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lunes, 4 de junio de 2012

Sábado de Evangelio, sábado de luz


Preparemos el corazón para el estudio del Evangelio según el espiritismo

13. Me llamo la caridad, soy la ruta principal que conduce a Dios; seguidme, porque soy el objeto al que debéis todos aspirar. Hice esta mañana mi caminata habitual y con el corazón angustiado vengo a deciros: ¡Oh! Amigos míos, ¡cuántas miserias, cuántas lágrimas y cuánto tenéis que hacer para enjugarlas todas! He procurado vanamente consolar a las pobres madres, diciéndoles al oído: ¡Ánimo! ¡Hay buenos corazones que velan por vosotras, no os abandonarán, paciencia! Dios está aquí, sois sus amadas, sois sus elegidas. Parece que me oyen y vuelven a mí sus grandes ojos ansiosos; yo leía sobre sus pobres rostros que su cuerpo, ese tirano del Espíritu, tenía hambre y que mis palabras serenaban un poco el corazón, no llenaban su estómago. Repetía otra vez: ¡ánimo, ánimo! Y entonces una pobre madre, joven aún, que amamantaba a su hijito, lo ha tomado en sus brazos y lo ha levantado como rogándome que protegiese a aquel pobre pequeño ser que sólo sacaba de su seno estéril un alimento insuficiente. En otra parte, amigos míos, vi a pobres ancianos sin trabajo y en breve sin asilo, atormentados por todos los sufrimientos de la necesidad, y avergonzados de su miseria, no atreverse, no habiendo mendigado nunca, a implorar la piedad de los transeúntes. Con el corazón lleno de compasión, yo que nada tengo, me hice mendiga por ellos y voy por todas partes estimulando la beneficencia e inspirando buenos pensamientos a los corazones generosos y compasivos. Por esto vengo hoy, amigos míos y os digo: allá abajo hay infelices cuya mesa está sin pan, su hogar sin fuego y su lecho sin abrigo. No os digo lo que debéis hacer; dejo la iniciativa a vuestros corazones; si yo os dictase vuestra línea de conducta, no tendríais el mérito de vuestra buena acción, sólo os digo: Soy la caridad y os tiendo la mano para vuestros hermanos que sufren. Mas si pido, también doy, y doy mucho; ¡os invito al gran banquete y os facilito el árbol en que os saciaréis todos! ¡Ved cuán bello es y cómo está cargado de flores y frutos! Id, id; coged todos los frutos de ese hermoso árbol que llaman beneficencia. En el lugar de las ramas que habréis cogido, pondré todas las buenas acciones que hiciereis y llevará ese árbol a Dios para que lo cargue de nuevo, porque la beneficencia es inagotable. Seguidme, pues, amigos míos, a fin de que os cuente en el número de los que se alisten a mi bandera; no temáis, yo os conduciré al camino de la salvación, porque yo soy la Caridad. (CARITAS, martirizada en Roma, Lyon , 1861).

16. La mujer rica y feliz que no tiene necesidad de emplear su tiempo en los trabajos del hogar, ¿no podría consagrar algunas horas a los trabajos útiles para sus semejantes? Que con lo superfluo de sus goces compre con qué cubrir a los infelices que tiritan de frío; que confeccione con sus delicadas manos, gruesos y cálidos vestidos; que ayude a la madre a cubrir el niño que va a nacer; si su hijo queda por eso, con algunas prendas de menos, el del pobre estará más caliente. Trabajar para los pobres es trabajar en la viña del Señor. Y tú, pobre trabajadora que no tienes lo superfluo, pero que quieres en tu amor por tus hermanos, dar también un poco de lo que posees, da algunas horas de tu jornada, de tu tiempo, de tu único tesoro; confecciona esas cosas elegantes que tientan a los ricos; vende el trabajo de tu velada, y podrás de este modo, proporcionar a tus hermanos tu parte de alivio; quizás tendrás algunos adornos menos, pero darás zapatos a los que van descalzos. Y vosotras, mujeres entregadas a Dios, trabajad también en su obra, pero que vuestros trabajos delicados y costosos no se hagan sólo para adornar vuestras capillas, para llamar la atención sobre vuestra destreza y paciencia; trabajad, hijas mías y que el precio de vuestro trabajo sea consagrado al alivio de vuestros hermanos en Dios; los pobres son sus hijos muy queridos y trabajar para ellos, es glorificarle. Sed para ellos la Providencia que dice: A las aves del cielo, Dios da alimento. Que el oro y el dinero que se tejen bajo vuestros dedos se transformen en ropas y en alimentos para los que carecen de ellas. Haced esto y vuestro trabajo será bendecido. Y todos vosotros que podéis producir, dad, dad vuestro genio, dad vuestras inspiraciones, dad vuestro corazón, que Dios bendecirá. Poetas, literatos que sólo sois leídos por las personas de sociedad, satisfaced sus ocios, pero que el producto de algunas de vuestras obras se consagre al consuelo de los infelices; pintores, escultores, artistas de todos los géneros, que vuestra inteligencia venga también en ayuda de vuestros hermanos; con eso no tendréis menos gloria, pero habrá algunos sufrimientos menos. Todos vosotros podéis dar; a cualquier clase que pertenezcáis, tenéis alguna cosa que podéis compartir; lo que quiera que sea que Dios os haya dado, debéis una parte al que le falte lo necesario, porque en su lugar, estaríais muy contentos de que otro repartiese lo suyo con vosotros. Vuestros tesoros de la Tierra serán un poco menores, pero vuestros tesoros en el cielo serán más abundantes; allí recogeréis un céntuplo de lo que hubiereis sembrado en buenas obras en este mundo. (JUAN, Bordeaux, 1861).

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