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domingo, 3 de julio de 2022

Pensamiento y Salud. Parte II

Daniel Eduardo Gómez Montanelli


La célula es la unidad anatómica, funcional y genética de los seres vivos. Es el elemento de menor tamaño que puede considerarse vivo.

Así como una casa está construida por ladrillos, los seres vivos estamos constituidos por células. El organismo humano está formado por 200.000 millones de células.


La célula está constituida por:


Membrana plasmática, donde hay receptores, externos e internos. Si la membrana fuera el límite, la frontera de la célula, los receptores externos serían como puestos aduaneros que deciden qué es lo que puede entrar al interior de la célula.


Citoplasma, donde hay una serie de organoides que cumplen distintas funciones.

Núcleo, que contiene el ADN (ácido desoxirribonucleico) y el ARN (ácido ribonucleico).


A modo de representación, el ADN es como una especie de biblioteca, donde cada libro es un gen que contiene información sobre cómo fabricar las proteínas que la célula necesita. Y el ARNm (porque en realidad hay distintos tipos de ARN) es como si fuera el empleado de una fábrica que va la biblioteca, copia la información que necesita para fabricar proteínas y, luego, lleva esa información a la fábrica (que son los ribosomas, los encargados de producirlas).


Durante mucho tiempo se pensó que el núcleo de la célula era el cerebro de la misma. El núcleo era el que decidía y, el citoplasma, tenía que ejecutar. Pero al finalizar la primera parte del Proyecto Genoma, en el año 2001, se descubrió que los receptores externos de la membrana influían sobre el ADN activando o inhibiendo la información que hay allí.


¿Cómo es esto?


La alimentación, el estrés, los estados mentales y emocionales, etc. envían señales químicas que actúan sobre los receptores de la membrana plasmática. Estos receptores transmiten esa información a proteínas que hay en el citoplasma. Estas proteínas, a su vez, pueden activar o inhibir la expresión de los genes sin necesidad de modificar su estructura.


Claro que el ADN va a seguir produciendo proteínas en el citoplasma, pero dependiendo de las informaciones que reciba. Y esto se considera tan importante que motivó el surgimiento de una nueva ciencia, llamada Epigenética.

La Epigenética es el estudio de los mecanismos moleculares por medio de los cuales el medio ambiente controla la actividad de las células sin modificar el código genético.


¿De qué manera los estados mentales influyen sobre el ADN?


Cada vez que tenemos una emoción o un pensamiento, el hipotálamo (que es un órgano que está en el cerebro) produce unas moléculas parecidas a las proteínas, que son llamadas “neuropéptidos”, y los descarga en la sangre, a través de la glándula pituitaria. 

Los neuropéptidos son mensajeros químicos que transmiten esa información emocional a otras células del cuerpo. Se calcula que hay entre 60 y 70 péptidos diferentes y que hay un péptido asociado a cada emoción.


Algunas células somáticas (como las de los sistemas nervioso, inmunológico, endocrino y otras) tienen receptores capaces de reconocer esos neuropéptidos, pueden “comunicarse” con ellos.

Las investigaciones de la Dra. Pert demostraron que estos sistemas están interconectados, formando una única red psicosomática, haciendo de puente entre la psique y el soma… y provocando que, cuando surge una emoción, la experimentemos en todo el cuerpo.


Entonces es como si el neuropéptido fuera una llave y los receptores de las células fueran cerraduras. Si la célula tiene la cerradura apropiada el péptido se acopla y le transmite esa información. Una vez recibida esa información produce una serie de reacciones en cadena que pueden influir sobre el ADN de la célula. 


ADN y Embriogénesis


Desde el punto de vista de la ciencia oficial, el ADN representa la información hereditaria que recibimos de nuestros padres. Como iremos viendo, la acción que el Espíritu reencarnante ejerce sobre el ADN durante la embriogénesis, representa la herencia de su pasado espiritual, aquello que es necesario que trabaje en esta encarnación.


