La palabra reencarnación podría ser
definida como la resurrección en la carne, es decir, el renacimiento del
Espíritu en el plano físico. En el “Libro de los Espíritus”, Allan Kardec (el codificador del Espiritismo) utiliza el término
reencarnación cuando se refiere a la pluralidad de las existencias. Según sus
estudios, para acabar de purificarse, el alma que no alcanzo la perfección
durante la vida corporal debería sufrir la prueba de una nueva existencia, y,
por lo tanto, el alma tiene muchas “vidas”.
Kardec explica que todos los Espíritus,
creados simples e ignorantes, tienden a la perfección. Para eso Dios les
proporciona los medios de conseguirla a través de las diversas pruebas de la
vida terrena, permitiéndoles que cumplan en nuevas oportunidades corporales
aquello que no pudieron realizar o concluir en una existencia anterior. El
Espíritu da un paso hacia el progreso en cada “nueva vida” y, cuando se “cura”
de todas sus imperfecciones ya no necesita de la vida corporal. La cantidad de
veces que un Espíritu puede encarnar es ilimitada. Serán cuantas veces sean
necesarias, siendo inferiores en aquellos que progresen antes.
En un resumen práctico de la finalidad
de las reencarnaciones, podríamos decir que sirven para la Reparación, para el Aprendizaje
y para la Elevación del Espíritu.
Reparación ya que, si practicamos el
mal tendremos que cargar con las consecuencias de ello y la reencarnación
funciona como un rescate y una corrección del Espíritu culpable.
Aprendizaje ya que, con las innúmeras
experiencias que una encarnación nos proporciona, educamos nuestros
sentimientos y aprendemos a “amar sobre todas las cosas”. El aprendizaje en la
Tierra también nos da la oportunidad de instruir nuestro Espíritu,
enriqueciéndolo con la sabiduría.
Elevación ya que, en la medida que
vamos educando nuestro amor y adquiriendo sabiduría, nos vamos capacitando para
habitar mundos superiores a la Tierra.
“Un buen padre deja siempre una puerta
abierta al arrepentimiento de sus hijos”. La reencarnación se fundamenta en
esta Justicia Divina. La razón nos dice que sería injusto privar de la dicha
eterna a todos aquellos cuyo mejoramiento no ha estado en Sus manos.
La
doctrina de la reencarnación es la única que, conforme la justicia de Dios,
puede explicarnos el porvenir o justificar nuestras esperanzas pues, nos
proporciona los medios necesarios para corregir nuestras faltas por medio de
nuevas pruebas. El hombre consciente de su inferioridad encuentra en la
doctrina de la rencarnación una esperanza consoladora. Si él cree en la
justicia de Dios, sabe que no permanecerá eternamente igual a los que han
obrado mejor que él.
En la pregunta 172 de los “Libros de
los Espíritus”, ellos nos explican que nuestras diferentes existencias
corporales se realizan en mundos diversos. Las terrestres no son las primeras,
ni las últimas; pero sí son las más materiales y lejanas de la perfección.
La duración de la vida en los
diferentes mundos va en paralelo con el grado de superioridad física y moral de
cada uno, lo cual es completamente racional. Cuanto menos material es el cuerpo,
menos expuesto está a los dilemas que lo desorganizan y, cuanto más puro es el
Espíritu, menos son las pasiones que lo debilitan. Es un favor de la
Providencia, que acorta así el sufrimiento.
Si nos dijesen que tenemos una nueva
oportunidad de hacer algo otra vez… si nos diesen la oportunidad de arreglar
algo…¿qué haríamos?
La certeza de por lo menos intentar
hacerlo bien en esta encarnación y la de tener una nueva oportunidad para
aquello que podríamos haber hecho mejor, debería ser razón suficiente para
aprovechar cada segundo de esta vida, para amarnos a nosotros mismos y a
nuestro prójimo. Dios nos da a todas las mismas oportunidades, depende de cada
uno saber qué hacemos con ellas.
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