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domingo, 3 de julio de 2022

El mandamiento mayor

Janaina Minelli de Oliveira Ramos

El día 30 de abril de 2022, CEADS celebró la 20ª Jornada Espiritista de Barcelona bajo el lema “Amor, ley mayor del universo”.


Lo recuerdo mientras me siento y abro El Evangelio según el espiritismo, “al azar”. Me llena de emoción el mensaje sobre el que debo escribir: El mandamiento mayor (Cap. XV, ítem 4). En él, Mateo nos narra uno de los muchos episodios en que los fariseos y los saduceos intentaban poner a Jesús a prueba. En esta ocasión, un intérprete de la ley ( un hombre respetado públicamente por conocer las bases del judaísmo) le hace una pregunta a Jesús “por tentarle”. 


Es importante atender la importancia que Jesús como personaje histórico había alcanzado, en el corto periodo que dedicó a la enseñanza pública de la Buena Nueva. ¿Por qué un intérprete de la ley interroga a Jesús, un nazareno hijo de carpintero? Se entiende que Jesús molestaba a los hombres prominentes de su tiempo, por el mensaje que difundía. ¿Y qué mensaje era este, tan incómodo para los poderosos doctores de la ley?





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Jesús enseñó que no hay amor posible a Dios sin amor al prójimo, que amar al prójimo es una forma de amar a Dios. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primer y gran mandamiento. Y el segundo es semejante: amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.”


Jesús enseñó con estas palabras que el culto exterior, las fórmulas vacías y las farsas de la vanidad no son amor a Dios, sino la paciencia, la mansedumbre y la compasión que dedicamos a los seres con quienes compartimos jornada evolutiva. Nos advierte, además, que nuestros gestos de amor deben ser integrales, aunando mente y corazón. El alma a menudo se pierde en los laberintos del orgullo y del egoísmo, pensando adorar a Dios con gestos y palabras que no expresan un respeto genuino por la creación divina. Sucedía en la época en que Jesús andaba sobre la Tierra y sigue sucediendo hoy, más de dos mil años después.

Allan Kardec, en colaboración con una falange de espíritus empeñados en la renovación de la emoción y de la razón humana, aportó una iluminada doctrina a la humanidad. El Espiritismo nos invita a reflexionar sobre el amor como única vía de progreso. Todo cuanto hagamos fuera del amor, nos aleja del objetivo de sembrar paz y armonía en nuestras vidas y en la vida de los que amamos. “No pudiéndose amar a Dios sin practicar la caridad para con el prójimo, todos los deberes del hombre se hallan comprendidos en esta máxima: fuera de la caridad no hay salvación”.

Aún falta que meditemos sobre qué clase de salvación conseguiremos a través de la caridad, según la afirmación de los espíritus. No se trata de una salvación que uno consigue a cambio de rituales exteriores o de gestos que no integran razón y emoción, como tampoco nos salva nadie más que uno mismo.


La salvación, bien comprendida, es la libertad que uno logra sobre el orgullo y el egoísmo. Podríamos incluso pensar que nos salvamos a nosotros mismos, en tanto nos salvamos de nosotros mismos. De momento, seguimos estando muy fuertemente caracterizados por el orgullo y el egoísmo. Aún así, la práctica de la caridad a la que nos convoca la Doctrina Espírita renueva constantemente nuestra capacidad de pensar y sentir. El mandamiento mayor marca el rumbo y, los que deseamos ser dignos representantes de Jesús en la Tierra, encontramos en la caridad la escuela viva del amor.

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