El Dr. Ian Stevenson, que fuera Director del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Virginia, EUA, y que se dedicara a la investigación de 2500 casos de reencarnación, estudió el caso del niño Maung Zaw Win Aung.

Maung ha nacido en Birmania, como hijo de padres asiáticos legítimos, morenos, de ojos almendrados y oscuros; él es rubio, de ojos verdes, redondos, y piel muy clara. Desde niño, Maung decía que él había sido un piloto norteamericano de la 2ª Guerra Mundial, fallecido porque su avión había sido derribado por los japoneses; y difería profundamente de sus hermanos, revelando hábitos típicamente occidentales.


Un ejemplo más común es el de los gemelos univitelinos que, si bien tienen físicamente la misma información genética, puede que uno desarrolle una enfermedad hereditaria, mientras que el otro no. 


¿Por qué sucede esto, si la información genética es la misma?


Está claro que se trata de espíritus distintos y, como ya dijimos, el espíritu puede operar encendiendo o apagando su propio material genético (dentro de ciertos límites).



El pensamiento y el proceso de salud/enfermedad



Si bien el ADN puede contener una predisposición genética para tal o cual enfermedad, será de acuerdo con una serie de factores como la alimentación, el estrés, los estados emocionales y otros, que el Espíritu producirá la activación o la inhibición de la misma.


La inhibición de esta disposición es una manifestación de la misericordia divina, porque hace que el ser no viva en un régimen de fatalidad sino de acción y reacción en todos los instantes de la vida. 


Al llegar a la edad prevista, la persona podrá haber confirmado su predisposición, reforzando la necesidad pedagógica y re-armonizadora de tal o cual enfermedad, o haber amenizado su experiencia, por haber aprendido y haberse renovado por otros caminos, actuando benéficamente en su mundo celular, haciendo así que su necesidad de reequilibrio sea más leve, o inexistente. 


Dice la Dra. Marlene Nobre: 


Si la causa de la enfermedad está vinculada al alma es ahí donde reside la fuente primaria de todos los recursos medicamentosos definitivos. 


Los fármacos no pueden remover las causas trascendentes del carácter mórbido de los individuos. El remedio eficaz está en la acción del propio espíritu enfermo. La encarnación, en sí misma, ya representa una estación de tratamiento y de cura, considerando que, ciertas enfermedades del alma exigen varias estaciones sucesivas, es decir, varias existencias con la misma intensidad en sus procesos regeneradores. 


El hombre, durante mucho tiempo todavía, seguirá tratando la salud del cuerpo hasta que aprenda a preservarla y a defenderla, a través de la salud del alma. Los fármacos serán reemplazados por la excelencia de los recursos psíquicos. 


El amparo a los otros crea amparo a nosotros mismos. Por ello, los principios de Jesús, al desterrar de nosotros la animalidad y el orgullo, la vanidad y la codicia, la crueldad y la avaricia; y al exhortarnos a la simplicidad y a la humildad, a la fraternidad sin límites y al perdón incondicional, establecen (cuando son observados) la inmunología perfecta en nuestra vida interior, fortaleciendo el poder de nuestra mente en la autodefensa contra todos los elementos destructores y degradantes que nos rodean y articulando en nosotros las posibilidades imprescindibles en la evolución hacia Dios.


Luiz, A., Xavier, F. C. y Vieira, W. (1958). Evolução en Dois Mundos (Cap. XX - Invasão microbiana).

Nobre, M. (Julho de 1986). Enfermidades e suas relações com o comportamento moral. Boletim Médico Espírita, Ano III Nº4.


viernes, 18 de marzo de 2022

La culpa, otra gran desoladora

Jordi Santandreu

El Espiritismo encierra una filosofía de vida que nos ayuda a vivir mejor, a ser más felices y a progresar en todos los sentidos. Para alcanzarlo nos ayuda, entre otras cosas, a manejar adecuadamente las emociones, entre ellas, la culpa.

