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lunes, 29 de febrero de 2016

Cartas de Pablo


Cartas de Pablo
(Janaina Minelli)


De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (2Co 5:17-20)

El apóstol de los gentiles no se cansa de convocarnos a una vida nueva al lado de Jesús. Los que conocemos el evangelio, nos decimos cristianos,  sentimos el llamamiento del amor y debemos de ser nuevas criaturas. ¿Qué significa esto? Pablo fue el ejemplo vivo de renovación interior y abandono de las cosas viejas. Su nombre era Saulo y era doctor de la ley judaica, tenía orgullo de la raza a la que pertenecía y de su posición social. Se dirigía a Damasco para perseguir a los cristianos, los mismos que le prestaron asistencia en nombre de Cristo después que la luz del Maestro le recubriera los ojos de escamas, cegándole completamente, como nos explica Emmanuel a través de las manos de Chico Xavier en Pablo y Esteban. A partir de este momento nace un nuevo hombre. Progresivamente deja el orgullo y la vanidad detrás, abraza el evangelio, el amor a Cristo y se pone al servicio del mensaje de amor que llevaría en peregrinación por occidente. Pablo se hizo nueva criatura y las cosas viejas pasaron para él.

imagen: freedigitalphotos por Nongkran_ch


El hombre nuevo en que se convirtió el apóstol de los gentiles se reconcilió con Dios a través de Jesús. Estaba alejado de la ley del amor, y de la verdad cósmica en la que todos estamos sumergidos, pero a la que somos permeables en diferentes medidas. La nueva criatura nace de una firme decisión de abandonar las cosas viejas y reconciliarse con la fuente de vida, paz, sabiduría y amor. Este no es un proceso fácil ni tampoco rápido. Paciencia y humildad son ejercicios diarios a los que los candidatos a nuevas criaturas debemos someternos para abandonar progresivamente, años quizá siglos, de orgullo, egoísmo y vanidad. Cada nueva experiencia cotidiana es una oportunidad de acercamiento a Dios. Cada oportunidad desaprovechada vuelve a repetirse tantas veces como lo necesitemos hasta que finalmente el corazón, cansado de sufrir, se rinde y pregunta como Saulo en el camino de Damasco: “¿Señor, qué quieres que haga?. El dolor es parte de la pedagogía cósmica, pero el sufrimiento es opcional. Optamos por sufrir cada vez que, ante las oportunidades de armonización con la ley de amor, optamos por ser orgullosos, vanidosos o egoístas.

Observando a Saulo, doctor de la ley judaica, y Pablo, apóstol de los gentiles, uno puede comprobar que es posible hacerse nueva criatura abrazando el evangelio. Pablo se hizo embajador de este mensaje de reconciliación con Dios. Reconciliado, invitaba a los cristianos de Corinto a reconciliarse a través de sus cartas. El contenido de estas epístolas sigue vigente, todavía necesitamos abrazar el evangelio verdaderamente, abandonar las cosas viejas y hacernos nuevas criaturas, reconciliándonos con Dios. En los tiempos que corren, apenas recibimos cartas de nadie. Los únicos que nos suelen escribir son los del banco o los partidos políticos cuando hay elecciones. No recibiremos una carta de Pablo en nuestro buzón, pero la invitación de esta nueva criatura reconciliada con la inteligencia cósmica universal nos llega a través de Visión Espírita. Así que somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros: reconciliémonos con Dios. Tengamos corazones más permeables al amor para que las experiencias de la vida puedan hacer de nosotros nuevas criaturas, armonizadas con la ley natural que está inscrita en nuestra propia conciencia.

lunes, 13 de abril de 2015

La batalla de todas las batallas

LA BATALLA DE TODAS LAS BATALLAS
(Janaina Minelli)

Antes de hacerse llamar Pablo, el apóstol de los gentiles se llamaba Saulo. En la etapa en que encontramos a Saulo convertido al evangelio, pero antes de que se transformara en baluarte del cristianismo entre los pueblos gentiles, vemos que sus luchas fueron muchas y variadas. En Damasco y en Jerusalén, Saulo había dado pruebas de renovación moral. En el desierto el apóstol había demostrado persistencia y disposición. En muchas partes por donde esparció la palabra del dulce Rabí, tuvo que soportar la ingratitud y la burla, el desprecio y la humillación, cuando no la persecución violenta. En aquellos tiempos las largas caminatas entre pueblo y pueblo se hacían dolorosas. Todo esto Saulo lo soportó refugiándose en la fuerte convicción de que la revelación del camino de Damasco le convocaba a mayores y más elevados objetivos existenciales.

