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domingo, 27 de junio de 2021

Dos historias del otro mundo

 | Janaina de Oliveira


Dos historias del otro mundo


Os narraré una historia.

Dos hombres acababan de morir. Mientras vivían, había ordenado Dios que se colocaran en bolsas diferentes las buenas acciones de cada uno. 

En el momento de su muerte, se pesarían estas bolsas. He aquí que las bolsas de estos dos hombres estaban ahora dispuestas delante de cada uno de ello. La del que había sido rico, estaba llena. La del hombre que había sido pobre, casi vacía. Dios ordenó que se pesaran y el hombre que había sido rico vió con asombro que su bolsa, pese a estar llena, apenas movía el platillo de la balanza. Dios se lo explicó: “Diste mucho, es cierto, pero diste por ostentación, para que tu nombre figurase en los templos del orgullo. Además, al dar no te privaste de nada.” La bolsa del hombre que había sido pobre, sin embargo, cuando fue depositada sobre la balanza, pese a que parecía estar casi vacía, pesaba mucho. “Tú has dado poco, amigo mío. Sin embargo, todo cuanto hay en tu bolsa representa una privación para ti. Practicaste la caridad con naturalidad, sin pensar en ninguna recompensa. Fuiste indulgente; te abstuviste de juzgar a tu semejante. 
Disculpaste todas sus acciones. Así pues, pasa a la derecha y ve a recibir tu recompensa”.

Un Espíritu Protector compartió esta historia del otro mundo en 1861, en Lion.

La encontraremos en el Evangelio según el Espiritismo (Cap. XIII, ítem 15).

El buen amigo nos quería hacer despertar para la caridad. Nadie es tan pobre que no tenga nada que ofrecer, nos quiere enseñar el amigo espiritual. La indulgencia, el perdón de las ofensas, una palabra de consuelo, la tolerancia y la paciencia son ejemplos de cómo la caridad está al alcance de cualquiera. No hay que esperar a tener dinero o tiempo para llenar la bolsa de buenas acciones.

Cada día tenemos muchas oportunidades de hacer la caridad moral. El mayor beneficiario, debemos estar atentos, somos nosotros mismos. A menudo pensamos que la caridad la hacemos por el otro, pero el primer asistido por la autentica caridad es el que la practica. Tolerar al que dice cosas de una manera que no aprobamos, tener paciencia con el que tarda en hacer lo que pensamos que es urgente, perdonar al que se ha equivocado y ser indulgente con el que seguramente vive desafíos que desconocemos es siempre difícil para los que todavía no somos humildes. Cuando nos proponemos a ser pacientes, tolerantes e indulgentes, abrimos espacio en nuestras almas para la humildad.

El orgullo no conoce la paciencia, no espera y exige que se cumpla lo que él dice, cuando lo dice. El orgullo tampoco tolera a nada, ni a nadie. Considera grave que no se sepa reconocer quién es y la importancia que tiene. El orgullo no perdona ni es indulgente. Hacerle daño es una equivocación irreparable. Los que hemos abrazado la Doctrina Espírita debemos comprender que todavía hay orgullo dentro de nosotros en mayor medida de la que nos gustaría reconocer. Por esta razón, somos llamados a la práctica de la caridad moral.

Cuando nos esforzamos por ser pacientes, abrimos espacio para la humildad. Cuando intentamos tolerarnos los unos a los otros, pese a lo difícil que es muchas veces, empezamos a comprender la humildad. Cuando nos perdonamos y somos indulgentes, empezamos a vivir la caridad. Todo esto, sin embargo, es solo el comienzo.

El objetivo es que no tengamos nada que perdonar jamás.

Os narraré otra historia del otro mundo.

Dos hombres acababan de morir. Uno llevaba dentro de una pesada bolsa todo el perdón que había dado a los demás, toda la paciencia que había tenido y toda la tolerancia hacia las equivocaciones ajenas.

El otro, llevaba una bolsa ligera. No había tenido que perdonar a nadie, no se sintió testado en la paciencia y ni había tenido que perdonar al prójimo. La bolsa aparentemente vacía se puso en el platillo de la balanza y pesaba mucho, porque el hombre había vivido con gran humildad. El hombre cuya bolsa iba llena de perdón, tolerancia y paciencia tuvo miedo. Pensó que todo su esfuerzo tal vez habría sido en balde. Resulta que no era una competencia. Su bolsa llena se abrió y espació por el espacio puntos de luz que le condujeron a una nueva encarnación.

Se dice que este hombre volvió a nacer muchas veces. Cada vez que renacía, vivía más leve y feliz, pese a las dificultades que no cesaban. Se conoce que en más de una encarnación trabajó sin quejas por la erradicación de la ignorancia de la realidad espiritual. Cada vez que volvía al momento de la verdad ante su conciencia, tenía una bolsa aparentemente más vacía. Poco a poco iba aprendiendo a vivir con humildad.

Empecemos por perdonar, para que llegue el día que no haya nada que perdonar. Empecemos a tolerar para que un día no haya nada que tolerar. Empecemos a practicar la caridad para que llegue el día que no hayamos hecho nada más que vivir en humildad.

Por algún lugar, hay que empezar. No es una competencia. Todos llegaremos al mismo lugar.
Empecemos por perdonar, para que llegue el día que no haya nada que perdonar. Empecemos a tolerar para que un día no haya nada que tolerar. 

Empecemos a practicar la caridad para que llegue el día que no hayamos hecho nada más que vivir en humildad. 

Por algún lugar, hay que empezar. No es una competencia. 

Todos llegaremos al mismo lugar.💕


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