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lunes, 13 de abril de 2020

¿Dónde se esconde uno de uno mismo?



Por Jordi Santandreu


Tiempos extraordinarios los que vivimos, un antes y un después en la vida social, económica y personal de la humanidad. Primera gran epidemia global de nuestra historia, sin olvidarnos que otras hemos pasado, de menor alcance geográfico, pero parecidas. 

La Peste Antonina, conocida también como la Plaga de Galeno, fue una de las primeras grandes epidemias de que se tiene constancia. Sufrida en el siglo II d.C., y con cinco millones de víctimas estimadas, asoló el Imperio Romano después de las arriesgadas incursiones a las que se enfrentó en Oriente Medio. Durante la epidemia, el emperador estoico Marco Aurelio escribió, por cierto, Meditaciones, obra maestra en la que critica vehementemente el egoísmo y la falsedad, para él, verdaderas plagas que infectaban la mente de sus contemporáneos. 

Más letal, sin embargo, fue la Plaga de Justiniano, apenas tres siglos más tarde, cuyo epicentro se localizó en Constantinopla, actual Estambul, desde donde partían para todo el mundo conocido barcos cargados de especies, sedas y otras mercancías... junto a ratas portadoras de pulgas infectadas con la bacteria Yersinia pestis. La gran epidemia significó el declive de una época esplendorosa para el Imperio de Oriente, dirigido por el último de los romanos, Justiniano. Sumando las sucesivas olas que se repitieron entre 541 y 750, se calcula que fallecieron entre 25 y 50 millones de personas, un 25 % de la población mundial.

Devastadora, sin duda, pero aún así incomparable con la serie de epidemias que se reprodujeron durante el siglo XIV, también de Yersinia pestis. La Peste Negra, nombre con el que ha pasado a la posteridad por el color negro de las lesiones cutáneas que dejaba en el cuerpo de los infectados, debido a hemorragias superficiales, mató, según algunas fuentes, a unos 200 millones de personas, fundamentalmente en Europa, Asia y África.
Consecuencia de nuestros débitos individuales y colectivos, todas estas epidemias provocaron, y provocan en estos momentos, angustia, ansiedad, soledad, aunque también solidaridad y renovación. El confinamiento actual, como en el pasado, nos conduce de forma imperativa a convivir intensamente con nosotros mismos, en nuestro círculo más íntimo. Y no podemos huir, o no deberíamos, al menos. 

A muchos de nosotros nos cuesta estar solos, escuchar los secretos ocultos en la correría de la cotidianidad. Hábitos que nos entorpecen la marcha salen de sus escondites y sacan la cabeza ante nuestra frágil y temerosas mirada, que vacila. Cuando estamos, de nuevo, forzados a parar por las circunstancias adversas, cuando nadie nos ve en el confinamiento mental tras el que nos creemos protegidos de las consecuencias de nuestras acciones, podemos notar el aguijón del aburrimiento, del tedio y de la ansiedad. 

Para aquellos perezosos, que siempre maldijeron tener que madrugar para acudir al trabajo, para aquellos que bendicen habitualmente los viernes por la cercanía del descanso semanal: ¡este es vuestro momento! Podrán aprovechar estas dos, tres o cuatro semanas que al menos nos restan para seguir disfrutando de la paz del hogar. ¡Cuántos de nosotros nos quejábamos de que nuestra esposa o esposa pasaba demasiado tiempo fuera de casa, en el trabajo, que sólo podíamos disfrutar el uno del otro unas horas por semana!
Algunos ahora también echamos de menos la oficina.

Para unos y para otros, ésta es una oportunidad única para dedicar un tiempo precioso al ser interno, a la reflexión y al reequilibrio. Es hora de abordar quiénes somos. Tiempo de enfrentar nuestras propias limitaciones. Si habitualmente disponemos tan sólo de unos pocos momentos al día, de unas pocas horas a la semana para comulgar con Dios, para orar y leer libros inspiradores con los enormes beneficios que eso nos produce, ahora tenemos ante nosotros la posibilidad de dedicar todavía más tiempo a la búsqueda de la dicha interna, y transformarnos en seres maravillosos.

