La vida, en su
grandioso movimiento, trae experiencias variadas y un tanto misteriosas. De
entre ellas, una que en la mayoría de las veces, nadie lo desea: el duelo.
Duelo, esa
experiencia de disgusto, de profunda tristeza en el cual, el ser humano vive cuando
pasa por una pérdida significativa.
Pérdidas que pueden
ir desde la muerte de una persona querida por la convivencia diaria, como
también pérdidas frente al corte de una relación conyugal o de una amistad; de
un trabajo o de una jubilación; de un objeto o incluso de la propia edad.
En el duelo se da
inicio a un proceso de sufrimiento y desorganización interna, que muchas veces,
por la falta de recursos, puede llevar a una persona incluso a la depresión.
Por tanto, ¿qué se
puede hacer con este tema, generalmente caracterizado por el miedo, llegando
incluso a ser considerado como un tabú por muchos de nosotros?
¿Qué es?
“Ninguna teoría es
capaz de explicar el duelo” –decía Freud. Es como si fuese igual para todos,
pero diferente.
En realidad podemos
tener una idea de lo que ocurre. El duelo es una experiencia de un gran
silencio interior. La mayoría de las veces viene lleno de sustos y pesadillas,
como si algo se rasgase por dentro y fuese rellenado con por el angustiante
dolor de la separación.
El duelo, de modo
sutil se va instalando en nuestras vidas desde críos, cuando por ejemplo,
tenemos que luchar con la rotura de un juguete. O cuando, ya siendo más
adultos, perdemos un anillo, un coche, una casa. O cuando sufrimos por una
pérdida económica grandiosa, o incluso la interrupción de una actividad
continuada que estaba dando un buen sentido a la vida de un trabajador. Y así
como si fuese un ensayo, de un modo indirecto, la vida nos va preparando para
luchar con desafíos mayores y más significativos, como por ejemplo, la muerte
de un ser querido.
Perder los momentos
con un padre, de una madre, de un hijo, de un hermano, de un cónyuge, de un
nieto, son los mayores desafíos a superar.
Y por más que
sepamos que algún día vamos a hablar sobre la muerte, es un tema difícil; lo
que nos crea una cruel impotencia. Tratando sobre la muerte, no sabemos prever
nuestros sentimientos, o prever nuestro futuro, o saber cuándo vamos a volver a
sonreír.
Fases
Hay teorías que
dicen que el duelo consta de las siguientes fases: negación, ira, negociación,
depresión, aceptación y reinicio (o “adaptación”).
Todo esto es muy
didáctico. Está puesto de este modo para que podamos entender que el próximo
año será un poco más complicado, por ser el primer aniversario que alguien en duelo
conviva durante esas fechas significativas sin la persona querida.
Las fases del duelo
existen, pero no se suceden exactamente una detrás de otra o con una hora
marcada de finalización. Puede ser que todas ocurran un mismo día, como también
que no pasemos por todas ellas.
De hecho, el shock
es la primera fase porque es cuando se recibe la noticia. Con el susto, nuestro
sistema nervioso central, descarga en nuestro torrente sanguíneo, una serie de
substancias para que podamos “sobrevivir” durante este período. Sentimos una
especie de entorpecimiento, que es lo que hace que consigamos pasar por el
velatorio, por el entierro y las consiguientes situaciones.
El resto es una
montaña rusa, un vaivén de sentimientos. Habrá un día que el “enlutado” estará
rebelde, otro día muy triste y otro día un poco mejor.
Es importante saber
que el duelo no es una enfermedad, aunque algunas veces se manifieste en el
cuerpo por debilitamiento, dolor de cabeza, gripe, etc., pues el sistema
inmunológico queda afectado.
No es depresión ni tampoco estrés post traumático,
es duelo. Esto es natural, es fisiológico.
El alcance es
multidimensional. Alcanza al ser humano en todas las proporciones: en lo
físico, en lo emocional, en lo social, en lo cognitivo, en lo intelectual, en
lo espiritual.
En ese momento,
toda zona de confort desaparece. La persona se queda sin saber a dónde ir, a
quién recurrir. Por ello es muy importante buscar alguna red de auxilio:
amigos, parientes, una terapia, una atención fraterna, una tacita de té.
