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domingo, 24 de diciembre de 2017

El problema de la verdad desde la filosofía espiritista

Por Miguel Vera Gallego



La tarea básica de toda filosofía es indagar lo verdadero, buscarlo metódicamente y transmitirlo a aquellos que ansían saber. Habitar en las tinieblas de la ignorancia, en la oscuridad de la incertidumbre ha sido considerado uno de los peores enemigos de lo humano. De ahí que el presupuesto epistemológico de la actividad filosófica sea la afirmación de que el hombre, con sus cualidades intelectuales y su voluntad de saber, es capaz de conocer la verdad, y una vez conocida ha de difundirla a los demás.

La ardua ascensión del personaje de la caverna de Platón desde la oscuridad a la claridad del sol, y el ardiente deseo de regresar a la caverna para “iluminar” a los ignorantes habituados a las sombras de la realidad –tarea realizada por el maestro Sócrates- representa simbólicamente el duro esfuerzo intelectual que implica acceder a algo verdadero y transmitirlo a los demás, no siempre dispuestos a escuchar a quien ha contemplado el brillo de la luz. El mundo permaneció en la ignorancia de la costumbre, lejos de la claridad de las ideas mostrada por Sócrates. En verdad lo mataron (o deberíamos decir lo matamos) como hicimos con Jesús de Nazaret, por ser ambos transmisores de la verdad.

El problema de la verdad no es nada baladí. El diálogo de Jesús con Pilatos sintetiza esta complejidad; es representativo de la lucha por la verdad. La pregunta “¿Qué es la verdad?”, con tono escéptico, fue lanzada por Pilatos a Jesús, sin esperar respuesta, tras escucharle decir aquello que todavía resuena en nuestros corazones: “Para esto he nacido yo y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (Juan 18, 37). Por lo tanto, Jesús nos dio acceso a la verdad. Nos transmitió algo totalmente nuevo sobre el existir y el morir, sobre el origen y el destino del ser humano; se reveló él mismo como la Verdad, el camino y la vida, que conduce a la realidad real del espíritu inmortal.

Sin embargo, llegado el momento hubo otro personaje que se asomó al abismo de lo inconmensurable y trajo de vuelta aquel testimonio de vida, reuniendo, por otra parte, la verdad esparcida de manera fragmentada en todas las épocas. Ello se convino en llamar el Cristianismo redivivo o la Tercera revelación. Hablamos de Rivail/Kardec del que podemos decir que nos permitió el acceso a la verdad ontológica que la mente humana, por sí sola, no alcanza a penetrar del todo. Aquel intento se concretó con la publicación de El libro de los espíritus el 18 de abril de 1857. Podemos decir que como especialidad esta obra contiene la doctrina espírita, lo que cariñosamente llamamos Espiritismo. No obstante, la obra la termina cuatro años después con la segunda edición publicada en marzo de 1860. Con ella tendríamos una visión global de la filosofía espiritista, ya que basta con esta obra para conocer la doctrina espírita de manera completa.

¿Y cómo es posible, entonces, ese acceso a la verdad cuando la mente humana está constreñida por estructurales límites cognitivos? Si bien hay que señalar que el espiritismo en su elaboración es trabajo del hombre, no lo es tanto en su origen que es divino y, consecuentemente, pertenece a los Espíritus. Así pues, por su naturaleza, podemos decir que el Espiritismo tiene un doble carácter: es una revelación divina y está elaborada por el trabajo de deducción en la investigación del hombre. El segundo carácter se hace evidente; el primero resulta de un acontecimiento providencial, es decir, no nació del cerebro de un hombre, por lo tanto, los puntos fundamentales de esta doctrina, de esta ciencia de consecuencias filosóficas y morales son fruto de la enseñanza impartida por los Espíritus superiores encargados por Dios para ilustrarnos respecto a las cosas que no podríamos aprender por nosotros mismos y, llegado el momento, nos convenía conocer por mor de nuestro proceso evolutivo, como espíritus inmortales que somos.

Como medio de elaboración el Espiritismo procede exactamente de la misma forma que las ciencias, es decir, aplica el método experimental. Se presentan hechos de un nuevo orden que no pueden explicarse por las leyes conocidas; los observa, los compara, los analiza y, remontándose de los efectos a las causas, llega a la ley que los rige; después deduce sus consecuencias y busca sus aplicaciones útiles. De esta forma, Allan Kardec procura delinear el método experimental, cuando nos dice que “se presentan hechos nuevos”. Como sabéis, se trata de los fenómenos espíritas, de la comunicación de los Espíritus con los hombres. Es así cómo el maestro Kardec delimita el objeto de estudio de la Doctrina Espírita o Espiritismo.

