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miércoles, 31 de diciembre de 2014

La vida en el plano espiritual

LA VIDA EN EL PLANO ESPIRITUAL
(Kédima Furquim)


Desde mi más tierna infancia veía marcharse a mi madre todos los miércoles y sábados mientras me quedaba preguntándome a dónde se dirigía, hasta que una noche, mientras cenaba con ella, me explicó dónde iba. Me quedé alucinado y me parecía tan interesante todo lo que me contaba que no paraba de hacerle preguntas. ¡Imagínense! ¡Había vida después de la vida! Así que a los cinco años comencé a frecuentar el mismo centro espírita donde iba mi madre, donde tenían una clase llena de niños de edades similares a la mía. Me acuerdo perfectamente de mi educadora, una persona muy alegre y llena de amor por todo lo que nos enseñaba.


Vivíamos solos mi madre y yo, pues mi padre murió cuando yo crecía en la barriguita de mi madre. No llegué a conocerle en persona, aunque sé muy bien quien fue porque mi madre siempre me contaba los momentos graciosos que habían disfrutado juntos. Murió muy joven de accidente de coche debido a un conductor borracho que vino a su encuentro, le propinó un duro golpe del que no se pudo recuperar y acabó falleciendo. Mi madre nunca sintió rabia de Dios y siempre me decía que Dios es una “persona” muy especial de quien nunca deberíamos sentir rabia, pues todo lo que ocurre es para nuestro bien aunque muchas veces no lo entendamos.

Llevaba ya muchos años asistiendo a las clases de educación espírita de las que aprendí muchas cosas, pero empecé a sentirme muy cansado para ir al centro y tenía mucho sueño. Mi madre me llevó al médico y después de ese día mi vida cambió por completo. Tenía 14 años y me acuerdo como si fuera hoy cuando vino el médico a casa y concluyó que tenía cáncer. ¡Qué nervios! ¡De la impresión pensé que desencarnaría allí mismo! ¿Qué iba a hacer ahora tan joven pero enfermo? Entonces ¡todo lo que había aprendido ya no tenía sentido!, pero mi madre me tomó de las manos y me dijo: hijo mío, confía.
Comenzamos con el tratamiento que era muy difícil, pero intentaba no desanimarme; mi madre siempre se encontraba a mi lado, incluso dejó el trabajo para estar conmigo la mayor parte del tiempo. Su último recuerdo es el beso que me dio antes de entrar en la sala de operaciones y de la dulce sonrisa del doctor. Un poco más tarde desperté en un lugar distinto, me sentía confuso, no recordaba el hospital con unas vistas tan lindas, pero no quise ser desconsiderado y esperé la llegada de la enfermera.

-Buenos días señorita, creo que me cambiaron de hospital. La verdad es que éste me gusta mucho ¿puedo hablar con mi madre?

La buena señora me sonrió y me dijo el momento exacto en que podría verla. No sentí miedo pues todo allí parecía tan natural, pero de lo que tenía ganas era de ver a mi madre. Más tarde, por la noche vino un señor de pelo muy blanco pero es que me acordaba muy bien de él y dije: ¿abuelo?, ¿abuelo eres tú?

-Sí cariño, soy tu abuelo. ¡Cómo te he echado de menos! – me quedé helado porque si yo estaba viendo a mi abuelo quien murió años atrás, eso quería decir que…

-¡No puede ser abuelo!, ¿estoy muerto?

-¿Tú crees que estás muerto? ¡Pues yo te veo más vivo que nunca! – Ese momento fue bastante difícil pero el abrazo de mi abuelo y el amor que recibía de él me permitían confiar aún más que todo estaba bien.

-Abuelo, ¿cómo está mamá?

-Está triste pero aceptando la voluntad de Dios.

-¿Puedo ir a verla? ¡Quiero ir a darle un abrazo y decirle que la quiero mucho!

-Claro que sí, pero todavía no.

Pasaron los días y finalmente dejé el hospital. Qué bonito era todo, ahí sentía amor por todos los rincones donde paseaba. Mi abuelo me llevó a un lugar muy especial, una clase de educación espírita en el plano espiritual y me sorprendió saber que iba a poder seguir frecuentando las clases que tanto me gustan. Me vino a buscar un chico joven, llamado Manuel, alto, delgado y muy divertido. Me preguntó si me gustaría visitar mi antiguo centro espírita y ver mi querida clase desde arriba. ¡Qué subidón!, pensé. No quise mostrar que estaba nervioso sino que deseaba que fuese todo muy natural, pues ya había estudiado y sabía de qué iba. Pasado un tiempo vi cómo brillaba desde arriba aquella casa espírita que tanto me gustaba.

Foto: Marcelo Nogare
¡Oh! ¡Mi querida educadora! ¡Mis amigos de tantos años!... ¡Oh! ¡Mi madre!, Mamá, mamá. Me acerqué a ella y la besé y entonces ella supo que yo estaba ahí. ¡Qué emoción! ¡Qué alegría tan grande poder volver a verla, cuánto amor he sentido! Pasado un rato se me acercó Manuel y me dijo que teníamos que volver. No dudé ni un segundo pues sabía que esto, que Dios me hubiera dado la oportunidad de volver a ver a las personas que amaba, fue un regalo maravilloso.

Durante el camino de vuelta le pregunté a Manuel por qué puede ver a mi abuelo pero no a mi padre y me explicó que mi padre no se encontraba en la misma esfera que yo, que mi abuelo está a su lado desde hace años ayudándolo a que perdone a la persona que le quitó la vida. Y pensé que debía ser cierto pues así piensa mi padre.

En el plano espiritual voy a clase cada día, siento y recibo el amor de todas las personas que están en la Tierra y de mi abuelo cuando viene a verme. Haber estudiado cuando estaba encarnado me ayudó mucho durante el proceso de adaptación. En realidad estoy convencido de haber vuelto a mi verdadera casa. Me encantaría que supieran que la vida aquí está llena de amor y aprendizaje y que existe vida después de la vida. Por tanto dad a vuestros hijos todo el amor que podáis y no sintáis rabia de Dios ni por un segundo.

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