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miércoles, 21 de septiembre de 2022

De las mesas giratorias y de los síntomas de la mediumnidad

El Libro de los Médiums, segunda parte, caps. II y III



David Santamaria




Inicia Allan Kardec el capítulo II comentando acerca del fenómeno de las mesas giratorias, algo que tanto llamó la atención a mediados del siglo XIX. Podemos conceptuar a las mesas giratorias como siendo un hecho real -pero, no exento, ni mucho menos, de conductas fraudulentas-, humilde y de muy largo alcance.


Un hecho real, porque se repetía en muchos lugares, con personas distintas y con diversos propósitos (aprendizaje, diversión, curiosidad…). Por ello no sería en absoluto aceptable pensar que todas aquellas experiencias podían ser debidas a un interés engañoso por parte de quienes las realizaban.


Un hecho muy humilde: una simple mesa que se movía. No es de extrañar que los Espíritus que dirigieron aquella invasión debidamente organizada optaran por un elemento tan cotidiano y que se encuentra en todos los lugares donde estamos los humanos: una simple mesa. Una estrategia sencilla y muy eficaz.


Un hecho de muy largo alcance. Ello se ve claramente en el crecimiento y rápida consolidación de la filosofía espírita en un lapso de muy pocos años. Ciertamente ello no ocurrió por casualidad, sino que debía estar perfectamente organizado en todos sus detalles por parte del equipo de Espíritus superiores que estaban al frente del proyecto. Fijémonos en un solo aspecto: la fulgurante adhesión que hubo a la filosofía presentada por Kardec. Pensamos que ello solamente podía ser debido a una numerosa encarnación, muy bien planificada, de Espíritus conscientes de la realidad espiritual y que, sin duda, vinieron a dar soporte a Kardec. Aquella multiplicación de simpatizantes del espiritismo era un respaldo incontestable e imprescindible para él, frente a los contradictores y adversarios de la naciente filosofía originada en la enseñanza de los Espíritus. Es cierto que la fuerza del espiritismo fue disminuyendo, agravado ello por los conflictos bélicos de la primera mitad del siglo XX. Pero, a pesar de eso, el espiritismo sigue presente en nuestra humanidad, dando testimonio de la certeza de la vida después de la muerte. Y todo empezó con las humildes mesas giratorias.


Veamos algunas advertencias de Kardec, fruto de su gran experiencia (todos los resaltados son nuestros):


No hay ningún indicio de la facultad mediúmnica; sólo la experiencia puede darla a conocer. Cuando se desea hacer una experiencia en una reunión, simplemente se requiere que los participantes se sienten alrededor de la mesa y coloquen sobre ella las palmas de las manos, sin hacer presión ni esfuerzo muscular. Al principio, como se ignoraban las causas del fenómeno, se recomendaba tomar muchas precauciones, que con posterioridad se constató que eran absolutamente inútiles. Por ejemplo, la de alternar los sexos, o también la del contacto entre los dedos meñiques de las diferentes personas, para que se forme una cadena ininterrumpida. Esta última precaución parecía necesaria porque se creía en la acción de una especie de corriente eléctrica. Más adelante, la experiencia demostró su inutilidad. Las únicas prescripciones de rigurosa obligatoriedad son el recogimiento, un absoluto silencio y, sobre todo, la paciencia, en caso de que el efecto se demore. Es posible que se produzca en algunos minutos, como puede tardar media o una hora. Eso depende del poder mediúmnico de los copartícipes. (ítem 62)


Veamos algunos comentarios a esos textos resaltados:


Evidentemente la manera más directa de averiguar si alguien posee facultad mediúmnica es probarlo. Sin embargo, a lo largo de los años se ha considerado que algunas sensaciones podrían hacer pensar que una persona en concreto pudiera tener esa capacidad. Síntomas tales como:


-“Desdoblamientos espirituales”, aunque mejor denominarlos como emancipaciones conscientes, voluntarias o no, del alma

- Visiones 

- Audición de voces, mental o físicamente

- Percepción del aura

- Una especie de estremecimiento en el brazo y en la mano

- Somnolencia durante las reuniones mediúmnicas

- Ideas e impulsos extraños

- Entorpecimiento de ciertas partes del cuerpo

- Frío y rigidez en el transcurso de las sesiones

- Mareos, desmayos, vértigo



Es fácil darse cuenta de que algunos de estos síntomas pueden ser debidos a aspectos muy humanos y normales. Por ello hay que descartar siempre que la persona, que supuestamente pueda tener mediumnnidad, no presenta algún problema médico o algún comportamiento ilusorio o de autosugestión. El ejemplo más claro sería quien se duerme en el transcurso de la reunión mediúmnica, no porque sea médium sino por cansancio.