Fue en Tarso, su propia ciudad natal, donde la prueba se hizo más contundente que nunca. Volvía a casa enfermo y abatido, necesitado de un techo y de comprensión que ninguno de sus amigos, ni siquiera su propio padre, fueron capaces de ofrecerle. Aquí se enfrenta Saulo a la mayor de sus batallas. Ya no lucha contra la ingratitud o la incomprensión ajena. No son los inconvenientes del desierto o la dificultad de las caminatas lo que le pesan. En Tarso, Saulo se enfrentó a sí mismo. Nos cuenta Emmanuel que “el Maestro le sugería que luchase consigo mismo, para que el ‘hombre del mundo’ dejara de existir, encaminando el renacimiento del corazón enérgico, pero amoroso y tierno del discípulo.” Saulo tenía que morir para que el Maestro viviera en él. Esta es una muerte simbólica: la muerte del ego, el momento en que el hombre se vence a sí mismo, empezando nueva fase de existencia, hombre nuevo, con corazón nuevo.

No fue fácil para Saulo sentir el rechazo de su padre. Tampoco le fue fácil recibir la bolsa de dinero que éste le envió a través de un esclavo, “como si de un mendigo se tratara”, pensaría Saulo en agitación interior, mientras el “hombre viejo” y “el nuevo” se enfrentaban en su corazón. Saulo todavía consideró devolver la limosna humillante para enseñar a su padre que era su hijo y no un mendigo. Con esto le daría una lección, le demostraría
su valor. Una vez más, sin embargo, la conciencia volvía a llamarle a la renovación de principios. Se dio cuenta de que las pruebas sobrevendrían. En efecto Saulo no estaba en condiciones de rechazar la limosna de su padre. Había llegado hasta un punto en que no podía sostener su orgullo sin buscarse más y peores sufrimientos. Pensó en el Maestro. Aquella sería una lección de Jesús, para ver si su corazón voluntarioso aprendía la lección de humildad. Venciéndose a sí mismo, Saulo tomó la bolsa con resignada sonrisa y la guardó entre los pliegues de la túnica. Saludó al sirviente con expresiones de agradecimiento y le dijo que diera las gracias a su padre, esforzándose para demostrar alegría.

Muchas veces tenemos ante nosotros situaciones límites que nos ponen a prueba. Algunas son de tipo económico, otras son desafíos de la convivencia familiar. Las situaciones profesionales nos ofrecen múltiples situaciones límites, así como las del ámbito sentimental, en las relaciones románticas. En diversas áreas de nuestras vidas somos llamados, como el apóstol de los gentiles, a la lucha de todas las luchas. Ésta no es la que libramos contra los jefes tiranos, los hijos ingratos, las parejas adúlteras, los amigos egoístas… La mayor de todas las luchas se libra en el interior del corazón que debe encontrar la humildad ante todas las situaciones que estas personas le ofrecen como oportunidades de crecimiento.