La culpa es una emoción como lo son la depresión, la ansiedad, la ira o la alegría. Todas ellas son estados emocionales fluctuantes y transitorios. Así como toda emoción, la culpa se origina en una evaluación mental más o menos consciente de determinados hechos o situaciones.


Ya lo decía Epicteto en el siglo I d.C.:

“Todos los estados emocionales siguen este mismo patrón, son la consecuencia de una determinada manera de ver las cosas”.


Factores desencadenantes de las emociones


Es innegable que hay factores biológicos o fisiológicos que intervienen en el surgimiento, el mantenimiento e incluso en la desaparición de las emociones, como los genes, los neurotransmisores y las hormonas. Por ejemplo: en muchas mujeres es muy intenso el impacto de la menstruación, de la menopausia o del embarazo en su estado emocional. Hay también lo que llamamos factores ambientales como la alimentación, las horas de Sol y la exposición a otros estímulos, que también influyen, sin duda. Sin embargo, de entre todos los factores, el pensamiento es el factor más importante.


¿Cuántas personas milmillonarias que gozan de salud y de todas las comodidades, sufren profundas depresiones? y ¿Cuántas personas conocemos con severas discapacidades y limitaciones, de nacimiento o sobrevenidas, que son súper felices? Podríamos analizar el caso de Nick Vujicik, un pastor evangelista que no tiene ni brazos ni piernas ¡y es tremendamente feliz! 


Además, las emociones vienen acompañadas de tendencias conductuales específicas, de formas de responder que inciden en el contexto, que suele retroalimentar a su vez la forma de ver las cosas. ¡Cuando albergamos la ira, sacamos fuego por la boca! Y eso puede perjudicar a todo lo que tenemos a nuestro alrededor, cuya respuesta podrá nuevamente alimentar nuestra emoción destructora.


Las emociones repercuten en el organismo alterando procesos internos y favoreciendo o perjudicando la salud y el desarrollo de enfermedades de todo tipo. Es el caso de las enfermedades psicosomáticas: muchas del sistema gastrointestinal (como el síndrome del intestino irritable), del sistema respiratorio, endocrino, de la piel, del corazón, etc. 


El problema de evaluar los sucesos de manera distorsionada


Evaluar las vicisitudes tiene que ver con considerarlas buenas o malas en función de unos criterios, que pueden ser prácticos (si algo me sirve o no para obtener algún fin material) o morales (si algo me sirve para acercarme o alejarme de una virtud).


Si interpreto salir de casa como algo amenazador ¿Qué va a pasar? Que no saldré de casa o lo haré con mucho sufrimiento. ¿Y eso me ayudará a alcanzar unos objetivos prácticos? Claramente no, si no con un coste emocional muy elevado.

¿Me ayudará a ser bueno para mi comunidad o para ser más feliz? Probablemente tampoco, sobre todo a largo plazo.


Ambos criterios están estrechamente relacionados: algo que no es práctico, es decir, que no me ayuda a conseguir mis objetivos, tenderá a alejarme de mis valores y de mis virtudes. En cambio, algo práctico que me ayuda a alcanzar mis metas tenderá a aproximarme a ellos.


Veámoslo con otro ejemplo: Si interpreto suspender un examen como algo malo, aunque natural y llevadero, que puedo corregir, ¿Qué pasará cuando tenga otro examen? ¡Que me esforzaré más y tendré más probabilidades de aprobar! Por lo tanto, me ayudará a alcanzar mis objetivos prácticos, a ser feliz y aportar algo de bueno a mi comunidad.


Cuando evaluamos los aciertos y los errores que cometemos podemos ser más o menos estrictos o rígidos en ambas dimensiones, en la práctica y en la moral. Si lo somos, el impacto emocional será muy intenso y así serán sus repercusiones. Por el contrario, cuanto más flexibles seamos a la hora de medir el valor de un acierto o de un error, el impacto emocional será menor y la respuesta más adaptativa.


Supongamos que se me cae el móvil al suelo y se rompe la pantalla. Según criterios prácticos, es algo negativo ya que tendré que gastarme cierto dinero. Pero si no le doy demasiada importancia, la justa, la huella emocional será débil y desaparecerá rápidamente. Para ello tendré que utilizar argumentos racionales.


