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viernes, 18 de marzo de 2022

La culpa, otra gran desoladora

Jordi Santandreu

El Espiritismo encierra una filosofía de vida que nos ayuda a vivir mejor, a ser más felices y a progresar en todos los sentidos. Para alcanzarlo nos ayuda, entre otras cosas, a manejar adecuadamente las emociones, entre ellas, la culpa.

La culpa es una emoción como lo son la depresión, la ansiedad, la ira o la alegría. Todas ellas son estados emocionales fluctuantes y transitorios. Así como toda emoción, la culpa se origina en una evaluación mental más o menos consciente de determinados hechos o situaciones.


Ya lo decía Epicteto en el siglo I d.C.:

“Todos los estados emocionales siguen este mismo patrón, son la consecuencia de una determinada manera de ver las cosas”.


Factores desencadenantes de las emociones


Es innegable que hay factores biológicos o fisiológicos que intervienen en el surgimiento, el mantenimiento e incluso en la desaparición de las emociones, como los genes, los neurotransmisores y las hormonas. Por ejemplo: en muchas mujeres es muy intenso el impacto de la menstruación, de la menopausia o del embarazo en su estado emocional. Hay también lo que llamamos factores ambientales como la alimentación, las horas de Sol y la exposición a otros estímulos, que también influyen, sin duda. Sin embargo, de entre todos los factores, el pensamiento es el factor más importante.


¿Cuántas personas milmillonarias que gozan de salud y de todas las comodidades, sufren profundas depresiones? y ¿Cuántas personas conocemos con severas discapacidades y limitaciones, de nacimiento o sobrevenidas, que son súper felices? Podríamos analizar el caso de Nick Vujicik, un pastor evangelista que no tiene ni brazos ni piernas ¡y es tremendamente feliz! 


Además, las emociones vienen acompañadas de tendencias conductuales específicas, de formas de responder que inciden en el contexto, que suele retroalimentar a su vez la forma de ver las cosas. ¡Cuando albergamos la ira, sacamos fuego por la boca! Y eso puede perjudicar a todo lo que tenemos a nuestro alrededor, cuya respuesta podrá nuevamente alimentar nuestra emoción destructora.


Las emociones repercuten en el organismo alterando procesos internos y favoreciendo o perjudicando la salud y el desarrollo de enfermedades de todo tipo. Es el caso de las enfermedades psicosomáticas: muchas del sistema gastrointestinal (como el síndrome del intestino irritable), del sistema respiratorio, endocrino, de la piel, del corazón, etc. 


El problema de evaluar los sucesos de manera distorsionada


Evaluar las vicisitudes tiene que ver con considerarlas buenas o malas en función de unos criterios, que pueden ser prácticos (si algo me sirve o no para obtener algún fin material) o morales (si algo me sirve para acercarme o alejarme de una virtud).


Si interpreto salir de casa como algo amenazador ¿Qué va a pasar? Que no saldré de casa o lo haré con mucho sufrimiento. ¿Y eso me ayudará a alcanzar unos objetivos prácticos? Claramente no, si no con un coste emocional muy elevado.

¿Me ayudará a ser bueno para mi comunidad o para ser más feliz? Probablemente tampoco, sobre todo a largo plazo.


Ambos criterios están estrechamente relacionados: algo que no es práctico, es decir, que no me ayuda a conseguir mis objetivos, tenderá a alejarme de mis valores y de mis virtudes. En cambio, algo práctico que me ayuda a alcanzar mis metas tenderá a aproximarme a ellos.


Veámoslo con otro ejemplo: Si interpreto suspender un examen como algo malo, aunque natural y llevadero, que puedo corregir, ¿Qué pasará cuando tenga otro examen? ¡Que me esforzaré más y tendré más probabilidades de aprobar! Por lo tanto, me ayudará a alcanzar mis objetivos prácticos, a ser feliz y aportar algo de bueno a mi comunidad.


Cuando evaluamos los aciertos y los errores que cometemos podemos ser más o menos estrictos o rígidos en ambas dimensiones, en la práctica y en la moral. Si lo somos, el impacto emocional será muy intenso y así serán sus repercusiones. Por el contrario, cuanto más flexibles seamos a la hora de medir el valor de un acierto o de un error, el impacto emocional será menor y la respuesta más adaptativa.


Supongamos que se me cae el móvil al suelo y se rompe la pantalla. Según criterios prácticos, es algo negativo ya que tendré que gastarme cierto dinero. Pero si no le doy demasiada importancia, la justa, la huella emocional será débil y desaparecerá rápidamente. Para ello tendré que utilizar argumentos racionales.


A nivel práctico, las consecuencias dependen de muchos factores y condiciones, por ejemplo, la legislación o la cultura, muchos de los cuales no controlamos y cambian de época en época, o de país en país. En la Francia del siglo XIX batirse en duelo era perfectamente legal. Hoy en día o bien vamos a la cárcel o bien al psiquiátrico ¡sobre todo si nos batimos a espadas y con sombreros de plumas en la cabeza!


En la dimensión moral, ya no en la práctica sino en nuestro interior, las leyes divinas están esculpidas en nuestra conciencia, tal y como nos enseñan los espíritus en el bloque tercero de El Libro de los Espíritus. Estas son eternas e inmutables, van con nosotros allá adonde vayamos. 


Aun así, el impacto emocional dependerá nuevamente de lo estrictos que seamos a la hora de medir la importancia de ese error. Lo podríamos ilustrar de la siguiente manera: si soy un mafioso al que no le importa el respeto a la vida ni la bondad hacia los demás, tan sólo el dinero y el poder, el impacto emocional de acabar con la vida física de alguien será débil, al menos a corto o a medio plazo.


Pero ¿Qué sucede si convenzo al mafioso de que el respeto y la bondad son valores sumamente importantes? Le podría explicar que, para quien se aleja de esos valores le espera un sufrimiento eterno y aterrador y para quien los cumple, en cambio, la gloria más sublime.


