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miércoles, 11 de abril de 2018

Que tenemos para este sábado...

¡Buenas noches!

Este Sábado tenemos cita con nuestro querido amigo Jesus.

Las niñas y niños de la Educación Espírita Infantil disfrutarán de más una clase de aprendizaje moral y espiritual mientras que los adultos estudiaremos el item 22, 23 y 24, del Cap. V - Bienaventurados los afligidos, de El Evangelio según el Espiritismo.

Os dejamos los textos del estudio para los más aplicados :)


Si hubiese sido un hombre de bien, hubiera muerto 

22. Decís muchas veces, cuando habláis de un hombre malvado que escapa de un peligro: "Si hubiese sido un hombre de bien, hubiera muerto". ¡Pues bien! cuando decís esto, decís la verdad, porque, efectivamente, muchas veces sucede que Dios da a un espíritu, joven aun en el camino del progreso, una prueba más larga que a uno bueno, logrando éste como una recompensa debida a su mérito que su prueba sea todo lo corta posible. Así, pues, cuando os servís de ese axioma, no sospecháis que estás diciendo una blasfemia.
Si muere un hombre de bien que tiene por vecino a un perverso, os apresuráis a decir: "Mucho mejor hubiera sido que se hubiese muerto éste". Os engañáis mucho, porque el que se va, concluyó su tarea, y el que queda, puede muy bien ser que aun no la haya empezado. ¿Por qué quisiérais, pues, que el malo no tuviese tiempo de acabarla, y que el otro quedase estacionado en la tierra? ¿Qué diríais del preso que hubiese concluído su condena y se le retuviera en la cárcel mientras se diese libertad al que no la hubiere concluído? Sabed, pues, que la verdadera libertad consiste en desprender-se de los lazos del cuerpo, y que tanto tiempo como estéis en la tierra estáis en el cautiverio. Acostumbráos a no vituperar lo que vosotros no podéis comprender, y creed que Dios es justo en todas las cosas; muchas veces lo que os parece un mal, es un bien; pero vuestras facultades son tan limitadas, que el conjunto de lo grande se substrae a vuestros sentidos obtusos. Esforzáos en salir con el pensamiento de vuestra estrecha esfera, y a medida que os elevéis, la importancia de la vida material disminuirá a vuestros ojos, porque sólo os parecerá un incidente de la duración infinita de vuestra existencia espiritual, la sola verdadera existencia. (Fenelón. Sens, 1861).


Los tormentos voluntarios 

23. El hombre va incesantemente en busca de la felicidad que se le escapa, porque la felicidad perfecta no existe en la tierra. Sin embargo, en las vicisitudes que forman el cortejo inevitable de su vida, podría gozar, por lo menos, de una felicidad relativa; pero él la busca en las cosas perecederas y sujetas a las mismas vicisitudes, es decir, en los goces materiales, en vez de buscarla en los goces del alma, que son un goce anticipado de los placeres celestes imperecederos; en lugar de buscar la "paz del corazón", única felicidad real en la tierra, está ávido de todo lo que puede agitarle y turbarle, y, ¡cosa singular!, parece que se crea de in tento tormentos que estaría en su mano evitar. ¿Los hay, acaso, más grandes que los que causan la envidia y los celos? Para el envidioso y celoso, no hay reposo; ambos tienen una fiebre continua; lo que ellos no tienen y lo que poseen los demás, les causa insomnios; la prosperidad de sus rivales les da vértigos; su emulación sólo se ejerce para eclipsar a sus vecinos; todo su placer consiste en excitar en los insensatos como ellos, la rabia de los celos de que están poseídos. Pobres obcecados, que no piensan que mañana les será preciso dejar todos estos juguetes, cuya codicia envenena su vida. A éstos no se aplican estas palabras: "Bienaventurados los afligidos porque ellos serán consolados", porque sus cuidados no son de aquellos que tienen compensación en el Cielo. Por el contrario, !cuántos tormentos se ahorra el que sabe contentarse con lo que tiene, que ve sin envidia lo que no tiene, que no pretende parecer más de lo que es! Siempre es rico, porque si mira hacia abajo en vez de mirar hacia arriba, siempre verá gentes que aun tienen menos; vive tranquilo, porque no se crea necesidades quiméricas, y la calma en medio de los huracanes de la vida ¿no es acaso una felicidad? (Fenelón. Lyon, 1860).



La desgracia real 

24. Todos hablan de la desgracia, todo el mundo la ha experimentado y cree conocer su carácter múltiple. Yo vengo a deciros que casi todos se engañaban, y la desgracia real de ninguna manera es lo que los hombres, es decir, los desgraciados, suponen. Ellos la ven en la miseria, en el hogar sin fuego, en el acreedor que apremia, en la cuna sin el ángel que sonreía en ella, en las lágrimas, en el féretro que se sigue con la frente descubierta y el corazón destrozado, en la angustia de la traición, en el orgullo del menesteroso que quisiera revestirse con la púrpura y que apenas oculta su desnudez bajo los harapos de la vanidad; todo esto, y aun muchas otras cosas, se llama desgracia en el lenguaje humano. Si, ésa es la desgracia para los que no ven más que el presente; pero la verdadera desgracia consiste antes en las consecuencias de una cosa, que en la cosa misma. Decidme si el acontecimiento más feliz por el momento, pero que tiene consecuencias funestas, no es, en realidad, más desgraciado que aquél que en un principio causa una viva contrariedad y acaba por producir un bien. Decidme si el huracán que destroza vuestros árboles, pero que purifica el aire disipando los miasmas insalubres que hubiesen causado la muerte, no es más bien una felicidad que una desgracia. Para juzgar una cosa, es menester ver sus consecuencias; así es que para apreciar lo que es realmente feliz o desgraciado para el hombre, es preciso transportarse más allá de esta vida, porque allí es donde se hacen sentir las consecuencias; pues todo lo que llama desgracia según su corta vista, cesa con la vida y encuentra su compensación en la vida futura. Voy a revelaros la desgracia bajo una nueva forma, bajo la forma bella y florida que acogéis y deseáis con todas las fuerzas de vuestras almas engañadas.

La desgracia es la alegría, es el placer, el ruido, la vana agitación, la loca satisfacción de la vanidad, que acallan la conciencia, que comprimen la acción del pensamiento y que aturden al hombre sobre el porvenir; la desgracia es el opio del olvido que vosotros llamáis con todos vuestros deseos. ¡Esperad, vosotros los que lloráis! ¡Temblad, vosotros los que reis, porque vuestro cuerpo está satisfecho! No se engaña a Dios, no se esquiva el destino; y las pruebas más temibles que la jauría desencadenada por el hambre, acechan vuestro reposo engañador para sumergiros de repente en la agonía de la verdadera desgracia, de la que sorprende el alma debilitada por la indiferencia y el egoísmo.

Que el Espiritismo os aclare, pues, y coloque en su verdadero puesto la verdad y el error tan extrañamente desfigurados por vuestra ceguera. Entonces obraréis como los bravos soldados, que lejos de huir del peligro, prefieren las luchas de los combates comprometidos a la paz que no puede darles ni gloria ni ascensos. ¿Qué le importa al soldado perder su armas en la reyerta, sus bagajes y sus vestidos, con tal que salga vencedor y con gloria? ¿Qué le importa al que tiene fe en el porvenir, dejar sobre el campo de batalla de la vida su fortuna y su envoltura carnal, con tal que su alma entre radiante en el reino celeste? (Delfina de Girardin. París, 1861).



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