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sábado, 19 de diciembre de 2020

Visión Espírita. Año 11 | nº 46 | Invierno

¡Nuestra revista digital de invierno!








Obsesión y el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC)

Por Jordi Santandreu Lorite

En el Espiritismo hablamos de obsesión para referirnos a la influencia persistente y perturbadora de unos individuos sobre otros, encarnados o desencarnados. Es cierto que de la que más se habla habitualmente es de la obsesión de un espíritu desencarnado hacia un encarnado, sin embargo, las combinaciones pueden ser diferentes: entre dos desencarnados, entre dos encarnados, de un encarnado hacia un desencarnado, e incluso existe la obsesión recíproca y la auto-obsesión.

Como consecuencia de este influjo malsano, el obsediado puede sufrir ciertos inconvenientes físicos -si dispone de un cuerpo- y psíquicos o espirituales -en todos los casos- de diferente intensidad, que pueden acompañar, provocar o agravar enfermedades o trastornos que ya padezca previamente.

En psicología utilizamos el término “obsesión” cuando hablamos de pensamientos repetitivos e intrusos, de contenido desagradable para la persona que los sufre y que no puede controlar, es decir, no puede hacer nada para evitar que irrumpan en su mente continuamente, aunque sea consciente, en mayor o menor medida, de que se trata de ideas absurdas y exageradas. 

Tal y como nos explica Amparo Belloch, una psicóloga española de referencia en esta materia, en su libro TOC, obsesiones y compulsiones, la frecuente irrupción de estos pensamientos puede tener graves consecuencias en el estado de ánimo y en el funcionamiento diario de la persona que lo padece.

Los contenidos más habituales de los pensamientos obsesivos son, sobre los que añadimos algunos ejemplos: de duda (si he cerrado bien el gas, si he enviado bien el email, si he lavado bien la ropa, si he contado bien el dinero); de daño o agresividad (asfixiar a mi bebé o imágenes de autólisis); de contaminación (si me contaminaré por no lavarme bien las manos, si se contagiará un familiar por mi culpa, por usar ropa contaminada, si me contaminaré al acerarme a un determinado objeto del suelo en la calle); sexuales (imágenes de relaciones sexuales contrarias a sus preferencias o aberrantes); o religiosos (blasfemias).

Producto del malestar que provocan tales obsesiones, los individuos hacen todo lo que pueden por eliminarlas de su mente. Para conseguirlo, realizan diversos procedimientos que pueden ser tanto internos, es decir, mentales, como externos, o conductas que se pueden observar. 

Los más habituales son: comprobaciones repetitivas (comprobar varias veces una cuenta, regresar para ver si he atropellado a alguien o no; lavarse durante largo tiempo y de forma intensa; limpiar una y otra vez las mismas cosas u objetos, la ropa, los zapatos, el móvil); evitar conductas habituales para no contaminarse (dejar las bolsas del mercado en la repisa de la cocina o saludar dando la mano); pensar en la imagen contraria ante pensamientos agresivos o rezar durante cierto tiempo, aunque no sea muy creyente; evitar situaciones y guardar objetos potencialmente dañinos (esconder cuchillos, evitar estar en sitios altos); evitar el contacto afectivo normal ante obsesiones sexuales; llevar a cabo rituales repetitivos de cualquier tipo (dar un determinado número de toques a los muebles para prevenir algún mal, dar la vuelta tres veces a cada prenda al vestirse y desvestirse); o seguir determinadas secuencias y orden en tareas cotidianas, como asearse, tener que alinear y ordenar los objetos de determinada forma (la cubertería, vasos y tazas en los armarios).

Lo que busca la persona que realiza estas u otras conductas compulsivas es, naturalmente, reducir ese terrible malestar y librarse de esos pensamientos y de sus consecuencias tan temidas. El problema es que, sin saberlo, estas conductas en realidad refuerzan las obsesiones.

El rescate momentáneo no les exime, en modo alguno, de la posibilidad de que vuelvan a aparecer tales pensamientos, es más, la mente entra en una especie de círculo vicioso del que no sabe cómo salir. 