Si le convenzo conseguiré que cambie su propia valoración de los acontecimientos, que adapte la que le muestro y de ahí sus emociones y su conducta serán diferentes.


Cuando nos sometemos a un juicio demasiado rígido


Para el espíritu Hammed, autor espiritual del libro Los dolores del Alma, psicografiado por Francisco do Espírito Santo Neto, “innúmeras creencias religiosas han sido inmensamente nocivas al manipular de esta manera la mente de las personas, vendiéndoles una forma extremadamente estricta de medir las consecuencias de sus actos, con el fin de mantenerlas sumisas y conducirlas a su antojo”.


No sólo el Catolicismo sino la mayor de parte de las filosofías religiosas de la historia, el Budismo, el Hinduismo, los griegos, los romanos, etc. han alimentado ideas absurdas como la del fuego eterno o el infierno.


Hammed nos recuerda la pregunta que Kardec realiza a los Espíritus sobre si esta creencia produce o no buenos resultados en el bienestar y en el desarrollo moral de las personas. Los Espíritus respondieron:


Cuando enseñas cosas que más tarde la razón repelerá, causaréis una impresión que no será duradera ni saludable” 

(pregunta 974 de El Libro de los Espíritus)


Es decir, cuanto más rígidamente medimos el impacto práctico y moral de nuestros actos, mayores y más perturbadoras serán las consecuencias emocionales. 


Por qué la flexibilidad es más sana y racional


Ahora veamos qué nos enseña la doctrina Espírita sobre lo que somos en realidad:

Desde mi punto de vista personal, en este momento somos seres que transitamos de la tercera orden (de espíritus imperfectos) a la segunda (espíritus buenos).


Somos espíritus, en este sentido, relativamente jóvenes e imperfectos y como tales, propensos a cometer errores de todo tipo: somos como niños pequeños que están aprendiendo a ir en bici y claro está, nos caemos todavía con frecuencia rascándonos las rodillas y partiéndonos algún que otro hueso. Es más: sólo cayéndonos es como aprendemos a andar, es perfectamente natural. Sólo a través del ensayo y del error la ciencia progresa, y nosotros también. Por lo tanto, gracias hemos de dar al cometer errores y al ser conscientes de ellos, pues progresamos.


Otra cosa que nos enseñan los Espíritus es que la evolución espiritual es un camino largo, muy largo, desde la piedra hasta el arcángel transcurren millones de años, tal vez miles de millones de años. 


“El principio espiritual duerme en la planta, sueña en el animal y finalmente despierta en el hominal”, escribió León Denis para referirse a esta larga caminata que todos hemos recorrido (en El problema del ser, del destino y del dolor, 1908). Por esto mismo, tiempo hay de sobras para aprender y corregir todas las caídas que suframos. 


En tercer lugar, el Espiritismo nos explica que el infierno no existe, que es una metáfora de un estado transitorio de la conciencia sumida en el profundo dolor. Si bien existen regiones en el mundo espiritual que tienen un aspecto sombrío e infernal, no son ni estancias eternas ni nadie nos ha condenado a ir allí. Nuestra propia vibración nos lleva a ese lugar, una afinidad de carácter y de inclinaciones, aunque no seamos del todo conscientes de ello en ocasiones. Un cambio de vibración nos saca de allí, por el mismo lugar por el que hemos entrado.


En cuarto lugar, todos somos hijos de Dios y Él no nos dejará de amar y proteger a pesar de ninguno de nuestros equívocos, todo lo contrario. Por eso envió a un súper misionario, el modelo más perfecto que nunca hemos tenido, a echarnos un cable para salir del pozo en el que nos encontramos.


Con estos argumentos ya no es necesario que seamos tan estrictos a la hora de considerar nuestras equivocaciones. Son accidentes naturales para espíritus de nuestra orden y tiempo hay para aprender y corregirnos con la ayuda de los Espíritus nobles capitaneados por Jesús. Nadie nos va a condenar a ningún fuego eterno salvo nosotros mismos, según el criterio con el que midamos nuestro desempeño.


La manera adecuada de lidiar con nuestros errores


Acabaremos con unas palabras de Joanna de Ângelis, que nos enseña el modo más sano de lidiar con nuestros errores. La remarcable mentora nos sugiere, en el libro Despierte y sea feliz, el auto perdón y la reparación:


“Arrepentirse es abrirse al Bien.

Cuando descubras que has cometido un error,

inicia inmediatamente la acción correctiva.

Conociendo la realidad, cultiva el coraje de identificar el error, arrepentirse de él y, acto seguido, repararlo. Con la mente elevada a las Sublimes Fuentes de la Vida, disfrutaréis de emociones y pensamientos ideales, que os ayudarán a no equivocaros. Pero si eso sucede, te ayudarán a arrepentirte y a recuperarte, reparando cualquier mal que hayas hecho, liberándote así de la culpa”.


sábado, 18 de diciembre de 2021

La práctica de la caridad como medio para superar patrones mentales malsanos

Maria Carolina Porto





Muchas almas se pierden en investigaciones para percibir las causas que nos hacen sentir a través de la piel, cuando a menudo nos olvidamos de sentir a través del sentimiento. Percepciones... sensaciones del Espíritu, que sin duda están asociadas a la capacidad del Espíritu que las siente. El dolor, la angustia, el sufrimiento, maceran a ciertos Espíritus, dejándolos frágiles, vulnerables, inseguros, cuando no perturbados, mientras que otros se sienten cada vez más agarrotados por el dolor; algunos se sienten perplejos, perturbados, locos. Estudiar todas estas cuestiones supone ampliar nuestra comprensión sobre la realidad espiritual (Balthazar, 2016).




Para iniciar nuestras reflexiones sobre el tema, busquemos comprender mejor cuáles y cómo son los patrones mentales malsanos a los que todavía estamos presos en esta encarnación, a pesar de sufrir por ellos y con ellos. La gula, los celos, la ira, la tristeza, la calumnia, el miedo, la ironía, el sarcasmo, entre muchos otros, son tan comunes a nuestra personalidad que muchas veces no los reconocemos en nosotros mismos y no nos reconoceríamos sin ellos porque forman parte de nuestras actitudes cotidianas.


