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miércoles, 30 de junio de 2010

LA AFABILIDAD Y LA DULZURA

Mis queridos compañeros CEADS,

El próximo sábado 03/07, nos dedicaremos al estudio del Evangelio. Nuestra querida Vera nos preparará la clase y el tema ya os adelanto aquí en nuestro blog: del capítulo IX, “La afabilidad y la dulzura”. A mí se me ocurren muchas preguntas… Qué es la dulzura? Cómo hay que ser dulces? Dónde? Cómo educar el espíritu y el corazón para la afabilidad? Cómo distinguir entre la dulzura y la sumisión? Os dejo el texto y mis deseos de una sesión de crecimiento, amor y, claro está, la más genuina dulzura y la más sincera afabilidad.

Un beso a todos.

Hasta el domingo, en el blog =)
(...)
LA AFABILIDAD Y LA DULZURA

La benevolencia para con los semejantes, fruto del amor al prójimo, produce la afabilidad y la dulzura que son su manifestación: Sin embargo, no es preciso fiarse siempre de las apariencias; la educación y las costumbres del mundo pueden dar el barniz de estas cualidades. ¡Cuántos hay cuya fingida bondad sólo es una máscara para el exterior, un hábito cuyo corte calculado disimula las deformidades ocultas! El mundo está lleno de esas personas que tienen la sonrisa en los labios y el veneno en el corazón; que son blandas con tal de que nada les incomode, pero que muerden a la menor contrariedad; cuya lengua dorada, cuando hablan cara a cara, se cambia en dardo envenenado cuando están ausentes.
A esa clase pertenecen también esos hombres que son benignos fuera de casa y que, tiranos domésticos, hacen sufrir a su familia y a sus subordinados el peso de su orgullo y de su despotismo, como queriendo desquitarse de la opresión que se impusieron fuera; no atreviéndose a usar su autoridad ante extraños que los pondrían en su lugar, quieren a lo menos ser temidos por aquellos que no pueden resistirles; su vanidad se alegra de poder decir: “aquí mando yo y soy obedecido”; sin pensar que podrían añadir con mucha más razón: “y soy detestado”. No basta que de los labios gotee leche y miel, pues si el corazón no toma parte en ello, hay hipocresía. Aquél cuya afabilidad y dulzura no son fingidas, no se contradice nunca; es el mismo ante el mundo que en la intimidad; sabe, además, que si engaña a los hombres con las apariencias, no puede engañar a Dios.
(LÁZARO, París, 1861)

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