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jueves, 7 de marzo de 2013

El bien y el mal


Hola familia,

Marcello nos pasa el texto que trabajaremos el sábado. Los más aplicados podéis ir preparando la mente y el espíritu des de ya. Nos vemos en CEADS.

Cariños,

La hermana menor

La Regla del Buen Proceder

Moral es un «conjunto de reglas que constituyen las buenas costumbres, (...) estableciendo los principios saludables del comportamiento humano del que resulta el respeto al prójimo y a sí mismo. Consecuencia natural de la evolución, establece los lineamientos seguros en que se fundan las bases de la Civilización, produciendo moldes del carácter que vitalizan las relaciones humanas, sin las cuales el hombre, por más que haya avanzado en los esquemas técnicos, pocos pasos habría dado desde los estados primarios del sentimiento. (...)» (7) Moral es, como dicen los Espíritus que participaron en la Codificación Espírita, «(...) la regla del buen proceder; es decir, de distinguir el bien y el mal. Está asentada en la observancia de la Ley de Dios. El hombre procede bien cuando todo lo hace por el bien de todos, porque entonces cumple la Ley de Dios». (3)

Mejor concepto que el de este enunciado es difícil de elaborar. De una manera objetiva y simple, los Espíritus Superiores nos revelan que la moralidad está cimentada en el progreso espiritual de las personas y es adquirida paulatinamente, a través de las diversas experiencias reencarnatorias; porque su cumplimiento tiene como base o fundamento el conocimiento y práctica de la Ley de Dios, aclarando, sobre todo, que el progreso moral está íntimamente ligado la práctica del bien.

A partir del momento en que las relaciones humanas se expandieron, debido a la necesidad de intercambiar experiencias, el hombre sintió el deseo de elaborar leyes que establecieran organizaciones sociales más apropiadas al medio en que vivía. En ese período evolutivo, los seres humanos comenzaron a hacer distinción entre el bien y el mal.» (...) Recién a partir de Sócrates la Moral pasó a ser considerada por la filosofía (...)» (8) Hasta entonces, la moral era ejercida arbitrariamente, de acuerdo con el equilibrio o desequilibrio individual.

El sentido de la moralidad es uno solo; o sea, es la norma del buen proceder en cualquier circunstancia, independientemente del estado socio-económico del individuo; debemos cuidar de no confundir a las conveniencias sociales, que pueden generar la disolución de las costumbres, con la verdadera práctica de la moral. En cualquier época, el hombre que conoce y practica la Ley de Dios es un ser moral. Es un ser que no se somete a las superficialidades de las convenciones ni de las modas de la llamada sociedad o civilización moderna.

A medida que vamos aprendiendo a distinguir el bien del mal, nos vamos moralizando. Así es porque el bien consiste en obrar «(...) conforme con la Ley de Dios; el mal es todo lo contrario. De esta forma, hacer el bien es proceder de acuerdo con la Ley de Dios. Hacer el mal es transgredirla». (4) Por medio de la inteligencia y al creer en Dios, el hombre puede distinguir lo que es cierto de lo que es falso. «Dios promulgó leyes plenas de sabiduría, que tienen por único objetivo el bien. El hombre encuentra en sí mismo todo lo que necesita para cumplirlas. La conciencia le traza su ruta, la Ley Divina está grabada en su corazón y, además, Dios se la recuerda constantemente por medio de sus mesías y profetas, de todos los Espíritus encarnados que traen la misión de esclarecer, moralizar y mejorar y, en estos últimos tiempos, por la multitud de Espíritus liberados del envoltorio corporal que se manifiestan por todas partes. Si el hombre se adaptase rigurosamente a las leyes divinas, no hay dudas de que se ahorraría los males más agudos y viviría dichoso en la Tierra. Si así no procede es por obra de su libre albedrío: sufre entonces las consecuencias de su proceder».

Sin embargo, Dios, que es todo bondad, puso el remedio al lado del mal; es decir, hace que del mismo mal salga el remedio. Llega un momento en el que el exceso del mal moral se torna intolerable e impone al hombre la necesidad de cambiar de vida. Instruido por la experiencia, se siente impulsado a buscar en el bien, el remedio, siempre por efecto de su libre albedrío. Cuando toma un mejor camino es por su voluntad y porque reconoció los inconvenientes del otro. La necesidad, pues, lo obliga a mejorar moralmente, para ser más feliz, del mismo modo que antes lo obligó a mejorar las condiciones materiales de su existencia». (2)
La práctica del bien está, pues, relacionada con el grado de responsabilidad del hombre; con el progreso, el mal caerá automáticamente.» (...) El mal (...) tiene un carácter relativo y pasajero; es la condición del alma todavía en la infancia que se ensaya para la vida. ¡Por el simple hecho de los progresos logrados, va poco a poco disminuyendo, desaparece, se disipa, a medida que el alma sube los escalones que conducen al poder, la virtud, la sabiduría!

Entonces la justicia se evidencia en el Universo; deja de haber elegidos y réprobos; todos sufren las consecuencias de sus actos, pero todos reparan, rescatan y, tarde o temprano, se regeneran, evolucionando desde los mundos oscuros y materiales, hacia la Luz Divina (...). en todas partes de la realización lenta y progresiva de un ideal superior (...). Por doquier, ¡la gran faena de los seres que trabajan para desarrollar en sí mismos, a costa de inmensos esfuerzos, la sensibilidad, el sentimiento, la voluntad, el amor! (...) (6)

Bibliografía:
1.      KARDEC, Allan. El bien y el mal. In: La Génesis. Trad. De Nora V. Cazsadella de Girard. Buenos Aires. Editora Argentina «18 de Abril», 1981. Ítem 03.
2. ___.Ítems 6-7.
3.      ___.El Libro de los Espíritus. Trad. de Alberto Giordano. 3.ed. BuenosAires, Editora Espírita «18 de Abril», 1983. Preg. 629.
4.         ___. Preg. 630.
5.         ___. Preg. 637.
6.         DENIS,León. Justicia y responsabilidad. El problema del mal. In:___. El Problema del Ser, del Destino y del Dolor. Trad. de Esteva Grau. 3.ed. Buenos Aires, Editora Kier, 1976.
7.         FRANCO, Divaldo Pereira. Moral. In:___. Estudos Espíritas. Pelo Espírito Joanna de Ângelis. 2.ed. Rio de Janeiro, FEB, 1982. p.163.
8.         ___. p.164

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