A nivel práctico, las consecuencias dependen de muchos factores y condiciones, por ejemplo, la legislación o la cultura, muchos de los cuales no controlamos y cambian de época en época, o de país en país. En la Francia del siglo XIX batirse en duelo era perfectamente legal. Hoy en día o bien vamos a la cárcel o bien al psiquiátrico ¡sobre todo si nos batimos a espadas y con sombreros de plumas en la cabeza!


En la dimensión moral, ya no en la práctica sino en nuestro interior, las leyes divinas están esculpidas en nuestra conciencia, tal y como nos enseñan los espíritus en el bloque tercero de El Libro de los Espíritus. Estas son eternas e inmutables, van con nosotros allá adonde vayamos. 


Aun así, el impacto emocional dependerá nuevamente de lo estrictos que seamos a la hora de medir la importancia de ese error. Lo podríamos ilustrar de la siguiente manera: si soy un mafioso al que no le importa el respeto a la vida ni la bondad hacia los demás, tan sólo el dinero y el poder, el impacto emocional de acabar con la vida física de alguien será débil, al menos a corto o a medio plazo.


Pero ¿Qué sucede si convenzo al mafioso de que el respeto y la bondad son valores sumamente importantes? Le podría explicar que, para quien se aleja de esos valores le espera un sufrimiento eterno y aterrador y para quien los cumple, en cambio, la gloria más sublime.


Si le convenzo conseguiré que cambie su propia valoración de los acontecimientos, que adapte la que le muestro y de ahí sus emociones y su conducta serán diferentes.


Cuando nos sometemos a un juicio demasiado rígido


Para el espíritu Hammed, autor espiritual del libro Los dolores del Alma, psicografiado por Francisco do Espírito Santo Neto, “innúmeras creencias religiosas han sido inmensamente nocivas al manipular de esta manera la mente de las personas, vendiéndoles una forma extremadamente estricta de medir las consecuencias de sus actos, con el fin de mantenerlas sumisas y conducirlas a su antojo”.


No sólo el Catolicismo sino la mayor de parte de las filosofías religiosas de la historia, el Budismo, el Hinduismo, los griegos, los romanos, etc. han alimentado ideas absurdas como la del fuego eterno o el infierno.


Hammed nos recuerda la pregunta que Kardec realiza a los Espíritus sobre si esta creencia produce o no buenos resultados en el bienestar y en el desarrollo moral de las personas. Los Espíritus respondieron:


Cuando enseñas cosas que más tarde la razón repelerá, causaréis una impresión que no será duradera ni saludable” 

(pregunta 974 de El Libro de los Espíritus)


Es decir, cuanto más rígidamente medimos el impacto práctico y moral de nuestros actos, mayores y más perturbadoras serán las consecuencias emocionales. 


Por qué la flexibilidad es más sana y racional


Ahora veamos qué nos enseña la doctrina Espírita sobre lo que somos en realidad:

Desde mi punto de vista personal, en este momento somos seres que transitamos de la tercera orden (de espíritus imperfectos) a la segunda (espíritus buenos).


Somos espíritus, en este sentido, relativamente jóvenes e imperfectos y como tales, propensos a cometer errores de todo tipo: somos como niños pequeños que están aprendiendo a ir en bici y claro está, nos caemos todavía con frecuencia rascándonos las rodillas y partiéndonos algún que otro hueso. Es más: sólo cayéndonos es como aprendemos a andar, es perfectamente natural. Sólo a través del ensayo y del error la ciencia progresa, y nosotros también. Por lo tanto, gracias hemos de dar al cometer errores y al ser conscientes de ellos, pues progresamos.


Otra cosa que nos enseñan los Espíritus es que la evolución espiritual es un camino largo, muy largo, desde la piedra hasta el arcángel transcurren millones de años, tal vez miles de millones de años. 