Estos patrones están presentes en la sociedad moderna de forma oculta, instigados por mensajes subliminales de normalidad y modernidad, disfrazados de exceso de amor, de deseo de lo bueno y lo bello o incluso simulados por la necesidad de probar lo nuevo.


Nuevas relaciones, nuevas noticias, nuevos alimentos que "hay que vivir" a costa de un exceso de chismes, de la gula encubierta, de la condescendencia con uno mismo en la perpetuación de errores milenarios, sin que le importe vivir con la inconstancia de los sentimientos nobles que necesariamente deben poblar el corazón del Espíritu inmortal que busca la paz y el encuentro con Jesús a través de la convivencia armónica con uno mismo y con el prójimo.


Todavía estamos en el proceso inicial de nuestra evolución espiritual, por lo que nuestra mente es frágil e inestable. Nuestros pensamientos y sentimientos, que fluctúan constantemente, nos dejan agitados o ansiosos a veces y embotados y deprimidos otras.


Esta inestabilidad mental provoca importantes reacciones fisiológicas y bioquímicas, desencadenando una desarmonía en el equilibrio orgánico y favoreciendo la aparición o el empeoramiento de patrones mentales poco saludables. 


Joanna de Angelis (1990), en su libro La mente en acción, explica: "como agente de la vida organizada, la mente sana favorece el desarrollo de micropartículas que sostienen con equilibrio la organización somática, así como, mediante descargas vigorosas, bombardea sus centros de actividad, dando lugar a desarmonías innumerables”.


En este pequeño párrafo, la querida veneranda nos muestra la importancia de mantener nuestros pensamientos organizados y en equilibrio, como condición necesaria a la salud del cuerpo físico. 


La científica Dra. Candace Pert (1997), PhD en farmacología, en su libro Moléculas de la emoción, nos enseña que a cada cambio de humor le sigue una cascada de "moléculas de emoción" - hormonas y neurotransmisores- que fluyen por todo el cuerpo, afectando a todas las células. Cada célula humana contiene cerca de un millón de receptores para recibir estas sustancias bioquímicas. De este modo, cuando estamos tristes, nuestro hígado está triste, nuestra piel está triste. Como prácticamente todo en nuestro cuerpo está regulado por hormonas y neuropéptidos y estando entre los más poderosos agentes biológicos, influyendo, por ejemplo, en nuestra respuesta al estrés; los cambios en la regulación de estas moléculas pueden hacernos capaces, en mayor o menor medida, para vencer los desafíos del día a día. 


Los neuropéptidos son sustancias químicas producidas y liberadas por las células de dos regiones del cerebro, son los ladrillos esenciales de los que consta el ADN, que es el responsable del almacenamiento de la información genética directriz en la formación de nuestro cerebro y nuestro cuerpo. Flotan en prácticamente todos los fluidos corporales y sólo son atraídos por receptores específicos. Forman una red de neurotransmisores dentro del cuerpo y regulan, por ejemplo, el hambre, el dolor, el placer, la memoria y la capacidad de aprendizaje. Sin embargo, para que estas moléculas sean reconocidas por nuestro organismo, es necesaria la presencia de receptores específicos, que sirven como mecanismos para seleccionar el intercambio de información dentro del cuerpo. Son la clave de la química de las emociones.


Pert (1997) explica que, mediante el uso de neuropéptidos, nuestro cuerpo/mente retrocede o reprime las emociones y los comportamientos, mientras que su acción se verá influenciada por el estado de ánimo. Los estados emocionales o de ánimo son producidos por las distintas conexiones de neuropéptidos y lo que experimentamos como una emoción o un sentimiento, es también un mecanismo de activación de un determinado circuito neuronal simultáneamente en todo el cerebro y el cuerpo, generando un comportamiento. Podemos influir conscientemente en lo que ocurre en el cuerpo, como por ejemplo visualizar un mayor flujo sanguíneo hacia una parte del cuerpo para aumentar el oxígeno y los nutrientes que nutren las células. Podemos decir, por tanto, que las emociones "son la conexión entre la materia y el Espíritu, yendo y viniendo entre los dos e influyendo en ambos".


El Espíritu es el generador del pensamiento que, a través del impulso de la voluntad, pasa al periespíritu reaccionando sobre el fluido del encarnado y estimulando glándulas y neurotransmisores para que actúen en las células y promuevan estados de salud o armonía. Los pensamientos negativos activan la producción de algunas proteínas proinflamatorias, liberan neuropéptidos que estimulan el sistema inmunitario con la liberación irregular de citoquinas, provocando la enfermedad o el desequilibrio. Por el contrario, las actividades que aportan felicidad, como trabajar en el bien, promueven un aumento de las proteínas antiinflamatorias, liberan neuropéptidos que actúan para que nuestro sistema inmunitario funcione mejor, aportando salud y equilibrio.


El científico Dr. Kazuo Murakami (2008) afirma en su brillante obra El código divino de la vida, que los patrones mentales positivos pueden activar/desactivar los genes alterando la salud del individuo. A partir de ahí, ya no nos vemos como meros espectadores de nuestra felicidad, sino como promotores y cocreadores activos junto a Dios.



André Luiz (1945), en Misioneros de la Luz, nos orienta al escribir que la voluntad desequilibrada desregula el foco de nuestras posibilidades creativas. Por lo tanto, es necesario tener reglas morales para quienes, de hecho, están interesados en las adquisiciones eternas en los reinos del espíritu. La renuncia, la abnegación, la continencia sexual y la disciplina emocional no representan meros preceptos religiosos, sino que son medidas científicas para el enriquecimiento efectivo de la personalidad.


Cuando buscamos en la casa espírita el trabajo de la caridad, aprendemos a convivir con el dolor del otro, que cambia nuestras emociones, viviremos la vida por medio de otros paradigmas, aprenderemos a contener emociones menos felices y accederemos, al final, a una nueva forma de vivir. 