No obstante, el punto clave de la Doctrina Espírita nace con la idea de la existencia de Dios. A partir de la idea de Dios nace el edificio del saber espiritista: hay dos elementos en el Universo, el Espíritu y la materia. A partir de Dios como elemento fundamental (solventando el problema metafísico), se estructura todo el edificio de conocimiento. Dios da origen, así, a dos elementos fundamentales en el universo. Descartes tuvo esta misma idea en la fundamentación de su método, en este caso como estrategia, de buen espadachín, para romper la clausura de la conciencia hacia el mundo real.

Con la misma destreza Allan Kardec estipulará un método de investigación propio que le arribará a la certeza del objeto de estudio del espiritismo. Nos advertirá en cuanto a la necesaria dosis de lógica y buen sentido frente al volumen de informaciones, descubrimientos y avances tecnológicos, entre otras consecuencias del progreso, que exigen un estudio profundo y perseverante por parte de aquellos que quieran comprender la doctrina espírita. Tal estudio simboliza la prerrogativa de la fe raciocinada, la única capaz de enfrentar cara a cara la razón en todas las épocas de la humanidad.

De este modo, el Espíritu de Verdad, supervisando la construcción de ese método de investigación del conocimiento, modificará el concepto de fe, adecuándolo a las necesidades de los nuevos tiempos. Los métodos surgen como respuesta a la actitud comprometida ante esa busca, mediadora de la relación entre el investigador y lo investigado.

El diálogo socrático es el método del logos para llegar a la conducta recta, esto es, a los conceptos que designan lo que somos como seres humanos y a los valores que sustentan nuestra acción virtuosa. Para Sócrates la vida no sería un simple proceso teórico de pensamiento, sino una invitación al pensar y una forma de reeducación del pensar. Asimismo, la propuesta de Allan Kardec presentándonos el estudio de la doctrina espírita es una forma de pensar y de reeducar nuestro pensar sobre el mundo interior y el exterior.

El ser humano puede alcanzar la armonía interior por el dominio completo de sí mismo, conforme a las leyes que identifica al explorar su conciencia, a semejanza de Sócrates, y mejor explicitadas, posteriormente, por el Espíritu de Verdad. Esa verdad se confirma en la respuesta dada por los Espíritus Superiores al maestro lionés en la cuestión 621, de "El libro de los Espíritus", según la cual la Ley de Dios está escrita en la conciencia. Por tanto, el auto-descubrimiento es un proceso intransferible e impostergable de descubrimiento de Dios en nosotros, como descubriera Descartes, y donde se asienta nuestra certeza. En síntesis: en el pensamiento socrático la virtud y la felicidad se transfieren hacia el interior del ser humano. De la misma forma, el Espiritismo será el camino de la verdad y de la vida si lo transferimos hacia nuestro adentro por el ejercicio del diálogo, de la razón, del buen sentido y, sobre todo, de la vivencia en el bien.

Vislumbramos, así, como en la Codificación, en la Doctrina Espírita tenemos un derrotero de auto-iluminación. Un estudio complejo y profundo, un “Gnothi Seauton” practicado por Kardec y el Espíritu de Verdad que, paso a paso, fueron concatenando las ideas y el raciocinio acerca del origen, de la naturaleza y del destino del Ser, es decir, de los Espíritus, de todos nosotros. Por medio de su estudio filosófico, científico y moral se pone al alcance de todos la verdad sobre la única sustancia o esencia primordial existente en el universo: la materia primitiva o Psiquismo divino (la Causa sui de todas las cosas). Dios es la base fundamental, la fuente generadora de todo y de todos. El espíritu es la sustancia esencial: la existencia del alma y la de Dios, que son consecuencia una de la otra, son la base de todo el edificio de conocimiento que se abre a nuestros ojos con la revelación espírita. Es así como puede recobrar sentido aquella afirmación de Jesús Cristo: “Yo estoy en mi Padre y vosotros en mi y yo en vosotros” (Juan 14:20). Vemos que todo está integrado, toda está relacionado. En palabras del apóstol del espiritismo, León Denis: “Estamos unidos a Dios por la relación estrecha que une la causa al efecto, y somos tan necesarios a Su existencia, como Él es necesario a la nuestra” (Solidaridad; comunión universal en El Gran enigma, cap. 3, pág. 36).

Como corolario podemos afirmar que la vida nos proporciona los recursos, medios y oportunidades necesarios para adquirir los conocimientos pertinentes y consumar, así, el éxito frente a las situaciones que la ley de evolución presenta de manera impostergable a todos los seres. Y de ahí que el Espíritu de Verdad, en El Evangelio según el espiritismo, nos presentara la más lúcida propuesta para el desarrollo de la comprensión de aquella revelación promovida, llegado el momento, por los Espíritus: “¡Espiritistas!, amaos: he aquí el primer mandamiento; instruíos: he aquí el segundo." He ahí, por tanto, la verdad: el amor como condición primordial para la vivencia de la plenitud crística, a fin de que la instrucción vivenciada sea la luz liberadora de las conciencias.

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