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domingo, 6 de octubre de 2019

Criminales arrepentidos

Por Silver Chiquero


Verger (asesino del arzobispo de París). 

El 3 de enero de 1857, monseñor Sibour, al salir de la iglesia, fue herido mortalmente por un joven sacerdote llamado Verger. El culpable fue condenado a muerte y ejecutado el 30 de ese mismo mes de enero. Hasta el último momento no demostró ningún pesar, arrepentimiento, ni sensibilidad. 

Evocado el mismo día de su ejecución, dijo: “Sigo aprisionado por mi cuerpo. Tengo miedo…, no estoy muerto… Hice mal en matar, pero fui empujado por mi carácter, que no podía sufrir humillaciones. Tendría demasiado miedo si le viera, temería que hiciese lo mismo conmigo. ¿Acaso son ustedes siempre señores de sus emociones? … No sé dónde estoy… me siento trastornado… intranquilo… alucinado… Esperen! Tengo miedo… no me atrevo a rezar”. El grupo mediúmnico reza unido al espíritu de Verger, quien reconoce que la misericordia de Dios es grande, que la misericordia de Dios es infinita y que siempre lo ha creído. “Me parece oír una voz que se parece a la suya y que me dice: “No te deseo ningún mal…” ¡Pero es un efecto de mi imaginación! Estoy loco. Lo digo porque veo mi propio cuerpo en un lado y la cabeza en otro… Sin embargo me parece que vivo, creo estar en el espacio, entre la Tierra y lo que se llama cielo… Siento aún la fría cuchilla cayendo sobre mi cuello… Pero es el miedo que tengo de morir… Me parece que veo cierto número de espíritus alrededor mío… Me miran compasivamente…, me hablan…, pero no les comprendo”. “Sólo temo al que ha sido herido por mí. Estoy en la vaguedad… Me parece estar soñando…” 

Evocado tres días después: “Sé que no soy de este mundo. Me apena lo que he hecho. Hay una serie de existencias que nos brindan los conocimientos útiles para lograr nuestra perfección. Siento el remordimiento por lo que hecho y por ello sufro. Soy castigado porque reconozco mi falta. Ahora sé que no debemos acortar los días de vida de nuestros hermanos. Me dejé dominar por el orgullo y los celos. Debemos hacer siempre esfuerzos para dominar las malas pasiones. Siento miedo… como una especie de vergüenza por ser asesino”. ¿Deseas reencarnar en la Tierra? “Sí, lo pido, pues deseo verme constantemente expuesto a que me maten y sentir temor por ello”. 

Bien, hablamos de un caso de muerte violenta, con separación brusca del alma, que deja aturdido y confundido, sin saberse si vivo o muerto. La visión del asesinado es proporcionalmente permitida o evitada en función de la necesidad de excitar el remordimiento, llegando a extremos de sentirse incesantemente perseguidos por la visión de sus víctimas. Se agrava si ni siquiera en el momento de su muerte, se siente arrepentido. 

¿Representa todo ello la condenación eterna? ¡No! Porque el arrepentimiento se acepta en cualquier momento. En el caso de Verger, apenas haber dejado la Tierra, el arrepentimiento penetró en su alma, repudió su pasado y pidió sinceramente a Dios el poder repararlo. El arrepentimiento puede llegar según el grado de exceso de sufrimiento, o sino de manera más sutil, puede llegar según el grado de reproche de la conciencia. El momento en que llega el arrepentimiento sincero es directamente proporcional a la prolongación de la pena, por tanto, cuanto más temprano nos arrepintamos de nuestras faltas menos deberemos prolongar las penas con que resarcir a nuestras víctimas. Como sabemos la conciencia siempre opera, aunque depende de nosotros mismos prestar atención y obedecerla para avanzar en nuestro perfeccionamiento espiritual. 

Por otro lado, el grado del progreso moral conquistado frente a situaciones comprometidas, pivota sobre la rapidez en el cambio a sentimientos mejores, como el que no necesita más que una circunstancia favorable para manifestarse. Quien persiste en el mal durante mayor o menor tiempo es un espíritu más atrasado; donde predomina el instinto material que ahoga el bien, lo que provocará afrontar muchas más pruebas para corregirnos.

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