La autosugestión merece un comentario aparte. Hay personas que presentan un gran deseo de ser médiums, muchas veces sin comprender realmente lo que ello significa en cuanto a esfuerzo y dificultades. Tienen tantísima ilusión que acaban “sintiendo” muchos de esos síntomas antes enumerados, quedándose muy extrañados y frustrados cuando, al realizar pruebas mediúmnicas con ellos, no se obtiene ningún tipo de resultado. Por eso tenía tanta razón Kardec cuando decía que la única manera de saber si se es médium es probándolo. Sin embargo, si ese “médium sin mediumnidad” real se empeña en pensar y creer que sí que la tiene, podría ser que tuviera comunicaciones anímicas en las que expresará ideas propias, que probablemente no excederán los límites de sus conocimientos actuales; y todo ello desde el más absoluto convencimiento por su parte de que está realmente aportando mensajes de Espíritus. Esta situación se podría denominar como un proceso autoobsesivo.  Siempre hay que estar alerta ante estas posibilidades.


Menciona Kardec algunas precauciones que se tomaban al principio para favorecer las manifestaciones. Evidentemente no hay ninguna razón en intercalar las personas por razón de sexo o en tocarse los meñiques para favorecer la llamada “cadena magnética”; sino que, tal y como indica Kardec, son el recogimiento, el silencio y la paciencia los que favorecerán la producción del fenómeno. Podríamos añadir las buenas intenciones de cada quien, el orden, la confluencia de pensamientos, la armonía del grupo, la seriedad…, como siendo otros de los requisitos imprescindibles para la consecución de buenos resultados y para que eclosionen las mediumnidades de una forma natural y controlada, nunca forzada, por los peligros emocionales y psíquicos que ello puede comportar. A este respecto es bueno considerar este texto que nos legó Léon Denis:



La mediumnidad es una flor delicada que para crecer necesita atenciones y cuidados asiduos. Necesita método, paciencia, altas aspiraciones y nobles sentimientos. Necesita, especialmente, el tierno cuidado de un espíritu bueno que le envuelva en su amor y en sus fluidos estimulantes. Pero casi siempre queremos que produzca frutos prematuros y entonces se desvanece, se seca bajo el aliento de los espíritus atrasados.



No se puede expresar con más claridad. Hay que dar tiempo a que el médium se forme, adquiera confianza y participe bien “arropado” espiritualmente en las reuniones de un Centro Espírita. Sin embargo, siempre habrá quién tenga una aparición súbita y muy intensa de su capacidad mediúmnica. En esas ocasiones habrá que atender de inmediato a la persona que presenta esa situación mediúmnica concreta; pero, ofreciéndole, al mismo tiempo, la información necesaria para que conozca la teoría de la mediumnidad y las enseñanzas de la filosofía espírita. 


Por tanto, si hay mediumnidad evidente, esta debe ser atendida enseguida. Si se sospecha que puede haberla, hay que probar siempre, sin miedo, pero sin falsas expectativas.


Finalmente, tal vez la expresión “poder mediúmnico” pueda llevar a determinadas personas a suponer que la mediumnidad sea equiparable, por ejemplo, a la fortaleza física. Nada más lejos de la realidad. Para constatarlo sólo hay que recordar que uno de los más extraordinarios médiums de la historia, Francisco Cándido Xavier, no era un hércules precisamente, como igualmente ocurre con tantos otros médiums. Posiblemente sería más adecuado hablar de “capacidad mediúmnica”.


֎


En el capítulo III, se añade un elemento de capital importancia al tema de las mesas giratorias: la cuestión que se suscitó al obtener respuestas inteligentes a las preguntas que se les formulaban.