“El principio espiritual duerme en la planta, sueña en el animal y finalmente despierta en el hominal”, escribió León Denis para referirse a esta larga caminata que todos hemos recorrido (en El problema del ser, del destino y del dolor, 1908). Por esto mismo, tiempo hay de sobras para aprender y corregir todas las caídas que suframos. 


En tercer lugar, el Espiritismo nos explica que el infierno no existe, que es una metáfora de un estado transitorio de la conciencia sumida en el profundo dolor. Si bien existen regiones en el mundo espiritual que tienen un aspecto sombrío e infernal, no son ni estancias eternas ni nadie nos ha condenado a ir allí. Nuestra propia vibración nos lleva a ese lugar, una afinidad de carácter y de inclinaciones, aunque no seamos del todo conscientes de ello en ocasiones. Un cambio de vibración nos saca de allí, por el mismo lugar por el que hemos entrado.


En cuarto lugar, todos somos hijos de Dios y Él no nos dejará de amar y proteger a pesar de ninguno de nuestros equívocos, todo lo contrario. Por eso envió a un súper misionario, el modelo más perfecto que nunca hemos tenido, a echarnos un cable para salir del pozo en el que nos encontramos.


Con estos argumentos ya no es necesario que seamos tan estrictos a la hora de considerar nuestras equivocaciones. Son accidentes naturales para espíritus de nuestra orden y tiempo hay para aprender y corregirnos con la ayuda de los Espíritus nobles capitaneados por Jesús. Nadie nos va a condenar a ningún fuego eterno salvo nosotros mismos, según el criterio con el que midamos nuestro desempeño.


La manera adecuada de lidiar con nuestros errores


Acabaremos con unas palabras de Joanna de Ângelis, que nos enseña el modo más sano de lidiar con nuestros errores. La remarcable mentora nos sugiere, en el libro Despierte y sea feliz, el auto perdón y la reparación:


“Arrepentirse es abrirse al Bien.

Cuando descubras que has cometido un error,

inicia inmediatamente la acción correctiva.

Conociendo la realidad, cultiva el coraje de identificar el error, arrepentirse de él y, acto seguido, repararlo. Con la mente elevada a las Sublimes Fuentes de la Vida, disfrutaréis de emociones y pensamientos ideales, que os ayudarán a no equivocaros. Pero si eso sucede, te ayudarán a arrepentirte y a recuperarte, reparando cualquier mal que hayas hecho, liberándote así de la culpa”.


¿Qué es el pensamiento?

Daniel Eduardo Gómez Montanelli


«…los fluidos son el vehículo del pensamiento, este actúa sobre los fluidos como el sonido sobre el aire. Estos transmiten el pensamiento como el aire nos trae el sonido. Por consiguiente, se puede decir sin temor a equivocarse que en esos fluidos hay ondas y rayos de pensamientos, que se entrecruzan sin confundirse, del mismo modo que hay en el aire ondas y vibraciones sonoras.» (Kardec, A., La Génesis, Cap. XIV - Ítem 15) 


Desde el punto de vista físico, la onda es una perturbación que se propaga a través del espacio y transporta energía. Se puede apreciar un ejemplo de ello cuando dejamos caer una piedra sobre la superficie de un lago, y observamos que se forma una serie de ondas circulares, que viajan hacia fuera. Esa perturbación que vemos en el agua es energía.


De manera análoga, cuando una persona piensa, también emite ondas que transportan energía. Este es uno de los fundamentos de los grupos de oración. El grupo de oración es una fuente productora de ondas que además transportan ectoplasma que tiene efectos terapéuticos para aquel que las recibe.


Las ondas se clasifican según su naturaleza en:


  • Ondas mecánicas: Necesitan un medio elástico para propagarse, como el agua.  

  • Ondas electromagnéticas: Se propagan por el espacio sin necesidad de un medio elástico, como las ondas de radio o de TV.

  • Ondas gravitacionales: Alteran la geometría misma del espacio-tiempo. 


Los autores espirituales consideran al pensamiento como un tipo de onda electromagnética.