Los casos de Poncio Pilatos y Lady Macbeth

En el libro titulado Triunfo Personal, de Joanna de Ângelis y psicografiado por Divaldo Pereira Franco, la noble mentora nos recuerda el caso de Poncio Pilatos quien, después de dejar asesinar a Jesús, aun reconociendo su inocencia, manifestó un cuadro obsesivo compulsivo que pasó a la historia y que consistía, como sabemos, en lavarse las manos compulsivamente, pensando que seguían manchadas de la sangre del Inocente. Joanna nos cuenta que la desdicha de Pilatos tan sólo acabó en el momento de su muerte, provocada voluntariamente al tirarse al cráter de un volcán extinto en Suiza.

Otro caso conocido es el de Lady Macbeth, personaje ficticio de William Shakespeare. Tras asesinar al rey, incitada por su malvado marido, el noble escocés Lord Macbeth, sufrió un conflicto similar al de Pilatos, pues sus manos le parecían siempre sucias de la sangre de su víctima. 

Joanna traza reflexiones interesantísimas en el breve capítulo que dedica al TOC en Triunfo Personal. Subraya que, las personas portadoras de estos pensamientos obsesivos, se caracterizan por la rigidez de su conducta, por las exigencias hacia los demás y hacia ellos mismos. Explica la mentora: “son portadores, en general, de sentimientos nobles, confiados y dedicados al trabajo, que ejercen hasta en exceso. No obstante -continua-, fueron víctimas de un ambiente emocional duramente severo, tras el parto y especialmente en la infancia, cuando sufrieron imposiciones exageradas y tuvieron que obedecer sin pensar, única manera de verse libres de los castigos de los adultos. Sintiéndose obligados a reprimir las emociones y los sentimientos, se volvieron ambivalentes y evitativos”.

El vínculo del trastorno con equivocaciones pretéritas, de vidas anteriores, es un factor a tener en cuenta en la interpretación espírita de las causas. Tales deudas inscritas en la contabilidad del espíritu son reclamadas por entidades que no consiguieron superar el resentimiento, como aclara Joana: “porque permanece impresa en los paneles del inconsciente personal, en los pliegues del periespíritu, la deuda moral, los pacientes asimilan las ondas mentales de sus antiguas víctimas, que son convertidas en sensaciones penosas, en forma de conciencia de culpa -lavarse las manos, desinfectarse en demasía, sentir su cuerpo siempre sucio-, tanto como la detección de olores pútridos -activación de la pituitaria por el psiquismo que siente la necesidad de reparación-, que son exteriorizados por los cobradores espirituales que padecieron exulceraciones profundas, pudriéndose en vida antes que la muerte viniera a liberarlos de la pungente situación”.


Comprender mejor el TOC

Todos, absolutamente todos, tenemos de vez en cuando pensamientos intrusos de contenido más o menos molesto, que no tienen por qué transformarse en obsesiones. La gran diferencia, la clave, está cómo se interpretan tales ideas y en lo repetitivas que lleguen a convertirse. 

En este sentido, Amparo Belloch resalta que en el origen de este trastorno encontramos fenómenos psicológicos comunes, cotidianos, que se transforman en obsesiones a través de un proceso complejo que no comienza de un día para otro.

En este proceso, desempeñan un papel fundamental las interpretaciones y las valoraciones que se hacen de los pensamientos, así como las estrategias que se utilizan para neutralizarlos. Sobre todo, darles demasiada importancia, creérselos, rechazarlos con miedo o angustia, y hacer algo diferente, repetidamente, para aliviar esas sensaciones perturbadoras.


Epidemiología y evolución

Como decíamos, prácticamente todos tenemos pensamientos, imágenes o impulsos con los mismos contenidos que las obsesiones y sólo en un porcentaje muy pequeño de personas, aproximadamente un 2% de la población, se convierten en obsesiones. Se estima que unas 450.000 personas lo padecen en España.

El TOC, al implicar ese círculo vicioso entre el pensamiento y la compulsión, se puede cronificar con el tiempo. En muchos casos, interfiere gravemente en el día a día de las personas, convirtiéndose en algo muy incapacitante y generando conflictos familiares importantes antes de lograr acudir a un profesional.

Las personas que lo padecen pueden darse cuenta enseguida de que tienen un problema, aun así, muchas se sienten tan avergonzadas por el contenido de sus obsesiones, que lo ocultan, incluso le quitan importancia y piensan que con su fuerza de voluntad conseguirán superarlo. 

En otras ocasiones, el problema se instala poco a poco, empezando por manías o comportamientos para nada extremos, pero que llegan a ser problemáticos a medio y largo plazo, por la cantidad de horas que hacen perder a quienes lo sufren.