Recursos
Muchos de nosotros,
cuando somos críos, aprendemos que la muerte es el fin de la vida. Que luego no
conseguimos liberarnos de este error clásico. Por el contrario, el pánico a la
muerte se nos ha ido intensificado por algunas creencias y por la sociedad, que
evita tocar el tema por pensar que nos entristece a todos. Es entonces cuando
tenemos recelo de hablar sobre una condición que es común a todos nosotros.
El Espiritismo es
el consolador, pues nos enseña sobre la continuidad de la vida después de la
separación terrenal. Mediante su ciencia y filosofía, aporta fuertes evidencias
de que , quienes se aman vuelven a encontrarse, en el mundo espiritual o en el
físico, a través de la comunicación con los desencarnados, o mediante la
reencarnación.
Cuando Kardec
pregunta a los Benefactores Espirituales, en la cuestión 149 de El libro de los Espíritus: “¿En qué se transforma
el alma en el instante de la muerte?”. Los Espíritus le responden: “Vuelve a
ser Espíritu, quiero decir que vuelve al mundo de los Espíritus, que dejó
momentáneamente”.
“Hasta hoy nadie
murió” Huberto Rohden.
Desde la
perspectiva de alma inmortal, a día de hoy, nadie ha muerto. Lo que muere, lo
que se extingue, es el cuerpo físico, nuestra vestimenta. El espíritu
propiamente dicho, prosigue lleno de vida. Como en un ciclo, mantiene su
identidad, dando continuidad a su proceso de aprendizaje y evolución, en una
constante relación con otros seres.
A medida que el
hombre comprende mejor la necesidad de reencarnar en este planeta y entra en
contacto con el propósito de su evolución individual y colectiva, el miedo a la
muerte disminuye.
Tener una
comprensión del Proyecto Divino nos ayuda, nos da la certeza de que todo continua
y de que nada está perdido.
Morir es volver al
hogar, el hogar del Mundo Espiritual. La vida en el plano espiritual es una
vida de enseñanzas de trabajo constante. Aquí es un breve trayecto, de una vida
perecedera, terrenal, física.
¿Hay alguna manera correcta de vivir el duelo?
El duelo también tiene
una función educativa y es necesario vivir este proceso de manera natural.
La pérdida obliga a
revisar los valores. Pide recogimiento. Como en un post operatorio, la herida
se abrirá de nuevo si no la cuidamos.
La experiencia de
vivir el duelo es singular, personal e intransferible. Un producto de nuestro
clan y de nuestra cultura. Los espíritas también lloran, también les alcanza la
melancolía, también sienten falta de alguien. La melancolía es de quien se va y
de quien se queda.
La forma, la
manera, el modo, el tiempo, no hay homogeneidad en el duelo. No hay ni cierto
ni errado. Hay lo que es coherente a cada uno. Esto no significa que uno sufra
menos que otro.
Si entendemos, respetamos
y acomodamos en el corazón, la idea de que cada uno tiene una dinámica
diferente al actuar en estas situaciones, conseguimos pasar por el duelo de un
modo menos duro.
Incluso, aunque
hayamos perdido el mismo familiar, la empatía consiste en admitir el dolor del
otro y no pensar que, porque vivimos la misma situación, sabemos cómo es y cómo
debería reaccionar el otro.
El juicio impide el
duelo. El duelo compartido conecta. Cuando no existe más la arrogancia de lo
que es, el modo cierto o errado, entonces el duelo se cura.
“Cuando un sentimiento es reprimido, sufre
efectos. Traer la luz es un paso. El siguiente es aceptar sin lamentos. Un paso
desafiante, pero su contrario es peor. Es necesario tener la fuerza de
aceptarlo como lo que fue, percibiendo este movimiento como algo que está
insertado en algo Mayor y el cual aún no comprendemos” (Hellinger, B).
¿Cómo ayudar?
Muchas veces
dejamos de ayudar porque pensamos que nada va a quitar el dolor de quien está
sufriendo una pérdida tan devastadora. La ayuda no va a quitarnos el dolor,
pero puede suavizar sus impactos.
