El Cielo y el Infierno según el Espiritismo
Capítulo VII - Espíritus endurecidos - La Pommeray
por Silver Chiquero
En una de las sesiones de la Sociedad
de París, en que se discutió la cuestión de la turbación, un Espíritu se
manifestó espontáneamente.
“No señores, la turbación no existe
sino en vuestro cerebro. ¡Yo estoy muerto sin ninguna clase de duda y sin
embargo percibo claramente lo que a mí concierne, alrededor mío y por todas
partes! La muerte es el terror, un castigo o un deseo, según la debilidad o la
fuerza de los que la temen, la desafían o la imploran. La luz me deslumbra y
penetra, como una aguda flecha, en la sutilidad de mi ser. No quiero quedarme.
Sabré luchar contra esa luz odiosa. El crimen existe en todas partes. Cuando lo
cometen las masas, se lo glorifica; pero si lo realiza un individuo, es infamado.
¡Absurdo!”
Sabe perfectamente que está muerto y no
se queja de nada, no pide ninguna asistencia y hasta desprecia las leyes
divinas y humanas. ¿Puede presumirse que se evadirá del castigo? No, sino que
la justicia de Dios se cumple bajo todas las formas y lo que constituye la
alegría de los unos es para los otros un tormento.
La luz para este Espíritu, es un
suplicio contra el cual se resiste. Reconoce que su cuerpo es fluídico y
penetrable a la luz a la que no puede escapar y esa luz lo traspasa como una
flecha. En este caso el fatal sufrimiento que le oprime en lugar de serle
provechosa, lo impulsa a la rebeldía.
Esa luz es tanto más terrible, tanto
más odiosa por traspasarlo completamente, haciendo visibles y transparentes sus
más recónditos pensamientos… Lo que hubiera sido la alegría y el consuelo del
sabio, se vuelve un castigo infamante y continuo para el malvado y el criminal,
para el parricida espantado ante su propia personalidad.
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Durante una existencia siniestra, se
complacía en maquinar las más horribles maldades en lo íntimo de su ser, en el
que se refugiaba como una bestia salvaje en su caverna. ¡Qué terror y dolor
deben oprimirle ahora que su máscara de impasibilidad le ha sido arrancada y
cada uno de sus pensamientos se refleja sucesivamente sobre su frente!
Quiere ocultarse a la multitud y huye
jadeante y desesperado a través de los espacios inconmensurables ¡y por todas
partes, la luz!... Por todas partes las miradas que lo penetran.
Llama a la muerte en su ayuda, huye
siempre, marcha hacia la locura espiritual. ¡Castigo horrible!
El suplicio durará hasta que su
voluntad vencida, se doblegue ante la opresión punzante del remordimiento y su
frente soberbia se humille ante sus víctimas apaciguadas y ante los Espíritus
de justicia.
La luz que tortura el Espíritu es el
rayo espiritual que inunda con claridad las moradas secretas de su orgullo.
Este espíritu se coloca en este lugar,
entre los endurecidos, porque tardó mucho en manifestar el menor
arrepentimiento. Es un ejemplo de la verdad de que el progreso moral no sigue
siempre al progreso intelectual. No obstante, poco a poco se ha enmendado y más
tarde dio comunicaciones sabiamente razonadas e instructivas. Hoy puede
colocarse entre los espíritus arrepentidos.
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