André Luiz se refiere al pensamiento como «flujo energético (…) corriente de partículas mentales»


¿Qué quiere decir esto? Que el pensamiento está constituido por un tipo de materia muy sutil, a la que Luiz da el nombre de materia mental, y cuyas partículas tienen «una estructura atómica análoga a la que nosotros conocemos, pero en diferentes condiciones vibratorias» (Luiz, A., Mecanismos de la Mediumnidad, Cap. IV: Materia mental e materia física).


Kardec ya se había anticipado, en su tiempo, a las cuestiones que estamos tratando:


«22. Por lo general, se define a la materia como lo que tiene extensión, lo que puede causar una impresión en nuestros sentidos, lo impenetrable. ¿Son exactas estas definiciones?

Desde vuestro punto de vista son exactas, porque sólo habláis de acuerdo con lo que conocéis. Sin embargo, la materia existe en estados que para vosotros son desconocidos. Puede ser, por ejemplo, tan etérea y sutil que no cause ninguna impresión en vuestros sentidos. Con todo, es siempre materia, aunque para vosotros no lo sea(Kardec, A., El Libro de los Espíritus, Pregunta 22).


En La Génesis, los Espíritus Superiores nos enseñan que la materia mental sería una transformación del fluido cósmico universal:

 

«… el fluido cósmico universal es la materia elemental primitiva, cuyas modificaciones y transformaciones constituyen la amplia variedad de los cuerpos de la Naturaleza» (Kardec, A., La Génesis, Cap. XIV: Ítem 2). 


El físico francés Louis de Broglie nos enuncia que onda y partícula son dos formas de expresión de una misma realidad, mediante el célebre Principio de Complementariedad (1924).


Ahora bien, André Luiz dice que «estas partículas de materia mental producen irradiaciones electromagnéticas cuya frecuencia dependerá del estado mental del emisor». (Luiz, A., Mecanismos de la Mediumnidad, Cap. X: Partícula mental). 


Esto quiere decir que la partícula de materia mental genera un campo electromagnético, por lo que este autor se refiere al pensamiento como: «fuerza o energía mento-electromagnética» (Luiz, A., Mecanismos de la Mediumnidad, Cap. V), donde “mento” sería la idea, el sentimiento, el mensaje que el Espíritu quiere transmitir, y el electromagnetismo funcionaría como una onda portadora.


Según el Dr. Sergio Felipe de Oliveira, los cristales de hidroxiapatita que están en la glándula pineal captarían el pensamiento del Espíritu comunicante, la onda mento-electromagnética de la que habla André Luiz. De esta manera, el campo magnético quedaría secuestrado por la glándula, mientras que la información que la acompaña sería enviada al tálamo, donde se hará consciente o no, según el grado de conocimiento y de ejercicio mediúmnico que tenga la persona. El espíritu, al producir estas corrientes mentales, queda envuelto en una túnica o tejido de fuerzas electromagnéticas, en una fotosfera psíquica que recibe el nombre de aura. (Luiz, A., Mecanismos de la Mediumnidad, Cap. X: Campo del aura).


Por el aura circulan las imágenes que corresponden a las propias creaciones mentales, presentando una policromía variada según la onda mental emitida. (Luiz, A., Evolución en dos Mundos, Cap. XVII: Aura humana). El aura será entonces un espejo que retratará nuestros estados mentales y emocionales, ante la visión de los Espíritus desencarnados; espejo que, a su vez, reflejará los pensamientos de los Espíritus encarnados y desencarnados con los que entramos en sintonía.


«A un Espíritu le basta con pensar en alguna cosa para que esa cosa se produzca» (Kardec, A., La Génesis, Cap. XIV: Ítem 14).

«Cuando el pensamiento crea imágenes fluídicas, éstas se reflejan en la envoltura periespiritual como un espejo; allí toman cuerpo y se podría decir que son fotografiadas.»

