre sí mismo, el mundo y el futuro, ahondando cada vez más en la depresión. 

En este sentido es fácil entender que será imprescindible reactivar la vida de la persona, aunque al principio nada le resulte especialmente estimulante. Cualquier refuerzo positivo será beneficioso, especialmente si tiene que ver en entornos de socialización.


Estrategias terapéuticas

Salir de la depresión es más complejo de lo que parece y no debemos subestimar la gravedad de la situación. En demasiadas ocasiones se piensa que los trastornos mentales como este se resuelven saliendo más de casa o viendo las cosas desde el lado positivo, pero no es suficiente. Los fármacos ayudan a sobrellevar los síntomas y en muchas ocasiones son necesarios y de valor inestimable, pero no resuelven el problema de fondo.

El tratamiento de la depresión exige un trabajo duro, en el que se combina lo que llamamos restructuración cognitiva, es decir, identificar y mejorar ciertos patrones de pensamiento que se han convertido en habituales por la activación conductual, recuperando poco a poco áreas abandonadas de la vida. Además, el Espiritismo nos ofrece una tercera clave que a menudo no se tiene en cuenta en la terapia convencional: “fuera de la caridad no hay salvación”.

El desarrollo moral junto con la práctica de la solidaridad no solo nos protege de la inestabilidad emocional, sino que acelera la recuperación cuando, por algún motivo nos desequilibramos. Una vida guiada por el Evangelio de Jesús es la mejor psicoterapia.

En conclusión: si crees que estás pasando por un momento en tu vida en el que sufres los síntomas que hemos descrito en este artículo, si tus pensamientos habituales se centran en el lado negativo de ti mismo, del mundo y del futuro y si te sientes cada vez más alejado de los demás, por favor, pide ayuda a un profesional y asiste a las reuniones del centro espírita de manera regular, implicándote en el estudio y en las actividades de voluntariado. En CEADS encontrarás amigos dispuestos a apoyarte incondicionalmente. 


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