Para que una manifestación sea inteligente no es necesario que resulte elocuente, ingeniosa o erudita. Basta con que dé muestras de un acto libre y voluntario, a través del cual se exprese una intención o se refleje un pensamiento. Por cierto, cuando vemos una veleta agitada por el viento, estamos seguros de que sólo obedece a un impulso mecánico. Sin embargo, si reconociéramos en sus movimientos señales intencionales, si girase hacia la derecha o hacia la izquierda, con rapidez o lentitud, conforme a las órdenes que recibiera, estaríamos forzados a admitir, no que la veleta es inteligente, sino que obedece a una inteligencia. Lo mismo sucedió con la mesa. (ítem 66)


Aquí entra en juego ese axioma que Kardec repetía continuamente: Todo efecto inteligente tiene una causa inteligente. Por lo tanto, una vez demostrado, por la naturaleza de las respuestas, que detrás de ellas había una inteligencia que respondía directamente, solo faltaba saber quién era. Y esos “quienes” se identificaron como siendo Espíritus desencarnados. Ellos mismos recomendaron la utilización de elementos cada vez más ligeros: primero un lápiz atado a la pata de la mesa, más tarde mesas cada vez más pequeñas, cajas, cestas, tablillas…, hasta llegar a la mano del médium. En ese momento la comunicación pasó a ser totalmente fluida.


Entre “preguntar a una mesa” y “preguntar a un Espíritu”, que responde escribiendo a través del brazo y de la mano de un médium, hay un buen camino recorrido. 


Sin embargo, no se nos debería ocurrir bajo ningún concepto el despreciar o, mejor dicho, no apreciar suficientemente esos inicios. Ello debió representar un gran esfuerzo para los Espíritus que estaban empeñados en transmitir un mensaje claro, que llamara la atención y que demostrara la supervivencia del alma después de la muerte. Y a pesar de los fraudes reales e imaginarios, se constató palmariamente la realidad de los fenómenos. Si en centenares de reuniones se obtenían mensajes más o menos coherentes, pero jamás atribuibles a un objeto inerte, ello significaba que “alguien” estaba respondiendo. 


Históricamente se ha comprobado que por ese medio tan rudimentario como es la mesa se han podido obtener explicaciones de gran nivel, muy superiores a los conocimientos del médium y de los participantes. Por ello sólo queda una única posibilidad: quien habla o escribe es una persona como nosotros, pero sin cuerpo. No se comprende la actitud de quienes se empeñaron en buscar cualquier subterfugio para desacreditar aquellos sencillos, pero muy probatorios fenómenos. Aunque, muchas veces, un buen ejemplo, como el siguiente referido por Kardec en este capítulo, resalta muy bien la realidad:


En un buque de la marina imperial francesa, que cumplía una misión en los mares de la China, toda la tripulación, desde los marineros hasta el comandante, se ocupaba de hacer que las mesas hablaran. Tuvieron la idea de evocar al Espíritu de un teniente que había pertenecido a la unidad de ese mismo navío, y que había muerto dos años antes. El Espíritu acudió y, tras diversas comunicaciones que colmaron de asombro a todos los presentes, declaró lo siguiente, por medio de golpes: “Os ruego encarecidamente que os ocupéis de pagar al capitán la suma de... (indicaba la cantidad), que le debo, y decidle que lamento no haber podido restituírsela antes de mi muerte”. Nadie conocía el hecho. El capitán mismo había olvidado aquella deuda que, por otra parte, era insignificante. No obstante, al buscar entre sus cuentas, halló el registro de la deuda del teniente, cuyo monto era exactamente igual al que había mencionado el Espíritu. Ahora preguntamos: ¿del pensamiento de quién podía ser reflejo esa indicación? (ítem 70)


Verdaderamente se trata de una muy buena prueba ya que nadie conocía esa historia de la deuda del fallecido. La pregunta con la que termina Kardec la narración de este caso nos lleva, inmediatamente, a dar la respuesta más sencilla: ese mensaje era realmente de aquel Espíritu que había estado navegando en ese buque. 


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