Aprovechemos estos momentos para hacer limpieza y poner orden, no sólo de los armarios, de la ropa y papeles acumulados, sino de nuestra vida íntima, de pensamientos tóxicos y relaciones entorpecidas por la inercia destructiva. Ocupemos el dorado tiempo de cuarentena para actualizar el software mental y reciclar los archivos que pertenecen a versiones obsoletas de nosotros mismos, haciendo una lista de todo aquello de lo que nos queremos ver libres, y de todo aquello que queremos incorporar a nuestro repertorio renovado de luz y de progreso. Ponerlo por escrito nos ayudará a ser concretos, a visualizar con claridad de detalles el rumbo hacia donde queremos ir, sin preocuparnos ahora por el momento de arribar a destino. Caminemos adelante, sabiendo que tenemos todo el derecho de caer, pero no de detenernos.

En medio de estas dificultades, invitar a Dios no sólo para pedirle que nos libre de ellas, sino, que nos acompañe en el proceso que requieren. Su presencia en nuestros desafíos, los transformará.

A veces necesitamos más tiempo del que nos gustaría para salir del problema, ya que es Dios y la Espiritualidad, y no nosotros, quien marca el calendario. Con Dios dentro del barco no nos hemos de preocupar por la duración o la gravedad del momento, como cuando los apóstoles lo vivieron a bordo de un barco en las aguas del lago de Genesaret. Jesús yacía en la barca, descansando, dormido, mientras arreciaba la tormenta. Los discípulos, temerosos, incrédulos y vacilantes, corrieron a despertar al Maestro, exclamando: “¡Rabonni, que nos ahogamos!”. Jesús, sin sobresaltarse, mandó callar el viento y las olas, y reprendiendo a los discípulos les dijo: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Dónde está vuestra fe?”

Dios no quiere sólo que cambiemos las circunstancias, Dios quiere que cambiemos nosotros. Los obstáculos vendrán, las adversidades, las pruebas y las expiaciones. Dios no quiere librarnos de ellas, directamente. Las necesitamos para crecer. Dios nos propone luchar juntos, enfrentarnos juntos cada vez que surjan.
¿Le invitamos a participar en nuestras actividades cotidianas? ¿En la solución de nuestros problemas? O, ¿buscamos solucionarlos nosotros solos? David decía: “Aunque ande en el valle de la sombra y de la muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo”.
Nada de esto es incompatible con acceder al ocio del que podamos disponer, de los memes entretenidos y de las conversaciones distraídas. ¿Quién no tiene en su agenda el contacto de viejos compañeros de trabajo, de familiares un poco olvidados, amistades que han quedado cubiertas por el polvo del tiempo, ocupado en el frenético día a día? Ocio, pero saludable. Porque, ¡qué fácil es caer en el ocio insano! ¡Atentos! ¡Vigilemos! Más ahora, si cabe, que el mundo necesita vibraciones positivas. Porque mientras falanges de médicas, enfermeros, limpiadores, auxiliares, camilleros, administrativos, policías y bomberos están jugándose la vida, ¿por qué no aprovechar el silencio doméstico para orar y liberar ondas de luz hacia esos lugares de sufrimiento?