«Vemos que los movimientos más secretos del alma repercuten en la envoltura fluídica, y es así como un alma puede leer en otra al igual que en un libro y ver lo que no es perceptible por medio de los ojos corporale(Kardec, A., La Génesis, Cap. XIV: Ítem 15).


Ernesto Bozzano, Gustavo Geley, el Cnel de Rochas y Julien Ochorowicz, entre otros, fueron algunos de los investigadores que se dedicaron a estudiar las “formas del pensamiento” es decir, las formaciones fluídicas buenas o malas que hacemos inconscientemente y que permanecen durante más o menos tiempo, de acuerdo con la intensidad y la sustentación que les demos a través de nuestros pensamientos y sentimientos.


Dice Emmanuel: 


«Pensar es crear. La realidad de esa creación puede no exteriorizarse de súbito, en el campo de los efectos transitorios, pero el objeto formado por el poder mental vive en el mundo íntimo, exigiendo cuidados especiales para su continuidad o su extinción» (Xavier, F. C., Emmanuel, Pan Nuestro, Cap. XV: Pensamientos).


Efectivamente, pensar es crear: es darles existencia a formas y realidades concebidas en nuestro mundo íntimo. Para extinguir esas creaciones, también se precisa de un trabajo.


Por eso, cuando Jesús nos enseñaba de Amar a nuestros enemigos, a bendecir a los que nos maldicen, a hacer el bien a quienes nos aborrecen… entre otras cosas, nos estaba diciendo acerca de la necesidad de limpiar nuestra casa mental. Pues si estas “formas del pensamiento” no se desintegran a través de una actividad mental en sentido contrario o, a veces, con la ayuda de pases o con la intervención de los Espíritus, acaban por precipitar su energía en el cuerpo físico, produciendo efectos nocivos, de acuerdo con su naturaleza. Más aún, si estas creaciones son muy intensas puede suceder que, aunque el Espíritu haya modificado sus patrones de pensamiento, se sigan descargando sobre el cuerpo físico, como forma de aprendizaje


Sigue diciendo Emmanuel:


«Cuando nos detenemos a pensar en las faltas de los otros, el espejo de nuestra mente los refleja de inmediato, absorbiendo imágenes deprimentes que nuestra imaginación digiere y más tarde incorpora a los tejidos sutiles del alma. Razón por la cual, no es extraño que con el transcurso del tiempo ésta empiece a expresar lo que ha asimilado a través de su vehículo de manifestación, ya sea por medio del cuerpo carnal, mientras permanece entre los hombres, o del cuerpo espiritual del que nos servimos después de la muerte.» (Xavier, F. C., Emmanuel, Pensamiento y Vida, Cap. VIII: Asociación).


Pero no sólo nos retroalimentamos, con la misma naturaleza de lo que estamos pensando; sino que a eso se suma la sintonía que se establece automáticamente con las otras mentes encarnadas y desencarnadas. Como menciona André Luiz:


«Donde hay pensamiento hay corrientes mentales, y donde hay corrientes mentales existe asociación. Y toda asociación es interdependencia e influencia recíproca». (Xavier, F. C., Luiz, A., En los dominios de la mediumnidad, Cap. XV: Fuerzas viciosas).


Esta retroalimentación energética que se produce cada vez que pensamos, también influye sobre la intimidad de la vida celular. Según Allan Kardec:


«Bajo la influencia del principio vital material del embrión, el periespíritu, que posee ciertas propiedades de la materia, se une molécula a molécula al cuerpo que se forma.» (Kardec, A., La Génesis, Cap. XI: Ítem 18).

 

Por ello, las partículas de materia mental y de materia física también interactúan en el espacio subatómico, que es la zona de transición entre el periespíritu y el cuerpo.


Dice el Espíritu de Emmanuel al respecto:


«El pensamiento es generador de infracorpúsculos o líneas de fuerza en el mundo subatómico, creador de corrientes de bien o mal, grandeza o decadencia, vida o muerte, según la voluntad que lo exterioriza y dirige» (Xavier, F. C., Emmanuel, Derrotero, Cap. XXX: Renovación).