Referencias


ÂNGELIS, J. de (Espírito). Momentos de felicidade. Psicografado por Divaldo Franco. Salvador: LEAL, 1990. 

BALTHAZAR (Espírito). Pela graça infinita de Deus. Psicografado por Altivo C. Pamphiro. Rio de Janeiro: CELD, 2016. 

LUIZ, A. (Espírito). Os missionários da luz. Psicografado por Francisco Cândido Xavier. Rio de Janeiro: FEB, 1945. 

MURAKAMI, K. O código divino da vida: ative seus genes e descubra quem você quer ser. São Paulo: Barany Editora, 2008. 

PERT, C. B. Molecules of Emotion: The science behind mind-body medicine. [S.l.]: Scribner, 1997. 





Texto originalmente publicado en portugués en: Saúde & Espiritualidade #24, 2020, pp. 9-10. 

Traducción libre. 

domingo, 3 de octubre de 2021

Higiene mental

David Santamaría


“… la vida moral se impone como una obligación rigurosa para todos aquellos a quienes preocupe algo de su destino; de aquí la necesidad de una higiene del alma que se aplique a todos nuestros actos, ahora que nuestras fuerzas espirituales se hallan en estado de equilibrio y armonía. Si conviene someter el cuerpo, envoltura mortal, instrumento perecedero, a las prescripciones de la ley física que asegura su mantenimiento y su funcionamiento, importa mucho más aún velar por el perfeccionamiento del alma, que es nuestro imperecedero yo, y a la cual está unida nuestra suerte en el porvenir. El Espiritismo nos ha proporcionado los elementos de esta higiene del alma.”

 

Léon Denis, Después de la muerte, cap. 42

 


Se podría definir la mente como el conjunto de interacciones psíquicas del Espíritu con el medio en que se encuentre, ya sea en el mundo material a través del cerebro, ya sea en el mundo espiritual donde actúa directamente por sí mismo. Contenido psicológico o psíquico podrían ser sinónimos de contenido mental.

El contenido mental está repleto de pensamientos, sentimientos, emociones, buenos o malos, adecuados o indignos, constructivos o destructivos, empáticos o egoístas, humildes o soberbios, modestos u orgullosos… Es decir, de todo género y tendencias.

Para mantener orden y conseguir implantar una correcta higiene mental en ese amplio conjunto de  potenciales contenidos, deben considerarse algunos aspectos imprescindibles:

  •  ¿Quién “coloca” esos contenidos en nuestra mente?

  •  ¿Podemos ejercer algún control sobre la entrada de esos contenidos?

  •  ¿Tenemos alguna posibilidad de expulsar los contenidos molestos y perniciosos para nuestro equilibrio espiritual?

  • Finalmente  ¿es, pues, posible una higiene mental?



¿Quién “coloca” los contenidos mentales en nuestra mente?


Básicamente nosotros mismos somos los responsables por todo lo que, bueno o malo, va entrando en ese lugar propio, íntimo, personal. A veces podemos tener la sensación de que son otros quienes nos insuflan sus pensamientos, ideas y opiniones; y así sucede en múltiples oportunidades. Sin embargo, muchas de las veces que ello ocurre, esos contenidos han sido atraídos inconscientemente por nosotros mismos.


¿Cómo ocurre ello? Con nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras opiniones, nuestra manera de proceder, nuestros deseos, nuestros comportamientos…, estamos atrayendo fatalmente pensamientos, sentimientos, opiniones… de la misma índole. La ley de las Atracciones, de las Afinidades, funciona de una manera ineludible. Igual que vivimos en un ambiente repleto de ondas electromagnéticas, eléctricas… también estamos sumergidos en un océano de pensamientos ajenos. Pensamientos que serán atraídos inevitablemente por sus homólogos que están formando parte de nuestro propio contexto psíquico.


Hay otro tipo de situaciones en que se pueden sufrir influencias exteriores  que pueden llegar a ser muy duras. En Espiritismo las denominamos “procesos obsesivos”. Estos procesos pueden variar desde actuaciones mentales en las que se nos envían pensamientos negativos, que pretenden confundirnos, crearnos desasosiego, distraer nuestra atención de lo que realmente nos importa, hasta procesos en los que la influencia es tan intensa que pueden dar lugar a un dominio completo por parte de algún/nos Espíritu/s  sobre la voluntad de algunas personas. Los procesos obsesivos, sea cual fuere la intensidad que presenten, siempre tienen una razón de ser. Pueden estar propiciados por la atracción que nuestro comportamiento inadecuado puede ejercer en algunos Espíritus con tendencias similares a las nuestras. También pueden ser procesos de venganza, de deseos de tomarse la justicia por su mano, por parte de Espíritus que tienen cuentas pendientes del pasado con ciertas personas. De ninguna de las maneras podemos aceptar la idea de que, en estas últimas situaciones, puedan llegar a producirse lo que mal se llaman “posesiones”. Por intensa que sea la influencia externa nunca nadie puede expulsar al Espíritu que vive vinculado a ese cuerpo. Hay dominación, nunca una expulsión.



¿Podemos ejercer algún control sobre la entrada de esos contenidos en nuestra mente?


Ciertamente que sí, de lo contrario estaríamos completamente supeditados a las influencias externas y seríamos unas marionetas. Sin embargo hay que resaltar que esto último puede ocurrir si nosotros no ponemos impedimentos proactivos para que ello no suceda. La actitud proactiva más básica consiste en prestar atención a nuestras ideas, a nuestros pensamientos. Aquellos que nos sorprendan, que nos “choquen” por ser inadecuados, negativos, egoístas… hay que impedirles el paso a nuestro contenido mental.  No hay que enfrentarse a ellos sino todo lo contrario, no hay que hacerles caso, dejar que pasen, sustituirlos de inmediato por pensamientos tranquilos, amables, optimistas… Es un ejercicio muy efectivo. Otra actitud también esencial es esforzarse, con todo nuestro empeño, en ir modulando nuestras actitudes. Hay que dar preferencia a pensamientos y sentimientos propios tendentes a contenidos empáticos, pacientes, generosos, benévolos, alegres. No es algo que se resuelva de hoy para mañana, puede llevarnos incluso varias vidas conseguirlo; pero, si no empezamos hoy, ni mañana ni pasado mañana (ni en esta vida ni en las siguientes) no lo lograremos. El primer paso es el que siempre cuesta más.



