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jueves, 21 de junio de 2018

Hablando del duelo

Por Angélica S. Donabela



La vida, en su grandioso movimiento, trae experiencias variadas y un tanto misteriosas. De entre ellas, una que en la mayoría de las veces, nadie lo desea: el duelo.

Duelo, esa experiencia de disgusto, de profunda tristeza en el cual, el ser humano vive cuando pasa por una pérdida significativa.

Pérdidas que pueden ir desde la muerte de una persona querida por la convivencia diaria, como también pérdidas frente al corte de una relación conyugal o de una amistad; de un trabajo o de una jubilación; de un objeto o incluso de la propia edad.

En el duelo se da inicio a un proceso de sufrimiento y desorganización interna, que muchas veces, por la falta de recursos, puede llevar a una persona incluso a la depresión.

Por tanto, ¿qué se puede hacer con este tema, generalmente caracterizado por el miedo, llegando incluso a ser considerado como un tabú por muchos de nosotros?


¿Qué es?

“Ninguna teoría es capaz de explicar el duelo” –decía Freud. Es como si fuese igual para todos, pero diferente.

En realidad podemos tener una idea de lo que ocurre. El duelo es una experiencia de un gran silencio interior. La mayoría de las veces viene lleno de sustos y pesadillas, como si algo se rasgase por dentro y fuese rellenado con por el angustiante dolor de la separación.

El duelo, de modo sutil se va instalando en nuestras vidas desde críos, cuando por ejemplo, tenemos que luchar con la rotura de un juguete. O cuando, ya siendo más adultos, perdemos un anillo, un coche, una casa. O cuando sufrimos por una pérdida económica grandiosa, o incluso la interrupción de una actividad continuada que estaba dando un buen sentido a la vida de un trabajador. Y así como si fuese un ensayo, de un modo indirecto, la vida nos va preparando para luchar con desafíos mayores y más significativos, como por ejemplo, la muerte de un ser querido.

Perder los momentos con un padre, de una madre, de un hijo, de un hermano, de un cónyuge, de un nieto, son los mayores desafíos a superar.

Y por más que sepamos que algún día vamos a hablar sobre la muerte, es un tema difícil; lo que nos crea una cruel impotencia. Tratando sobre la muerte, no sabemos prever nuestros sentimientos, o prever nuestro futuro, o saber cuándo vamos a volver a sonreír.


Fases

Hay teorías que dicen que el duelo consta de las siguientes fases: negación, ira, negociación, depresión, aceptación y reinicio (o “adaptación”).

Todo esto es muy didáctico. Está puesto de este modo para que podamos entender que el próximo año será un poco más complicado, por ser el primer aniversario que alguien en duelo conviva durante esas fechas significativas sin la persona querida.

Las fases del duelo existen, pero no se suceden exactamente una detrás de otra o con una hora marcada de finalización. Puede ser que todas ocurran un mismo día, como también que no pasemos por todas ellas.

De hecho, el shock es la primera fase porque es cuando se recibe la noticia. Con el susto, nuestro sistema nervioso central, descarga en nuestro torrente sanguíneo, una serie de substancias para que podamos “sobrevivir” durante este período. Sentimos una especie de entorpecimiento, que es lo que hace que consigamos pasar por el velatorio, por el entierro y las consiguientes situaciones.

El resto es una montaña rusa, un vaivén de sentimientos. Habrá un día que el “enlutado” estará rebelde, otro día muy triste y otro día un poco mejor.

Es importante saber que el duelo no es una enfermedad, aunque algunas veces se manifieste en el cuerpo por debilitamiento, dolor de cabeza, gripe, etc., pues el sistema inmunológico queda afectado. 

No es depresión ni tampoco estrés post traumático, es duelo. Esto es natural, es fisiológico.

El alcance es multidimensional. Alcanza al ser humano en todas las proporciones: en lo físico, en lo emocional, en lo social, en lo cognitivo, en lo intelectual, en lo espiritual.