El tratamiento

Felizmente, existen tratamientos psicológicos y farmacológicos muy bien definidos para el TOC. 

Desde la terapia cognitivo-conductual tratamos de modificar los dos elementos que alimentan el problema: por un lado, las valoraciones y las interpretaciones distorsionadas de los pensamientos intrusos; por otro, las estrategias fallidas que emplea el afectado para aliviarse. Requerirá trabajo y esfuerzo, cambiar ciertos hábitos mentales y comportamentales muy arraigados. Pero puede lograrse. 

Si se cuenta con la ayuda del Centro Espírita, mejor. En el libro Triunfo Personal, la noble mentora aconseja la terapia bioenergética, por incidir en profundidad sobre los registros periespituales, con el fin de cortar los lazos vibratorios innecesarios y paralelamente, tratar a las entidades cobradoras.


Algunos consejos finales

Una paciente muy querida, que superó sus problemas con dedicación y paciencia, me escribió una carta al finalizar la terapia con algunos consejos que os comparto aquí:

1. Infórmate. Aunque suene contradictorio, es frecuente intentar no pensar en lo que está sucediendo, pero para empezar a trabajar las obsesiones es necesario leer, informarse, pedir ayuda. Debemos saber cuál es la explicación psicológica del trastorno y buscar información sobre el tratamiento. Recomiendo la lectura del libro de Amparo Belloch al que me he referido anteriormente, basado en datos científicos y en una amplia experiencia terapéutica. 

2. No lo escondas, cuéntalo. Tómate la libertad de contarle tu problema a las personas más allegadas a ti. Ellos no te van a juzgar y te darás cuenta de que te quieren y te valoran por quién eres y no por el problema que padeces.

3. Acéptate incondicionalmente. Como apunta Windy Dryden en su libro Acéptate a ti mismo, como seres humanos, en nuestra esencia está el errar. Somos imperfectos, únicos y cambiantes y tan complejos que no podemos calificarnos de manera global. Es decir, no podemos afirmar que somos personas inferiores por padecer este trastorno porque no estaríamos en lo cierto. 

4. Oración y meditación. A menudo, somos nuestros peores jueces. Trátate como le tratarías a tu mejor amiga o amigo. Cuida tu mente y tu cuerpo. Esto te ayudará a estar mejor contigo mismo y a quererte más y mejor. Estas prácticas te ayudarán a mantener un estado de consciencia plena en diferentes situaciones y a disfrutar del momento, sin que tengamos el foco puesto en nosotros mismos y en nuestro problema. Además, reducirá tu ansiedad. 

5. Ver las mejoras, porque las hay. Sabemos que no es un camino fácil. Durante el tiempo en el que estemos trabajando el TOC o cualquier otro trastorno, gozaremos de avances, pero también sufriremos retrocesos. Recomiendo escribir diariamente un avance que hayamos tenido durante el día. Por muy insignificante que parezca, nos ayuda a ver que poco a poco progresamos y esto nos da ánimos para seguir con fuerza.

Si estás leyendo este artículo y reconoces alguno de estos patrones en tu vida, contacta con un especialista para evaluar tu situación. Si lo deseas, puedes escribirnos a la redacción de Visión Espírita y te ayudaremos a encontrarlo.


Las revoluciones del planeta

Por  Alvaro Vélez Pareja 


En el libro La Génesis, Los Milagros y Las Predicciones según el Espiritismo, Capítulo IX, Allan Kardec nos presenta una visión científica y explicativa sobre las revoluciones periódicas, parciales y generales que ha sufrido la Tierra a través de las Eras y de su desarrollo geológico, así como los cataclismos futuros que podrían acontecer, descritos según los conocimientos, investigaciones y conceptos propios de la ciencia de mediados del siglo XIX. Indudablemente, si fuesen abordados y redactados en los tiempos modernos, tendrían una terminología y un enfoque acorde con lo que hoy se sabe sobre el origen, la formación y el estado de nuestro planeta. Sin embargo, es de admirar como, en términos generales, su descripción es bastante aproximada y, en varios aspectos, cobra vigencia ante los acontecimientos actuales que estamos viviendo, no solo en el sentido geológico, sino ecológico, social, político y moral, en que se ve más claramente la interacción e interdependencia de todos estos factores que ya nunca más podrían ser abordados independientemente, a riesgo de llegar a conclusiones parciales.