¿Tenemos alguna posibilidad de expulsar los contenidos molestos  y perniciosos de nuestra mente?


Ello es posible; pero, como en todas las cosas importantes de la vida -y esta lo es realmente-, implica comprensión y atención. Comprensión de por qué se producen esas situaciones, como ya comentamos anteriormente, y atención con el fin de conseguir que no vuelva a ocurrir o por lo menos que nos podamos dar cuenta bien pronto que ello nos está pasando de nuevo y seamos capaces de intentar poner remedio lo antes posible. En principio, el método es lógico: “sacar” lo malo y permitir sólo la entrada de lo bueno. Evidentemente eso no es tan fácil.


Necesitamos realizar algunas acciones para conseguir que eso suceda, como, por ejemplo:


1. No ceder a la tentación de permitir que pensamientos inadecuados puedan instalarse en nuestra mente. Hay que “pasar” de ellos como señalábamos antes.


2. Cada vez que detectemos una tendencia o dependencia poco adecuada (como esas que nos disgustan en los demás, por ejemplo) en nuestros pensamientos y emociones más personales, hemos de esforzarnos en realizar un análisis de la situación para llegar a comprender el por qué de nuestra vinculación a esas ideas negativas. Al mismo tiempo, en paralelo, hay que esforzarse en manifestar actitudes adecuadas aunque sean forzadas,  por algo se empieza y ya acabarán siendo espontáneas con el tiempo y la dedicación.


3. Hay que tener cuidado con lo que se desea de corazón porque la mente lo crea, y creamos, creamos conflictos y situaciones sólo con el pensamiento. El pensamiento es una herramienta formidable, más poderosa (en bien o en mal) de lo que suponemos. Por eso, ¡cuidado con lo que deseamos!


4. Tampoco hay que estar siempre a la espera de que nos ayuden los otros. La gente pide, pide y pide…, y esto ha hecho que en muchas oportunidades no sepamos hacer las cosas por nosotros mismos; siempre esperando de los demás la solución. Y la solución está casi siempre en nosotros pero encontrarla y ponerla en práctica en muchas ocasiones nos cuesta muchísimo. Sin embargo este es el camino adecuado; el inadecuado sería buscar videntes y clarividentes para que resuelvan las dudas y problemas cuya solución nos compete personalmente.


5. Hay que poner constancia en el esfuerzo a realizar pues sólo cuando se hace hay resultado. Esta última frase es casi una obviedad pero es así mismo, sin acciones no hay resultados. 



¿Es, pues, posible una higiene mental? La respuesta a esta última pregunta es, después de lo expuesto hasta el momento, rotundamente afirmativa pero con matices. Ya hemos ido viendo que su eficacia dependerá siempre de nuestro grado de implicación positiva en la resolución de los diferentes conflictos mentales que cada uno tenga. El contenido mental no deja de ser una expresión, un reflejo de nosotros mismos como Espíritus. Por ello nunca hay que perder de vista que nuestro contenido mental es eso: “nuestro”. De ahí, pues, el interés personal en mantenerlo bajo control, lo más limpio posible, lo más útil que seamos capaces.


¿Qué podemos hacer para conseguir esa tan deseada higiene mental? Algunas sugerencias:


●  Pensar bien. O sea, esforzarse en tener buenos pensamientos.

●  Sentirse bien con uno mismo a pesar de nuestros defectos.

●  Cultivar la reflexión de los pasos dados en esta presente experiencia vital.

●  Agradecer a la Inteligencia Suprema, al Poder Infinito, a la Inteligencia Cósmica la oportunidad de un nuevo día para aprender.

● Estar atentos a las indicaciones constructivas de nuestro Espíritu protector (de los incorrectamente nombrados como “ángeles de la guarda”) que nos llegan en forma de pensamientos positivos, de ideas correctas a las que muchas veces no hacemos caso.

● Ser pacientes, respetuosos, empáticos con aquellos con quienes nos relacionemos, si realmente deseamos que ellos también nos respeten y tengan paciencia con nuestras equivocaciones.


Estas recomendaciones son o intentan ser actitudes prácticas ante las diversas circunstancias de la vida. No representan ningún ritual, no tienen nada de sobrenatural, no piden ningún favoritismo… Solamente implican un trabajo activo, muchas veces arduo, en ocasiones sacrificado, de nuestra mente, de nuestra conciencia, de nuestro Yo, de nosotros mismos como almas. Cuando nos damos cuenta de que todo progreso y toda mejoría en nuestra situación vital depende mayoritariamente de nosotros y de nuestras actitudes, resoluciones y actuaciones, es cuando podemos entender la importancia de la higiene mental.



