Hola familia de mi alma,
Qué alegría volver a realizar
la tarea del blog. Nuestra querida Andrea nos ha mantenido informados sobre lo
que sucede en CEADS y por ello le estamos inmensamente agradecidos. Esta
hormiguita del amor es realmente especial y ayer una vez más nos guió en el estudio
del Evangelio según el Espiritismo
con delicadeza y entrega.
El tema de estudio de ayer
fue “los huérfanos”. ¿Qué nos enseña la
doctrina sobre este tema? ¿Por qué la Justicia Divina permite que existan
huérfanos? ¿Los padres adoptivos deben decir a sus hijos que no son “de su
sangre”? En realidad, no hablamos específicamente de huérfanos, sino de criaturas
en situación de adopción, que necesitan un nuevo hogar en función de la orfandad,
los malos tratos recibidos, la situación económica o social de sus
progenitores, etc. El estudio fue realmente muy provechoso y os cuento un poco
de la discusión que se realizó.
En primer lugar, hay que
entender que preguntar, “¿Por qué la Justicia Divina permite que existan
huérfanos?”, no deja de ser una forma de decir. Dios no es un hombre o un
espíritu que esté todo el tiempo controlando lo que sucede, permitiendo unas
cosas u otras, como si fuéramos títeres en sus manos. Tal vez la forma más
acertada de hacer la pregunta sería, “¿qué utilidad puede tener la orfandad para
el progreso de un espíritu?”. Siempre que entendamos que la ley de causa y
efecto es una más de las leyes de las que se sirve la Inteligencia Cósmica
Universal para que los hombres sean señores y últimos responsables de sus
destinos, no importa como formulemos la pregunta. Lo que importa es comprender
que todas las situaciones no provocadas por nuestras actitudes en la vida
presente tienen su origen en vidas pasadas. Dichas situaciones son, por tanto, oportunidades
de aprendizaje, crecimiento y liberación espiritual: nos liberamos de las
imperfecciones que causaron la necesidad de aprendizaje si aprovechamos bien la
prueba. Así es como entendemos la orfandad en la doctrina espírita: como una oportunidad
de aprendizaje que los padres adoptivos y la criatura adoptada deben vivir.
La responsabilidad de los
padres adoptivos es igual o incluso superior a la de los demás. Cuando se disponen
a acoger una criatura en su familia por las vías de la adopción, deben estar
preparados para vivir llenos de paciencia, tolerancia y amor las situaciones
difíciles que puedan surgir en la convivencia con la criatura adoptada. Ésta,
además del histórico de rechazo, malos tratos u otros desajustes emocionales
que la carencia de afecto en las fases iniciales de su formación le pueda haber
ocasionado, viene con su ineludible patrimonio espiritual. Posiblemente la
orfandad le sirva para aprender a valorar el afecto que negó en el pasado, para
vivir la situación de separación y abandono que provocó en otras vidas, o para
aprender a ser más humilde, entrando en una familia no por los lazos de consanguineidad,
tan valorados por las sociedades, sino gracias a la generosidad de sus padres
adoptivos. Evidentemente, ante este panorama, los padres que se dispongan a la
adopción deben armarse de muchísima paciencia y tolerancia. Sin embargo, la
dificultad de la tarea no les debe turbar el corazón. Posiblemente antes de
encarnar se comprometieron a recibir esta criatura en sus brazos por las vías
de la adopción. Restan dos posibilidades para que estos padres reciban este divino
encargo: la primera sería la posibilidad de corregir con amor el dolor que
hayan causado en el pasado, abriendo su corazón a una criatura, pese a que no
sea de su propia sangre (en este caso, sería una expiación); la segunda sería la
oportunidad de amparar a seres queridos en su proceso de crecimiento espiritual,
auxiliando desde su sabiduría, tolerancia, paciencia y enorme capacidad de
amor, a un espíritu que encarnaría destinado a la orfandad (en este caso sería
una prueba). Sea como expiación, sea como prueba, más vale no echarse atrás si
se presenta la oportunidad de adoptar a una criatura para no correr el riesgo
de cumplir un compromiso asumido en la espiritualidad.
Además, quedan estas tres
importantes consideraciones que derivan de la Doctrina Espírita:
- En realidad, los lazos de sangre no son lo que importa. Como nos dijeron los espíritus, “El cuerpo proviene del cuerpo, pero el espíritu no proviene del espíritu, puesto que ya existía antes de la formación del cuerpo”. Los verdaderos lazos que nos deben unir son los de la afinidad espiritual inspirados por el amor y la fraternidad, que nada tienen que ver con la carne o la sangre. Conferir demasiado valor a la sangre denota ignorancia de los principios espirituales.
- No existe el azar, por tanto, ninguna familia recibe una criatura adoptiva por casualidad. Todos los espíritus, sea por las vías de la adopción, sea por la concepción, están dónde deben estar, con la familia que necesitan, disfrutando de los recursos económicos y sociales que le son más útiles a su evolución.
- Es deber de los padres explicar a los hijos adoptivos su verdadera condición. Esto le ayudará a la criatura a vivir la prueba escogida en la espiritualidad con más provecho y posiblemente le ahorrará dificultades de adaptación a la verdad en el caso en que desencarnara sin conocer su verdadera situación.
Como en muchas otras
situaciones sobre las que necesitamos reflexionar e instruirnos, el único
sentido de hablar de todo esto está en que aun somos muy primitivos. Nuestra capacidad
de amar aún es tan escasa que necesitamos que nos vengan las voces del otro
lado de la vida para decirnos, “Atención, ¿por dónde vais? Si la carne la
entregaréis a la sepultura… ¡Lo que importa es el espíritu y no la sangre!”. Hagámosles
caso, eduquemos nuestros corazones para ampliar nuestra capacidad de amar.
Que durante la semana que
se inicia, todos seamos permeables a las enseñanzas de la espiritualidad superior
para, quién sabe, ser dignos de contribuir a hacer un mundo mejor en lugar de
exigir que nos lo entreguen hecho.
Cariños de la hermana
mayor
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