A la luz de Doctrina Espírita, transmitida mediúmnicamente por Espíritus superiores y los hallazgos de la ciencia actual, vamos comprendiendo más claramente todos los procesos evolutivos que ha experimentado nuestro planeta desde su formación primera. No obstante, ya no podrían ser vistos ni analizados separados de los factores biológicos, sociales y espirituales concomitantes, lo cual es absolutamente necesario para tener una visión integral y direccional en la que vemos la Tierra como un valioso mundo temporal y transitorio, como morada de un inmenso número de Espíritus en evolución, de una gran diversidad de niveles, encaminados gradualmente hacia estados cada vez más elevados de perfeccionamiento y trascendencia. 


Nuestro planeta, desde sus iniciales momentos de conformación atómica y molecular, ha pasado por innumerables cambios graduales; algunos súbitos y violentos, otros regulares y periódicos, hasta la Era actual en donde hasta cierto punto, la Tierra se ha mantenido en un relativo período de estabilidad, como expresa Allan Kardec: “Los períodos geológicos marcan las fases del aspecto general del globo, como consecuencia de sus transformaciones. Pero, con excepción del período diluviano, que lleva impreso los caracteres de un cambio súbito, todos los restantes se cumplieron con lentitud y sin transiciones bruscas. Durante todo el tiempo que los elementos constitutivos del globo tardaron en encontrar su lugar definitivo, los cambios deben haber sido generales. Una vez consolidada la base, sólo debieron producirse modificaciones parciales en la superficie… Físicamente, la Tierra ha pasado por las convulsiones de la infancia. Desde ese momento en adelante entró en un período de relativa estabilidad: el del progreso normal, que se cumple por el acontecer regular de los mismos fenómenos físicos y el concurso inteligente del hombre”. (La Génesis, Cap. XIX, nºs. 1 y 14). 


Indiscutiblemente, en virtud del instinto de conservación y por reacción natural y racional, el hombre, los pueblos y la humanidad en general siempre sintieron el rigor y los efectos destructivos y dolorosos de tales revoluciones y catástrofes, ya fueran súbitas o regulares, causándoles vicisitudes materiales, sociales y morales que los afectaron profundamente. Al respecto, la mentora espiritual Juana de Ángelis, en su libro Después de la Tempestad, capítulo 1, expresó: “Con frecuencia regular, la Tierra se ve visitada por catástrofes diversas que dejan rastros de sangre, luto y dolor, en vehemente invitación a la meditación de los hombres. Consecuencia natural de la Ley de destrucción que enseña que la renovación de las formas faculta la evolución de los seres y siempre consigue producir impactos, gracias a la fuerza devastadora de que se revisten.  Cataclismos sísmicos y revoluciones geológicas que irrumpen voluptuosas en forma de terremotos, maremotos y erupciones volcánicas obedecen al impositivo de las adaptaciones, acomodaciones y estructuración de las diversas camadas de la Tierra, en su tránsito de “mundo expiatorio” hacia “mundo regenerador”.


Como es natural, el ser humano recibe y asume las convulsiones geológicas como eventos destructivos y dolorosos, por la devastación que ocasionan y por eso solemos preguntarnos: ¿es necesaria la destrucción y por qué? Recordemos lo que Kardec preguntó a los Espíritus sabios y lo que ellos le respondieron en El Libro de los Espíritus, en la pregunta 728: “¿La destrucción es una ley de la Naturaleza?

Es preciso que todo se destruya para que renazca y sea regenerado, porque lo que llamáis destrucción no es más que una transformación, cuyo objeto es la renovación y mejoramiento de los seres vivientes”.


Esto es comprensible, haciendo alusión a nuestro planeta Tierra como mundo de expiación y prueba, pero ¿será necesario en los mundos superiores?. La respuesta a la pregunta 732, ¿La necesidad de destrucción es la misma en todos los mundos?, es la siguiente:

“Es proporcional al estado más o menos material de los mundos, y cesa en un estado físico y moral más depurado. En los mundos más adelantados que el vuestro, las condiciones de existencia son otras”.


Y si acaso muchos vieron o siguen viendo estas convulsiones de la naturaleza como “castigo” de Dios por la conducta del hombre, Kardec quiso despejar las dudas, con la pregunta 737, en el mismo sentido:  “¿Con qué objeto castiga Dios a la humanidad con calamidades destructoras?           