Puede ser una imagen de una persona y texto    


El suicidio en tiempos de Covid-19

Jordi Santandreu


Existe una obra monumental en la literatura espírita, escrita por la médium Yvonne do Amaral Pereira, bajo la orientación del espíritu de Camilo Castelo Branco. En ella, el protagonista de la historia describe a Yvonne el vía crucis que él mismo experimentó hasta su recuperación. 
Camilo Castelo Branco fue un famoso escritor portugués, de vida tumultuosa, que se suicidó por un disparo en la cabeza. El proyectil entró en su cabeza a través de la sien derecha, hacia las tres de la tarde del 1 de junio de 1890, en su casa de San Miguel de Ceide, una pequeña freguesia del norte de Portugal. 
Las peripecias descritas en la primera parte del libro son crudas, hirientes, difíciles de leer. Comparables, en cierta medida, con lo que vivió André Luiz en las regiones del Umbral en las que permaneció ocho largos años, como nos narra él mismo en Nuestro Hogar, a través de las manos de Chico Xavier. Después de más de diez años, en el caso de Camilo, de incesante sufrimiento en zonas umbralinas, el pobre escritor luso se encontraba totalmente exhausto, tanto física como mentalmente, cuando fue rescatado por las Siervas de María, enfermeras espirituales que lo trasladaron al hospital astral María de Nazaret, en una ciudad espiritual cercana. 
Las de Yvonne son descripciones extensas que recogen y desarrollan la esencia de lo que nos explican los Espíritus en el capítulo V de la segunda parte de El Cielo y el Infierno, donde encontramos el testimonio de varios espíritus desencarnados por suicidio. 
En El Libro de los Espíritus Kardec dedica también un apartado a indagaciones relativas al suicidio, para quien lo comete y para quienes le inducen a ello, advirtiéndonos de las consecuencias severas del crimen que se comete en ese acto: 
“¡Pobres Espíritus -afirman en la cuestión 946-, que no tienen valor para soportar las miserias de la existencia! Dios ayuda a los que sufren, pero no a los que no tienen fuerza ni valor. Las tribulaciones de la vida son pruebas o expiaciones. ¡Dichosos los que las soportan sin quejarse, pues serán recompensados!”. 
Con el suicidio no desaparece aquello por lo que sufrimos, aquel error por el que nos culpamos. No nos libera de la agonía moral, ni siquiera de la física. Quien incurre en él tan sólo suma otra falta a las anteriores. 
“Las consecuencias del suicidio -nos explican los Espíritus a continuación- son muy diversas. No hay penas fijas y, en todos los casos, siempre son relativas a las causas que lo ocasionaron. Con todo, una consecuencia de la que el suicida no puede escaparse es la contrariedad. Por lo demás, la suerte no es la misma para todos, sino que depende de las circunstancias. Algunos expían su falta de inmediato; otros lo hacen en una nueva existencia”. 


Cuáles son los datos más recientes sobre el suicidio


Antes de nada, permitidme ofrecer algunos breves datos y definir algunos conceptos que suelen salir en los estudios y conferencias sobre trastornos mentales en general, y suicidio en particular. 
En 2019 se registraron en España 3.671 suicidios. Esto supone que cada día se suicidan en España una media de, al menos, diez personas. Hay que tener en cuenta que a los datos registrados hay que sumar aquellos que, por diferentes motivos, no se contabilizan: o bien porque la familia lo oculta de alguna manera, o bien porque se interpreta como accidente, bien porque muere posteriormente, no por el acto concreto del suicidio, sino porque lo hace días o semanas después, como consecuencia de los daños causados.
En términos porcentuales esto se traduce en que en España la tasa de suicidios se acerca a 8 de cada 100.000 habitantes, menor que la media de suicidios a nivel mundial, que es de 9,4.

De los 3.671 suicidios registrados en 2019, 2.771 fueron suicidios de hombres y 900 de mujeres. Los hombres triplican a las mujeres. En intentos es al revés: hay tres veces más mujeres que lo intentan con respecto a los hombres. La diferencia entre la tasa de suicidios masculina y la femenina es bastante grande, lo que es habitual en la mayor parte de países.

De todos quienes lo han intentado una vez, la mitad lo vuelve a intentar en el año siguiente, y el 10 % lo consume en los siguientes diez años.


Gráfico 2. Porcentaje de suicidios por 100.000 habitantes, en España, de 2005 a 2019. Fuente: Instituto Nacional de Estadística.
Gráfico 2. Porcentaje de suicidios por 100.000 habitantes, en España, de 2005 a 2019. Fuente: Instituto Nacional de Estadística.














Sin duda el suicidio es una causa de muerte muy importante en el mundo (800.000 muertes al año, una a cada 40 segundos), pero aunque fuese mucho menor, no dejaría de ser tan importante, porque son muertes evitables.


Gráfico 1. Datos generales sobre el suicidio en España durante el año 2019. Fuente: Observatorio del Suicidio.
 Gráfico 1. Datos generales sobre el suicidio en España durante el año 2019. Fuente: Observatorio del Suicidio.


















Si analizamos la tendencia de los últimos 15 años, vemos que el número de suicidios por cien mil habitantes se ha mantenido relativamente estable, con un periodo de crecimiento  de 2011 a 2014, seguido de un ligero descenso hasta los datos más recientes.    



Los factores de riesgo en el suicidio


Los factores de riesgo de suicidio son aquellas características personales que hacen que el  individuo tenga mayores probabilidades de cometer el acto. Existen numerosos factores y para cada grupo de edad varían en cierta medida. Cuantos más factores de riesgo acumule, mayor el riesgo.


Citamos a continuación algunos de los más importantes:


1 - Sufrir depresión o algún otro trastorno psicológico o psiquiátrico moderado o grave como, por ejemplo, esquizofrenia, adicciones a tóxicos, incluido el alcohol, trastornos de la personalidad o los que padecen trastornos del impulso.

A veces estos trastornos no son fáciles de detectar. En ocasiones, quien los sufre lo oculta por numerosos motivos, a veces por no hacer daño o perjudicar a su entorno.

Puede que piense que con ello la vida de su familia será más fácil. Por ejemplo, esto es lo que pensaba el Sr. Travis, marido de Lori Prichard, cuando se suicidó (el año pasado) el día del cumpleaños de su mujer. Llevaban casados quince años y él le ocultaba una profunda depresión de la que ella sólo fue consciente tras su muerte. Podéis ver su testimonio en YouTube. Vale la pena.


2 - Haberlo intentado antes, incluso en otras vidas pasadas.


3 - Ser un sobreviviente de un suicidio de alguien querido y cercano, como en el caso de Lori Prichard que veíamos antes, y


4 - Padecer enfermedades físicas terminales, malignas, dolorosas, incapacitantes y degenerativas, como el caso de Ramón Sanpedr


5 - Minorías étnicas, sexuales, inmigrantes, desplazados, torturados, víctimas de violencia.


6 - Soledad, aislamiento, falta de habilidades sociales, de asertividad.


