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domingo, 26 de mayo de 2013

¡Sin miedo al vuelo!



Hola familia,

La clase de ayer estuvo dedicada al estudio de la Ley de Progreso, que habíamos empezado a analizar en clases anteriores. Esta vez deberíamos profundizar en la reflexión sobre dos diferentes clases de progreso: el progreso intelectual y el moral.

Antes de entrar en materia, nuestros monitores nos preguntaron: ¿Nos podéis dar motivos o razones que demuestren que la humanidad ha progresado intelectualmente? Alguien citó los avanzos de la medicina y de la informática; se citó la rueda; y se mencionó el hecho de que el hombre haya sido capaz de salir del planeta. Nadie dudaba que la humanidad haya evolucionado intelectualmente. Entonces nuestros monitores siguieron: ¿Nos podéis dar motivos o razones que demuestren que la humanidad ha progresado moralmente? Entonces dijimos que hoy en día hay una mayor preocupación por el medio ambiente, pese a que la práctica esté lejos de ser la adecuada; mencionamos los derechos de las mujeres, pese a que no se reconozcan en todas partes; citamos la abolición de la esclavitud, pese a que la desigualdad social siga condenando muchos al trabajo forzado; y una mayor búsqueda de la espiritualidad, pese a que no siempre traducida en un mayor respeto al próximo y del auto-conocimiento. Nadie duda que la humanidad haya evolucionado moralmente, pero es evidente que la evolución moral no ha acompañado el desarrollo intelectual en nuestro planeta.

De aquí querrían que partiéramos Patricia y Alfredo. Hay dos tipos de progreso: el intelectual y el moral. Generalmente los individuos y los pueblos adquieren mayor progreso científico y, más lentamente, se moralizan. ¿Por qué es así? Una primera razón radica en el mecanismo evolutivo mismo: por una cuestión de sobrevivencia. Si observamos la trayectoria física y espiritual del ser, inicialmente era necesario que la humanidad dispusiera de cuerpos físicos adecuados a la evolución del principio espiritual en nuestro planeta. Por tanto, las cuestiones de supervivencia en nivel evolutivo son de orden prioritario, o sea, de un nivel más primitivo que las cuestiones morales. Éstas se incorporan al conjunto de preocupaciones de la conciencia cuando ya existe capacidad técnica de sobrevivir sin grandes esfuerzos. Las aptitudes morales, por tanto, son un orden de conocimiento superior en la trayectoria del ser.

El problema es que una vez los seres humanos han evolucionado intelectualmente, el orgullo y la vanidad ponen trabas a la evolución moral. Muchos, incapaces de reconocer que existe una fuerza cósmica que les es superior, tienen miedo a indagar en su naturaleza divina. Por esta razón el egoísmo, herencia de las fases de desarrollo primitivas del ser, sigue condicionando las actitudes humanas en mayor o menor medida. Cada acto de egoísmo, desde el más pequeño, como empujar para entrar en el metro, hasta el más absurdo, como la corrupción, son expresiones de la ignorancia de la naturaleza luminosa intrínseca del ser. El miedo, que es lo opuesto a la fe, condiciona muchas de nuestras acciones cotidianas. El miedo a perder el trabajo, el miedo a ser traicionado por la pareja, el miedo a la muerte, el miedo a la enfermedad… Si el ser cobra conciencia de que está destinado a la perfección y que el progreso es ineludible no puede hacer menos que afrontar las dificultades de la vida con optimismo y esperanza.


Las situaciones difíciles nos experimentan, nos convierten en seres más profundos y sabios si sabemos aprovechar las lecciones que nos enseñan. Lo que pasa es que, pese a que el progreso sea ineludible, cuesta esfuerzo y sacrificio del ser. No somos marionetas en las manos de Dios, todo lo contrario. Él nos hizo artífices de nuestro destino, responsables de todo cuanto atraemos para nuestras vidas. De hecho las situaciones dolorosas suelen ser las que sacan lo mejor de nosotros. ¿Cuántas veces, superada una prueba dura, no miramos hacia atrás y nos admiramos de haber tenido la fuerza para enfrentarnos a aquella situación? Por esto no hay que tener miedo: somos seres destinados a la perfección intelectual y moral. Las situaciones dolorosas son transitorias y la vida es inextinguible.
 
Si permitimos que el miedo gobierne nuestras vidas, actuamos en constante protocolo de urgencia, apagando fuegos, muriéndonos un poco cada día de la ansiedad y del estrés. Si elaboramos un proyecto existencial iluminado por la conciencia de la inmortalidad, todo dolor, necesidad o molestia se relativizan. La única realidad absoluta del cosmos es el amor. Algún día la conoceremos tal como somos conocidos. Hasta entonces, busquemos fortalecer las alas de la razón y de la emoción para que la humanidad pueda progresar intelectual y moralmente. ¡Sin miedo al vuelo!

Cariños de la hermana menor

2 comentarios:

  1. Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa¡¡¡

    Entonces... ¡a volar¡... yupiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii¡¡¡.

    Alfredito

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