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martes, 21 de marzo de 2017

Por una morada de gratitud, la tolerancia y la mansedumbre

Por Janaina de Oliveira

Nos dijo Jesús que hay muchas moradas en la casa del Padre.

No se turbe vuestro corazón. - Creéis en Dios, creed también en mí. -"En la casa de mi padre hay muchas moradas". (San Juan, cap. XIV, v. 1).

Los espíritus que participaron en la codificación de la Doctrina Espírita interpretaron estas palabras diciéndonos: que la casa del Padre es el universo; que las diferentes moradas son los mundos que circulan en el espacio infinito y que éstos, ofrecen a los espíritus encarnados estancias apropiadas para su adelantamiento. Cuando contemplamos el cielo lleno de estrellas, nos quedamos asombrados ante la belleza de la creación. No podemos alcanzar a imaginarnos cuántas civilizaciones vibran en actividad incesante en todo el cosmos. El Padre, Causa Primera de todas las cosas, lo ha creado todo, y a cada uno de nosotros.

No puede dejar de invadirnos un gran sentimiento de humildad cuando miramos al cielo. Todo esto es la creación y yo también lo soy. El micro-cosmos observa el macro-cosmos. Una multitud infinita de seres peregrinamos por las estrellas buscando nuestro perfeccionamiento moral e intelectual. El movimiento es constante. Absolutamente nada en el universo está estático.

Yendo más allá de la diversidad de los mundos. La codificación también nos hace pensar sobre estas palabras como representativas del estado feliz o desgraciado del espíritu en la erraticidad. Podríamos incluso decir “del estado del espíritu” sin más, encarnado o desencarnado. El ser vive en un mundo determinado según sea la elevación de sus sentimientos, la clase de preocupaciones que le afligen, la nobleza o la mezquindad de sus intereses. Este “lugar” que cada uno de nosotros ocupa es nuestra casa, el espacio que la mente crea con cada pensamiento, palabra y emoción. No andamos nada lejos cuando decimos que cada persona es un mundo. Así es, pero nos falta comprender que tenemos la posibilidad de crear este mundo. Está en nuestras manos que “nuestra casa” sea una de las moradas felices entre las “casas del Padre”. Todo depende de los hábitos que cultivamos, sean físicos, verbales o emocionales.

Como todavía somos seres más cercanos al punto de partida que al de la perfección. Tenemos que cultivar con especial atención sentimientos como la gratitud, la tolerancia y la mansedumbre. Estos sentimientos, esenciales para que nos sintamos felices, enraizados a nuestro propio mundo y sin embargo, conectados al Todo, no acostumbran a ser los que nos caracterizan. Es decir, necesitamos hacer un esfuerzo deliberado para desarrollarlos: proponernos a identificar situaciones y personas a quiénes debemos gratitud, pero no de forma obvia; aplicar dosis más elevadas de tolerancia para convivir con quién piensa y actúa de forma distinta a cómo nos gustaría que hicieran; cultivar la palabra apaciguadora, mansa y noble, en el momento en que la crítica baja la vibración de las conversaciones.


Un dicho árabe dice que dentro de cada uno de nosotros viven dos lobos: uno feroz y otro manso. ¿Cuál de ellos sobrevivirá? El feroz; dirán algunos, pensando que son víctimas de sus sentimientos o de las circunstancias. No, no es esta la respuesta. Sobrevivirá el lobo que tú alimentes. Alimenta al lobo manso que existe dentro de ti. Cuida tu casa mental para que esté armoniosa y brille llena de belleza en el cosmos, como morada bendita del Padre. Nuestros pensamientos elevados sanean la atmósfera de nuestro planeta. Está en nuestras manos cuidar el lugar que ocupamos en la creación. Imagina que en una galaxia lejana alguien contempla el cielo y se emociona, lleno de humildad y gratitud al Padre, por la belleza que le invade el alma mientras ve la morada que habitamos. No se turbe nuestro corazón. El Cristo, luz y guía de la humanidad terrestre, brilla fulgurante señalando el camino.

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