7 - En la infancia particularmente: un ambiente doméstico violento o humillante, separación familiar complicada, abusos, muerte de un ser querido de referencia.


8 - En la adolescencia: además de los anteriores, amores tóxicos, embarazo no deseado, estrés académico, bullying


9 - En la adultez: entre otros podemos referirnos al desempleo, escándalos sexuales en personalidades públicas, quiebras financieras.


10 - En la vejez: la institucionalización, viudez, malos tratos, insomnio crónico, deterioro mental, pérdida de autonomía física y económica.  


El suicidio y la pandemia de Covid-19


La pandemia es un factor de riesgo más en esta ecuación irresoluble que se medita en el silencio de una noche que parece eterna. Provoca o alimenta factores como el desempleo, la presión emocional intrafamiliar, la muerte de seres queridos, la ansiedad asociada al riesgo de contagiarse o al confinamiento, la sobreinformación y la desinformación, etc. 

Un evento de tamaña envergadura constituye un reto extraordinario, enorme, especialmente para las personas más vulnerables económica, social y, sobre todo, psicológicamente, es decir, las que más factores de riesgo reúnen.


Muchos analistas temían que la pandemia, que nos trajo aislamiento, incertidumbre, dificultades económicas o la presencia de estrés, provocaría un aumento en el número de suicidios. Los más optimistas, por el contrario, confiaban en que nuestra capacidad de adaptación nos haría avanzar en políticas de prevención y manejo de estas situaciones, protegiéndonos. Ven este periodo como una ocasión maravillosa para fortalecer la cohesión social y, con ello, activar factores de protección fundamentales, como el apoyo social o la distribución de información fiable sobre la ayuda público-privada para situaciones de crisis. Vamos a ver cuál ha sido la realidad, hasta el día de hoy.

En mayo de este año, la prestigiosa revista británica The Lancet publicó el primer estudio internacional sobre el impacto de la pandemia en el suicidio. Recogieron datos de países tan dispares como España, Brasil, Estados Unidos, Corea del Sur, Japón o Nueva Zelanda.
Y compararon el número de suicidios del año anterior a la pandemia con los datos obtenidos en los primeros cinco meses de confinamiento, es decir, del 1 de marzo de 2020 al 31 de julio de ese mismo año. 
Este estudio internacional arrojó un dato claro: el número de suicidios observado hasta ese momento no fue significativamente mayor que el número de suicidios esperado en ningún país ni en ninguna de las áreas estudiadas (incluyendo España). Por el contrario, sí recoge evidencia estadística de una disminución de los casos de suicidio en comparación con el número esperado, en doce de los países incluidos en el estudio. ¡Son buenas noticias!


          Gráfico 3. Resultados del estudio publicado en The Lancet, donde podemos apreciar un descenso significativo en el número de suicidios, en relación al periodo anterior.


Estos datos están en sintonía con los que presentaba la OMS en junio de 2021: entre los años 2000 y 2019 la tasa mundial de suicidios se redujo en un 36 %. Excepto en las estimaciones para el continente americano, que reflejaban un aumento de 17 %, en el resto del mundo los índices son esperanzadores. 


Gráfico 4. Evolución de la tasa de mortalidad por suicidio mundial entre 2000 y 2018.  Fuente: OMS.
Gráfico 4. Evolución de la tasa de mortalidad por suicidio mundial entre 2000 y 2018. Fuente: OMS.


Veamos las explicaciones que nos dan los expertos para esta deceleración, de manera sintética:


    1. En primer lugar, aunque es cierto que los niveles de ansiedad, depresión y otros trastornos mentales han aumentado, esto no se ha traducido en un aumento correlativo en el número de suicidios. Tal correlación no existe. Una cosa no siempre lleva a la otra. 


    2. Es evidente, por otro lado, que en pleno confinamiento el acceso a medios de autolisis es más complicado: no se podía salir a la calle, no se podía acceder a puentes, comprar  materiales para provocar el suicidio, como cuerdas o venenos. En este sentido, el confinamiento ha podido ser un factor de protección.


    3. Otro motivo que esgrimen los investigadores es el mayor acceso telemático a los servicios de salud mental especializados en situaciones de crisis, que ha aumentado realmente de manera muy remarcable.


    4. Otro factor es la renovada sensación de identidad colectiva ante la adversidad, junto con la permanencia de largos periodos de tiempo acompañados en el hogar, reduciendo así la sensación de aislamiento y soledad. Recordad cuando salíamos a aplaudir en los balcones a los profesionales de sanidad, nos saludábamos animados y compartíamos la esperanza de acabar con todo esto juntos.


Es probable que en otros casos haya sido un factor de estrés importantísimo pero, en términos generales, que es lo que el estudio tiene en cuenta, parece que ha protegido más que perjudicado.


    6. Finalmente, los investigadores afirman que el esfuerzo de los gobiernos junto con las iniciativas privadas por apoyar a las economías domésticas y las empresas a través de ayudas, aunque limitadas, ha contribuido también a reducir los factores de riesgo relacionados con los recursos económicos. 


El citado estudio concluye, en fin, que la pandemia es un factor más en el conjunto de factores de riesgo que hacen aumentar la probabilidad de cometer el acto suicida: la conducta suicida está mediada por el contexto biográfico del individuo, en el que participan multitud de elementos, más que por factores globales.


Aumento de la tentativa de suicidio en jóvenes y adolescentes


Otra fotografía diferente, no tan buena, es la que nos muestran los datos sobre las tentativas de suicidio en jóvenes y adolescentes. Si en adultos se han disparado los casos de depresión, ansiedad y estrés postraumático (como mínimo, un aumento del 20 %), en adolescentes han aumentado las autolesiones y las tentativas de suicidio. 


El Código Riesgo Suicidio de Cataluña, el protocolo catalán que monitoriza las tentativas y suicidios consumados, reportó el pasado mes de febrero un aumento de las tentativas en menores del 81% con respecto al año anterior. Los datos que nos ofrece este servicio indican que el aislamiento social fruto del confinamiento ha tenido peores consecuencias en ellos que en los adultos, sobre todo, a partir de la segunda ola.