«Para hacerla adelantar con más rapidez. ¿No hemos dicho que la destrucción es necesaria para la regeneración moral de los espíritus, que adquieren en cada nueva existencia un nuevo grado de perfección? Es preciso ver el fin para apreciar los resultados. Vosotros no los juzgáis más que desde vuestro punto de vista personal, y los llamáis calamidades a consecuencia del perjuicio que os ocasionan; pero estos trastornos son necesarios a veces para hacer que se establezca más prontamente un orden de cosas mejor y en algunos años lo que hubiese exigido muchos siglos».


Es oportuno recordar que la Doctrina Espírita nos trajo un nuevo paradigma en nuestra forma de pensar y de ver las cosas, incluyendo en el concepto de Dios, ya no más como un ser castigador sino como la inteligencia suprema, causa primera de todo lo existente, infinito en perfecciones, infinitamente justo, sabio y misericordioso, el Dios de Amor. En este sentido, es justo ver que muchos desequilibrios que actualmente vemos en los diversos reinos de la naturaleza han sido provocados por la acción desconsiderada, inconsecuente e irresponsable del ser humano y que es natural que se originen consecuencias violentas, desastrosas y dolorosas hacia el propio hombre, en el marco de la ley de causa y efecto.


Está más que claro, que la necesidad de la destrucción está en proporción al estado físico, moral y espiritual de los mundos y sus respectivos habitantes, pero cesa en los mundos claramente superiores. En consecuencia, Kardec pregunto a los Espíritus superiores si esa necesidad de destrucción existiría siempre en nuestro mundo, a lo que ellos respondieron en la pregunta 733:  “La necesidad de destrucción se debilita en el hombre a medida que el Espíritu se sobrepone a la materia, y por esto veis como al horror a la destrucción sigue el desarrollo intelectual y moral”.


Es oportuno concluir que, estando la Tierra y la humanidad en pleno proceso de transición de un mundo de expiación y prueba hacia un mundo de regeneración, es consecuente que sigan ocurriendo catástrofes, calamidades y convulsiones geológicas y ecológicas. No obstante, como lo señaló Kardec en diversas oportunidades, las convulsiones “serán morales y sociales antes que físicas”. Por eso, si queremos estar acordes con el estado del mundo de regeneración al cual nos encaminamos gradualmente, es necesario que sigamos elaborando y construyendo internamente nuestra propia regeneración moral y espiritual. 

Las causas de la obsesión

Por Flávia Roggerio


En la edición anterior explicamos cómo los Espíritus pueden influenciar de diferentes maneras en nuestras vidas y comentamos los medios eficaces de prevenir y curar las obsesiones. 

Ahora vamos a tratar de entender las diferentes causas de la obsesión.

Recordemos que la obsesión es el dominio que algunos Espíritus logran adquirir sobre ciertas personas y, que siempre es practicada por Espíritus ignorantes. Presenta condiciones diversas, que es necesario distinguir y que resultan del grado del constreñimiento y de la naturaleza de los efectos que produce. 

En  general, la obsesión tiene cuatro causas: 

a) Las causas morales provocadas por la mala conducta del individuo en la vida cotidiana. 

Al andar mal por la vida y con las personas, estaremos sintonizando nuestro pensamiento con los Espíritus inferiores y los atraeremos hacia nosotros. De ese intercambio de influencias puede nacer una obsesión. Vicios mundanos: como el cigarrillo, la bebida en exceso, el orgullo, el egoísmo, la maledicencia, la violencia, la avaricia, la sensualidad enfermiza y la lujuria pueden unirnos a entidades espirituales infelices.

b) Las causas relativas al pasado, provenientes del proceso de evolución a que todos los Espíritus están sujetos. 

En sus experiencias reencarnatorias, por ignorancia o libre albedrío, un ser puede cometer fallos graves en perjuicio del prójimo. Si la desavenencia entre ellos genera rabia, el desentendimiento puede perdurar durante varias encarnaciones llegando al odio, a peleas, a deseos descontrolados de venganza y persecución. Casos así pueden dar origen a procesos obsesivos tenaces. Verdugos y víctimas continúan alimentando los sentimientos de rencor el  uno al otro. 

c) Las contaminaciones espirituales que suceden cuando una persona frecuenta o simplemente visita ambientes donde predomina la influencia de Espíritus inferiores. 

