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domingo, 30 de junio de 2013

La caridad moral

Hola familia,

ayer no estuve en el centro y por esto no os puedo contar cómo ha ido la reunión. Lo que sí puedo hacer es compartir unas reflexiones que espero puedan ser de utilidad. Me recreo en estos pensamientos y cuando los comparto, renuevo mi compromiso con lo que estoy diciendo: el hecho de hablar de estas cosas es un ejercicio de auto-educación para mí. Con la esperanza de que estas ideas puedan servirte tanto como a mí misma, me despido pidiendo a la espiritualidad amiga que fortalezca nuestros propósitos de iluminación.

Cariños de la hermana menor

La caridad moral

La caridad es un taller tan maravilloso que hasta quién no tiene nada puede dar mucho. Hasta quién no tiene tiempo ni dinero, pero tiene disposición, puede dar mucho. Porque la verdadera caridad no está en dar lo que el otro necesita, sino en ofrecer lo mejor de uno mismo. Todo el mundo puede hacer la caridad ofreciendo a las personas de su convivencia más cercana una pequeña dosis diaria de PACIENCIA, TOLERANCIA e INDULGENCIA.
  • Paciencia
Pablo de Tarso dijo “El amor es paciente, muestra comprensión”. Nos irritamos fácilmente; nos ofendemos
a menudo; no cuesta mucho para que nos saquen de quicio… Por esto desarrollar la paciencia es un acto de caridad que nos educa para el amor. La paciencia requiere que veamos los defectos, imperfecciones y limitaciones de nuestros familiares y amigos sin explotar en episodios de ira o menosprecio. Para tener paciencia, hay que tener ojos de ver… ¿Quién es capaz de ver el árbol frondoso en la semilla? Todos queremos la sombra y el fruto del árbol, pero pocos estamos dispuestos a tener paciencia: tenemos que esperar que la semilla llegue a árbol. Encontrar un árbol para recostarse bajo su sombra es muy agradable… igualmente es muy agradable conversar con una persona serena, humilde y amorosa. Pero este árbol, igual que el carácter de esta persona amorosa, no se ha hecho del día a la mañana. ¿Dónde estábamos nosotros cuando la semilla se hacía rama, y la rama crecía para convertirse en árbol? ¿Dónde estábamos nosotros cuando esta persona amorosa aún estaba forjando su carácter, esforzándose por educar sus sentimientos? Las personas que nos ponen a prueba la paciencia con sus actitudes y palabras son como semillas o ramas frágiles.
¿Quién es capaz de ver en esta persona, que te pone a prueba la paciencia, un hijo de Dios, tan predestinado a la perfección como cualquier otra criatura?
Los espíritus de luz fueron creados sencillos e ignorantes. Respetarles supone respetar su historia, es decir, respetar todas las personalidades que asumieron en diferentes encarnaciones hasta llegar a la condición de evolución que tienen ahora que amparan a la humanidad en su caminada evolutiva. Tener paciencia es tener ojos de ver… Cierta vez, Sócrates, que era también escultor, además de filósofo, fue contratado por el gobernador de Atenas para esculpir unas ninfas para la ciudad. Delante del enorme bloque de mármol blanco, el filósofo se emocionó hasta las lágrimas. Las personas no comprendían, porque sólo veían un enorme trozo de piedra… Pero Sócrates tenía ojos de ver. Él miraba al bloque de mármol y veía las ninfas, esculpidas, desprovistas de todo los que les sobraba para lucir sus formas perfectas. Así tenemos que aprender a ver. Cuando alguien nos pone a prueba la paciencia, tenemos que aprender a ver esta persona como este bloque de mármol, que se tiene que libertarse del orgullo, del egoísmo y de la vanidad, pero que en realidad, está predestinado a la perfección, como todos las demás criaturas de Dios.
  • Tolerancia
Cuando vamos a un local donde la gente piensa igual que nosotros, lo pasamos muy bien; cuando estamos con personas que hacen lo que pensamos que es justo y dicen lo que queremos escuchar, personas con quiénes compartimos valores, ideales, creencias… ¡Es un gustazo! Pero para crecer hay que aprender a convivir con lo que es distinto. Por esto la tolerancia es una forma de caridad que nos educa para el amor. Hay que aprender a tener tolerancia, que pasa por convivir de forma pacífica y serena con quién no piensa igual que nosotros, no habla como nosotros, no hace las cosas cómo, cuándo y dónde creemos que se tienen que hacer. No es fácil, desde luego, pero Jesús no dijo que nos salvaría, dijo que debíamos aprender de Él, dijo que Él era el camino. El caminar corre por nuestra cuenta.
  • Indulgencia 
La indulgencia nos invita a comprender que todos los comportamientos de las personas con quienes convivimos tienen explicaciones mucho más profundas que lo que un juicio sesgado, rápido y superficial pueda aquilatar. Solemos ver la puntita del iceberg y creer que tenemos todos los datos para juzgar y condenar a las personas. Luego viene alguien y nos explica, “Fulano está así tan borde porque está pasando por una situación muy dura en su hogar…”, y decimos de nosotros para nosotros mismos… “Ay, pobre… No lo sabía….”. ¿Por qué no actuar con indulgencia antes? ¿Por qué no presuponer que todos tienen sus motivos para actuar cómo actúan y que, aunque yo no sepa qué motivos son estos, seguramente no soy quién para decir si son válidos o no. Así le doy el crédito de mi mansedumbre. Los que sólo tienen en cuenta la realidad material pueden perfectamente utilizar de indulgencia para comprender que una palabra fuera de lugar, un gesto de agresividad o una actitud de arrogancia pueden tener razones desconocidas para manifestarse en un dado momento. Pero los que sabemos que la realidad espiritual es mucho más compleja que lo que el materialismo puede llegar a soñar, conocemos los mecanismos de la sintonía espiritual, comprendemos que la reencarnación es una oportunidad de limar asperezas y rescatar faltas cometidas en el pasado… tenemos en nuestras manos todas las herramientas para realizar obras de indulgencia. Pero los que nos decimos espíritas, éstos tenemos el compromiso y la obligación de ejercitarnos en el taller de la caridad y aprender a ser indulgentes, porque el buen espírita se conoce por sus actitudes, no por sus palabras.

PACIENCIA, TOLERANCIA, INDULGENCIA

Por todo esto he llegado a la conclusión de que la verdadera caridad no está en dar lo que el otro necesita,
sino en ofrecer lo mejor de uno mismo. Y a veces no queremos entrar al taller de la caridad, nos resistimos, lo posponemos… Pero la vida lo exige, porque nos acerca a las personas a quienes nos es más urgente aprender a amar: muchas veces el que dice las cosas que yo no quiero escuchar, piensa de una forma distinta a mi forma de pensar, hace las cosas que yo no quiero que haga está aquí muy cerquita, justo al lado… en mi familia, entre mis amigos, en mi centro espírita, en el trabajo, otras veces es el vecino. Cada una de las personas que ponen a prueba mi paciencia, que me convocan a la tolerancia, que exigen mi indulgencia, en realidad están educando mi alma. Estas personas me ofrecen una bella e irrepetible oportunidad de crecimiento; una bella oportunidad de superación de la ignorancia. Y ahí es cuando más nos vale aprovechar la oportunidad de aprendizaje, siguiendo el ejemplo del Maestro que es humilde y manso de corazón… porque es responsabilidad de cada uno despojarse de todo lo que nos sobra (orgullo, vanidad, egoísmo) e iluminar nuestros corazones con la terapia del amor.

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