Durante mucho tiempo no ha habido ocio por causa de las fuertes restricciones horarias, y las relaciones sociales, en general, se veían reducidas a la mínima expresión o a la virtualidad. Muchos han sufrido duelos complicados de familiares de primer y segundo grado, de los que no se han podido despedir. No había válvula de escape, excepto Internet. Fueron muchas horas encerrados en casa, a veces en ambientes domésticos empobrecidos o incluso hostiles. Sumemos el miedo al contagio y los contagios entre los jóvenes, que se han dado más tardíamente. 


En un informe publicado en julio de este año, la Fundación Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo (ANAR), que gestiona líneas de ayuda telefónica y un chat para menores que sufren violencia o problemas psicológicos, destaca que se alcanzaron niveles récord de ansiedad y depresión. Atendieron 412 casos de ideación o intento de suicidio, un 145% más que en 2019, y a 205 personas por autolesiones, un 180% de aumento. 


¿Qué ha protegido a los adultos ante el estrés emocional que ha provocado la pandemia?

La madurez propia del desarrollo evolutivo normal; estrategias de sobrevivencia emocional aprendidas de anteriores crisis; mayor conciencia de la temporalidad de crisis; más recursos de afrontamiento, mayores responsabilidades, entre ellas el cuidado de los hijos, entre otros factores. Los jóvenes no han tenido esta barrera, se han expuesto al gran desafío de nuestra época sin madurez, sin recursos de afrontamiento, sin responsabilidades. 


Conclusiones


Con todo esto, cabe la posibilidad de que en la post-pandemia las tentativas de suicidio aumenten entre los jóvenes especialmente. Todo indica, de acuerdo con la tendencia de la última década, sobre todo de los últimos cuatro años, que los indicadores globales seguirán estables o incluso reduciéndose, pero hay que estar muy atentos a los sectores que más han sufrido durante este periodo. No sólo los jóvenes, sino también los mayores, cuyos datos, estructuralmente, desde hace años, son dramáticos.


    
    
   Gráfico 6. Podemos observar las tasas escandalosas de suicidio entre la población más envejecida, una tendencia estructural


 

¿Qué nos puede proteger de caer en la trampa del suicidio?


1. Creer en Dios y conocer la vida espiritual.

2. Practicar regularmente la oración, la meditación y la caridad.

3. Practicar ocio, deporte, actividades sanas, gratificantes y estimulantes

4. No consumir drogas, incluido el alcohol.

5. Poseer habilidades sociales (pedir ayuda, expresar pensamientos y emociones, autocontrol).

6. Confiar en uno mismo, tener una autoestima y un autoconcepto sanos.

7. Tener un espíritu crítico, ser una persona asertiva.

8. Tener una red social amplia, de amigos y familiares cercanos y presentes, y si esa red comparte creencias espirituales, mejor.

9. En la infancia: una educación familiar y escolar de calidad, que enseña la forma adecuada de enfrentarse a los problemas, a las frustraciones, a los errores y las críticas.

Una familia receptiva a la discusión de los problemas de los hijos, atenta a sus intereses académicos, que estimule la autoestima, la interayuda en momentos difíciles.

Una familia y un entorno que valida, que apoya, no que censura y menosprecia.

10. En la vejez: saber preparar el cambio antes de que ocurra. Mantener el sentido de la vida, proyectos a corto y medio plazo. 

11. El apoyo de ONG’s y de los servicios gubernamentales de solidaridad.


¿Qué hacer si tenemos un familiar, un amigo o un conocido del que sospechamos que está muy deprimido o desorientado y reúne peligrosamente varios factores de riesgo de los que hemos visto al principio?


1. Hablar abiertamente con él sobre lo que le preocupa, y sobre el suicidio en particular. Sin juzgar, sin sermonear, tan sólo mostrando interés, escucha activa y apoyo incondicional. Con tacto, especialmente si hablamos con los sobrevivientes.

Cuántas veces se le dice a la persona que habla de suicidio, o de otros trastornos emocionales, como la ansiedad o la depresión: “eso son tonterías, lo que tienes que hacer es salir más…”, entre otros disparates.


2. Hablar con su entorno para que le ofrezcan cariño, atención, distracciones, estímulos.

Si la persona es un superviviente tendremos un tacto especial, pero hablarlo también.


3. En casos más graves, no dejar sola a la persona en cuestión, activar a todo el entorno para que siempre tenga un ojo encima.


4. Encaminarlo para los servicios de psiquiatría y psicología, para iniciar tratamiento. Si es necesario, llevarlo a Urgencias antes de que realice algún atentado contra su vida.


5. Supervisar medicamentos peligrosos, como antidepresivos, ansiolíticos. Alcohol y drogas. Son medidas de protección necesarias. 


6. Tener a mano el teléfono de urgencias médicas, del psicólogo y del psiquiatra para informar inmediatamente ante cualquier amenaza. Por pequeña que sea, hay que tomarla en serio, siempre.


7. Estar vigilantes a señales como: cartas de despedida, regalos valiosos inesperados a personas cercanas o a desconocidos, mejoras repentinas, compras o acumulación de pastillas u otros mecanismos de posible autolisis. 


8. Colocarlos en las libretas de oración e irradiar paz y amor hacia ellos en las oraciones de los trabajos del centro espírita.


9. Llamar al teléfono de prevención del suicidio de tu comunidad. 


Bibliografía

Fundación Española para la Prevención del Suicidio (Observatorio del suicidio): https://www.fsme.es/

Instituto Nacional de Estadística: www.ine.es

Suicide trends in the early months of the COVID-19 pandemic: an interrupted time-series analysis of preliminary data from 21 countries. Prof Jane Pirkis et al. En The Lancet, volumen 8, issue 7, páginas 579-588, 1 de julio de 2021 

Organización Mundial de la Salud (OMS), www.who.int

Fundación Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo, www.anar.org