La mayor parte de las
cuestiones acerca de la libertad humana fueron debatidas y dilucidadas por San
Agustín a partir de la distinción del libre albedrío como posibilidad de
elección y como libertad propiamente dicha (libertas).
Los cristianos vieron que
el libre albedrío podía usarse bien o podía usarse mal. A pesar del
racionalismo e intelectualismo de casi todos los filósofos antiguos en
cuestiones éticas, la posibilidad de usar bien o mal el libre albedrío había
sido puesta de manifiesto en varias ocasiones (Aristóteles en Ética a Nicómaco, y por Ovidio en los
famosos versos en los que proclama que aprueba el bien, pero sigue el mal). Sin embargo, no había sido subrayada con el
radicalismo de San Pablo cuando indica que “No el bien que quiero, sino el mal
que no quiero hago” (Romanos 7:15).
Como quiera que sea, durante
el siglo XIX abundaron los debates en torno a la noción de libertad y
especialmente en torno a si el hombre es, o puede ser libre, tanto respecto a
los fenómenos de la Naturaleza como en la sociedad. Sería simplificar la
cuestión decir que hubo dos grandes grupos de doctrinas: unas que negaban la
posibilidad de la libertad, y otras que la afirmaban (materialistas versus
espiritualistas), puesto que hubo muchas y diversas posiciones intermedias
entre el determinismo completo y el completo “libertarianismo”, así como entre muchos
modos y grados de entender la libertad.
Para la doctrina espírita,
el libre albedrío está necesariamente relacionado a la cuestión de la evolución
y de la responsabilidad individual. Así lo encontramos en El libro de los espíritus cuando los Instructores superiores manifiestan
que “El desarrollo del libre albedrío acompaña al de la inteligencia y aumenta
la responsabilidad de los actos”. No obstante, para que las acciones humanas
sean consideradas buenas, no basta el desarrollo de la inteligencia sino que es
necesario que a ésta le acompañe el desarrollo moral.
Vislumbramos que el
objetivo del individuo (y sabemos que de los pueblos) es el progreso completo,
que llega de manera gradual. La inteligencia puede utilizarse para hacer el mal
mientras no se haya desarrollado en el ser el sentido moral. La moral y la
inteligencia –nos indican los Espíritus superiores- son dos fuerzas que sólo a
la larga se equilibran.
Si consideramos los
conceptos de libertad como ética y libertad como moral, la vida en sociedad
impone limitaciones al amplio ejercicio del libre albedrío. La primera se dice
respecto a la autonomía de actuar en función de lo que se quiere y de lo que el
otro espera que se haga. La segunda indica actuar en el bien, que puede ser
expresado con la conocida regla de oro anunciada por el Cristo: “Todo cuanto
queráis que os hagan los hombres hacédselo vosotros también a ellos; porque
esta es la ley y los profetas” (Mateo 7:12).
La vida en sociedad es,
pues, una conquista evolutiva empero la mayoría de las relaciones personales
que llevan a una vivencia armónica se fundamentan en principios universales
especificados por la ética y la moral. En síntesis podemos afirmar que la ética
es la parte de la Filosofía que estudia los principios, motiva, disciplina y
orienta el comportamiento. La ética trata, por lo tanto, de la conducta en general
(de la vida en sociedad), así como específica (el código de ética médica, por
ejemplo).
En cambio, la palabra moral
hace referencia a las buenas costumbres, principios o bases del conocimiento a
partir de los cuales se establecen los códigos de conducta ética en la familia,
en sociedad y en el trabajo. En verdad, ambos términos están intrínsecamente
correlacionados, toda vez que no se puede suponer una conducta ética sin una
base moral que la sustente y le de validez. En este sentido, Agustín de Hipona
(354-430) definía el libre albedrío como la facultad de la razón y de la
voluntad por la cual es elegido el bien, mediante el auxilio de la gracia, o el
mal, por ausencia de ésta.
En sentido genérico podemos
afirmar que hay libertad individual cuando la persona piensa y actúa por sí
misma, esto es, por decisión propia. No obstante, cuando se consideran los
valores éticos y morales, percibimos que el hombre tiene una libertad relativa,
puesto que el límite de la manifestación de la voluntad individual termina cuando
comienza la libertad del otro.
Vislumbramos que la
libertad en sentido filosófico presenta dos conceptualizaciones: a) ausencia de
sumisión y dependencia; b) autonomía y espontaneidad en la manifestación de la
voluntad o de los deseos humanos.