¿Qué hizo Saulo después de la batalla de las batallas? Lloró y oró. Nos cuenta Emmanuel que el apóstol de los gentiles “confió al Maestro sus acerbas preocupaciones, pidió el remedio de su misericordia y trató de reposar. Después de una ferviente oración dejó de llorar, sintiendo que una fuerza superior e invisible le suavizaba las llagas de su alma oprimida.” Si alguna vez luchamos contra nosotros mismos, no tengamos vergüenza de sentir que se nos desvanecen las fuerzas. Es necesario buscar en la fuente de agua viva inspiración para continuar.  La oración es fuente inagotable de renovación espiritual. Cuando Saulo oró, se le acercaron Esteban y Abigail, almas que le querían mucho. Esteban abrazó a Saulo efusivamente, como si lo hiciera a un hermano amado. No tengamos ninguna duda que siempre que hagamos una oración sincera, tendremos este abrazo de seres que nos aman. Están a nuestro lado, deseando que venzamos la batalla contra nosotros mismos. Esperan con paciencia y amor el momento que nuestra psique se proyectará hacia lo alto, buscando en la oración la fuerza que nos falta para renovar corazones que todavía tienen tanto por aprender. A través de la psicografía iluminada de Chico Xavier, la biografía de Saulo nos debe inspirar a buscar refugio en la oración en el momento de la adversidad. Sea el amor del Maestro la energía que nos sostiene en los momentos en que sintamos el alma oprimida. 

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Cartas de Pablo

PARA APRENDER A AMAR
(Janaina Minelli)



Es comprensible que muchas personas vean en Pablo de Tarso la imagen de un misionero que renació con la tarea de esparcir el evangelio en la primera fase del cristianismo. La descripción poética de enorme elevación que el apóstol de los gentiles hace en la primera carta a los corintios nos lleva a pensar en un ser que tal vez haya encarnado con todas las cualidades para ser embajador del Cristo:

El amor es paciente y muestra comprensión. No tiene celos, no hace alarde ni se envanece. No actúa con bajeza ni busca lo suyo, no se irrita y no guarda rencor. No se alegra de lo injusto. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.(Corintios, 1:13)

Foto: Marcelo Nogare
Tal comprensión del amor, sin embargo, no la traía el apóstol de existencias anteriores: fue una conquista de la encarnación en que le conocemos inicialmente como Saulo, y más tarde como Pablo. La historia de renovación de sus posturas y visión de la vida nos la cuenta Emmanuel, por las manos de Chico Xavier, en la obra Pablo y Esteban. Emmanuel nos revela un hombre que, en la fase en la que ya se había dispuesto a abrazar la causa del evangelio, demuestra sensibilidad, tiene dudas, vive momentos de desánimo, experimenta remordimientos, pero aún así es capaz de seguir adelante en el nuevo camino que escogió para su vida con Cristo.

No por otra razón nos dice el apóstol que el amor es paciente y muestra comprensión. Él mismo vivió momentos en que no comprendía la indiferencia de su raza y de su propio padre hacia el mensaje de luz del que se sentía portador. Paulo no siempre tuvo paciencia: deseaba que todo el mundo recibiera la buena nueva lo antes posible. Los años de servicio a Jesús, sin embargo, le enseñaron a tener paciencia y demostrar comprensión. Los espíritas debemos aprender como Pablo, a trabajar laboriosamente, poniendo de nuestra parte nuestros mejores esfuerzos para la difusión de nuestra doctrina. Pero no debemos tener prisa, impaciencia o mostrar incomprensión si nuestras palabras no son acogidas con interés o ilusión. Como en el caso de Pablo, el principal aprendiz de los mensajes de amor del Cristo es siempre uno mismo.

Mientras realizamos nuestras tareas en el centro espírita, sean de gestión, de divulgación, de consuelo o esclarecimiento, debemos aprender a controlar el ímpetu irritable y a gestionar los sentimientos de rencor. Estos corrosivos del alma pueden aparecer cuando alguien, en general alguien querido,  critica el tiempo que invertimos en la Doctrina o nuestra creencia. El rencor también puede surgir cuando compañeros de labor espírita abandonan la tarea o cuando agrupamientos espíritas se separan. Esto demuestra que la codificación no es suficiente para adoctrinarnos. Es necesario que vivamos los principios filosóficos que conocemos. Debemos, como Pablo, aprender en la vida cotidiana, en las relaciones con las personas más cercanas y con los compañeros de ideal, a superar el rencor y la irritabilidad. Así es como Jesús nos educa para el amor a través de la Doctrina Espírita.

