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domingo, 27 de septiembre de 2020

El Cielo y el Infierno: Suicidas

Silver Chiquero


¿Qué es el suicidio? ¿Cuáles son sus causas? ¿Qué puede motivar que alguien tome tal decisión? ¿Tiene alguna consecuencia? Como vemos el ser humano está hecho un mar de dudas que en algunos casos parecen no tener respuesta. Sin embargo, gracias a Allan Kardec en el capítulo V del libro
El cielo y el Infierno dedicado a los espíritus suicidas, nos ofrece un catálogo de nueve casos diferentes cuyo resumen veremos a continuación para saber si al final de la lectura hemos dado con algunas respuestas.

Las causas de suicidio podrán ser tantas como tantos suicidas siga habiendo. Por ejemplo, según estos nueve casos vemos que el suicidio puede ser provocado por sensaciones de abandono, por no sentirnos amados por ningún ser, por evitar que nuestro hijo pueda morir en la guerra, por vivir una vida miserable, por no querer abandonar a un hijo en el momento que le toque partir, por amor y querer seguir estando juntos, por no haber aprendido a soportar la burla ni la obstinación, por despecho, por hastío, por una vida sin esperanza, por desinterés en la vida futura, por forjar una mala fortuna con especulaciones equivocadas, por rechazo, o por querer gozar de las consecuencias de un crimen, entre otras.

Hablando de sensaciones después del acto suicida, vemos que algunos Espíritus no saben si están vivos o están muertos, otros sienten  los hedores de la descomposición del cuerpo siendo más frecuente en quienes vivieron una vida más material que espiritual, otros sufren en el alma, sufren en el cuerpo aunque ya no lo posean, como quien sufre dolor por el miembro amputado, otros sufren por no sentirse dignos, otros sienten frío y quemazón, como un hielo que corre por las venas como si fuera fuego, subiendo a la frente, oprimiendo, sintiendo el fuego en el cerebro y en el corazón, se sufre por el recuerdo de quien nos ha hecho sufrir, se sufre al verse obligado a creer en Dios, en todo lo que se ha negado, se siente el alma en llamas, atormentada horriblemente, se sufre por los tormentos de haber dudado, pero también se sufre por el propio acto de haberse suicidado queriendo apartar cualquier recuerdo de ese fin funesto. En definitiva, hablamos de un sufrimiento terrible pero invisible para nosotros, con deseos que ese sufrimiento acabe por fin.


Prevención

En la lucha propia por la prevención del suicidio, se debe estar alerta para conocer y aceptar las pruebas que nos toquen, pues aunque nos equivocamos generalizando, sabemos que cada caso es único como muestran los ejemplos de este capítulo. Algunos deberán sobreponerse a pruebas de miseria, otros deberán soportar pruebas de humildad, de resignación, otros seres deberán aprender a superar la separación momentánea de alguno de sus seres queridos, o aprender a dominar ciertos impulsos del corazón desacertados, algunos no creyentes deberán aprender a comprender y aceptar las verdades y leyes Divinas mediante su propia razón para probar por ellos mismos la existencia de Dios y la vida futura. Pero la bondad del Señor nos permite repetir las pruebas tantas veces y existencias como sea necesario, así tantas veces se renueva la posibilidad de conseguir la fuerza necesaria para soportarlas, hasta el punto en que esas pruebas se pueden llegar a intuir por rasgos indelebles en nuestras vidas.

El suicido es un crimen contra nosotros mismos, siendo el Espíritu culpable sólo por sus obras, por sus acciones, por creer que puede disponer de una vida que se le ha dado con la vista puesta en los deberes que debe cumplir sobre la Tierra, razón por la cual no debe abreviarla bajo ningún pretexto. Quien hace el mal por instigación de otro, o por ser demasiado débil para resistir a los Espíritus obsesores, es menos culpable, menos reprensible y castigado en menor medida que quien se quita la vida obedeciendo a su libre albedrío, por su libre decisión, por creerse el árbitro de su propio destino. Por tanto, cada falta es castigada según las circunstancias que la acompañan, pudiendo ser el suicidio más severamente castigado, aquel que se ejecuta en un acto de desesperación y con el objetivo de liberarse de las miserias de la vida.

Dios es infinitamente bueno, pero es también infinitamente justo. No castiga jamás sin causa porque ve el fondo de los corazones y castiga solamente en cuanto a la intención y a la acción final, pero sobre todo cuando ha sido motivado por una falta de confianza en Él siendo esto una infracción grave de Sus leyes. Él es justo al considerar la buena intención del suicida, lo que atenúa el mal y siendo éste merecedor de indulgencia, pero ello no impide que el mal sea mal. La verdadera fatalidad es nuestra propia debilidad, pues siempre hay un último momento en que se puede evitar el acto final; en caso contrario, el culpable es castigado por su falta, siendo tal expiación el medio que Él utiliza para hacerlo progresar. Dios acoge con cariño el arrepentimiento sincero del culpable, acto preliminar indispensable de la rehabilitación, aunque ello no basta para liberar al culpable de cualquier pena. El sufrimiento puede abreviarse con el arrepentimiento para lo cual ayuda la oración sincera.

Bien, según lo visto y sabiendo ahora que el suicida no tiene más valor por quitarse la vida, sino más debilidad por no querer afrontarla, sabiendo que cuenta tanto o más la intención que la acción en sí misma, sabiendo que el suicida lo ha sido porque llegó a confiar más en él que en su propio Dios, creo que debemos aprender a manejar el amor y el desamor, saber vivir tanto en la solitaria compañía, como en la extendida soledad de nuestros días, ser moralmente fuertes para superar el rechazo, la burla, el hastío y la desesperanza en nuestras vidas. Nosotros, Espíritas o no, que estamos leyendo estas líneas, bien por casualidad, bien por necesidad, ahora sabemos que con el espiritismo el porvenir se nos muestra, la esperanza se fortalece y el suicidio por tanto no tiene objeto. Bendito sea Dios, soberanamente justo y bueno.


Septiembre para la prevención del suicidio

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