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miércoles, 8 de octubre de 2014

Espíritus errantes

VIDA ESPÍRITA - ESPÍRITUS ERRANTES - CAPÍTULO VI
(Andrea Leripio)

“En lo que se refiere a sus cualidades íntimas, los Espíritus son de diferentes órdenes o grados, que van recorriendo sucesivamente, a medida que se purifican. Como estado, pueden tener los de: encarnados, esto es, unidos a un cuerpo; errantes, o sea, despojados del cuerpo material y esperando una nueva encarnación a fin de progresar, y Espíritus puros, vale decir, perfectos y que no tienen ya necesidad de encarnación.”

Hablemos pues, de los Espíritus Errantes, el alma que aspira a un nuevo destino y lo espera, los que aun necesitan encarnar para que se complete su evolución. El alma no necesariamente encarna de inmediato, a veces sí, pero normalmente después de intervalos más o menos largos, pero de duración indeterminada. El tiempo de espera para reencarnar puede ser de unas pocas horas, hasta unos cuantos millares de siglos. A este tiempo de espera, le llamamos erraticidad, es decir, el período de una encarnación a otra.


Foto: Marcelo Nogare


En este momento, el Espíritu puede progresar y está siempre en busca de un estado mejor. No necesariamente es una señal de inferioridad que estén a la espera, primero, porque tarde o temprano el Espíritu siempre encuentra una oportunidad de recomenzar una existencia que le servirá para la purificación de sus vidas anteriores, segundo, porque en este tiempo, el Espíritu estudia y aprende para luego, cuando reencarnar, poner en practica todo lo que haya aprendido en este intervalo. Resumiendo, existen Espíritus errantes en todos los grados. La encarnación es un estado transitorio. 

No depende del Espíritu el tiempo de erraticidad, sino que es una consecuencia del libre albedrío. Hay los que piden que se prolongue con el objetivo de seguir con sus estudios en el plano espiritual. Asimismo, tenemos que decir que este tiempo también depende de su momento de evolución. Espíritus más evolucionados, conscientes de sus responsabilidades, pueden planificar la reencarnación, mientras que los que son inmaturos, o poco evolucionados, aun necesitan la orientación de mentores espirituales. 

No nos confundamos, ni todos los Espíritus que no están encarnados son errantes: los Espíritus puros que han llegado a la perfección no lo son. Su estado es definitivo. A estos seres, la influencia de la materia no los conturba. Superioridades intelectual y moral absolutas son las características distintivas que tienen respecto a los Espíritus de los otros órdenes. Han recorrido todos los peldaños de la escala y se han despojado de la totalidad de las impurezas de la materia. Habiendo alcanzado el máximo de perfección de que es susceptible la criatura, no han de sufrir más pruebas ni expiaciones. Son los mensajeros y ministros de Dios, cuyas órdenes ejecutan para el mantenimiento de la armonía universal. Se dirigen a todos los Espíritus que son inferiores a ellos, ayudándoles a perfeccionarse y asignándoles su misión. 

Para que puedan alcanzar esta armonía y llegar a ser un Espíritu puro, el errante estudia su pasado, y busca medios de elevarse. Escuchan discursos de hombres esclarecidos y los consejos de los Espíritus más elevados, y esto les da ideas que no tenían y tienden a formar núcleos colectivos donde se integran y donde acaban formando sus propios ambientes. La Ley de Afinidad rige esta cuestión, pues los Espíritus afines se buscan y reúnen.

¿Conservan los Espíritus algunas de las pasiones humanas? Los Espíritus elevados, al perder su envoltura, sólo conservan las pasiones del bien. Pero los Espíritus inferiores continúan con las malas.

Numerosos Espíritus fluctúan indecisos entre lo justo y lo injusto, entre la verdad y el error, entre la sombra y la luz. Otros están sepultados en el aislamiento, en la oscuridad, en la tristeza, siempre a la procura de una benevolencia, de una simpatía que pueden encontrar.  La ignorancia, el egoísmo, los vicios de toda especie reinan aun en la erraticidad, donde la materia ejerce siempre su influencia. El bien y el mal ahí se chocan. Es de alguna suerte el vestíbulo de los espacios luminosos, de los mundos mejores. Todos ahí pasan y se demoran más para después elevarse.  Los Espíritus errantes en este momento, pueden mejorar mucho, pero siempre según sean su voluntad y su deseo. Pero es en la existencia corpórea donde pone en práctica las nuevas ideas que ha adquirido.


Foto: Marcelo Nogare
Cuando el Espíritu ha dejado el cuerpo, no se encuentra enteramente desprendido de la materia y pertenece aún al mundo en que ha vivido, o a un mundo de igual grado, a menos que en el transcurso de su vida se haya elevado, y en esto reside el objetivo a que debe tender, sin el cual no se perfeccionaría jamás. Sin embargo, puede trasladarse a ciertos mundos superiores, pero en tal caso estará allí como un extranjero. No hace más que entreverlos, si así vale decirlo, y eso es lo que le infunde el deseo de perfeccionarse para ser digno de la felicidad que allí se goza y poder habitarlos más tarde.

De la misma manera que los Espíritus errantes pueden trasladarse a mundos superiores para aprender, los  Espíritus purificados van a los mundos inferiores, y  con frecuencia, para ayudar a su progreso, pues sin eso, esos mundos estarían entregados a sí mismos, sin guías para dirigirlos.

La reencarnación, al contrario de lo que vulgarmente se propaga, no es un proceso punitivo. Es, en verdad, un sistema educativo de evolución espiritual, regulado por leyes cósmicas universales. Por tanto, el Espíritu no retorna al cuerpo físico con la intención de sufrir puniciones, a su regreso, la vestimenta forma parte de la pedagogía divina. La reencarnación no es sinónimo de expiación. Aun mismo no habiendo faltas a ser reparadas, el Espíritu podrá retornar al instituto terrestre  con la intención de adquirir nuevos conocimientos en el campo intelecto-moral o, tratándose de Espíritus Puros, con el fin específico de desempeñar tareas que auxilien en el desarrollo evolutivo de la humanidad.

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