Pablo sufrió, mantuvo su creencia, esperó y soportó las luchas de la vida en favor de la causa del evangelio. No nació listo para el servicio a Jesús; se hizo su embajador mientras sufría, mantenía su creencia, aprendía a esperar y soportaba las dificultades de convivir con los pueblos idólatras y los cristianos llenos de atavismo judaico. Pablo aprendió a amar a los idólatras y judíos, demostrando paciencia y comprensión hacia ellos. Cuando el apóstol nos dice que el amor no se irrita y no guarda rencor, nos habla de su propia experiencia. Pablo habla de  su vivencia en la carta a los corintios, mientras nos invita a abrazar el amor como él mismo lo hizo.


Los espíritas tal vez fuimos los idólatras o los judíos que Pablo aprendió a amar, demostrando comprensión y dominando su temperamento irritable en el tiempo del cristianismo naciente. No nacimos preparados para ello: nos preparamos mientras aprendemos a ser espiritistas, mientras aprendemos a amar. Cada espiritista se sienta el principal destinatario de las enseñanzas de nuestra Doctrina. Sepamos, a ejemplo del apóstol, sufrir, creer, esperar y soportar las dificultades que el servicio a Cristo nos presenta.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Victoria sobre la Muerte

VICTORIA SOBRE LA MUERTE
(Janaina Minelli)


En esta ocasión reflexionaremos sobre dos versículos muy sugerentes de las cartas de Pablo:

1 Corintios, 3:9 - Porque nosotros somos cooperadores de Dios, y ustedes son el campo de Dios, el edificio de Dios.
2 Corintios, 5: 20 - Nosotros somos, entonces, embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por intermedio nuestro.

Existe un profundo sentido para los espiritistas en tener a Pablo de Tarso como modelo de compromiso con el trabajo del bien. Analizando su legado en anteriores escritos, hice referencia a su carácter orgulloso, a su encuentro con lo sagrado, a su proceso de renovación interior y a su entrega laboriosa a la causa de Cristo. Hoy recordamos una vez más que sus cartas, entonces dirigidas a toda la cristiandad, siguen vibrando como ecos que viajan en el fluido cósmico universal para alcanzar los corazones de todos los espiritistas: somos cooperadores de Dios y embajadores de Cristo. No tengamos miedo o vergüenza, no se empequeñezca nuestro corazón ante la responsabilidad que libremente asumimos declarándonos aprendices de la Doctrina de los Espíritus.

Dios es la inteligencia universal, fuente creadora y organizadora de todo cuanto existe. Ser cooperadores de Dios significa ser co-creadores, participar en el acto de la creación, impregnándola de amor. Con nuestros pensamientos, emociones y actitudes, creamos mundos posibles, dirigimos los acontecimientos en una dirección en particular. Todos lo hacemos, para bien o para mal, según la elevación de nuestros pensamientos, el equilibrio de nuestras emociones y lo altruistas  que son nuestras elecciones haciendo uso del libre albedrío. ¿Esto significa que todos los espíritus somos co-creadores? Sí, elaboramos incesantemente nuestra realidad íntima, local y global, a la vez que recibimos las influencias de los que conviven con nosotros íntima, local y globalmente. ¿Quiere esto decir que todos somos cooperadores de Dios? En el sentido al que nos lleva reflexionar Pablo de Tarso, creo que no. Tal y como nos sugiere el apóstol de los gentiles, somos cooperadores de Dios cuando buscamos armonizarnos con la ley cósmica del amor; cuando impregnamos nuestra vida de servicio; cuando entregamos nuestra existencia, en los gestos más pequeños así como en los más elocuentes, a la creación de un mundo más pleno de solidaridad y felicidad.
Foto: Marcelo Nogare

