La tarea básica de toda filosofía es indagar lo
verdadero, buscarlo metódicamente y transmitirlo a aquellos que ansían saber.
Habitar en las tinieblas de la ignorancia, en la oscuridad de la incertidumbre
ha sido considerado uno de los peores enemigos de lo humano. De ahí que el
presupuesto epistemológico de la actividad filosófica sea la afirmación de que
el hombre, con sus cualidades intelectuales y su voluntad de saber, es capaz de
conocer la verdad, y una vez conocida ha de difundirla a los demás.
La ardua ascensión del personaje de la caverna
de Platón desde la oscuridad a la claridad del sol, y el ardiente deseo de
regresar a la caverna para “iluminar” a los ignorantes habituados a las sombras
de la realidad –tarea realizada por el maestro Sócrates- representa
simbólicamente el duro esfuerzo intelectual que implica acceder a algo
verdadero y transmitirlo a los demás, no siempre dispuestos a escuchar a quien
ha contemplado el brillo de la luz. El mundo permaneció en la ignorancia de la
costumbre, lejos de la claridad de las ideas mostrada por Sócrates. En verdad lo
mataron (o deberíamos decir lo matamos) como hicimos con Jesús de Nazaret, por
ser ambos transmisores de la verdad.
El problema de la verdad no es nada baladí. El diálogo
de Jesús con Pilatos sintetiza esta complejidad; es representativo de la lucha
por la verdad. La pregunta “¿Qué es la verdad?”, con tono escéptico, fue
lanzada por Pilatos a Jesús, sin esperar respuesta, tras escucharle decir aquello
que todavía resuena en nuestros corazones: “Para esto he nacido yo y para esto
he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la
verdad, escucha mi voz” (Juan 18, 37). Por lo tanto, Jesús nos dio acceso a la
verdad. Nos transmitió algo totalmente nuevo sobre el existir y el morir, sobre
el origen y el destino del ser humano; se reveló él mismo como la Verdad, el
camino y la vida, que conduce a la realidad real del espíritu inmortal.
Sin embargo, llegado el momento hubo otro
personaje que se asomó al abismo de lo inconmensurable y trajo de vuelta aquel
testimonio de vida, reuniendo, por otra parte, la verdad esparcida de manera
fragmentada en todas las épocas. Ello se convino en llamar el Cristianismo
redivivo o la Tercera revelación. Hablamos de Rivail/Kardec del que podemos
decir que nos permitió el acceso a la verdad ontológica que la mente humana,
por sí sola, no alcanza a penetrar del todo. Aquel intento se concretó con la
publicación de El libro de los espíritus
el 18 de abril de 1857. Podemos decir que como especialidad esta obra contiene
la doctrina espírita, lo que cariñosamente llamamos Espiritismo. No obstante,
la obra la termina cuatro años después con la segunda edición publicada en
marzo de 1860. Con ella tendríamos una visión global de la filosofía
espiritista, ya que basta con esta obra para conocer la doctrina espírita de
manera completa.
¿Y cómo es posible, entonces, ese acceso a la
verdad cuando la mente humana está constreñida por estructurales límites
cognitivos? Si bien hay que señalar que el espiritismo en su elaboración es trabajo
del hombre, no lo es tanto en su origen que es divino y, consecuentemente,
pertenece a los Espíritus. Así pues, por su naturaleza, podemos decir que el Espiritismo tiene un doble carácter: es una revelación divina y está elaborada por
el trabajo de deducción en la investigación del hombre. El segundo carácter se
hace evidente; el primero resulta de un acontecimiento providencial, es decir,
no nació del cerebro de un hombre, por lo tanto, los puntos fundamentales de esta
doctrina, de esta ciencia de consecuencias filosóficas y morales son fruto de
la enseñanza impartida por los Espíritus superiores encargados por Dios para ilustrarnos
respecto a las cosas que no podríamos aprender por nosotros mismos y, llegado el
momento, nos convenía conocer por mor de nuestro proceso evolutivo, como
espíritus inmortales que somos.
Como medio de elaboración el Espiritismo
procede exactamente de la misma forma que las ciencias, es decir, aplica el
método experimental. Se presentan hechos de un nuevo orden que no pueden
explicarse por las leyes conocidas; los observa, los compara, los analiza y,
remontándose de los efectos a las causas, llega a la ley que los rige; después
deduce sus consecuencias y busca sus aplicaciones útiles. De esta forma, Allan
Kardec procura delinear el método experimental, cuando nos dice que “se presentan
hechos nuevos”. Como sabéis, se trata de los fenómenos espíritas, de la
comunicación de los Espíritus con los hombres. Es así cómo el maestro Kardec delimita
el objeto de estudio de la Doctrina Espírita o Espiritismo.