En ese momento, toda zona de confort desaparece. La persona se queda sin saber a dónde ir, a quién recurrir. Por ello es muy importante buscar alguna red de auxilio: amigos, parientes, una terapia, una atención fraterna, una tacita de té.


Recursos

Muchos de nosotros, cuando somos críos, aprendemos que la muerte es el fin de la vida. Que luego no conseguimos liberarnos de este error clásico. Por el contrario, el pánico a la muerte se nos ha ido intensificado por algunas creencias y por la sociedad, que evita tocar el tema por pensar que nos entristece a todos. Es entonces cuando tenemos recelo de hablar sobre una condición que es común a todos nosotros.

El Espiritismo es el consolador, pues nos enseña sobre la continuidad de la vida después de la separación terrenal. Mediante su ciencia y filosofía, aporta fuertes evidencias de que , quienes se aman vuelven a encontrarse, en el mundo espiritual o en el físico, a través de la comunicación con los desencarnados, o mediante la reencarnación.

Cuando Kardec pregunta a los Benefactores Espirituales, en la cuestión 149 de El libro de los Espíritus: “¿En qué se transforma el alma en el instante de la muerte?”. Los Espíritus le responden: “Vuelve a ser Espíritu, quiero decir que vuelve al mundo de los Espíritus, que dejó momentáneamente”.

“Hasta hoy nadie murió” Huberto Rohden.

Desde la perspectiva de alma inmortal, a día de hoy, nadie ha muerto. Lo que muere, lo que se extingue, es el cuerpo físico, nuestra vestimenta. El espíritu propiamente dicho, prosigue lleno de vida. Como en un ciclo, mantiene su identidad, dando continuidad a su proceso de aprendizaje y evolución, en una constante relación con otros seres.

A medida que el hombre comprende mejor la necesidad de reencarnar en este planeta y entra en contacto con el propósito de su evolución individual y colectiva, el miedo a la muerte disminuye.

Tener una comprensión del Proyecto Divino nos ayuda, nos da la certeza de que todo continua y de que nada está perdido.

Morir es volver al hogar, el hogar del Mundo Espiritual. La vida en el plano espiritual es una vida de enseñanzas de trabajo constante. Aquí es un breve trayecto, de una vida perecedera, terrenal, física.


¿Hay alguna manera correcta de vivir el duelo?

El duelo también tiene una función educativa y es necesario vivir este proceso de manera natural.

La pérdida obliga a revisar los valores. Pide recogimiento. Como en un post operatorio, la herida se abrirá de nuevo si no la cuidamos.

La experiencia de vivir el duelo es singular, personal e intransferible. Un producto de nuestro clan y de nuestra cultura. Los espíritas también lloran, también les alcanza la melancolía, también sienten falta de alguien. La melancolía es de quien se va y de quien se queda.

La forma, la manera, el modo, el tiempo, no hay homogeneidad en el duelo. No hay ni cierto ni errado. Hay lo que es coherente a cada uno. Esto no significa que uno sufra menos que otro.

Si entendemos, respetamos y acomodamos en el corazón, la idea de que cada uno tiene una dinámica diferente al actuar en estas situaciones, conseguimos pasar por el duelo de un modo menos duro.
Incluso, aunque hayamos perdido el mismo familiar, la empatía consiste en admitir el dolor del otro y no pensar que, porque vivimos la misma situación, sabemos cómo es y cómo debería reaccionar el otro.

El juicio impide el duelo. El duelo compartido conecta. Cuando no existe más la arrogancia de lo que es, el modo cierto o errado, entonces el duelo se cura.

“Cuando un sentimiento es reprimido, sufre efectos. Traer la luz es un paso. El siguiente es aceptar sin lamentos. Un paso desafiante, pero su contrario es peor. Es necesario tener la fuerza de aceptarlo como lo que fue, percibiendo este movimiento como algo que está insertado en algo Mayor y el cual aún no comprendemos” (Hellinger, B).


¿Cómo ayudar?

Muchas veces dejamos de ayudar porque pensamos que nada va a quitar el dolor de quien está sufriendo una pérdida tan devastadora. La ayuda no va a quitarnos el dolor, pero puede suavizar sus impactos.

