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lunes, 13 de abril de 2015

Últimas Palabras de Cristo en la Cruz

Últimas Palabras de Cristo en la Cruz
por Rosiani Gonçalves


El espíritu Humberto de Campos nos revela, a través de la mediumnidad de Chico Xavier, que cuando el Maestro agonizaba en la cruz; se rasgó el cielo en Jerusalén y angelicales entidades, en grandes grupos, descendieron sobre el Calvario doloroso...

El polvo oscuro del suelo, la maldad y la ignorancia. Desprendían tinieblas demasiado densas para que alguien pudiera divisar las manifestaciones sublimes.
Hilos de luces indefinibles comenzaron  a unir el madero al firmamento, aunque la
tormenta se anunciase en  la distancia...
El Cristo, con el alma sedienta y oprimida, contemplaba el celeste paisaje, aureolado por la gloria que le soplaba a la frente de héroe. Los emisarios del Paraíso llegaban en bandos, entonando  tales cánticos de amor y reconocimiento que los tímpanos humanos jamás podrían notar.
Los ángeles de la Ternura le rodearon el pecho herido, insuflándole nuevas energías.
Los portadores de la Consolación le ungieron los pies sangrientos con suave bálsamo.
Los Embajadores de la armonía, sostenían instrumentos delicados, formaron una corona viva, alrededor de su afligida cabeza, emitiendo conmovedoras melodías que se esparcían con bendiciones de perdón sobre la turba amotinada.
Los Emisarios de la Belleza tejieron guirnaldas de rosas y lirios sutiles, adornando la cruz ingrata.
Los Distribuidores de Justicia, después de besarle las manos casi inmóviles, iniciaron la catalogación de los culpables para llamarlos a esclarecimiento y reajuste a su debido tiempo.
Los Donadores de Cariño, en maravillosa  asamblea, se pusieron adelante de Él  para acariciarle los cabellos empapados  de sangre.
Los Enviados de la Luz encendieron focos brillantes  en las llagas doloridas, haciéndole olvidar el sufrimiento.
Trabajaban los mensajeros del Cielo, alrededor del Sublime Conductor de los Hombres, aliviándole y exaltándole, preparándole para el  banquete de la resurrección, cuando un ángel aureolado de intraducible esplendor apareció, solitario, descendiendo del magnífico imperio de  la Altura.
No traía seguidores y, al acercarse el Señor, le besó los pies, entre respetuoso y enternecido. No se detuvo en la ociosa contemplación de la tarea que, naturalmente, cabía a los compañeros, pero buscó los ojos de Jesús, con una angustia que no se había observado en ninguno de los otros.
Se diría que el nuevo representante del Padre Compasivo deseaba conocer la voluntad del Maestro, ante  todo. Y, en éxtasis, se elevó del suelo en el que había posado, a los brazos del madero afrentosoEnlazó el busto del Inolvidable Ajusticiado con extremo cariño, y le colocó, por un momento, el oído en sus labios que balbuceaban  levemente.
Jesús pronunció algo que los otros no oyeron.
El mensajero solitario se desprendió, entonces, del leño duro, revelando ojos serenos y húmedos y, de inmediato, descendió del monte soleado para las sombras que comenzaban a invadir Jerusalén, buscando a Judas, para socorrerle y ampararle.
Si los hombres no le vieron la expresión de grandeza y misericordia, los querubines en servicio tampoco notaron la ausencia. Pero, suspendido en el martirio, Jesús lo observaba, confiado, acompañando la excelsa misión, en silencio.
Ese, era el ángel divino de la Caridad.

Los espiritistas no debemos de olvidar la máxima del Espiritismo, que Kardec, a través de los mensajes de los Espíritus superiores,  tan encarecidamente nos dejó: "Fuera de la caridad no hay salvación". La Caridad como benevolencia para con todos, indulgencia con las imperfecciones de los otros, perdón de las ofensas. (LE, 886) Ponderó también que jamás se podría pregonar el "fuera del Espiritismo no hay salvación", porque induciría a los espíritas a una falsa posición delante del mundo y de la vida. 
Acordémonos de que el movimiento espírita debe de ser una expresión razonada, ponderada, comprobada, de amor al prójimo, de resurgimiento de la dignidad humana a la luz del Evangelio y de regeneración espiritual del hombre, delante de la ley de la reencarnación, a fin de que no se tome cada vez más distancia del objeto fundamental de la Doctrina.

Cuento El ángel solitario extraído del libro “Estante da Vida” del espíritu Hermano X (pseudónimo de Humberto de Campos, escritor brasileño; 1886 - 1934) y psicografiado por Francisco Cândido Xavier. (N. de la T.)  Traducción libre al castellano de Rosiani Gonçalves. 

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