No obstante, el punto clave de la Doctrina Espírita nace con la idea de la existencia de Dios. A partir de la idea de Dios
nace el edificio del saber espiritista: hay dos elementos en el Universo, el Espíritu y la materia. A partir de Dios como elemento fundamental (solventando el
problema metafísico), se estructura todo el edificio de conocimiento. Dios da
origen, así, a dos elementos fundamentales en el universo. Descartes tuvo esta
misma idea en la fundamentación de su método, en este caso como estrategia, de
buen espadachín, para romper la clausura de la conciencia hacia el mundo real.
Con la misma destreza Allan Kardec estipulará
un método de investigación propio que le arribará a la certeza del objeto de
estudio del espiritismo. Nos advertirá en cuanto a la necesaria dosis de lógica
y buen sentido frente al volumen de informaciones, descubrimientos y avances
tecnológicos, entre otras consecuencias del progreso, que exigen un estudio
profundo y perseverante por parte de aquellos que quieran comprender la
doctrina espírita. Tal estudio simboliza la prerrogativa de la fe raciocinada,
la única capaz de enfrentar cara a cara la razón en todas las épocas de la
humanidad.
De este modo, el Espíritu de Verdad,
supervisando la construcción de ese método de investigación del conocimiento,
modificará el concepto de fe, adecuándolo a las necesidades de los nuevos
tiempos. Los métodos surgen como respuesta a la actitud comprometida ante esa busca,
mediadora de la relación entre el investigador y lo investigado.
El diálogo socrático es el método del logos para
llegar a la conducta recta, esto es, a los conceptos que designan lo que somos
como seres humanos y a los valores que sustentan nuestra acción virtuosa. Para
Sócrates la vida no sería un simple proceso teórico de pensamiento, sino una
invitación al pensar y una forma de reeducación del pensar. Asimismo, la
propuesta de Allan Kardec presentándonos el estudio de la doctrina espírita es
una forma de pensar y de reeducar nuestro pensar sobre el mundo interior y el
exterior.
El ser humano puede alcanzar la armonía
interior por el dominio completo de sí mismo, conforme a las leyes que
identifica al explorar su conciencia, a semejanza de Sócrates, y mejor
explicitadas, posteriormente, por el Espíritu de Verdad. Esa verdad se confirma
en la respuesta dada por los Espíritus Superiores al maestro lionés en la
cuestión 621, de "El libro de los Espíritus", según la cual la Ley de Dios está
escrita en la conciencia. Por tanto, el auto-descubrimiento es un proceso
intransferible e impostergable de descubrimiento de Dios en nosotros, como
descubriera Descartes, y donde se asienta nuestra certeza. En síntesis: en el
pensamiento socrático la virtud y la felicidad se transfieren hacia el interior
del ser humano. De la misma forma, el Espiritismo será el camino de la verdad y
de la vida si lo transferimos hacia nuestro adentro por el ejercicio del
diálogo, de la razón, del buen sentido y, sobre todo, de la vivencia en el
bien.
Vislumbramos, así, como en la Codificación, en
la Doctrina Espírita tenemos un derrotero de auto-iluminación. Un estudio
complejo y profundo, un “Gnothi Seauton” practicado por Kardec y el Espíritu de
Verdad que, paso a paso, fueron concatenando las ideas y el raciocinio acerca
del origen, de la naturaleza y del destino del Ser, es decir, de los Espíritus,
de todos nosotros. Por medio de su estudio filosófico, científico y moral se
pone al alcance de todos la verdad sobre la única sustancia o esencia
primordial existente en el universo: la materia primitiva o Psiquismo divino
(la Causa sui de todas las cosas). Dios es la base fundamental, la fuente
generadora de todo y de todos. El espíritu es la sustancia esencial: la
existencia del alma y la de Dios, que son consecuencia una de la otra, son la
base de todo el edificio de conocimiento que se abre a nuestros ojos con la
revelación espírita. Es así como puede recobrar sentido aquella afirmación de
Jesús Cristo: “Yo estoy en mi Padre y vosotros en mi y yo en vosotros” (Juan
14:20). Vemos que todo está integrado, toda está relacionado. En palabras del
apóstol del espiritismo, León Denis: “Estamos unidos a Dios por la relación estrecha
que une la causa al efecto, y somos tan necesarios a Su existencia, como Él es
necesario a la nuestra” (Solidaridad; comunión universal en El Gran enigma,
cap. 3, pág. 36).
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