¿Sabe cuál es la mejor manera de ayudar a quien sufre el duelo? No la hay.

Si no sabe cómo ayudar, pregúntese. Probablemente el enlutado tampoco lo sabrá, pero posiblemente 
se sentirá mucho más respetado si usted le pregunta “¿Qué puedo hacer para ayudar?

O mejor, “¿Qué puedo hacer para no molestar?”.

Quizá se ofrezca para resolver asuntos de orden práctico: ir al supermercado, pagar algún recibo o ayudar con la burocracia que implica el fallecimiento: guardar, dividir, o donar las pertenencias de quien murió. A veces la ayuda puede ser mucho más simple de lo que imaginamos.

Ante la duda no haga nada más allá de ofrecer un hombro amigo y dejar que el “enlutado” llore cuanto necesite. Quien calla, quien se aparta a un lado, no se impacienta, no juzga y simplemente espera su momento, se ayuda mucho más.

Si fuese a decir algo, trate de tener cuidado con lo que comenta antes de asumir que el “enlutado” pueda tener o no algún tipo de creencia post mortem.

Rece. La oración no puede tener el efecto de cambiar los designios de Dios, pero el alma por la cual reza, siente alivio. Un corazón infeliz siempre queda aliviado cuando encuentra almas caritativas que se compadecen de sus dolores.


Melancolía

“La vida es una especie de diálogo existencial, por suerte creativo, entre nuestros deseos y el de ella, pero siempre Soberana. No pregunta ni consulta, sólo actúa. Navegamos a la deriva de su azar”, describe el psicólogo español Joan Garriga.

La persona que se fue no puede ser resumida sólo al momento de su muerte. La muerte es sólo un capítulo. Si decidimos leer también los otros capítulos del libro de su vida, se puede ser feliz.

Y en paralelo a esa felicidad pueden existir momentos de intensa melancolía. De triste melancolía, dulce melancolía. Ante esa falta, a veces, escuchar música pensando en quien se fue, nos trae de vuelta a la vida, en el corazón.

Pues las personas continúan existiendo. Es como si fueran invisibles y nosotros aprendiésemos a vivir con su invisibilidad. Con todo ello hay gente que hace arte, escribe poemas, crea películas bellísimas, funda ONG, ayuda a otras personas. El dolor va siendo substituido por el amor que sentimos, siendo un tema de cambiar el punto de vista.


¿Y después?

Nunca estamos preparados para perder a un ser amado. Pero como sugiere la doctora en cuidados paliativos Dra. Ana Claudia Arantes “Entrar en contacto con la muerte y la posibilidad de perder a las personas que amamos, puede ser transformador”.

Cuando negamos, nos damos cuenta que murió una persona, que llegó la jubilación o que estamos envejeciendo, reprimimos un dolor que más tarde se convertirá en un mayor sufrimiento o en una vida paralizada.

Es laborioso y exige coraje someterse a la voluntad de lo imprevisible, de las fuerzas caprichosas de la vida que determinan la suerte, el infortunio, vías y caminos.

Honramos lo que nos sucedió, cuando tomamos la vida y seguimos caminando en dirección a nuestro futuro, decididos a realizar algo de bien, con nuestra propia historia. Alegrándonos con lo que nos ha sido dado y del precio que tuvimos que pagar. Nuestra fuerza viene de la integración y de la concordancia con la realidad, así tal como fue. Conquistemos la paz por medio del consentimiento, por la acción de incluir lo que también nos dolió y de delegar nuestro destino, confiando todo a una fuerza Mayor.

Acojamos, sabiendo que la presencia de lo que se fue, siempre podrá vivir en nosotros y finalmente dejémosla seguir en paz, para que el pasado pueda ser pasado y para que nosotros podamos vivir un poco más… y entonces más tarde partamos también.


REFERENCIAS

A fonte não precisa perguntar pelo caminho – Bert Hellinger
A morte é um dia que vale a penas viver – Dra. Ana Claudia Quintana Arantes
La llave de la buena vida – Joan Garriga
Livro dos Espíritos – Allan Kardec

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