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lunes, 29 de marzo de 2021

Energía sexual, amor y Doctrina Espírita

Janaina de Oliveira


La energía sexual es potencia creativa del alma. Ella nos impulsa a la producción, nos da la capacidad transformadora de la realidad intima, mental, y también de la realidad exterior, material. En “Vida y Sexo”, nos habla Emmanuel, a través de la mediumnidad de Chico Xavier, de la energía sexual como un recurso de la ley de atracción. Según Emmanuel, esta energía genera cargas magnéticas en todos los seres y está revestida de potencialidades creativas. La energía sexual nos convierte en seres gregarios, dotándonos del deseo de establecer vínculos, buscar la compañía de otros seres y pertenecer a grupos sociales. 

Todo cuanto necesita la materia para expresarse goza de energía sexual para poseer forma, para ser completo y existir en el mundo. De la energía sexual proviene la capacidad y la pulsión de unión. La energía sexual se manifiesta a través de la cohesión que atrae y mantiene unidos los elementos de la materia. En los seres en proceso de individuación, es decir, que ya han alcanzado mayor discernimiento y por ello experimentan las consecuencias felices e infelices del uso que hacen de su libre albedrío, la energía sexual empieza a estar sometida a valores morales que aseguran su empleo digno. A medida que evoluciona, el ser que busca la plena conciencia de su individualidad hace progresivamente un uso más amoroso de la energía sexual que le anima. 

En el Evangelio según el espiritismo aprendemos que el sentimiento de amor se alcanza a través de un proceso evolutivo que uno intuye que ser bastante largo. Nos dice el espíritu que se identifica como Lázaro, en el capítulo XI, que en su origen el ser experimenta sensaciones y que éstas, a través de la instrucción y la purificación, llegan a ser sentimientos. El amor, nos dice Lázaro, es el punto exquisito del sentimiento; un sol interior que condensa y reúne en su ardiente foco todas las aspiraciones y todas las revelaciones sobrehumanas. 

En el nivel evolutivo medio en el que nos encontramos en el planeta Tierra, todavía no hacemos un uso amoroso de la energía sexual. En el libro “Sexo y Destino”, Emmanuel, en plegaria, afirma que la Doctrina Espírita nos es enviada, en nombre del Evangelio del Cristo, para sosegar los corazones y comunicarnos que el amor es la esencia del universo; que las criaturas humanas nacieron de exaltación divina para amarse unas a otras; que el sexo es un legado sublime y que el hogar es un refugio santificante. Viene la Doctrina Espírita, además, a explicar que el amor y el sexo generan responsabilidades naturales en la consciencia de cada uno, y que quien menoscaba el tesoro afectivo de alguien se impone dolorosas reparaciones. 

El sexo es vida a servicio de la felicidad y de la armonía del universo; reclama responsabilidad y discernimiento dondequiera que se exprese. Por ello mismo, debemos saber qué hacer con las energías genésicas, entendiendo que todos los compromisos de la vida sexual están igualmente sometidos a las leyes de causa y efecto. Cuando encontramos personas con quiénes nos sentimos afines y establecemos relaciones basadas en el respeto y en el compartir, respetando siempre los límites de la individualidad, producimos intercambios energéticos saludables que se manifiestan a través de ideas, pensamientos, sentimientos y afecto que mueven la vida. En “Amor a dos”, Andrei Moreira nos recuerda que el uso abusivo de la energía sexual y la desconsideración del afecto y de la dignidad del otro son responsables por incontables dramas afectivos y pasionales, asociando la humanidad a través de los siglos a dolorosos procesos de rescate y redención.

La gran realidad es que somos espíritus todavía imperfectos, conviviendo unos con los otros para que busquemos la perfección propia y colectiva en conjunto. Para alcanzar este objetivo, falta mucha educación de la energía sexual en nuestra consciencia. El amor, en nuestro nivel evolutivo, no fluye de forma natural e instintiva en las relaciones personales y sociales. Todavía predomina el egoísmo, el orgullo y la vanidad, las llagas vivas de la humanidad terrestre. Por ello es necesario que de forma voluntaria y consciente, nos dispongamos a amar. El amor debe ser un acto deliberado, una elección consciente, una decisión que se toma en afirmación del deseo que se tiene de encender el sol interior del que nos habla Lázaro en El Evangelio Según el Espiritismo.  No estamos en el momento de sentir en nuestro interior el ardiente foco de todas las aspiraciones y todas las revelaciones sobrehumanas, pero, conscientes de que este es al camino, decidimos amar. 

La decisión activa, voluntaria y consciente de amar al prójimo, sea este ser un compañero o compañera sentimental, un hijo o hija que nos convierten en co-creadores divinos, un compañero o compañera de ideal espírita, o un desconocido en la calle, esta decisión moviliza en cada uno de nosotros la potencia creativa del alma. La fuerza que proviene de esta decisión es energía sexual, que agrega, une y transforma la realidad intima y colectiva. Cuando canalizada de esta manera, la energía sexual es fuente de gran satisfacción, gratitud y paz interior. 

Si falta amor en las relaciones familiares, si falta amor en nuestros centros espíritas, si falta amor en el movimiento espírita español e internacional, es que todavía esperamos que el amor fluya naturalmente de nosotros, como si no tuviésemos hacer nada al respecto. Los síntomas más evidentes del uso inconsciente de la energía sexual son la ruptura de los lazos personales, familiares, sociales e institucionales, el distanciamiento y la indiferencia hacia las realizaciones colectivas. No es que falte amor, lo que que falta es la decisión de amar. Falta la predisposición voluntaria y consciente, la decisión, fundada en el mejor uso del libre albedrío, de amar al prójimo y canalizar la energía sexual hacia el bien común. En capítulo VI de el Evangelio según el Espiritismo, el Espíritu de Verdad nos convoca: “¡Espiritistas! amaos: he aquí el primer mandamiento; instruíos: he aquí el segundo.” Jesús elevó a ley la dulzura, la moderación, la mansedumbre, la afabilidad y la paciencia. Cultivemos estas expresiones de amor, canalizando la energía sexual que nos anima, para que en todas las relaciones personales y sociales, sentimentales,  familiares, profesionales o doctrinarias, podamos dar pasos seguros hacia la consciencia plena de nuestra individualidad.



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