¿Sabe cuál es la
mejor manera de ayudar a quien sufre el duelo? No la hay.
Si no sabe cómo ayudar,
pregúntese. Probablemente el enlutado tampoco lo sabrá, pero posiblemente
se
sentirá mucho más respetado si usted le pregunta “¿Qué puedo hacer para ayudar?
O mejor, “¿Qué
puedo hacer para no molestar?”.
Quizá se ofrezca
para resolver asuntos de orden práctico: ir al supermercado, pagar algún recibo
o ayudar con la burocracia que implica el fallecimiento: guardar, dividir, o
donar las pertenencias de quien murió. A veces la ayuda puede ser mucho más
simple de lo que imaginamos.
Ante la duda no
haga nada más allá de ofrecer un hombro amigo y dejar que el “enlutado” llore
cuanto necesite. Quien calla, quien se aparta a un lado, no se impacienta, no
juzga y simplemente espera su momento, se ayuda mucho más.
Si fuese a decir
algo, trate de tener cuidado con lo que comenta antes de asumir que el
“enlutado” pueda tener o no algún tipo de creencia post mortem.
Rece. La oración no
puede tener el efecto de cambiar los designios de Dios, pero el alma por la
cual reza, siente alivio. Un corazón infeliz siempre queda aliviado cuando
encuentra almas caritativas que se compadecen de sus dolores.
Melancolía
“La vida es una especie de diálogo existencial,
por suerte creativo, entre nuestros deseos y el de ella, pero siempre Soberana.
No pregunta ni consulta, sólo actúa. Navegamos a la deriva de su azar”, describe el psicólogo español Joan Garriga.
La persona que se
fue no puede ser resumida sólo al momento de su muerte. La muerte es sólo un
capítulo. Si decidimos leer también los otros capítulos del libro de su vida, se
puede ser feliz.
Y en paralelo a esa
felicidad pueden existir momentos de intensa melancolía. De triste melancolía,
dulce melancolía. Ante esa falta, a veces, escuchar música pensando en quien se
fue, nos trae de vuelta a la vida, en el corazón.
Pues las personas
continúan existiendo. Es como si fueran invisibles y nosotros aprendiésemos a
vivir con su invisibilidad. Con todo ello hay gente que hace arte, escribe
poemas, crea películas bellísimas, funda ONG, ayuda a otras personas. El dolor
va siendo substituido por el amor que sentimos, siendo un tema de cambiar el
punto de vista.
¿Y después?
Nunca estamos
preparados para perder a un ser amado. Pero como sugiere la doctora en cuidados
paliativos Dra. Ana Claudia Arantes “Entrar en contacto con la muerte y la
posibilidad de perder a las personas que amamos, puede ser transformador”.
Cuando negamos, nos
damos cuenta que murió una persona, que llegó la jubilación o que estamos
envejeciendo, reprimimos un dolor que más tarde se convertirá en un mayor
sufrimiento o en una vida paralizada.
Es laborioso y
exige coraje someterse a la voluntad de lo imprevisible, de las fuerzas
caprichosas de la vida que determinan la suerte, el infortunio, vías y caminos.
Honramos lo que nos
sucedió, cuando tomamos la vida y seguimos caminando en dirección a nuestro
futuro, decididos a realizar algo de bien, con nuestra propia historia. Alegrándonos
con lo que nos ha sido dado y del precio que tuvimos que pagar. Nuestra fuerza
viene de la integración y de la concordancia con la realidad, así tal como fue.
Conquistemos la paz por medio del consentimiento, por la acción de incluir lo
que también nos dolió y de delegar nuestro destino, confiando todo a una fuerza
Mayor.
Acojamos, sabiendo
que la presencia de lo que se fue, siempre podrá vivir en nosotros y finalmente
dejémosla seguir en paz, para que el pasado pueda ser pasado y para que
nosotros podamos vivir un poco más… y entonces más tarde partamos también.
REFERENCIAS
A fonte não precisa perguntar pelo caminho – Bert Hellinger
A morte é um dia que vale a penas viver – Dra. Ana Claudia
Quintana Arantes
La llave de la buena vida – Joan Garriga
Livro dos Espíritos – Allan Kardec
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