Los espíritas estamos llamados, por el conocimiento de nuestra doctrina, a ser cooperadores de Dios. Nuestra doctrina nos aporta información que debe traducirse constantemente en serenidad, entereza, sabiduría y paciencia. Pero además, como nos exhorta Pablo, somos también embajadores de Cristo. Los que nos dedicamos a las labores en centros espíritas dejamos que Dios hable a los hombres por intermedio nuestro. No importa si es a través de la mediumnidad, o de las tareas de limpieza del centro, la administración honesta de las donaciones y gastos de la casa, o por medio de las actividades de asistencia espiritual o las conferencias proferidas. Todas las actividades que realizamos en nuestros centros espíritas son maneras de permitir que Dios hable a los hombres por intermedio nuestro. Si el mensaje es elevado, bello y comprensible, es porque el emisario es de noble envergadura; si por otra parte llega distorsionado o descabellado, es que todavía no somos los buenos intermediarios que podríamos ser. El mensaje en un centro espírita es bueno cuando existe fraternidad entre sus miembros, humildad en cada gesto y alegría de servir. Está distorsionado cuando existen rencores, cuando el orgullo afecta a las relaciones y cuando la vanidad produce engaños.

Espíritas, cooperadores de Dios y embajadores de Cristo por libre elección. Que el mundo que creamos  esté pleno de sentido existencial, amor y solidaridad. Que el mensaje que esparcimos sea de esperanza y fe razonada. Y que el amor sea nuestra aspiración más elevada. Gracias a Dios, al Maestro y a la espiritualidad superior por contar con gente tan pequeña para obras tan grandiosas.


domingo, 13 de julio de 2014

Victoria sobre la muerte

Victoria sobre la muerte
(Janaina Minelli)

Cada día nos acosan sentimientos de miedo y ansiedad. Tengamos la condición económica que tengamos, vivamos en el país que nos haya correspondido encarnar, todos los que hemos de luchar por la supervivencia nos esforzamos por mantener o mejorar nuestras condiciones de vida. El apóstol de los gentiles debe de haber visto cómo sufría la gente de su tiempo. También él ejercía su oficio para ganarse el sustento, dedicando las horas de descanso a la misión apostólica. Las manos marcadas por el telar haciendo tiendas de campana le habían enseñado a Pablo, el que fue doctor de la ley antes de abrazar la causa del evangelio, que para la gente de condición humilde, ganarse la vida no era nada fácil. 

Aún y así, el apóstol de los gentiles deseaba que las comunidades del cristianismo naciente fueran plenamente conscientes de qué quiere decir estar vivos. La actualidad del mensaje de Pablo es evidente. En la epístola que escribe a los Romanos, en el capítulo 8, Pablo recuerda a la comunidad del cristianismo primitivo que vivir exclusivamente para la materia es en realidad muerte, mientras que esforzarse por seguir los preceptos enseñados por Jesús, es fuente de vida y paz.

Image courtesy of Evgeni Dinev / FreeDigitalPhotos.netPorque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte. () Los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz. () Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. () Si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis.
El apóstol tiene esperanza y anima a los cristianos a luchar con entereza hasta la victoria. Y nos exhorta a todos los que tenemos dificultades, dudas, ansiedades, miedos
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
La lucha cotidiana por la supervivencia no debe hacernos olvidar de nuestro desafío existencial. Para el apóstol de los gentiles, la verdadera victoria es la que obtenemos sobre nuestras imperfecciones morales. La euforia que sentimos ante una victoria en el mundo, la decepción que experimentamos ante un fracaso o el miedo y la ansiedad que nos acosan cuando nos enfrentamos a situaciones de inestabilidad no deben absorbernos hasta el punto de que nos olvidemos de que la vida es la armonía con la ley cósmica de amor. Cada paso que damos en esta dirección, es una pequeña victoria y una conquista de vida.


¡Que nada nos separe del amor al Maestro! No nos llene de temor lo que sólo puede matar nuestro cuerpo físico, no vivamos como muertos, apartados del amor del Maestro. Trabajemos y nos esforcemos por mantener y mejorar nuestras condiciones de vida, pero sin olvidar que nuestro desafío existencial está en la observancia de la ley de amor, expresada de forma sencilla e inequívoca en el evangelio de Jesús.