La vida puede cambiar en un suspiro. Cuando llegue el momento de la despedida, que miremos atrás y podamos sentirnos orgullosos de haber hecho todo lo posible, y si nos coge desprevenidos, que así sea también. Nadie sabe cuándo. Si es mañana, oh Padre, que podamos haber dedicado algo de nuestro tiempo en secar alguna lágrima, en orientar a algún alma perdida, en tocar el corazón de aquél a quien su expiación le resulta insoportable. Se trata de tan sólo una llamada, un wassap, a veces una sonrisa, un “Hola, ¿qué tal, todo bien?”. Que no nos quedemos en eso. Tenemos la capacidad y las herramientas para hacer mucho más. Estudio sin acción, no sirve de mucho.
Y aunque no haya nada nuevo en el horizonte, siempre lo podemos intuir. La cuarentena acabará tarde o temprano, y de nuevo muchas cosas, la mayoría, volverán a la normalidad. Me temo que no cambiarán mucho, al menos a corto plazo y de forma llamativa. Ojalá me equivoque. Pero podemos vislumbrar metas y objetivos que nos motiven a seguir adelante, que nos ayuden a mantener encendida la llama del interés por despertar un día más con alegría de vivir, dando las gracias por todo lo que es y será. ¡Nuestro camino es eterno! ¡Qué ciegos están los materialistas! Nosotros sabemos que más allá del presente existe un presente imperecedero, invisible a nuestros ojos, verdadero, y que de allí volveremos al presente temporal, fugaz, transitorio, una y otra vez, por mucho que a algunos nos pese, en un arrebato de temor e ignavia. 

Finalmente, que el amor y la fe nos conduzcan a la esperanza. La esperanza que nos fortalece ante la incertidumbre que muy frecuentemente nos perturba. Hemos de entender que no hay garantías de nada, que el futuro es fruto de innumerables conexiones que no podemos controlar. Aprendamos todos juntos a tolerar no saber exactamente que pasará cuando acabe la cuarentena, preparando, claro que sí, todo lo que esté en nuestras manos, pero admitiendo que muchas cosas ahora mismo están en el aire. Toleremos mejor, con calma y esperanza, el impulso por querer resolver muchas cosas de golpe, permitiendo que todo sea desvelado en el momento oportuno, progresivamente, a medida que nos esforzamos por dar ese pequeño pasito adelante, pequeño pero grande, si nos mantenemos perseverantes.

En resumen, estos son algunos de mis consejos para sobrellevar mejor el confinamiento:

1. Parar y disfrutar, razonable y sanamente. Hay tiempo para descansar, y tiempo para ordenar la casa, así como pensamientos, metas y relaciones. Detallar, escribir, concretar. Planificar el día a día por la mañana, con actividades placenteras y útiles, descanso y oración.

2. Cultivar el ocio, las risas, el humor sano y mejor aún si es con amigos y familiares un poco olvidados. Sin caer en la vulgaridad. No permanecer anclados en la tristeza y la amargura, a pesar del desgarro que nos provoca esta situación.

3. Continuar vigilantes, invirtiendo tiempo en el estudio, la oración y la solidaridad, aunque sea desde el silencio de la irradiación mental. Hay numerosos cursos online gratuitos en internet, estudios espírita en foros a distancia, etc. Sea lo que sea, aprovechar para aprender algo nuevo cada día, y no afincarnos en el sofá o en la cama más tiempo del necesario. 

4. Tolerar la incertidumbre, con la seguridad de que nuestro camino seguirá adelante pase lo que pase. No hay que preocuparse en demasía, abandonándonos a exclamaciones negativas sobre el futuro incierto. Repasemos el más que brillante capítulo V de El Evangelio según el Espiritismo, el apartado sobre expiaciones colectivas en las Obras Póstumas de Allan Kardec, el capítulo dedicado a la Ley de Destrucción de El Libro de los Espíritus, y los tres últimos apartados del capítulo XVII de La Génesis. En la Revista Espírita de noviembre de 1868 hay un artículo interesante también sobre la epidemia de la Isla Mauricio.

5. Descansemos de las nuevas tecnologías un poco. Apaguemos el móvil durante algunas horas, prescindamos del informativo en algún momento, no nos dejemos bombardear por el torrente de información, a veces imprecisa, alarmista, de los medios de comunicación.

6. Practicar la caridad con el prójimo más prójimo, nuestras hijas, madres, hermanos y compañeros de piso. No olvidemos a los que están en carne y hueso a nuestro lado. Ni tampoco a los que están alejados de nosotros por el confinamiento o por el tiempo.


Bibliografía:
"De la peste negra al coronavirus", Infobae online.

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