Los lugares donde se practica la hechicería son propensos a contaminaciones obsesivas, si hay afinidad moral con el ambiente. Espíritus atrasados, vinculados al lugar donde la persona fue, se envuelven en su vida mental, perjudicándola. 

d) La causa anímica o auto-obsesión causadas por una influencia mórbida residente en la mente del propio paciente. 

A causa de vicios de comportamiento se cultivan padrones enfermizos de pensamientos que causan desequilibrio en las áreas emocionales. Muchas tendencias auto-obsesivas, proceden de experiencias desdichadas relacionadas a vidas pasadas del enfermo. Angustias, depresiones, manías de persecución o carencias inexplicables pueden ser parte del proceso auto-obsesivo.

En resumen. La obsesión es considerada factor primario cuando una persona sufre acción directa de un perseguidor espiritual. Como factor secundario, están las imperfecciones morales y vicios de cualquier naturaleza, una vez que el individuo se complace en mantener sintonía mental con entidades que presentan las mismas tendencias/inclinaciones y gustos. Entretanto, de una forma u otra la obsesión conduce a la persona a decadencias morales ya que sus estructuras mentales y su pensamiento son continuadamente sometidos a influencias perniciosas, propias o ajenas, que producen en consecuencia aturdimiento de raciocinio, de ideas, de emociones y de sentidos. Los sentidos perdidos conducen fatalmente a la confusión y al desvarío. 

Cualquier persona está sujeta a la obsesión, pero, según Allan Kardec, el codificador del Espiritismo, la obsesión es una de las mayores dificultades que la práctica espirita puede presentar, pues los trabajadores mediúmnicos están sujetos a la constante intervención de los Espíritus. 

Existen 9 señales muy evidentes de un proceso obsesivo, aplicados tanto al médium, propiamente dicho, es decir, aquel que es el portador de mediumnidad de efectos patentes (psicofonía, psicografía, videncia, etc. – ver ediciones anteriores) como a cualquier otro trabajador de una reunión mediúmnica:

Persistencia de un Espíritu en comunicarse, quiera o no el médium, por la escritura, audición, tiptología, etc., oponiéndose a que otros Espíritus lo hagan;

Ilusión que, no obstante la inteligencia del médium, le impide reconocer la falsedad y el ridículo de las comunicaciones que recibe;

Creencia en la fiabilidad e identidad absoluta de los Espíritus que se comunican y que, bajo nombres respetables y venerables, dicen cosas falsas y absurdas;

Confianza del médium en los cumplidos que le hacen los Espíritus que por él se comunican;

Disposición para alejarse de las personas que pueden darle consejos útiles;

Mala reacción a las críticas de las comunicaciones que recibe;

Necesidad incesante e inoportuna de escribir o manifestarse por otro tipo de mediumnidad;

Cualquier retraimiento físico que domine la voluntad del médium y lo obligue a hablar o actuar en contra de su voluntad;

Ruidos y perturbaciones continuadas a su alrededor, de las cuales él es la causa u objeto. 


En la obra “La Génesis”, Kardec dice: “Así como  las molestias resultan de imperfecciones físicas que tornan el cuerpo accesible a las influencias perniciosas externas, la obsesión sucede siempre de una imperfección moral, que da paso a un mal Espíritu. A una causa física, se opone una fuerza física; a una causa moral se contrapone una fuerza moral. Para preservarlo de las enfermedades es preciso fortificarlo; para garantizar el alma contra la obsesión es necesario fortalecerla. De esto surge la necesidad del obsesado trabajar por su propia mejora, lo que en casi todos los casos, es suficiente para librarlo del obsesor, sin el socorro de terceros. Esta ayuda se torna necesaria cuando la obsesión degenera en subyugación y en posesión (entendida aquí como una subyugación grave), porque en estos casos el paciente pierde la voluntad y el libre albedrío.” 

André Luiz, mentor espiritual del médium brasileño Chico Xavier, aclara.... “Tal vez te veas en cualquier estado de introducción al desequilibrio espiritual, a punto de caer bajo cadenas obsesivas....Pero, si realmente deseas librarte, debes comprender, ante todo, que precisas de aclaración y amparo. Entretanto, para que obtengas luz y auxilio, es indispensable que tomes dos actitudes imprescindibles: Estudiar y razonar, con el fin de instruir.”