En el binomio
libertad-voluntad se observa que querer ser libre es una fuerza que impulsa a
la obtención de la libertad, tornando al individuo independiente. Sin embargo,
si ese binomio no fuera bien aprehendido pueden surgir conflictos en las
relaciones que pueden llevar tanto a procesos patológicos como de naturaleza
criminal.
La mayoría de filósofos
admiten que ningún hombre posee una libertad ilimitada, total. Aristóteles
afirmaba que tanto la virtud como el vicio dependen de la voluntad del
individuo. Tomás de Aquino, filósofo católico, capitulaba que el libre albedrío
es la causa que determina la acción del individuo. Porque el ser humano actúa
según el juicio, esa fuerza cognitiva por la que puede elegir entre opciones
opuestas.
Para Rene Descartes, el
filósofo espadachín, la persona actúa con más libertad cuando comprende las
alternativas que implican una elección. Al analizar racionalmente las
posibilidades de una toma de decisión, el individuo tiene más probabilidad de
realizar una elección acertada. De esta forma, la persona que no trata de obtener
la información necesaria para ilustrarse, presentan mayores dificultades a la
hora de realizar algo o para identificar las propias alternativas ofrecidas por
la existencia. El filósofo francés consideraba que el ser humano debe intentar
siempre dominarse a sí mismo, deseando sólo aquello que se puede hacer. Aunque
las pasiones puedan ser buenas en sí mismas, cabe a la razón saber cómo
utilizarlas a fin de poder dominarlas, ya que la fuerza de las pasiones
consiste en engañar al alma con razones inadecuadas. Con lo cual, para
Descartes el intelecto tiene prioridad sobre las pasiones, en tanto que un
mayor conocimiento de ellas es condición necesaria para poder controlarlas.
Para el filósofo alemán
Immanuel Kant ser libre es ser autónomo, esto es, darse a sí mismo normas de
conducta moral que deben ser perseguidas racionalmente. En su obra principal,
la Critica de la razón pura, el
filósofo prusiano piensa que la conciencia de libertad se desarrolla por el
conocimiento racional y por la intuición, aunque el primero se sobrepone al
segundo. En otras palabras, la persona puede, perfectamente, hacer uso de su
libre albedrío sin intervención de ninguna otra cosa, aunque lo hará con
seguridad si tuviera conocimiento y conciencia de los límites de su libertad.
Las nociones de voluntad y
pasión alcanzan una significación considerable en la doctrina espírita.
Emmanuel nos aclara con relación al concepto de voluntad que es la
administradora de la mente y nos dirá igualmente que sólo ella es lo suficientemente
fuerte como para sustentar la armonía del espíritu (Pensamiento y vida, Cap. 2).
En la pregunta 907 de El libro de los espíritus encontramos
que la pasión en sí misma no es un sentimiento malo: “La pasión está en el
exceso unido a la voluntad, pues su principio ha sido otorgado al hombre para
el bien […]. Lo que causa el mal es el abuso que se hace de ellas”.
Vemos, pues, que las
pasiones son como un caballo que es útil cuando se le domina; y peligroso
cuando el que domina es él. “Son palancas que multiplican las fuerzas del
hombre y lo ayudan a cumplir con los designios de la Providencia […]. El
principio de las pasiones no es, pues, un mal, ya que descansa en una de las
condiciones providenciales de nuestra existencia” (El libro de los espíritus, Pregunta 908).
Como corolario consideramos
la apreciación que nos brinda León Denis sobre la libertad. El admirable
filósofo espírita nos dice que “La libertad es la condición necesaria del alma
humana sin la cual ésta no podría construir su destino” (El problema del ser y del destino, Tercera parte, Cap. 22).
Por consiguiente, libertad
y responsabilidad son correlativas en el ser y aumentan con su elevación; es la
responsabilidad del hombre la que forma su dignidad y moralidad. Sin ella no
sería más que un autómata, un juguete de las fuerzas ambientales: la noción de
moralidad es inseparable de la de libertad.
El libre albedrío es, pues,
la expansión de la personalidad y de la conciencia. Para que seamos libres es
necesario quererlo y hacer esfuerzos para venir a serlo, liberándonos, así, de
la esclavitud de la ignorancia y de las pasiones más bajas; substituyendo el
imperio de los instintos y de las sensaciones por el dominio de la razón, rumbo
a la intuición.
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